Ocurrieron 4 femicidios en 48 horas. La hipocresía del Estado, sus instituciones y los medios de comunicación ante un flagelo que, sin embargo, no cesan de generar, legitimar y reproducir.
No pasaron más de 24 horas entre la noticia del asesinato de una mujer en un restaurante del barrio porteño de Caballito y el intento de asesinato de una adolescente, arrojada en la barranca del parque Sarmiento, de Córdoba. Mientras tanto, la denuncia por el acoso callejero recorre los canales de televisión y un adolescente asesina a su hermana mayor ahorcándola con un cable. Pero como la noticia es instantánea, veloz, impredecible, se mezcla la violencia contra las mujeres con el estreno del próximo ciclo de Bailando por un Sueño o con las nuevas declaraciones del inefable candidato del PRO a gobernador de Santa Fe que ahora afirma que a los niños hay que educarlos a los golpes. Y en Cruz del Eje, encuentran el cuerpo sin vida de una mujer, enterrado en el patio de su casa, por su asesino, su marido. Es apenas un cable. Un segundo en el graf de la pantalla.
No hay tiempo para reparar en que la víctima de Caballito no era pareja ni ex pareja de su agresor, sólo habían ido juntos a la escuela secundaria pero él se obsesionó con ella durante décadas. Pronto vamos a otro tema, porque así es la vorágine televisiva y una pareja de famosos dirime con un examen de ADN la paternidad del hijo que criaron juntos mientras eran felices, pero que ahora es objeto de disputa, entre acusaciones cruzadas de violencia doméstica. La chica arrojada a un barranco fue encontrada porque alcanzó a pulsar el botón antipánico que portaba consigo, pero poco interesa, porque ya tenemos que pasar a la noticia de que la modelo que comenta Gran Hermano dispara que las mujeres transgénero, si tienen genitales masculinos, para ella son hombres y punto. Y la chica que fue violada por un taxista grita, ensordecedoramente, que se va a matar si no encuentran al violador prófugo. Y la esposa del taxista lo denuncia ante la policía, pero le escribe en Facebook que ojalá pueda resolverse todo y volver a cumplir el sueño de una familia. Con escandaloso frenesí, las mujeres violadas, golpeadas y asesinadas se apilan con los diarios de ayer.
Volvemos a estudios. Vamos al móvil. Y la mujer de Caballito no tiene nombre. Ni tampoco tiene una historia la adolescente arrojada en el barranco. La joven violada no tiene decoro. A todas, por algo les pasó lo que les pasó, murmuran entre líneas las buenas vecinas. Y otras miran de reojo la televisión, temiendo por sus vidas, mientras él cambia de canal a tiempo, para ver “minas en bolas”.
El festival de la hipocresía
Hipocresía de los medios de comunicación, alarmados por apenas unos segundos con las cifras aterradoras de la violencia machista, para reír al siguiente instante, con las bromas de un cómico misógino o comentar sobre la hermosa figura de una actriz que se mantiene joven a fuerza de peligrosas intervenciones quirúrgicas.
Hipocresía de la Iglesia que propone mensajes de pacificación, mientras redobla sus mandatos misóginos, culpabilizando a las mujeres que luchan por la equidad en una sociedad donde son discriminadas.
Hipocresía de los gobiernos que apuran decretos de emergencia en materia de violencia de género, pero no disponen de partidas presupuestarias para los programas de prevención de esa violencia, cierran los centros de atención para priorizar los gastos de campaña electoral, se niegan a legalizar el derecho de las mujeres a disponer de sus propios cuerpos.
Hipocresía del Estado que, a través de sus fuerzas represivas, sus funcionarios políticos y judiciales, regentea, integra u otorga impunidad a las redes de trata y explotación sexual que operan, a la luz del día, en todo el territorio.
En una sociedad sostenida en la violencia de la explotación descarnada de millones de seres humanos, ejercida por una pequeña minoría propietaria de todo lo existente, la violencia contra las mujeres parece natural e inevitable. “La maté porque era mía”, dice la canción. A veces, incluso, esa mujer es el único “objeto” que se posee en una sociedad que empuja al consumo, al punto de creerse dueño de su cuerpo, de su mente, de su vida.
“Para que sepan todos a quien tú perteneces, con sangre de mis venas te marcaré la frente”
Golpear, violar y matar, para señalar quién tiene poder y quién no, quién es sujeto y quién es un objeto, quién es propietario y quién es propiedad privada. La violencia contra las mujeres, no irrumpe en la sociedad como algo pasajero, insólito, desestabilizador. Por el contrario, es la reiteración cotidiana de una norma social que establece qué deberían ser y cómo deberían comportarse las mujeres, qué se espera de ellas. La violencia de género contribuye a mantener y perpetuar un determinado orden en el que las mujeres permanecen subordinadas.
Por eso los femicidios no son excepciones. Esos femicidios que nos abruman cotidianamente son el último y letal eslabón de una larga cadena de violencias contra las mujeres originada, legitimada y reproducida por el Estado capitalista, sus instituciones y su casta política de administradores, también difundida por los medios de comunicación de masas.
La única respuesta posible es la que damos las propias mujeres, exigiendo medidas urgentes, luchando por nuestros legítimos derechos y cuestionando el orden existente. Ejerciendo nuestra voluntad de sujetos capaces de transformar radicalmente esta sociedad que nos oprime, haciendo nuestro el clamor silenciado de cada víctima, para transformarlo en un grito de batalla: “Porque vivas NOS queremos… ¡Si tocan a una, nos organizamos miles!”
Andrea D’Atri
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