martes, 26 de mayo de 2015

Un discurso de despedida… para la continuidad



La presidenta habló en un evento masivo en Plaza de Mayo. Un discurso “épico” que tiene la función de aportar al triunfo del peronismo. Una postura de gran estadista en retirada para preservarse para nuevos servicios futuros. Un discurso de despedida… para la continuidad

La presidenta Cristina Fernández habló por cadena nacional desde el escenario central montado en la Plaza de Mayo donde tenían lugar el acto por un nuevo aniversario del 25 de Mayo, que conmemora tanto el aniversario patrio, como la asunción de Néstor Kirchner en 2003.
El discurso tuvo un tono de balance y despedida. Reivindicó las medidas y “logros” de sus dos administraciones de gobierno y la de Néstor Kirchner.
Enumeró medidas como la Asignación Universal, las paritarias, las nuevas jubilaciones, la “recuperación” de YPF. No se refirió, por supuesto, al 80% de jubilados que cobra el haber mínimo que es menor a la mitad de la canasta básica, a la mitad de la clase trabajadora que gana alrededor de $5000 y a ese 35% de trabajadores “en negro” que pueblan los estratos más bajos de la clase obrera argentina. Tampoco se refirió a la reprivatización de YPF en manos de Chevron u otras multinacionales o al pago serial de la deuda externa (190 mil millones de dólares, bajo los gobiernos kirchneristas).
Más allá de estos pequeños olvidos del saldo de la “década ganada”, políticamente intentó ubicarse como una estadista en retirada que está por arriba de las facciones políticas partidarias en disputa en la campaña electoral en curso.
Con este objetivo intentó hablar no solo para la coyuntura, sino para la Historia (con mayúscula). Afirmó que el kirchnerismo había logrado forjar una “nueva identidad democrática, no solo por las elecciones sino también por los derechos humanos”.
Ubicó a sus administraciones como los portadores de la realización de una especie de “etapa superior del alfonsinismo” o visto desde otro punto de vista, una superación del viejo peronismo inmaduramente “no republicano”.
“Cuando perdimos las elecciones en 1983, cuando la gente quería democracia y vida, no vio esa democracia y esa vida reflejada en la cara de nuestros dirigentes, debemos hacernos cargo y nosotros vinimos a saldar esa deuda”, explicó. De esta manera, el “pejotismo + derechos humanos” sería la expresión de una nueva síntesis que ubicaría a su movimiento político realizando el frustrado “tercer movimiento histórico” con el que alguna vez soñó Raúl Alfonsín.
Reivindicó una supuesta reconciliación histórica del pueblo con el “nuevo ejército sanmartiniano”, haciendo abstracción de Cesar Santos Gerardo del Corazón de Jesús Milani.
Habló de las banderas de la “no represión” a la protesta social, haciendo abstracción de las una y mil veces que no se cumplió este principio de la mano de las policías bravas o de la Gendarmería comandada por Sergio Berni.
Y hasta hizo una relectura de la historia en clave revisionista, reivindicando la figura de Juan Manuel de Rosas, retomando el linaje “antiliberal” del peronismo ilustrado: Rosas – Yrigoyen – Perón… ¿Kirchner?
Todo el carácter falaz del discurso encuentra su realidad en una definición política que Cristina Fernández dejó clara: trabaja para la victoria del peronismo y espera la continuidad de su movimiento en el poder después de diciembre.
Por lo tanto, la función de este “meta-relato” con tono épico e histórico tiene dos objetivos.
Por un lado, contener a los sectores llamados “progresistas” para trabajar por el triunfo del peronismo que en todo el país postula a candidatos salidos del riñón del pejotismo histórico. La “polarización” que se busca entre Florencio Randazzo y Daniel Scioli -donde el segundo tiene las mayores chances-, es la expresión político-electoral de esta operación.
Por el otro, Cristina Fernández busca preservarse como una opción de recambio ante eventuales crisis futuras, con la postura de una estadista que se retira aportando al país nuevas síntesis históricas. Una nueva razón democrática y una superación de los “setentismos ideologizados”. Una restauración exitosa del “orden y el progresismo”.
El kirchnerismo inició su ciclo -tras el estallido de una crisis-, recibiendo el poder del viejo pejotismo al que colocó tras la escena en la compleja coyuntura de los primeros años (aunque gobernó con él). Ahora, cierra el ciclo con la posibilidad de “devolver” el gobierno a un peronismo claramente conservador o a una opción más de derecha aún.
Sus pilares económicos fueron una expansión basada la devaluación que aplastó el salario y en un ciclo internacional de alza de las materias primas. Los pilares de su régimen político: el pejotismo de varones conurbanos y “feudales”, las policías bravas y la eterna burocracia sindical. El poder real, económico y político, quedó en manos de sus dueños de siempre.
La épica del final que retoma el discurso de los orígenes puesta al servicio de lo que Nicolás Prividera llamó la “astucia de la razón” peronista. El kirchnerismo maduro es un arma cargada de sciolismo.

Fernando Rosso
@RossoFer

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