lunes, 27 de marzo de 2017

Rodolfo Walsh y Montoneros



El autor de Operación Masacre apuntó al final de su vida una serie de cuestionamientos al accionar de la conducción de Montoneros en diversos documentos. Un repaso por sus críticas.

Antes de caer en manos de los genocidas, Rodolfo Walsh comenzó una lucha política dentro de Montoneros señalando importantes disidencias sobre cómo enfrentar a la dictadura. Su militancia fue cimentada casi dos décadas antes, desde la investigación periodística, enfrentándose a los militares, a la burocracia sindical, y a otros elementos derechizantes del peronismo. Desde este punto de vista, se puede decir que su obra no tiene comparación y difícilmente haya sido superado en los años posteriores.
Rodolfo Walsh fue un luchador que creyó que se podía radicalizar al peronismo para combatir por la revolución socialista. En esto compartía las expectativas de John William Cooke quien había sentenciado que el peronismo era el fenómeno maldito del país burgués y bajo el impacto de la Revolución Cubana concluyó que el nacionalismo burgués había muerto. Cooke y Walsh coincidieron en que había que dotar al peronismo de una dirección revolucionaria en lugar de luchar por un partido de la clase obrera que exprese su independencia política de clase. Walsh ingresó primero en las FAP, que se consideraba seguidora de las lecciones de Cooke, y luego a Montoneros. Pero Montoneros no tenía la visión de Cooke sobre el agotamiento del nacionalismo burgués, sino que consideraba que el peronismo era un Movimiento de Liberación Nacional y ellos su brazo armado. Mientras las FAP recelaban de Perón, los Montoneros se consideraban, como el General los había denominado, sus “formaciones especiales”.
Las críticas de Walsh a la dirección montonera se centraba en la orientación de la organización después del golpe. No apuntaban a hacer un balance de su estrategia guerrillera, ni de su programa frentepopulista y de colaboración de clases.
Esto no le quita brillo ni coraje, sino que permite distinguirlo como parte de una generación política, su exponente más lúcido dice el historiador Ernesto Salas, que apostó –erróneamente– en poder usar al peronismo como herramienta para luchar por la liberación nacional y la "patria socialista".

Walsh y la discusión con Marío Firmenich

En octubre de 1975 los dirigentes montoneros dirán en un documento interno que el movimiento peronista se había agotado y deciden romper con éste para competir organizativamente a través del Partido Montonero. En los documentos críticos Walsh refutó esta formulación de la conducción nacional, señalando que Montoneros como la vanguardia generada por el movimiento peronista, “debe conducirlo hacia su transformación en la lucha por el poder y el socialismo”. Para el autor de ¿Quién mato a Rosendo?, “el punto crítico a partir del cual se decretó el agotamiento del peronismo fueron las movilizaciones contra el Rodrigazo. Allí parecía efectivamente que la clase obrera, al combatir contra un gobierno peronista, firmaba el acta de defunción del movimiento peronista”.
En los meses de junio y julio de 1975, la clase obrera protagonizó una huelga general política y su vanguardia forjó coordinadoras interfabriles que derrotaron el “Rodrigazo” y echaron a López Rega, jefe de las Tres A, del poder. La clase dominante local empezó a buscar una salida a la crisis a través del golpe militar, frente al fracaso del peronismo en contener a las grandes masas. El golpe de marzo del 76 derroca al débil gobierno de Isabel Perón, que en ese momento solo contaba con el apoyo de la burocracia sindical.
La dirección de la guerrilla peronista, que mediante la JTP tenía enorme peso dirigente en las coordinadoras interfabriles, no plantearía como objetivo de la huelga general el derrocamiento de Isabel Perón, sino que profundizaría su línea frente populista y su guerrillerismo, reemplazando mediante una competencia de aparatos, la ausencia de una política para organizar de forma independiente a los trabajadores. Como señalábamos en otro artículo al respecto de las posiciones contra las que discute Walsh: “la tesis del agotamiento del peronismo por parte de montoneros es ‘tardía’ e incompleta. Tardía, en el sentido de que su política anterior había colaborado para desviar la corriente de protesta revolucionaria de la clase obrera y la juventud después del Cordobazo. Incompleta, porque no se trató de una ruptura con el nudo estratégico de la política de Perón, sino que se intentó reemplazar la política de colaboración de clases de Perón y el peronismo oficial, por una interpretación más izquierdista de la misma estrategia. La función del Peronismo Autentico y del Partido Montonero fue buscar sellar la alianza entre la clase obrera y la burguesía nacional que es la doctrina oficial del movimiento”.
Walsh subestimaría la crisis catastrófica de la economía argentina que obligó al peronismo a lanzar un ajuste brutal sobre la población. El escritor militante sostenía que "si nosotros pensamos que la crisis del capitalismo es definitiva, no nos queda otra propuesta política que no sea el socialismo más o menos inmediato, acolchado en un período de transición, y esa propuesta contribuye a relegar el peronismo al museo". Walsh no tiene en cuenta que una lección histórica del movimiento obrero es que si la clase obrera no da una respuesta socialista y no avanza en su movilización revolucionaria, ninguna crisis del capitalismo es definitiva. Eso sucedió en 1975. Isabel Perón se aferró al poder sostenida por la burocracia sindical miguelista y la burguesía argentina se decidió por el golpe, sentenciando el agotamiento del peronismo como partido de la contención primero y del orden después.

Montoneros antes del golpe

Previo a las jornadas revolucionarias de junio y julio de 1975, Montoneros -como la fuerza de mayor influencia en el movimiento obrero y en distintos sectores de la población hasta ese momento- sostuvo diferentes posiciones políticas: considerar a Perón como un líder revolucionario (1970-1973); ser parte de la política de desvió hacia el terreno electoral del proceso de insurgencia obrera que abrió el Cordobazo en 1969; la teoría del “cerco” después de la “Masacre de Ezeiza” (junio-julio 1974) y de la caída de Hector Campora donde su entorno de derecha no permitía a Perón tener un contacto con las fuerzas revolucionarias representadas por la Tendencia. Durante el último gobierno de Perón, Montoneros oficialmente se negó a enfrentar el Pacto Social. Recién muerto el jefe del movimiento, en Julio del 74, desafiaron al Pacto Social y a Isabel Perón, pasando a la clandestinidad dos meses después. Montoneros formó parte en junio del 75 del “Grupo de los 8”, que pide un apoyo a la institucionalidad estatal a través de una declaración en medio de la convulsionada situación política del momento y fundó el Partido Autentico con las figuras caídas del peronismo para competir con Isabel. Todos estos giros fueron acompañados con un crecimiento de acciones guerrilleras que los alejó del movimiento de masa.
Luego de las jornadas revolucionarias que jaquearon al gobierno peronista, los Montoneros asaltaron el Regimiento de Infantería de Monte 29 de Formosa, en octubre del 75, alejándose de las luchas obreras que se seguían desarrollando aun con los primeros meses del golpe.
Su estrategia se basaba en construir un ejército guerrillero que acompañara la formación de un Frente de Liberación Nacional que reuniera a todos los sectores sociales dispuestos a luchar contra el capital extranjero, desde los pequeños propietarios rurales de las ligas agrarias hasta los empresarios nacionales que estén en contra los monopolios, hasta los radicales, socialistas, democristianos y comunistas que efectivamente luchen por la liberación, considerada por ellos como la “contradicción principal”. La suma de estas políticas erráticas, a contrapelo de las necesidades objetivas de la movilización de las masas, explican que los Montoneros hayan llegado a la dictadura de 1976 bastante golpeados en todos los frentes políticos. Walsh no fue crítico de estas políticas, por el contrario sostenía que: "Hasta el 24 de marzo del 76 planteábamos correctamente la lucha interna por la conducción del peronismo. Después del 24 de marzo del 76, cuando las condiciones eran inmejorables para esa lucha, desistimos de ella".

Walsh dispara contra la conducción montonera

Como uno de los encargados del aparato de inteligencia de la organización, Walsh centraba su análisis en la dura represión que estaba sufriendo Montoneros y que, como él mismo define, amenazaba con exterminarlos. En los diferentes documentos escritos en el lapso que va de noviembre de 1976 a enero de 1977, buscó preservar a la militancia de la represión y desaparición cuestionando el militarismo y triunfalismo del que se jactaba la conducción.
Sobre esto propondría “resistir junto con el pueblo a la dictadura. Necesitamos mucha propaganda. Tenemos que irnos organizando en la lucha sin delirios de grandeza y pensando en plazos largos”. Separándose de la visión triunfalista de la dirección, aportó elementos de balance diciendo: “Uno de los grandes éxitos del enemigo es estar en guerra con nosotros y no con el conjunto del pueblo. Y esto en buena medida por nuestro ideologismo y nuestra falta de propuestas políticas para la gente real”. Para enfrentar este cuadro de situación sugiere replegarse hacia “el peronismo, y que la única propuesta aglutinante que podemos formular a las masas es la resistencia popular, cuya vanguardia en la clase trabajadora debe ser nuevamente la resistencia peronista, que Montoneros tiene méritos históricos para encabezar”.
Este es el nudo central de la crítica de Rodolfo Walsh. El autor de Operación Masacre proponía replegarse sobre el movimiento peronista, repitiendo la experiencia de la resistencia: “Si las armas de la guerra que hemos perdido eran el FAL y la Energa, las armas de la resistencia que debemos librar son el mimeógrafo y el caño”, según sus palabras. Retomar la experiencia de la resistencia peronista era volver a concebir al peronismo como un movimiento donde convivieran el vandorismo y el ala izquierda, significaba reconstruir la alianza con los sectores peronistas opositores a la dictadura, como el miguelismo y ciertos caudillos provinciales. Ciertamente Walsh no lo dimensiono así, pero es la consecuencia lógica de su formulación. Un error de apreciación y de balance que desarmaba políticamente a los trabajadores para enfrentar a la dictadura. Walsh retrocede de la conclusión de Cooke sobre la muerte del nacionalismo burgués y plantea su reconstrucción como fuerza de resistencia. Volver al peronismo resultaría mantenerse atrapado dentro de una estrategia policlasista. Pero además llevaba a negar todo un balance histórico reciente que mostró al último gobierno de Perón, y luego el de su viuda y López Rega, donde el peronismo no fue el instrumento para luchar por la liberación nacional sino que lidió contra la lucha de clases y la radicalización política de los trabajadores y la juventud con las bandas fascistas de las Tres A. La identidad política peronista de los trabajadores, como argumentaba Walsh, no era un elemento insuperable, sino que fue el resultado de una dirección burguesa que buscó liquidar toda expresión clasista y socialista en el seno de la clase obrera.
Los temores de Walsh con respecto al guerrillerismo de la conducción Montonera frente a la dictadura, se vieron confirmados trágicamente luego de la contraofesiva de 1979 y 1980. Pero su lucidez con respecto a las consecuencias de las políticas planteadas por Firmenich en medio del genocidio, contrasta con la falta de un balance integral que explique las raíces estratégicas y teóricas del fracaso.
Los marxistas revolucionarios reivindicamos el legado intelectual del hombre que señaló los brutales crímenes del régimen libertador contra la clase obrera argentina. Hacemos nuestra la enseñanza que dejo Walsh para desmitificar los actos de la historia: "Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas". Retomar las lecciones del último gran ensayo revolucionario de nuestra clase, discutir las estrategias y políticas de sus luchadores, es una condición para que la lucha de clases no comience de cero.

Facundo Aguirre
Ricardo Farías

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