Nadie va a confundir los pabellones de Ezeiza y Marcos Paz con hoteles de lujo, pero hay patios abiertos todo el tiempo, cocinas, y un nivel de privacidad y de limpieza que los presos comunes envidian. La atención médica y los “geriátricos” en las penitenciarías.
Las 25 camas destinadas a los detenidos de lesa humanidad en el Hospital Penitenciario Central de Ezeiza cuentan con atención médica de todas las especialidades, enfermería 24 horas, rehabilitación y kinesiología con todo tipo de aparatos, de bicicleta a remo fijo y escalador. La política de puertas abiertas le garantiza a los detenidos el desplazamiento por las áreas centrales, con salitas de usos múltiples y área de servicios con espacios iluminados y muy bien calefaccionados. Quienes están en el Pabellón de detenidos por lesa humanidad de la Unidad 31 de Ezeiza tienen “médico de cabecera”, como ellos mismos lo nombran. Hay un pequeño patio con una huerta con para aderezar sus comidas, heladeras, anafes y dos freezer, obsequiados por Círculos de retirados. En Marcos Paz, además de catorce heladeras, anafes y una pequeña cancha de tenis con piso de cemento para paleteos como la de un viejo hotel, reposeras provistas por las familias, tienen un cuarto con diez computadoras con acceso internet, a la que el llaman el Ciber P.P., por “presos políticos”. Es el modo en el que los represores se nombran a sí mismo y también como el gobierno interno del Servicio Penitenciario Federal menciona a quienes cometieron crímenes durante el terrorismo de Estado.
“Cuando los vi me quedé muy tranquilo”, dice una operadora judicial de Tierra del Fuego con acceso a esos espacios. “En Ezeiza, vi al Tigre Jorge Acosta perfectamente caminando por los espacios centrales donde había una calefacción espectacular. Los detenidos caminan por todo el módulo. Por supuesto, estarían mejor en sus casas o en los countries, pero los pabellones no tienen ni punto de comparación con los presos comunes. Uno desearía que todos los presos estuvieran así. Eso no es accesible a cualquiera. De hecho, en Ezeiza, el piso de arriba del hospital es totalmente diferente al de abajo: arriba está iluminado, calentito, con todas las puertas abiertas; abajo todo es oscuro, cerrado, un hospital carcelario”.
Inmediatamente después del cambio de gobierno, los represores detenidos por crímenes cometidos durante la dictadura comenzaron una verdadera campaña de presión pública para pedir excarcelaciones, detenciones domiciliarias y hasta la anulación de los juicios. De puño y letra, a través de sus defensores particulares, sus familiares o camaradas de armas y de espíritu nucleados en organizaciones como la Asociación de abogados por la justicia y la Concordia, publican cartas de lectores o artículos a modo de lobby en páginas del diario La Nación. También presentaron pedidos masivos a la justicia federal y golpearon las puertas disponibles del gobierno, como despachos del ministerio de Defensa, Derechos Humanos y Justicia. Allí piden lo que piden desde siempre, pero a diferencia de lo que sucedía hasta diciembre existe una escalada en la que describen de modo cada vez más insistente las condiciones de detención en clave de lugares inhumanos, en busca de respuestas de tipo humanitarias. En la provincia de Mendoza, por ejemplo, los defensores de Otilio Romano, utilizaron como argumento para obtener su prisión domiciliaria un emblemático fallo de la Corte Suprema de esa provincia, que luego de un diagnóstico muy duro acerca de las condiciones de detención de los presos comunes, obliga a los jueces a visitar periódicamente las cárceles.
Página/12 reconstruye en este artículo las condiciones de hábitat de los detenidos de lesa humanidad en tres de los principales lugares de detención donde –según todas las fuentes– se encuentran en verdaderas condiciones de privilegio, al compararlos con el resto de la población carcelaria. Los lugares no son palacios. Las estructuras edilicias están deterioradas y no pueden ser comparadas con el Sheraton Hotel, pero las ventajas que poseen no están marcadas sólo por la calidad de servicios, acceso a recursos, condiciones refinadas de requisas, sino por la libre disposición de recursos como espacio y tiempo, claves en el espacio penitenciario.
Los represores tienen tránsito libre que les permite acceder incluso a un patio en cualquier momento del día, cuando los presos comunes tienen apenas una hora para estar fuera del pabellón, tiempo además sometido a lógicas de premios y castigos. Otra cosa que cambia para ellos es la relación con los agentes penitenciarios, a partir del desarrollo de lo que los especialistas llaman “formas de autogobierno”. Los penitenciarios federales de Ezeiza llaman a quienes habitan la U31 “los viejos” o “los abuelos”, y los consideran presos políticos como lo hacen ellos mismos. Por esa lógica, son los detenidos quienes regulan sus horarios, rutinas y movimientos en el espacio, en pabellones que replican las lógicas de la división de roles de los grupos de tareas, con sus costumbres jerárquicas. Son ellos quienes otorgan un lugar a quien llegan. También ellos, como se observa durante los juicios, asignan lugares a los hombres de menor jerarquía, como policías y suboficiales, que suelen ser relegados a peores espacios.
Los camarotes
El Complejo Penitenciario de Ezeiza tiene un espacio de alojamiento para presos de lesa humanidad en el segundo piso del hospital que, destinado originalmente a detenidos con necesidades de asistencia médica permanente, en la práctica es un geriátrico con hombres que bloquean camas para otras internaciones.
Las celdas del hospital están ubicadas en el perímetro de una sala con forma de “U”, celdas que por su aspecto parecen habitaciones. Los detenidos les dicen “camarotes”, como en los barcos o, más pertinente, como los espacios de reclusión de prisioneros en la ESMA que ellos destinaron a quienes exhibieron como trofeos de guerra. El lugar permanece iluminado y calefaccionado. Las habitaciones cuentan con una cama, lugares de guardado y estantería básica, y un pequeño módulo de metro y medio de alto que separa el baño. En varias celdas, fueron vistas mesas de plástico colocadas a modo de escritorio. Y de modo opuesto a lo que sucede en el piso de abajo, destinado a presos comunes hospitalizados, estas habitaciones están sujetas a las políticas de puertas abiertas porque los detenidos pueden desplazarse en los espacios comunes.
En el centro de la U, hay una nave central que aloja a la guardia, enfermería de 24 horas. Hay heladeras, módulos, cocina nueva. Tienen una sala con monitores para seguir los juicios orales y un teléfono público con horarios abiertos para las comunicaciones con familiares.
Es un hospital de atención básica pero cuenta con todo tipo de especialidades. De acuerdo al informe de una de las partes, tiene consultorios de cardiología, clínica médica, dermatología, diabetología y nutrición, gastroenterología, ginecología, infectología, nefrología, neumología, neurología, oftalmología, otorrinolaringología, urología, odontología y mecánica dental, podología, show room, farmacia, kinesiología y rehabilitación con barras paralelas, bicicleta, espaldar sueco, pedalera fija, remo fijo, escalador y entre otros elementos, barra recta. Hay laboratorio, diagnóstico por imágenes y rehabilitación cardiológica.
Entre los alojados está Jorge el Tigre Acosta, responsable de los grupos de tareas de la ESMA, emblemática máquina de exterminio de la dictadura. Su socio, Antonio Pernías. Y, entre muchos otros, Luis Abelardo Patti. En su cuarto, Acosta guarda un archivo con su causa judicial a la que suele acudir cada vez que discute datos o novedades del expediente ESMA. Y hacia dentro se muestra ocupando una suerte de posición de jerarquía. Quiere ser atendido al final ante las inspecciones. Sigue muy de cerca las discusiones de la causa. Busca archivos cuando los necesita. Habla. Mucho. Y no abandona la lógica del combate: “No me voy a ir -se lo escuchó decir- hasta que no se vaya el último”. Pernías tiene una computadora en la que escribe, consulta la causa y lee historias. Patti, que hasta el año pasado era el único con silla de ruedas, tiene una hilera de libros.
En Ezeiza
A unos dos kilómetros de allí, está el Pabellón de lesa humanidad de la Unidad 31 de Ezeiza. La Unidad 31 es una unidad de mujeres. El Sector A está ocupado por detenidos de lesa humanidad. Por las características del resto de la población, con mujeres y niños, es considerada una unidad de “cuidados” con acceso a médicos y la cercanía al hospital. Allí están alojados los represores más añosos. Muchos dicen que no quieren irse pese a la alta cantidad de población, usualmente al tope de 100 personas, y un aire a geriátrico de baja categoría, por la presencia de los médicos y las dinámicas de camaradería que quedan habilitadas por el lugar.
El lugar físico se abre con un pasillo central que divide al pabellón en dos partes. De un lado, están las celdas de detenidos del Ejército y del otro, de la Armada. Las celdas son individuales, con cama, puerta y espacio de intimidad. Al fondo del pasillo principal hay un salón grande “pabellonado”, sin celdas sino con camas. La mayor parte de los que están ahí son policías y personal de menor rango. A mano derecha hay un SUM o sala de visita. Allí están las 14 heladeras, anafes y por lo menos dos freezers bastante grandes. Uno, donado por el Círculo de Policías retirados de Santa Fe y el otro por una organización de Policías Retirados de la Provincia de Buenos Aires.
La política de celdas abiertas les otorga libre circulación durante todos los horarios, como no sucede en otras cárceles. El pasillo central está dividido por rejas. Las rejas que en otras unidades se cierran por lo menos de noche, allí permanecen abiertas. Sobre el pasillo central hay sillas de rueda y asientos como los de colectivo y mucho humo producto de los fumadores. En las mesas del fondo suelen reunirse, a veces a hacer una raviolada, y allí también se reúnen con los familiares que acuden en días de visita, distintos según la fuerza. En esos momentos replican la lógica extramuros, se juntan las familias de los jefes. Y comen todos juntos.
El acceso a la huerta también sale de ese espacio y es un lugar “particularmente muy cuidado”. De acuerdo a la época, tuvieron berenjenas, tomates, morrones, ají picante, plantas aromáticas, rúcula y espinaca. Al fondo de la huerta, en el espacio de un pequeño jardín, hay una parrilla que en ocasiones usan estos internos. La posibilidad de estar en contacto con ese espacio y moverse también se replica en el acceso a la salud. No sólo porque esa unidad tiene un servicio médico presente o por la cercanía al hospital. Como muchos tienen prepagas y obras sociales, mientras tuvieron prohibido el acceso a los hospitales militares, eran trasladados cuando lo requerían a sus propios centros de salud. “Esto hace una diferencia con los presos comunes porque puede salir siempre previa autorización del juez de la causa, esto es igual en todos los casos, pero no tienen prepaga sino que son atendidos en el hospital público más cercano”.
Marcos Paz
En Marcos Paz está Emir Sisul Hess, acusado por el tramo vuelos de la muerte en la megacausa ESMA. También Ricardo Cavallo y Alfredo Astiz, que no comparten mesa porque no se hablan. Astiz aparece en los relatos como uno de los armadores políticos del pabellón.
Los presos de lesa humanidad están en el módulo 4, pabellones 8 y 6, con detenidos de las fuerzas de seguridad. En medio de los pabellones hay un pasillo con mesas amuradas al piso. Hay un espacio con catorce heladeras y anafes, y un acceso al patio por una puerta de vidrio de doble hoja ubicada sobre un lateral. Los otros módulos de la prisión también tienen patios, pero los otros detenidos no acceden cuando quieren como los de lesa humanidad, porque también están sujetos a horarios restringidos. A ese espacio algunos le dicen “cancha de tenis” y otros lo ven, más bien, como “canchita de paddle”. Ahí pueden caminar, jugar, correr, hacer gimnasia o solearse. “Es un espacio multiuso en el que hace frío en invierno, pero les permite mover los pies. Y en primavera salen a hacer caminatas, y hasta los he visto paletear”.
En el pasillo de acceso a uno de los pabellones está el espacio al que llaman “El Ciber PP” con las diez computadoras. Según explica una de las fuentes judiciales de La Plata, eso está ahí para garantizar el derecho a la información sobre sus situaciones procesales. Explica que antes de la megacausa ESMA fue un problema establecer un mecanismo alternativo para el comienzo del juicio, y de esta manera los represores detenidos pueden garantizarse la lectura de las imputaciones.
Las visitas y el movimiento de los detenidos en Marcos Paz repite las lógicas de los otros espacios dedicados. Los detenidos de lesa humanidad pueden desplazarse en los espacios comunes dentro del módulo. El módulo tiene un espacio circular llamado octógono desde el que salen los pasillos a los distintos pabellones. Todos los pasillos terminan en una reja hacia el centro del octógono. Reja que permanece cerrada en todos los casos, a excepción de los detenidos de lesa humanidad. Esto les permite circular entre los dos pabellones con libertad y según algunas fuentes acceder a oficinas de otros lugares del predio cuando lo requieren a diferencia de los otros reclusos. Con las visitas sucede lo mismo. Los represores reciben a sus visitas en días diferentes al resto de los detenidos, de esta manera los familiares evitan ser sometidos a requisas con características de vejaciones.
Alejandra Dandan
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