El Papa Francisco lanzó, en Bolivia, un duro ataque contra la ganancia excesiva y el lucro desmedido. No dijo, sin embargo, cómo poner fin a lo que ve como la causa de la pobreza generalizada. No ha planteado que los bancos y los latifundios se conviertan en propiedad pública, bajo el control de los mismos trabajadores. El planteo papal carece entonces de contenido. Francisco ha contratado al Deustche Bank para reestructurar al Banco del Vaticano. El Deutsche, sin embargo, es uno de los condenados por las autoridades financieras por haber manipulado la tasa Libor, que es la referencia de los contratos comerciales y financieros a nivel internacional. Los estafadores del Banco del Vaticano no han sido condenados ni llevados a la justicia. El discurso papal menciona el “derrumbe mundial”, pero no lo relaciona con el capitalismo ni con la necesidad de nacionalizar a los grandes monopolios que sostienen su hegemonía económica mediante guerras cada vez más devastadoras. La propiedades del Vaticano, distribuidas por el mundo entero, prosperan en un sistema mundial dominado por el lucro privado.
En este marco, Francisco ha cerrado su periplo en Paraguay con un ataque a las ideologías. Por su condición de jesuita sabe mejor que nadie que el punto de partida de la crítica a las ideologías, o sea a las falsas conciencias y al fanatismo, es la crítica a la religión – la más universal de las ideologías. Las Iglesias, por su lado, han desarrollado su propia justificación ideológica, que no tiene que ver con la religiosidad. Sus organizaciones de características jerárquicas, el celibato, la discriminación contra la mujer, la infalibilidad papal y el código penal-moral de sus doctrinas, constituyen una elaboración ideológica, o sea interesada, para justificar un arsenal de riquezas y privilegios sociales como políticos.
El Papa pidió perdón por la evangelización colonizadora, que fuera denunciada al cumplirse 500 años del llamado descubrimiento de América, como el arma ideológica de la esclavización y el genocidio de los pueblos originarios. Propuso una nueva evangelización que podríamos llamar ‘nacional y popular’, para contender el drenaje de fieles de la Iglesia católica, aunque advirtió contra ‘los personalismos’, nada menos que a Rafael Correa y Evo Morales, los cuales difícilmente abandonarán sus ambiciones re-re-re electorales. Francisco no convoca, sin embargo, al tercermundismo de los 70, el de la “teología (ideología) de la liberación”, cuando los curas luchadores fueron masacrados por las clases que todavía hoy dominan y gobiernan América Latina, con la complicidad de las jerarquías eclesiásticas.
Para los medios conservadores, incluso el papista La Nación, las peroratas de Francisco empiezan a tener un tufo ‘subversivo’ (“hagan lío”). El Papa, sin embargo, no hace más que abordar la agenda que plantea en forma objetiva la bancarrota mundial capitalista – especialmente en el propio turf del Vaticano: Europa. En Ecuador ofreció como salida el refugio en las familias, precisamente la institución más destruida por esta bancarrota capitalista. A este ideologismo clerical impotente, oponemos la crítica más resuelta a la ideología: La emancipación de los trabajadores será obra de los trabajadores mismos.
Jorge Altamira
No hay comentarios:
Publicar un comentario