domingo, 14 de agosto de 2016

Macri y el tarifazo: usos y abusos de la crisis ambiental

El discurso ambientalista del macrismo es de dudosa validez científica y lógica. “Anticonsumismo” para las masas, derroche para las grandes empresas verdaderamente responsables del daño ambiental.

Hace unas semanas mucho se dijo, tanto en redes sociales como en los medios, sobre la lamentable recomendación del presidente, a cuenta del tarifazo, sobre eso de andar en remera y patas. Pero hubo un tema que no se puso en discusión y que es importante traer a colación. Primero, porque le sirve para justificar cosas como el tarifazo a los servicios básicos. Segundo, porque evidentemente es algo que ya está operando en el sentido común de todos. Justamente, cuando los supuestos de una determinada ideología pasan a colonizar otros sistemas de pensamiento, entonces ahí es cuando dicha ideología pasa a ser hegemónica, cuando ya ni siquiera la cuestionamos. Por ello, este pequeño y escueto análisis. Vayamos por partes.
En su discurso del día 11 de julio el Sr. Presidente empezó hablando del ahorro, de la importancia de ahorrar para obtener una vivienda propia, pues el discurso tenía que ver con anunciar los créditos para el plan Procrear. De ahí saltó al tema de la responsabilidad, de la responsabilidad de tener la casa propia, de ser independientes, aludiendo a la reciente celebración del bicentenario de la declaración de la independencia. Esa apelación a la responsabilidad le sirvió para hacer el puente con un tema que quería y necesitaba tratar: el del tarifazo. Veamos la transcripción del comentario inmediatamente previo a la lamentable recomendación:
“Además algo fundamental, la energía daña el medio ambiente. Consumir energía contamina el medio ambiente, entonces por eso vienen estas inundaciones y después la sequía y todos los problemas que tenemos porque todo el mundo se dedicó a consumir mucha energía. Ya el mundo entero se dio cuenta y hace ya un par de años todos están preocupados de cómo consumir menos. Entonces, nosotros tenemos que hacer lo mismo. Hoy en la Argentina, todos necesitamos consumir menos. Entonces, cuando de golpe ustedes se encuentren en su casa, en invierno y se vean que están en remera o están en patas es que están consumiendo energía de más”.
Lo que muestra este argumento, que dicho sea de paso volvió a utilizar en su entrevista para Buzzfeed del pasado 10 de agosto, es la naturalización de un discurso ambientalista de dudosa validez científica e incluso lógica. Claramente el objetivo es cambiar nuestro comportamiento: tenemos que consumir menos energía (consumir menos y punto). De hecho, así lo dice el Sr. Presidente, tan solo segundos después: “esas pequeñas cosas que parecen como demasiado bobas para que las estemos comentando son las que cambian en serio los comportamientos”.
Muchos, incluyendo a quien escribe, tal vez simpatizan con la idea de bajar los niveles de consumo. Sin embargo, es importante preguntarnos qué implica este aparente ‘anticonsumo’ propuesto por Macri. Primero, no se trata claramente de un anticonsumismo real, un anticonsumismo a tono con las propuestas de decrecimiento o nocrecimiento de la economía, un anticonsumismo crítico que, siguiendo la propuesta del economista francés Serge Latouche, busque poner en tela de juicio la naturalidad de un sistema de producción insustentable. En rigor, según este economista se trata de un acrecimiento, una corriente de pensamiento que busca desmantelar la creencia de que el crecimiento es bueno, de que a más crecimiento habrá mayor bienestar. En efecto, proponen una crítica profunda a la ética utilitarista. Entre los logros políticos y movimientos sociales en sintonía con estas ideas podemos mencionar: la reducción de la jornada laboral, el movimiento slow food, el consumo de productos locales, el intercambio directo entre productores y consumidores. Nuestra propia idea latinoamericana de ‘buen vivir’ ha sido rescatada por el propio Latouche como principio ético superior: la idea es tener una buena vida, calidad de vida. El famoso trabajar para vivir, no al revés. Consumir para vivir, no al revés.
Mauricio Macri tergiversa esta idea. Refiere en cambio a un anticonsumismo como forma de ajuste necesario para luego poder seguir consumiendo, creciendo, para que volvamos, en palabras del propio presidente, “en algunos años, a tener energía propia, suficiente, para crecer, para que muchas más obras como estas se puedan hacer y muchas fábricas se puedan instalar en Argentina y así darle trabajo de calidad a todos los argentinos”. Se trata de un claro ejemplo de lo que el eminente geógrafo David Harvey británico ha dado en llamar ‘acumulación por desposesión’. En pocas palabras, los sectores dominantes pueden seguir acumulando no a pesar de la crisis, sino gracias a ella. Mediante una serie de medidas, como son el sistema de créditos, que transfieren los cotos de la supuesta crisis tanto a los sectores medios como a los más vulnerables. El tarifazo ilustra este proceso: se aplica un aumento de tarifas por igual a todos los sectores productivos, que las pequeñas empresas y cooperativas, que ya hoy dan trabajo de calidad, no pueden afrontar, llevándolas a cerrar o a endeudarse. Es decir, se las obliga bien a ceder los medios de producción o a transferir capital por medio de intereses. Esos trabajadores, miembros de cooperativas, o propietarios de pequeñas empresas, se volverán entonces meros empleados, ya no en posesión de los medios de producción; meros empleados de fábricas, de, podríamos suponer, propiedad de esas multinacionales e inversionistas que el presidente tanto quiere atraer. Así la crisis cumple su propósito: justificar las medidas de transferencia de la riqueza.
Por otro lado, el Sr. Macri usa el problema ambiental a su provecho, banalizando y sobre simplificando la cuestión de una manera verdaderamente espeluznante para un presidente. Si partimos de la base de que el cambio climático es un problema global, entonces el consumo de energía también lo es. ¿Quienes consumen más energía en el mundo? Quienes consumen más de todo en el mundo no somos nosotros, ni siquiera somos los trabajadores, clase media, y por supuesto no lo son aquellos que no llegan a superar las llamadas líneas de pobreza e indigencia. No, son las grandes industrias y, en todo caso, son las clases altas y medias de los países industrializados del hemisferio Norte las que más contaminan. Es el actual régimen de acumulación capitalista global. Reconocer que Argentina tiene la misma responsabilidad que “todo el mundo”, como el mismo presidente dice en su discurso, es tirar por la borda años de discusiones en el marco de la convención de cambio climático y demuestra un nivel verdaderamente alarmante de desconocimiento por parte del presidente de los debates sobre la deuda ecológica y sobre los acuerdos de responsabilidad diferencial que se han efectivamente alcanzado en todas las cumbres climáticas que se han celebrado desde Río 92.
Que Macri utilice el problema de las inundaciones para justificar su política energética es por demás ridículo. Puede ser que el Sr. Presidente busca vincular el problema de la energía y los eventos meteorológicos que menciona a través del llamado calentamiento global. Ahora, lo que el consumo de energía domiciliario contribuye a este fenómeno es ínfimo en relación a lo que contribuyen las grandes empresas: fábricas, metalúrgicas, minería, transporte ¡Y ni hablar de la deforestación! Es más, como dato de color, en Argentina las vacas contribuyen más a la emisión de CO2 que lo que contribuye la generación de electricidad pública. El sector agrícola-ganadero y el de cambio de uso del suelo contribuyen más del 50% a la emisión de gases de efecto invernadero del país. En Catamarca la minera La Alumbrera consume el 85% de energía de la provincia. Así que su intento de responsabilizarnos, de hacernos creer que son nuestras estufas o equipos de aire acondicionado los culpables del cambio climático y de la escasez de energía, cae sobre saco roto. No resiste ni siquiera este escueto análisis. Lo que omite decir el presidente es que el consumo energético mundial es sumamente desigual. No hay escasez de energía, lo que hay, como en casi todo, es una mala distribución de la misma. Para ello no hay más que ver los datos que el propio Banco Mundial tiene para ofrecer en su portal web: datos.bancomundial.org
Estos usos y abusos de la crisis ambiental sirven para justificar una política ambiental-económica, el llamado “desarrollo sostenible”, que no hace más que reproducir la desigualdad intrínseca del modo de producción capitalista, de la división internacional y nacional, del comercio y que además justifica el avance sobre bienes comunes. Bienes que son medios de vida: agua, tierra, bosques, ecosistemas, biodiversidad, aire limpio, lluvia, etc., que hasta ahora se han mantenido al margen del mercado. Este uso que hace el Sr. Presidente de la crisis ambiental no es nuevo, es, en palabras del referente mundial del ecomarxismo James O’Connor, un clásico “mecanismo de disciplina económica. La crisis es la ocasión que aprovecha el capital para restructurarse y racionalizarse a fin de restaurar su capacidad de explotar el trabajo y acumular”. En efecto, esto se percibe mejor aún en su entrevista para Buzzfeed:
“No es solo para vivir. Las fábricas no funcionan sin energía. Hablábamos al principio, si había más o menos inversión. Bueno, muchas inversiones que están queriendo venir están esperando a que le podamos dar energía. Entonces, sin energía no reducís la pobreza”.
El mensaje es claro para quien sabe leerlo. Nosotros, trabajadores, debemos aportar la energía para que los empresarios (a este punto no importa si son nacionales o extranjeros), puedan seguir acumulando. Nosotros, entonces, debemos correr con los gastos, para luego poder ser contratados por esas empresas a las cuales indirectamente sustentamos con nuestros impuestos y tarifas. También es claro el componente disciplinador: ‘quejarse por las tarifas genera una mala imagen del país que desincentiva a los inversionistas. Si quieren trabajo, si quieren que se reduzca la pobreza, paguen y no se quejen’. Así, se desvincula de la responsabilidad por la falta de inversión. La culpa es nuestra, por no portarnos bien. Disciplina por un lado, justificación de la transferencia de riqueza para los capitales concentrados, por el otro. Así de poderoso es el discurso ambientalista.
Pero no todo son malas noticias. Como bien propone O’Connor, la crisis ambiental, mal que les pese, tiene el potencial para generar condiciones para la transición a un socialismo verdadero. Por un lado devela la insustentabilidad intrínseca del modo de producción actual y, por el otro, ante el avance sobre bienes comunes, medios de producción y derechos sociales ya adquiridos, viene generando un aumento de la resistencia social en los más diversos frentes. Los desafíos son muchos. Tal vez el más importante sea encontrar puntos de encuentro entre la diversidad de movimientos de resistencia. Empecemos por no comernos el verso… No nos dejemos disciplinar.

Maga Lion

La autora es antropóloga de la UBA e investigadora del Instituto de Investigaciones en Diversidad Cultural y Procesos de Cambio del CONICET-UNRN.

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