sábado, 6 de agosto de 2016

Ongaro



La historia sindical y política de Raimundo Ongaro quedó marcada por la CGT de los Argentinos, una experiencia que duró un año y medio (desde fines de marzo de 1968 hasta mediados de 1969) y alrededor de la cual se montó una mística de lucha antiburocrática y combativa bastante alejada de la realidad.
Ongaro fue el líder de aquella CGT, que nació con el inicio de la decadencia de la dictadura de Onganía y en el marco de una “reorganización” de la central obrera, impulsada por el propio gobierno militar, que pretendía colocar a la cabeza a los burócratas “participacionistas” que lo apoyaban.
La crisis de la dictadura y las crecientes luchas, que un año después darían lugar al Cordobazo, hicieron fracasar la operación. Así ese sector de burócratas, minoritario, decidió no participar del congreso. Se retiró el “vandorismo” -que había asistido a la asunción de Onganía en el marco del “desensillar hasta que aclare”, planteado por el mismo Perón. El grupo formó la CGT Azopardo junto a los “partipacionistas”, mientras que el resto de los sindicatos presentes colocaron a Ongaro al frente de la central, que pasó a denominarse CGT de los Argentinos o CGT Paseo Colón, por la sede de los gráficos.
Por la expectativa que creó entre vastos sectores del activismo, la CGT-A creció exponencialmente en los meses siguientes y se extendió hacia el interior, con peso en Córdoba, donde sumó, entre otros, a Agustín Tosco. Política Obrera (hoy Partido Obrero) militó en ella, resaltando su reconocimiento de las organizaciones intervenidas (a diferencia de la CGT Azopardo), al tiempo que denunciaba la posición morenista que llamaba a la unidad burocrática de las dos centrales.
Pero, por su programa y su accionar, en medio de una creciente convulsión social y de levantamientos obreros y populares, la CGT-A distó de ser un polo de organización independiente y de clase. Se colocó en la defensa de la “institucionalidad” (acuerdo de Illia y Perón) y de la patronal nacional. El pronunciamiento liminar no planteaba un pliego de reivindicaciones del movimiento obrero y un plan de lucha contra el ajuste de la dictadura y mucho menos a los trabajadores como alternativa de poder.
La CGT-A, con Ongaro a la cabeza, se mantuvo al margen e incluso saboteó a muchos de los principales conflictos que se desarrollaron en los meses siguientes a su fundación, y no tuvo participación alguna en las preliminares ni en el proceso de lucha que desembocó en el Cordobazo. La gran huelga de la mayor gráfica de la historia, Fabril Financiera, fue aislada por la Federación Gráfica y la central ongarista, lo mismo que la huelga petrolera de Ensenada.
Esa orientación y el cambio de posición de Perón (hacia el apoyo a la burocracia nucleada en la CGT Azopardo, para que reafirmara las 62 Organizaciones Peronistas) hizo que muchos sindicatos emigraran de la CGT-A, la cual fue diluyéndose hasta cerrar su ciclo con el fracaso de un paro no organizado a principios de julio del ’69. Su canto del cisne.
Ubicado en la izquierda peronista, el ongarismo siguió el derrotero de la política de Perón en su retorno. Desde ese lugar, fue perseguido por la Triple A y luego por la dictadura (uno de sus hijos fue asesinado) y decidió exiliarse.

Ongaro-Pitrola

A su regreso, se encontró con un gremio gráfico donde la Lista Naranja tenía un peso importante en grandes empresas y debió aceptar un acuerdo para recuperar el sindicato de los sectores derechistas que habían colaborado con la dictadura. Así, ganó abrumadoramente la lista encabezada por Ongaro y Pitrola frente a los colaboradores directos de la dictadura y al peronismo de “los 25” apoyado por el PC y el MAS, lo cual fue el pasaporte a la disolución de sus importantes agrupaciones en el gremio.
El acuerdo duró poco. La ubicación de Ongaro al lado del gobierno de Alfonsín, y el paso hacia un creciente acuerdo con las patronales, dinamitó a la coalición. La Naranja Gráfica practicó una política de minoría clasista que la hizo crecer hasta ganar asambleas generales del gremio y plenarios de delegados que agravaron el patoterismo y la alianza del ongarismo con las patronales. Lo que siguió fue una enorme purga del activismo que compartió el ascenso combativo de los ’80. Los despidos de activistas fueron respondidos con huelgas y ocupaciones, por caso Editorial Abril, Bianchi, Anthony Blank, Plat, Medoro, Tintas Letta y otras. No obstante, la Naranja, con Atlántida a la cabeza, se instaló como la gran agrupación clasista del gremio y una referencia en el movimiento antiburocrático, librando una lucha política y programática contra el seguidismo de izquierda al ubaldinismo.

Con el menemismo

El proceso más reciente, muestra lo peor de la orientación de Raimundo Ongaro y de su corriente. Se alineó con el gobierno de Carlos Menem e incluso apoyó el indulto a los militares genocidas (ver periódico de Madres de Plaza de Mayo). Con el kirchnerismo en el gobierno, la subordinación fue total: dejó pasar de manera incondicional todos los topes salariales oficiales y los ataques a las luchas y las condiciones de vida de los trabajadores.
Las entregadas ongaristas de las últimas tres décadas frente a los cierres de numerosos talleres, la complicidad con las sucesivas reformas laborales y su asociación con Activa AFJP, propiedad, nada menos, que del Grupo Clarín, fueron otros hitos en esta orientación.
Alejado hace muchos años del “sindicalismo de liberación” que mostró todas sus limitaciones en los ’70, Raimundo Ongaro se ubicó, en los últimos treinta años, en el campo abierto de las patronales y de los sucesivos gobiernos antiobreros. Perdió toda gravitación no por su misticismo -que acompañó toda su trayectoria-, sino por su lejanía de los trabajadores y de sus luchas.

Nestor Pitrola

No hay comentarios:

Publicar un comentario