miércoles, 8 de julio de 2015
La Revolución cubana y la planificación socialista
En junio de 1964, en el número 34 de la revista Cuba Socialista, apareció el artículo “La planificación socialista, su significado”, escrito por Ernesto Guevara, en el marco del gran debate cubano de 1963/1964. A más de 50 años de su publicación, no está demás recordar este pequeño texto, atento a las discusiones sobre la política de apertura y reestructuración de la economía cubana en curso.
Entre 1963 y 1964 tuvo lugar el “gran debate” cubano, en un contexto político muy radicalizado. El triunfo de la revolución de 1959 dio inicio a uno de los procesos de transformaciones revolucionarias más acelerados del siglo XX. Las dos leyes de reforma agraria de 1959 y 1963 expropiaron a los propietarios de grandes latifundios primero, y a la burguesía rural, después. En el ínterin, al calor del enfrentamiento con las clases dominantes y los Estados Unidos, se dictarán en el segundo semestre de 1960 las leyes de nacionalización de tierras, bancos, empresas extranjeras y establecimientos cubanos, sentando las bases de la propiedad colectiva de los principales medios de producción. Lo que se discutió en Cuba a partir de 1963, fue el futuro económico y social de la revolución, cuyo carácter socialista ya había sido proclamado en abril de 1961, en las vísperas del triunfo revolucionario en Playa Girón, cuando fue derrotada la invasión mercenaria apoyada por los Estados Unidos. En el contexto internacional, 1963 fue el año en que se consumó la ruptura del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) con el Partido Comunista Chino (PCCH). En la URSS se debatían las ideas de Evsei Liberman, un economista que proponía la descentralización de las empresas y su funcionamiento a partir de un criterio de rentabilidad, con autonomía financiera y operativa, y una política de incentivos materiales de los trabajadores.
En Cuba se habían creado los organismos fundamentales para regir la economía colectivizada, entre ellos el Ministerio de Industrias, dirigido por Ernesto Che Guevara, y el Instituto de Reforma Agraria (INRA), a cargo de Carlos Rafael Rodríguez, un dirigente revolucionario proveniente del Partido Socialista Popular (PSP, nombre adoptado por el antiguo Partido Comunista de Cuba en 1944). En 1963 se aprobó la Ley de Financiamiento Presupuestario. Las empresas industriales (incluidas los grandes centrales azucareros) comenzaron a funcionar bajo las pautas de la economía reorganizada a partir de la centralización financiera presupuestaria, implementada en forma rigurosa, sistemática y uniforme desde el Ministerio de Industrias conducido por el Che. Pero en la agricultura subsistían distintas formas de propiedad, estatal, cooperativa y privada. En estas condiciones las autoridades del INRA comenzaron a aplicar otro método de gestión, el Cálculo Económico, en boga en aquellos momentos en la URSS y demás países socialistas.
Es realmente notable que uno de los más interesantes debates teóricos y políticos en los procesos de transición al socialismo en el siglo XX haya tenido su inicio en diferencias relacionadas con la contabilidad y la administración de las empresas estatales. Era obvio que la existencia simultánea de dos sistemas distintos en materia de gestión, iba a generar tarde o temprano un debate en torno a la preeminencia de uno u otro, pero lo que nadie intuyó fue la dimensión que iba a adquirir: involucró a gran cantidad de dirigentes de la revolución, siendo los más relevantes Ernesto Guevara y Carlos Rafael Rodríguez. Participaron también Charles Bettelheim, profesor de economía, experto en planificación, miembro del Partido Comunista francés y Ernest Mandel, uno de los dirigentes más conocidos de la Cuarta Internacional trotskista. Rodríguez encabezó la tendencia contraria al Che Guevara, mientras Bettelheim fue el principal teórico que lo enfrentará en la polémica, desarrollada a través de artículos publicados en las revistas Cuba Socialista y Nuestra Industria Económica en los años 1963 y 1964.
Como hemos dicho, en un primer momento el meollo de la discusión era la gestión de las empresas estatales. Carlos Rafael Rodríguez había puesto en práctica, en las empresas bajo control del INRA, el Sistema de Cálculo Económico (SCE), en tanto Ernesto Guevara aplicaba en el Ministerio de Industrias el Sistema del Presupuesto Financiero (SPF).
El SPF se apoyaba en cuatro cuestiones centrales: 1) Se consideraba “Empresa” a un conglomerado de fábricas o unidades con una base tecnológica similar o un destino común para su producción, organizadas por rama de la economía o localización geográfica, por ejemplo, todos los centrales azucareros, 2) El dinero era sólo una unidad aritmética, siendo utilizado básicamente como elemento de registro contable, 3) Las empresas carecían de recursos propios, poseían una cuenta en la que depositaban y extraían dinero del presupuesto estatal (de ahí el nombre al sistema) y 4) El trabajo estaba normado a tiempo, con premios por sobrecumplimiento.
El SCE, por el contrario, funcionaba a partir de los siguientes principios: 1) Se consideraba “Empresa” a una unidad de producción con personalidad jurídica propia, por ejemplo, un central azucarero, 2) El dinero era utilizado, además de las funciones contables, como medio de pago e instrumento de control, 3) Las empresas poseían recursos propios: podían sacar créditos en los bancos por los que pagaban intereses y 4) El trabajo estaba normado a tiempo pero también se recurría al trabajo por piezas o por hora (a destajo).
Las diferencias más significativas quedaron centradas en la contraposición estímulo material/estímulo moral. Los partidarios del SCE consideraban que los estímulos materiales eran la respuesta adecuada a la necesidad de ligar la remuneración obtenida por los trabajadores con la cantidad y la calidad de su trabajo. Los partidarios del SPF no negaban la necesidad de aplicar estímulos materiales, pero rechazaban su uso como palanca impulsora fundamental de la economía. Como decía el Che, luchaban contra su predominio porque entendían que ello implicaría “el retraso del desarrollo de la moral socialista”, generando una subjetividad cargada de egoísmo e individualidad.
Con la publicación en Cuba Socialista del artículo de Charles Bettelheim “Formas y métodos de la planificación socialista y nivel de desarrollo de las fuerzas productivas” (abril de 1964), se arriba al punto culminante de la controversia. En la opinión del autor, el proceso económico estaba determinado por el nivel de desarrollo de las fuerzas productivas, por lo tanto las modificaciones en la conducta de los hombres reconocían como palanca decisiva los cambios en la producción y su organización. Solo con un mayor desarrollo de las fuerzas productivas se podía modificar el comportamiento humano en el sentido pregonado por el Che y sus compañeros. “Aún bajo la dictadura del proletariado”, insistía Bettelheim, subsistía la producción mercantil simple, lo que implicaba el mantenimiento de las categorías “mercancía” y “moneda”, la vigencia de la ley del valor y del mercado, por lo que se debía otorgar libertad de acción a las unidades productivas, justificando la autonomía contable, el cálculo económico, el autofinanciamiento y el “sistema de estímulos materiales”, que permitía vincular las remuneraciones de los trabajadores a la cantidad y calidad de su trabajo. La función de la educación se limitaba a eliminar gradualmente los resabios de actitudes y comportamientos heredados del pasado, pero pretender modificar el comportamiento humano a través de la educación pasando por encima del nivel alcanzado por las fuerzas productivas constituía, “un enfoque idealista de las cosas”, que solo podía conducir a grandes fracasos.
La célebre respuesta del Che se materializó en el artículo “La planificación socialista, su significado” (Cuba Socialista, junio de 1964). Si en Cuba sólo cabía esperar grandes fracasos, ya que según Bettelheim las relaciones de producción instauradas por los revolucionarios no se correspondían con el desarrollo de las fuerzas productivas existentes, que había que hacer entonces con la Revolución -se preguntaba con ironía el Che- había que dar marcha atrás y devolverle el poder a Batista? Guevara critica la concepción mecanicista de Bettelheim apelando a la concepción del desarrollo desigual del capitalismo en el mundo, que explicaba el estallido de las crisis y las rupturas en los “eslabones débiles” de la cadena. En su opinión, las premisas básicas para modificar el nivel de las fuerzas productivas en Cuba estaban constituidas por la consolidación de las empresas estatales y el crecimiento de la conciencia revolucionaria. Destaca que Bettelheim no comprendía el aspecto universal, internacionalista, del desarrollo de la conciencia revolucionaria, criticando asimismo el excesivo énfasis en los aspectos jurídicos al que tendía en sus análisis. El Che concluye afirmando que “…la planificación centralizada es el modo de ser de la sociedad socialista”, que le permitía a los seres humanos dirigir la economía hacia su plena liberación.
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Con el paso del tiempo, el gran debate de 1963/1964 quedó sujeto a los vaivenes de la historia y la economía cubana, alternando momentos de olvido con recuperaciones parciales, signadas por las necesidades coyunturales. En 1987, Carlos Rafael Rodríguez reconoció que el sistema defendido por el Che era más progresista e igualitario que el Cálculo Económico, pero éste último era el que mejor se adecuaba a las condiciones de Cuba (“Sobre la contribución del Che al desarrollo de la economía cubana”, 1987). Ernest Mandel realizó un balance de la polémica en 1967. Ratificó su apoyo al SPF, destacando que en Cuba era perfectamente viable la planificación centralizada y el control de la gestión a través del presupuesto, mientras que el Cálculo Económico multiplicaba los peligros de burocratismo y corrupción. (“El debate económico en Cuba durante el período 1963-1964”, Partisans Nº 37, París, 1967).
Los autores cubanos como Carlos Tablada Pérez (El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara, 1987), Orlando Borrego (Che, el camino del fuego, 2002) y Fernando Martínez Heredia (El corrimiento hacia el rojo, 2001) suelen presentar el gran debate como una confrontación entre dos concepciones, una determinista (Bettelheim) y la otra basada en la praxis (Guevara). En la concepción estratégica del Che habría primado la construcción de un nuevo tipo de subjetividad histórica, que lo llevaría a ponderar superlativamente el desarrollo de la conciencia socialista y su incidencia en las fuerzas productivas. Una subjetividad de este tipo no podía construirse con "las armas melladas del capitalismo" sino con las convicciones ideológicas de quienes estuvieran dispuestos a trabajar y luchar por una nueva sociedad. Los aportes de estos autores resultan relevantes, pero su mirada sobre la obra del Che está teñida, en nuestra opinión, de un enfoque excesivamente subjetivista.
Una cuestión habitualmente omitida es la continuidad del debate cubano con las polémicas del ’20 en la Rusia soviética: la discusión entre Nikolai Bujarin y Eugen Preobrazhenski sobre la economía y la transición, y la viabilidad del “socialismo en un solo país” propuesto por Bujarin-Stalin. En la antigua Rusia zarista, un verdadero semi-continente cuyos territorios se extendían desde el Pacífico Asiático hasta casi el centro de Europa, con enormes recursos humanos y naturales, la historia se tomó setenta años para demostrar la inviabilidad del “socialismo en un solo país”. Pero en Cuba, una pequeña isla ubicada a escasa distancia de la principal metrópolis imperialista, era claro que sólo el avance de la revolución a nivel mundial permitiría eludir la opción de ser aplastada por la reacción y el imperialismo o quedar dentro de la esfera de la influencia económica y política de la Unión Soviética. El mérito del Che y sus compañeros es haber interpretado que la energía liberada por una revolución en ascenso podía impulsar la construcción de los instrumentos que prefiguraban la sociedad igualitaria del futuro, y la elaboración de un proyecto teórico-político-administrativo para intentar llevar esta concepción a la práctica.
Para nosotros, una conclusión importante del debate es que planificación socialista y mercado deberán estar presentes, en distinta proporción, en los procesos transicionales, pero lo central es la participación organizada de los trabajadores, a través de sus propios organismos, para decidir en forma democrática que y cuanto producir, en establecimientos fabriles y unidades productivas bajo control obrero. Hoy, cuando ya nadie recuerda las fantasías reaccionarias del fin de la historia, la emergencia de procesos anticapitalistas en los países periféricos plantea, una vez más, la discusión sobre el período de transición y las vías hacia sociedades igualitarias.
Todos los artículos que forman parte del debate cubano de principios de los años sesenta están recopilados en la obra: AA. VV., El gran debate sobre la economía en Cuba, Ocean Press, Melbourne, 2003.
Juan Luis Hernández
Lic. en Historia (FFYL-UBA)
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