sábado, 11 de julio de 2015
Conflictos obreros y lucha de clases durante el primer peronismo
Pintada en los portales de la fábrica Merlini de Flores Sur en plena huelga de los metalúrgicos en 1954
Los conflictos obreros y la lucha de clases durante el primer peronismo conforman uno de los tantos temas tabú ninguneados por la historia oficial.
Las propias estadísticas del Estado llegaron a señalar entonces que tan solo entre 1943 y 1948 (es decir, en el lapso que media entre el golpe de los coroneles del GOU, Grupo de Oficiales Unidos al que pertenecía Perón, y la etapa donde las “vacas gordas” empezaban a flaquear), se registraron solamente en la Capital Federal 387 huelgas, en las que participaron 951.624 trabajadores.
Quizás el más conocido de los movimientos huelguísticos de esos años haya sido el de los ferroviarios en los finales de la década del cuarenta y principios del cincuenta, que llegó a nuestros días a través de distintas versiones de la literatura y el cine, como, por ejemplo, la película “Evita” del dúo Desanzo-Feinmann, donde se puede apreciar en la ficción una escena que más o menos refleja la realidad de lo acaecido: el momento en que Evita trata vanamente de convencer a los trabajadores de que vuelvan a sus tareas habituales, “porque a Perón no se le hacen huelgas”.
De esa y otras luchas desarrolladas durante la égida peronista ya nos vamos a ocupar en sucesivas notas. Pero lo que sí queremos recordar hoy, porque fue arrinconada en la oscuridad del silencio casi absoluto, es la histórica huelga metalúrgica de 1954. Aquella que puso al desnudo la connivencia entre la patronal, la policía y los jerarcas sindicales, es decir lo que en esos días se dio en llamar irónicamente “santísima trinidad”.
Todo había comenzado el 28 de febrero de 1954 al caducar los convenios colectivos que regían hasta entonces, y los trabajadores pujaban por una renovación digna.
En el caso específico de los metalúrgicos, los peones ganaban $ 3.90 la hora y los oficiales $ 5.20, con lo cual totalizaban entre 700 y 800 pesos mensuales, cuando en realidad una familia tipo (matrimonio y dos hijos menores) necesitaba como mínimo $ 1.668 mensuales para poder vivir.
El reclamo de los trabajadores era relativamente modesto
— un aumento del 45 por ciento, término medio—, pero cuando en mayo del ’54 se dio a conocer el nuevo convenio metalúrgico firmado por la patronal y la burocracia sindical a espaldas de las bases con apenas un 15 por ciento de aumento, estalló la indignación.
Y una delegación de aproximadamente 300 obreros procedentes de varias fábricas concurrió al sindicato para solicitar una urgente asamblea general.
La intensa presión de los trabajadores logró que el 17 de mayo se reuniera el congreso de delegados de todas las seccionales de la Unión Obrera Metalúrgica, quienes, ante el estupor de los jerarcas, declararon la huelga general por tiempo indeterminado que se inició cuatro días después, el 21 de mayo.
El 3 de junio, cuando ya el paro era mayoritario, se llevó a cabo un nuevo congreso metalúrgico y los dirigentes dóciles al régimen, encabezados por un burócrata apellidado Balluch, intentaron imponer un convenio con míseras mejoras. En medio de una estruendosa gritería, la maniobra fue rechazada.
El congreso pasó a cuarto intermedio hasta el día siguiente en la Federación de Box de la calle Castro Barros. Más de 6.000 obreros esperaron afuera el resultado de las deliberaciones.
En medio de una batahola, los jerarcas decidieron volver al trabajo el lunes 7 e impusieron esta resolución a los delegados.
Cuando los trabajadores que esperaban en la calle tomaron conocimiento de lo resuelto, forzaron los portones del estadio y una parte de ellos consiguió entrar. Desde adentro los matones regimentados los balearon, mientras afuera, desde un camión lanzado a toda velocidad, también se hicieron disparos. El ataque arrojó un saldo de varios heridos, algunos de gravedad; y los trabajadores, enardecidos, marcharon en manifestación hasta el Congreso.
24 horas después debía realizarse una asamblea general en el local de la UOM. Acudieron unos 3.000 obreros, pero las puertas estaban cerradas y los directivos habían desaparecido. A pesar de ello, la asamblea sesionó igual.
Por primera vez en muchos años, los trabajadores metalúrgicos pudieron deliberar a gusto y discutir sus problemas.
Ante la defección de la dirección sindical, allí mismo se nombró un Comité de Huelga integrado por obreros peronistas, comunistas y de otras ideas.
Luego centenares de trabajadores se dirigieron a Avellaneda, concentrándose ante los portones de aquellas fábricas cuyos trabajadores aún no se habían plegado al paro.
Desde adentro del establecimiento metalúrgico Tamet, los matones hicieron fuego contra los trabajadores, que en ese momento prefirieron no responder a la provocación.
El 7 de junio más de 30.000 metalúrgicos llevaron a cabo una gigantesca asamblea general en la Plaza Martín Fierro, frente a la legendaria fábrica de Vasena, aquella que, 35 años antes, había sido el eje inicial de la masacre de la Semana Trágica de 1919.
La multitudinaria asamblea fue presidida por el Comité de Huelga, cuyos principales dirigentes eran los combativos Baraínca, Peruchi y Golzman, convertidos de hecho, y por voluntad de las bases, en la máxima autoridad del gremio.
Ante el fracaso y el desprestigio de los directivos de la UOM , los agentes del gobierno trataron de promover a Hilario Salvo, diputado nacional peronista que el régimen supuso que podría resultar más potable para los obreros que el jerarca Baluch. Pero en vano se presentó a las asambleas y en vano pretendió encabezar las manifestaciones: el gremio lo silbó y repudió.
Desde la Plaza Martín Fierro se hizo una combativa manifestación hasta el sindicato. Los obreros querían tomarlo y elegir una dirección provisoria, pero al llegar a las inmediaciones fueron interceptados por la policía. La movilización arrasó los cordones policiales, pero estos atacaron por detrás, consiguiendo dispersar a los huelguistas.
Mientras tanto, la policía, en sucesivas redadas, llevó a cabo masivas detenciones de militantes combativos en todos los barrios. En localidades del Gran Buenos Aires como San Martín, Morón, Monte Chingolo y otras, los propios burócratas de la UniónObrera Metalúrgica secuestraron a militantes de la huelga para golpearlos y entregarlos a las fuerzas represivas.
Los diarios, controlados por el régimen, guardaron el más absoluto silencio y sólo informaron cuando el conflicto adquirió estado público, pero presentándolo como “un entredicho entre dos fracciones sindicales”.
Por último el gobierno urdió la pantomima maccarthista del “complot” dirigido por “elementos al servicio de intereses extranjeros” y desató toda la represión sobre la huelga, deteniendo a centenares de huelguistas que fueron a parar a distintas cárceles del país.
En medio de esta feroz represión, los trabajadores se vieron obligados a volver al trabajo, pero después de haber escrito una de las tantas páginas memorables en la historia de las luchas obreras.
En el mismo período, con distintos matices e intensidad, se realizaron paros y huelgas en los gremios del tabaco, del caucho, de luz y fuerza, y en algunas grandes empresas textiles, como Danubio y Alpargatas. Todos fueron objeto de igual tratamiento de ilegalidad y represión violenta, pero el gobierno no logró aplastar la combatividad de los obreros en sus demandas reivindicativas, freno a la carestía de la vida, convenios adecuados a la situación, democracia e independencia sindical.
Herman Schiller
HUELGAS DESARROLLADAS ENTRE 1946 y 1954
Año Huelgas Huelguistas
1946 146 333.929
1947 67 541.377
1948 103 278.179
1949 36 29.164
1950 30 97.048
1951 23 16.353
1952 14 15.814
1953 40 5.506
1954 18 119.701
(Estas cifras las tomamos de “Derecho de huelga en la Argentina”, un trabajo dado a conocer recientemente por el historiador y periodista rosarino Leónidas Ceruti).
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario