“En la ideología liberal nos dicen que tiene que haber inversión y para ello es necesario que no haya salarios tan altos, porque si los salarios son altos los empresarios no invierten”. La frase fue lanzada por la presidenta Cristina Kirchner en un acto realizado el miércoles 20 de mayo, y fue entusiastamente aplaudida por el ministro de Economía, doctor Kicillof, y seguidores. La afirmación K tiene varias aristas merecedoras de análisis.
La primera cuestión es que no solo la ideología liberal dice que si los salarios suben por encima de cierto umbral la inversión se frena. También lo afirman los keynesianos, incluidos los de izquierda. Como he planteado en anteriores notas, Robinson, Kalecki o Kaldor eran conscientes del asunto; y los poskeynesianos en la actualidad han admitido que, a fin de que el sistema capitalista funcione, es necesaria una dosis de desocupación que mantenga a raya las demandas salariales (ver aquí y aquí). Pero en segundo lugar, hay que subrayar que es la teoría del valor trabajo y de la plusvalía la que explica la naturaleza del fenómeno.
En este punto, remito al capítulo 23 del tomo 1 de El Capital, donde Marx expone el argumento. Partimos de que si se produce un alza de salarios que no está acompañado por el abaratamiento de los medios de consumo de los trabajadores, habrá una “merma cuantitativa del trabajo impago que debe ejecutar el obrero”. Sin embargo, esa merma “nunca puede alcanzar el punto que pondría en peligro seriamente el carácter capitalista del proceso de producción y reproducción de sus propias condiciones…”. Es que si el alza de salarios “embota el aguijón de la ganancia”, decrece la acumulación [o sea, la inversión] y con esto “el precio del trabajo desciende de nuevo a un nivel compatible con las necesidades de valorización del capital”. Por este motivo, “el propio mecanismo del proceso capitalista de producción remueve los obstáculos que genera transitoriamente” (Marx).
Puede verse entonces que no se trata solo de la “ideología liberal”. Las cosas hay que decirlas de la manera más clara posible: en el sistema de producción capitalista lo que importa es la valorización del capital. “Nada personal, solo negocios”, como decía un famoso “empresario”. Es que la sociedad capitalista no es una sociedad de beneficencia, sino de explotación, y son los dueños del capital –esto es, de los medios de producción y de cambio- los que deciden cuándo y cómo invierten y reinvierten la plusvalía. Y en esta decisión, lo más importante es la perspectiva de ganancia. Los discursos que quieren tapar esta realidad hablando de “ideologías liberales”, solo cumplen un rol reaccionario; son cortinas de humo para ocultar la esencia del asunto. Por eso también los que aplauden estos discursos –La Cámpora, los intelectuales K agrupados en Carta Abierta- son funcionales a la reproducción de la ideología de la colaboración de clases. Lo cual explica por qué pueden identificarse políticamente con un Scioli, con un Randazzo y semejantes.
Por supuesto, en la visión de Marx existe, además del freno de la inversión, otra alternativa del capital frente al aumento de salarios: es el reemplazo de la mano de obra por la máquina. Es que en la medida en que se acrecienta el costo de la fuerza laboral, se hacen rentables las inversiones en máquinas y equipos que reemplazan al trabajo humano. Por esta vía se incrementa la desocupación, lo que pone presión sobre las reivindicaciones obreras.
Lo importante entonces es que los movimientos generales del salario “están regulados exclusivamente por la expansión y contracción del ejército industrial de reserva, los cuales se rigen, a su vez, por la alternación de períodos que se opera en el ciclo industrial” (Marx). Este es el fundamento último del planteo marxista de quelas reformas por mejorar la distribución del ingreso en el modo de producción capitalista tienen límites que son internos al sistema (sobre distribución del ingreso, véase aquí y siguientes). En la disputa por salarios nunca debería perderse de vista que en tanto subsistan las relaciones de producción capitalista, los sindicatos estarán obligados a reemprender una y otra vez la pelea. Por eso Rosa Luxemburgo comparaba –en Reforma o revolución– la lucha sindical con el trabajo de Sísifo, con un “tejer y destejer” permanentemente.
Agreguemos que en una economía atrasada tecnológicamente y dependiente como la de Argentina, la reacción empresarial frente a la presión de los salarios se expresa muy frecuentemente en los pedidos de devaluación de la moneda (una forma de bajar los salarios en términos del dólar); y en el freno de las exportaciones, o el aumento de las importaciones, en tanto el tipo de cambio “no es competitivo”. Lo cual explica por qué el gobierno K devaluó fuertemente en 2014 (véase aquí); o por qué, de conjunto, el capital hoy discute cómo puede subir el tipo de cambio sin que esa suba se traslade a salarios. Y también explica por qué el Gobierno K está del lado de los empresarios en las actuales discusiones salariales, poniendo un techo salarial que está por debajo de la inflación acumulada en el último año. O por qué el gobierno avanza en la reducción de salarios por medio del impuesto a las ganancias. O por qué el Estado no hace prácticamente nada para frenar el trabajo precarizado.
Concretamente, ¿qué queda del discurso de la presidenta K (y de los aplausos de sus funcionarios) cuando ponemos en la balanza la manera en que el propio Estado –con el Ministerio de Economía en primer lugar- precariza el trabajo de sus empleados y baja salarios en respuesta a la recesión? Respuesta: no queda nada. Por eso, es pura hipocresía despotricar contra “la ideología liberal” cuando se está haciendo lo que recomienda la Economics de todos los colores del capital: controlar salarios para asegurar las ganancias del capital.
Rolando Astarita
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