Era la mañana del 25 de mayo de 2016. El cielo estaba gris y la ciudad calma. Las memorias tibias. En Bahía Blanca, a pocos metros del V Cuerpo del Ejército argentino -uno de los principales centros operativos del Terrorismo de Estado-, la Banda del Batallón de Comunicaciones 181 musicalizaba la escena de una película vieja pero recurrente: el jefe comunal Héctor Gay, electo democráticamente, reflotó el discurso del “enemigo interno”.
“Ayer y hoy, enemigos importantes de adentro y de afuera integran grupos perfectamente organizados que no tienen patria ni bandera y quieren subvertir valores y adueñarse de nuestra juventud”, aseguró el funcionario.
Por sorpresa, coincidencia o desidia, la dirigencia opositora presente escuchó el discurso atentamente. “Civilizados”, no repudiaron la aberrante diatriba.
En estridente coincidencia con muchos discursos de Videla, el sombrío funcionario se auto erigió en abanderado de la “lucha contra la subversión” aclarando que “nos son tiempos para tibios” y que “es tiempo de quienes quieren restaurar valores, argentinos de bien. Unidos frente a esos ataques”.
Héctor Gay actuó durante unos 30 años como principal comunicador de LU2, medio identificado con el discurso del diario de ultra derecha La Nueva Provincia, en el que también se desempeñó como columnista y vocero del sector agrario de la región. Además, condujo el programa de televisión “Por Bahía”, financiado centralmente por las empresas que conforman el Polo Petroquímico de Bahía Blanca, principal factor de poder económico. Causalmente, el “desarrollo” del puerto fue forjado durante la última dictadura cívico militar y modernizado durante el menemismo. Gay fue y es un férreo defensor del proyecto.
En este sentido, el discurso del ex deNarvaista y actual macrista Héctor Gay es de una prístina continuidad: es el legitimador del plan económico que impulsó el genocidio como herramienta de control social a mediano plazo.
A pocas horas de la pronunciación del discurso, los correos electrónicos de los medios de comunicación rebalsaron de comunicados que expresaron el común repudio de todas las organizaciones políticas democráticas.
Gay se vio forzado a dar explicaciones y dijo a la prensa que se refería “al narcotráfico” cuando hizo las declaraciones.
Sin embargo, durante la mañana del sábado, representantes de organizaciones sociales, políticas, gremiales y culturales se reunieron con la preocupación “por el carácter de incitación, e instigación a la violencia del mismo”.
Las organizaciones sostienen que el alcalde hizo estas “afirmaciones en un contexto nacional y local en el que los ajustes en educación, salud, justicia, los numerosos despidos que han dejado y dejan a familias en situaciones de vulnerabilidad producto que no pueden pagar sus alquileres, preocupadas sobre su situación laboral y por el sostén de las mismas, sufriendo tarifazos en luz, gas, agua, transporte y que tiene como contraparte descomunales subsididos y prebendas a las corporaciones y empresarios.”.
Muchas de las expresiones que cuestionaron las declaraciones manifestaron el peligro de hablar de “grupos perfectamente organizados” en el marco de un escenario de ajuste.
En otras palabras, señalaron el peligro del discurso en el que se construye un enemigo interno al que hay que combatir sin debilidades ya que no quiere que el país prospere. Se desprende que las organizaciones que no acuerden con el rumbo de gobierno serán integrante de ese sujeto social “sin patria ni bandera”.
“Este discurso persigue la justificación de la represión que ya está implementando a lo largo del país y a nivel local, uniendo estas justas exigencias a la visión de que quien confronta en la lucha por sus derechos subvierte valores. Este discurso fue articulado y sostenido previamente y durante la dictadura, con los miles de compañeros asesinados y desaparecidos que simplemente aspiraban a una vida digna. Esto se concretó utilizando la misma terminología, estigmatización y la misma asociación: pueblo insatisfecho - enemigo- subversivo”.
Como en otros momentos de la Historia, es difícil aplicar ajuste sin garantizarlo con represión. Para que ésta sea posible es necesaria una operación cultural e ideológica que legitime esa violencia. La doctrina del enemigo interno funcionó hace unas pocas décadas. Saber si hoy será eficaz o no implica conocer el grado de crecimiento de la conciencia social del conjunto del país.
La no condena masiva a estas expresiones significa su legitimación y con ello el retroceso a prácticas políticas de horror.
Astor Vitali
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