sábado, 25 de marzo de 2017

Cuando Rodolfo Walsh reapareció frente a sus verdugos



El segundo juicio de la megacausa ESMA duró dos años (2009-2011). Allí fue querellante la hija del escritor asesinado el 25 de marzo de 1977. Patricia, su abogada Myriam Bregman y un alegato inapelable.

En una entrevista con este diario, Patricia Walsh dice que su padre pensaba que los aniversarios pueden servir para hacer un balance. Si Rodolfo estaba en lo cierto, entonces ¿qué balance requiere y permite el aniversario número 40 de su propia muerte? ¿Y el de la publicación de su incomensurable Carta Abierta a la Junta Militar? Para quienes creen que la vida que vale la pena ser vivida es la de los que mueren por la libertad y no la de los que matan para dominar, de seguro el “balance Rodolfo Walsh” será fuente inagotable de ideas, sugerencias y planteos.
A Walsh lo acribillaron a balazos, en pleno mediodía, en una esquina muy transitada de Buenos Aires. Al otro día saquearon su casa de un pueblo bonaerense, llevándose sus invalorables últimos escritos. Y hasta su cadáver fue manipulado y ocultado con la crueldad de quienes odian al pueblo trabajador y a sus fieles narradores. Pero desde ese mismo momento su figura se engrandeció aún más, tanto como su obra.
Con esa fuerza, alimentada a base de verdades documentadas, un día Rodolfo Walsh reapareció ante sus verdugos, quienes con rostros derrotados esperaban sentencia.

El proceso (¿quién mató a Rodolfo?)

El 11 de diciembre de 2009, a más de 30 años de los hechos y 26 del final de la dictadura, Walsh fue nombrado finalmente en la sala de audiencias de los Tribunales de Commodoro Py. Pasó, sin dudas, mucho tiempo para que el caso del asesinato y desaparición del escritor y periodista fuera tratado en un juicio oral y sus asesinos y desaparecedores fueran juzgados y condenados.
Años de impunidad garantizada por la Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista, con vergonzosas leyes y nefastos decretos, habían puesto patas arriba el más mínimo deseo de justicia mientras los criminales hacían su vida sin mayores alteraciones que los escraches populares.
Tras las jornadas de diciembre de 2001 (que pusieron patas arriba al régimen radical-justicialista) la misma Patricia Walsh, en su carácter de diputada nacional, se encargó de obligar a los políticos reaccionarios a votar (tapándose la nariz, si querían) la anulación de las leyes de Obediencia Debida y Punto Final. Su proyecto fue votado por ambas cámaras y en 2005 la Corte Suprema declaró inconstitucionales las leyes de la impunidad.
Fue entonces cuando sobrevivientes, familiares de víctimas y jóvenes abogadas y abogados comenzaron a activar las causas que durante años no habían podido avanzar, en una carrera por recuperar el tiempo arrebatado (que ya había permitido a muchos genocidas morir impunes).
Por fin aquel diciembre de 2009 Patricia Walsh se sentaba frentre a frente a los verdugos de su padre y escuchaba las acusaciones en el marco de la causa 1.270. Allí estaban sentados Jorge “El Tigre” Acosta, Alfredo Astiz, Pablo García Velasco, Jorge Radice, Juan Carlos Rolón, Antonio Pernías, Juan Carlos Fotea, Julio César Coronel, Ernesto Frimon Weber y Ricardo Cavallo, como parte del pelotón de 18 imputados por los delitos cometidos contra 86 personas.
Dato ilustrador. No más de 18 imputados de un total de 250 genocidas identificados por el Poder Judicial. Y 86 casos, de un total de más de 800 víctimas de la ESMA identificadas por el Poder Judicial (en un centro clandestino de detención por el que pasaron alrededor de 5 mil personas).
El 22 de abril de 2010 comenzaron a declarar los testigos. Las tres primeras fueron Patricia Walsh, Laura Villaflor, hija de María Elsa Garreiro Martínez y Raimundo “El Negro” Villaflor, y María Celeste Hazan, hija de José Luis Hazan y Josefina “La Negrita” Villaflor. Las tres hijas de una generación militante, las tres querellantes.
Fueron dos largos años de audiencias, testimonios, pedidos de prueba y hasta momentos delirantes. Hubo espacio incluso para que el Tigre Acosta le entregara manuscritos al Tribunal con agravios hacia Rodolfo Walsh y referencias insultantes a Patricia y su abogada Myriam Bregman. Dos largos años que, sin embargo, sirvieron para demostrar hasta el final que esos señores de saco, corbata y mirada adusta eran verdaderas lacras antihumanas.
Dos años en los que Rodolfo Walsh transitó los pasillos y la sala de Tribunales una y otra vez, escupiéndoles en la cara a sus verdugos mil verdades a través de sus escritos, de los testimonios palmarios de quienes sobrevivieron y de la fuerza de los hechos.
El 26 de octubre de 2011 el Tribunal Oral Federal número 5 dictó sentencia. Dijo que Walsh había sido asesinado por el Grupo de Tareas 3.3.2. de la ESMA, tal como lo había demostrado la querella, e incluso dijo que lo que hasta entonces figuraba como “desaparición” pasaba a llamarse “homicidio”. Así se terminó condenando a la mayoría de esos asesinos a prisión perpetua e inhabilitación perpetua.
En 2014 vendría el fallo de la Sala II de la Cámara Nacional de Casación Penal, en el que en más de 500 páginas se revocarían las absoluciones de Juan Carlos Rolón y Antonio Pernías, entre otros, que habían sido beneficiados en el juicio.

El crimen y el robo (Operación Walsh)

El juicio en el que se trató el caso demostró que gran parte de la reconstrucción realizada durante décadas por Patricia, por Lilia Ferreyra (la última compañera de Walsh), por compañeros de militancia del escritor y por jóvenes investigadores era acertada. Complementariamente, en la misma sala de audiencias algunas cosas más aparecieron para cerrar algunos círculos.
En el pormenorizado alegato escrito por Myriam Bregman y su colega Luis Bonomi, en representación legal de Patricia Walsh, se relata sin fisuras cómo fueron los hechos. La lectura de ese alegato (que llevó a Patricia a ubicarlo en una categoría político-investigativa-literaria compartida con la Carta Abierta de su padre) permite comprender el odio visceral y la desfiguración facial de tipos como Aztiz y Acosta frente a la actual referente del Frente de Izquierda.
El alegato es contundente. Detalla con precisión que el viernes 25 de marzo de 1977, entre las 14:30 y las 16:00 horas, la patota de la ESMA realizó un importante operativo en las inmediaciones de las avenidas San Juan y Entre Ríos de la Ciudad de Buenos Aires, con el objetivo de secuestrar a Rodolfo Walsh, interrogarlo bajo tortura y someterlo a condiciones inhumanas de alojamiento en la ESMA.
Agrega que Walsh se resistió con una Walther PPK calibre 22 y la patota le disparó reiteradamente produciéndole numerosas heridas que terminaron matándolo, en un momento aún no preciso pero que oscila entre su secuestro y los primeros instantes de su llegada a la ESMA.
Y recuerda, por si hace falta, que hasta hoy se siguen ocultando los restos de Rodolfo Walsh, cuyo cadáver probablemene habría sido conducido al campo de deportes de la Armada (a metros de la ESMA) donde podría haber sido incinerado en los habituales “asaditos” pergeñados por los genocidas.
Según se reconstruyó, en la madrugada del 26 de marzo, mientras una parte de los criminales manipulaba el cuerpo de Walsh, otra patrulla del GT 3.3.2 entraba a la casa ubicada a cincuenta metros de la intersección de las calles Triunvirato e Ituzaingó de San Vicente. Allí rompieron y robaron todo (hasta un Fiat 600) llevando parte del botín al “Pañol” de la ESMA donde se acumulaban bienes de las víctimas.
Materiales y documentos de Walsh fueron vistos en el Casino de Oficiales por varios detenidos en el sector llamado “Pecera”, en el “Sótano” o “4” y en el “Dorado”. Luego, fueron vistos por otros sobrevivientes en una casa de las calles Jaramillo y Zapiola, propiedad de la familia del genocida Radice y una de las bases operativas del Grupo de Tareas.
Además de asesinos y desaparecedores, ladrones. Entre el allanamiento en su casa del Tigre, su asesinato y el posterior saqueo en San Vicente los genocidas se quedaron con todos sus objetos personales. Desde la calibre 22 y un reloj Omega hasta su cuento inédito “Juan se iba por el río”, pasando por copias de la Carta Abierta, proyectos literarios, sus memorias, su diario personal y su “Carta a Vicki” (rescatada de la ESMA por Lila Pastoriza, compañera de ANCLA de Walsh, quien encontró de casualidad el texto en “la Pecera” durante su cautiverio).
En el juicio, a través de su hija Patricia, Rodolfo Walsh le exigió a sus verdugos que devuelvan lo robado, sobre todo aquello que difícilmente les sirviera como material de lectura, de pensamiento y de cultivo.

La acusación (un claro día de justicia)

En el documental ESMA. Memorias de la resistencia (TVPTS-Boedo Films, 2011) una de las conclusiones a las que arriban parte de los sobrevivientes refiere al logro personal y político que significó transformar el terror y el dolor en acusación. Un logro palpable, ya que sin esas acusaciones certeras y decididas hubiera sido muy difícil llegar a muchos juicios y a muchas condenas. No fue precisamente el régimen UCR-PJ, reconstruido luego de 2001 el que abrió archivos, presentó pruebas, acusó y sentó en el banquillo a sus antiguos protegidos.
Al testimonio de las víctimas se sumó en el juicio un elemento indispensable. El examen minusioso y la articulación de las pruebas para convertir experiencias en argumentos debió contar con la asistencia de profesionales del derecho. Sobre todo profesionales que tengan en claro que el Derecho casi nunca es neutral ni aséptico, sino que está constituido por los mismos intereses de clase de quienes lo escriben.
Para Patricia Walsh, el trabajo de Myriam Bregman y Luis Bonomi tuvo muchos puntos de contacto con la labor que su padre supo desplegar en función de sus investigaciones y denuncias. Incluso calificó de “impresionante y extraordinario” el alegato escrito por ambos letrados, “porque estuvo a la altura de lo que nos hubiera pedido mi padre y sigue el ejemplo de su Carta Abierta”. Un alegato, definió, “político y a la vez rigurosamente acusatorio, construido con la fortaleza de los sobrevivientes”.
Pero podría decirse algo más en favor de esa definición de Patricia Walsh. La confección de un alegato jurídico no fue algo extraño para el escritor e investigador. Cuenta el periodista y abogado Vicente Zito Lema en este diario que fue junto a Rodolfo Walsh que prepararon en 1972 la defensa del periodista Andrés Alsina Bea, colega de Zito Lema en el diario La Opinión y compañero de Vicki Walsh, la hija de Rodolfo, quien había sido acusado de participar del secuestro del gerente de la Fiat Oberdán Sallustro.
Derecho, investigación, alegato. Sobre ese tramo final del juicio de la megacausa ESMA Rodolfo Walsh reaparecía una vez más, esta vez en la voz y la presencia de Bregman y Bonomi. Y con acusaciones certeras que llamarían la atención de propios y extraños por la audacia y la innovación.
A los pedidos de allanamientos urgentes de lugares mencionados por testigos se sumó la exigencia de que se preserbe la prueba en el campo de deportes donde, “asadito” mediante, los marinos habrían ocultado los restos de Rodolfo Walsh, del Negro Raimundo Villafor (protagonista de “¿Quién mató a Rosendo?”) y de tantos otros que no fueron arrrojados al mar.
Pero la querella también pidió, con argumentos novedosos, la imputación por el delito de genocidio y además un cambio de carátula en los casos de Walsh y Villaflor, sumándole a la “privación ilegal de la libertad” el “homicidio”. “Para el caso de Walsh pedimos la figura de homicidio doblemente agravado por alevosía, concurso premeditado de dos o más personas, entendiendo que las circunstancias de la muerte de la víctima fueron conocidas”, dijo Bregman.
Y no sólo eso. El alegato hace, entre otras cosas, el mismo recorrido analítico que hizo Walsh para su Carta Abierta, que deriva en conclusiones precisas acerca de que ni la dictadura fue obra de unos militares locos ni mucho menos que sus víctimas eran cazadas al azar. La idea del genocidio se construye en ese propio recorrido, no dejando hendijas para que la mentira y la cobardía histórica pudieran filtrarse.
En el alegato Bregman y Bonomi recordaron que “a un año del golpe, Rodolfo Walsh, en su Carta Abierta a la Junta Militar, ya daba cuenta de la magnitud genocida de la dictadura. Hoy Rodolfo Walsh los vuelve a acusar”.
Y fiel a la la obseción walsheana, el alegato también hizo lugar a una reflexión sobre el carácter mismo de los juicios que se desarrollan en Argentina. “Increíblemente después de la desaparición de Julio López y ataque a otros testigos esta forma de organizar los procesos no ha tenido ninguna modificación sustancial”, acusaron Bregman y Bonomi.
No faltó lugar, incluso, para el contrapunto con los mismos genocidas, frente a frente. Toda la defensa de los imputados giró en torno a justificar sus acciones en el marco de una “guerra civil” contra el terrorismo revolucionario (definición de Aztiz y Acosta, entre otros). Incluso ampararon todo su accionar en los decretos de aniquilamiento de la subversión firmados por Isabel Perón.
Ante tamaña autoexculpación, Bregman, Bonomi y Walsh acusaron a los criminales de pretender una mágica “absolución por el genocidio que cometieron”. Algo imposible, ya que “las fuerzas armadas y de seguridad implementaron el terrorismo de Estado y llevaron adelante el genocidio actuando como brazo armado de las grandes patronales, que conformaron la real dirección política de esta pseudo guerra. Estos empresarios, para implementar su política de hambre y miseria, venían pregonando con sus llamados a terminar con la ’guerrilla fabril’, la eliminación de toda una generación de dirigentes obreros y luchadores populares que había ganado masividad fundamentalmente del Cordobazo en adelante”.
El alegato hace, entre otras cosas, el mismo recorrido analítico que hizo Walsh, que deriva en conclusiones precisas acerca de que ni la dictadura fue obra de unos militares locos ni mucho menos que sus víctimas eran cazadas al azar. La idea del genocidio se construye en ese propio recorrido, no dejando hendijas para que la mentira y la cobardía histórica pudieran filtrarse.
En el alegato Bregman y Bonomi recordaron que “a un año del golpe, Rodolfo Walsh, en su Carta Abierta a la Junta Militar, ya daba cuenta de la magnitud genocida de la dictadura. Hoy Rodolfo Walsh los vuelve a acusar”.
El alegato también hizo lugar a una reflexión sobre el carácter mismo de los juicios que se desarrollan en Argentina. “Increíblemente después de la desaparición de Julio López y el ataque a otros testigos esta forma de organizar los procesos no ha tenido ninguna modificación sustancial”, aseveraron Bregman y Bonomi.
Por último, valga la referencia a los hechos que involucran al Papa Bergoglio. Si bien el epidosio es parte de otra nota de este diario, alcanza con decir que gracias al accionar de las querellas, entre ellas de Myriam Bregman en representación de Patricia Walsh, alguna vez el excardenal primado de la Argentina se sentó a responder preguntas en calidad de testigo. Es que Bergoglio podrá escudarse en Francisco, pero no podrá jamás esconder que fue un cómplice de la dictadura cívico-militar-eclesiástica.

Sobrevivientes (dar testimonio en -y de- tiempos difíciles)

“En este debate oral un testigo tras otro fueron brindando verdaderas pistas por dónde seguir avanzando, cada uno aportó una pieza de este rompecabezas”. Con esa afirmación los abogados de la querella ponían en su justa dimensión cada testimonio, cada recuerdo en la mente y en el cuerpo, cada lágrima, cada grito de indignación, cada juramento.
Como si obviar algún detalle o no reparar en un tono de voz fuera una falta de respeto a nuestros 30 mil, cada palabra de los sobrevivientes fue tomada como una pieza fundamental de ese rompecabezas que se llama denuncia al genocidio.
Así, Andrea Bello supo relatar cómo los genocidas registraban todo lo que hacían. Testimonios como el suyo pemiten saber que los archivos no se abren por parte del Estado pero existen, están allí donde sobreviven las lacras inhumanas, en ministerios, oficinas y dependencias militares, policiales, penitenciarias, de inteligencia y eclasiásticas. Y también, claro, en oficinas de cámaras empresarias.
Así, también, Martín Gras contó cómo, a fines de marzo del 77, mientras era subido a “Capucha” se cruzó en una escalera con la comitiva criminal que trasladaba a la enfermería de la ESMA al propio Rodolfo Walsh con el pecho agujereado a balazos.
En la ESMA Gras tuvo otro contacto con Walsh, o mejor dicho con su obra. Fue pocos días después de aquel viernes 25, cuando conducido al sótano del centro clandestino de detención, a una especie de minioficia de Antonio Pernías, encontró una colección de la revista “CGT de los argentinos”, varias carpetas grises con recortes periodísticos y hojas mecanografiadas. La Carta Abierta a la Junta Militar, la Carta a Vicki y la Carta a mis amigos. Y un cuento, “Juan se iba por el río”.
En medio de la audiencia, frente a ese puñado de secuestradores y ladrones, Gras se dio el lujo de hablar del cuento inédito de Walsh, ése que sólo él y Lilia Ferreyra alcanzaron a leer. “El cuento describe la vida de un soldado en nuestras luchas civiles”, dice Gras mirando a los presentes. “Ha combatido en períodos mitristas, es un hombre que se siente fatigado, cansado, hay una incertidumbre sobre el futuro”, agrega. “En un momento, por una cuestión cuasi mágica, hay un descenso del Río de la Plata y el río queda vacío”, recuerda. “Aparecen, en una descripción maravillosa, restos de barcos, seres fantásticos del fondo del mar. Y este hombre, que se llama Juan, por cierto, monta a caballo y decide tratar de alcanzar la otra orilla”, emociona.
Para el sobreviviente el autor estaba hablando de sí mismo, aunque “de alguna forma estaba hablando de mucha más gente que él, también”.
En una entrevista para este diario, Patricia Walsh recuerda a Vicki y a Rodolfo pero también actualiza el estado de su lucha por Memoria, Verdad y Justicia. Entre otras cosas sigue exigiendo la recuperación del “botín de guerra” apropiado por los genocidas, desde los escritos hasta la casa de San Vicente. Y también sigue exigiendo que se realicen todas las pericias necesarias para determinar si realmente los restos de Walsh, de Villaflor y de tantos otros, están enterrados bajo el césped en el que aún hoy aspirantes a marinos juegan al fútbol, al básquet y se distienden.
“Hay un fusilado que vive”, dijo Rodolfo Walsh que le dijeron mientras jugaba al ajedrez en La Plata, dando comienzo a su investigación que terminaría en Operación Masacre. A Walsh, por haber escrito eso y por otras tantas cosas más, lo fusilaron una tarde de marzo de 1977. Walsh, también, vive.

Daniel Satur
@saturnetroc

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