lunes, 20 de junio de 2016
Asesinato de Güemes (1821/2016)
“Murió el abominable Güemes al huir de la sorpresa que le hicieron los enemigos. ¡Ya tenemos un cacique menos!” (1).
El título alborozado de La Gaceta de Buenos Aires, exime de todo comentario. La burguesía comercial porteña y británica –ésta última dos tercios del total- y los hacendados festejaron la muerte del caudillo. Murió el 17 de junio de 1821, cuando Buenos Aires recorría la llamada Feliz Experiencia, asentada en un gobierno de orden y de coalición entre aquellas dos clases y bajo la tutela de la diplomacia británica. Un gobierno dirigido por Martín Rodríguez y Bernardino Rivadavia –primer ministro– que se asentó en una bonanza económica provocada por el aumento de precios y exportaciones de cuero y tasajo, el crecimiento de los saladeros aprovechando la crisis en la Banda Oriental –ocupada por los portugueses desde que entraron en 1816 para aplastar la rebelión republicana y agrarista de Artigas -y la burbuja financiera que se gestó en el Imperio británico luego de la finalización de las guerras napoleónicas. Es el gobierno que tiene sobre sus espaldas el encadenamiento del país a la deuda externa usuraria a través del empréstito Baring, por un monto nominal de un millón de libras del que sólo se liquidó poco más de la mitad y sirvió para financiar, en gran medida, las importaciones británicas.
El gobierno de la Feliz Experiencia tiene como cimiento el repliegue de las masas de ese tiempo, por la derrota de Artigas, la división del federalismo de los Pueblos Libres y el aplastamiento de la rebelión de Pagola en Buenos Aires a fines de 1820 –una de las masacres más silenciadas de la historia.
La conspiración
En abril de 1821, Santiago del Estero –parte de la República del Tucumán, constituida por el Directorio para fracturar el poderío territorial de Güemes- anunció su separación de la flamante provincia y reclamó el auxilio de Güemes, quien desvió tropas hacia esta contienda. Fue derrotado por las tropas tucumanas y jujeñas comandadas por Aráoz. El general español Pedro Olañeta, advertido de la crisis, resolvió tomar la ciudad y aprehender a Güemes. Una de sus avanzadas, con la complicidad de la oligarquía salteña, penetro en Salta, bloqueó sus salidas y pudo herir mortalmente al general guerrillero. Cabezas prominentes de la conspiración fueron Bernabé Aráoz, gobernador de Tucumán en ese tiempo, Saturnino Saravia, “elegido” gobernador de Salta luego de la muerte del caudillo y José Fernández Cornejo, nombrado comandante de milicias. Pero si se hiciera un prontuario de los comprometidos con el asesinato de Güemes en Salta, más de la mitad del patriciado de ayer y hoy quedaría comprometido. Aunque – broma macabra – “con elevado espíritu patriótico confesaron después su error y arrepentimiento, proclamando las glorias del prócer” (2).
El 20 de agosto de 1821, a poco más de dos meses del asesinato de Güemes el nuevo gobernador de Salta firmó un armisticio con el general Olañeta, que permitió al alto mando español ejecutar el movimiento de tropas que necesitaba imperiosamente para desplazarlas hacia los frentes militares abiertos en Perú por la expedición de San Martín, una puñalada artera para los planes de éste. El armisticio significó además el restablecimiento del comercio hacia el Alto Perú, la gran preocupación de la oligarquía salteña. No muchos historiadores registran que la guerra de Independencia cesó en Salta en 1821 y Ayacucho, la batalla final, tuvo lugar en 1825.
Las milicias gauchas
Corría el año 1814. Güemes escribe a Martín Rodríguez (el que luego sería gobernador durante la Feliz Experiencia, en ese momento Jefe del Ejército del Norte): “espero que V. S devuelva en el acto mismo los presos que ha hecho de mis gauchos…de lo contrario tomará la cosa mayor fermento y yo no seré capaz de desentenderme de la justa defensa de estos héroes que han sabido labrarse un mérito sin igual”. Martín Rodríguez le responde: “¿Quién es Usted, señor comandante de gauchos, para apercibirme (habiendo) vulnerado los respetos de un regimiento de línea?”(3). Los gauchos – una denominación que comenzó a usar y prestigió el propio Güemes – fueron devueltos.
Güemes tuvo el indisimulable mérito de impulsar las milicias gauchas, luego de las derrotas del Ejército del Norte en Vilcapugio y Ayohuma. Se apoyó en los peones y arrendatarios de las vastas haciendas de Salta como parte de una organización general de guerra de guerrillas que se libró en el Alto y Bajo Perú, además de Jujuy. ¿Cuáles son los métodos que adoptó para desenvolver esta guerra y en qué circunstancias? Puso en práctica lo que se llamó el fuero gaucho para todos aquellos que integraban sus tropas – desde arrendatarios hasta labradores y artesanos. A la retribución en moneda se le sumaba la exención del pago de arrendamientos, contribuciones y deudas, así como la imposibilidad de ser juzgado por tribunales civiles, lo que hacía que sus soldados quedaran bajo la órbita de la justicia militar. Esto significó un duro enfrentamiento con la oligarquía del norte y del Alto Perú por lo que significaba en cuanto a la disponibilidad de la mano de obra y por otro, en cuando a la regimentación social y política del gauchaje.
Otro flanco de disputa con las clases dominantes fue el nivel de exacciones y contribuciones forzosas a comerciantes y hacendados en todo el noroeste. En este punto el caudillo salteño tuvo que hacer frente al aislamiento y ahogo económico al que lo sometió el Directorio, un bloqueo al que Güemes fue incapaz de oponerse con medidas radicales por sus propios límites políticos. No se planteó en ningún momento la confiscación de las haciendas en manos de españoles y colaboracionistas por el nivel de enfrentamiento con la oligarquía que esto suponía y que no estaba dispuesto a encarar. Estuvo, en este punto, por detrás de Artigas – que se oponía a una política de exacciones y apeló a la incautación de las tierras de los enemigos de la independencia y a la contribución voluntaria –e incluso de otros caudillos del Alto Perú. En su momento, ya en 1818 el jefe guerrillero Méndez le plantea al general español De la Serna que levantaría el sitio en Tarija al ejército realista si fuese abolido “el impuesto de tributo que pagaban los campesinos de la provincia…y que tampoco se podrían volver a imponer contribuciones en la mencionada provincia, bajo ningún pretexto”.
Güemes militó incansablemente por avanzar hacia el Alto Perú contra la política del Directorio de “anclar” la guerra en Tucumán y Salta. Esta política de aislamiento fue decisiva en la derrota de la guerra popular en el Alto Perú y en la separación de Bolivia de las Provincias Unidas. Una guerra popular que se prolongó por quince años y que constituyó una gesta al punto que un listado incompleto asegura la existencia de 125 caudillos de los cuales cayeron en batalla no menos de 100.
Ni guardián de la frontera ni héroe de la oligarquía
Luego de la muerte de Güemes una serie de levantamientos milicianos impidieron la anulación del Fuero Gaucho y resistieron el intento de la oligarquía de expulsar a los gauchos de sus tierras o hacerles pagar el canon anual del arrendamiento y obligarlos a prestar servicio (peonaje). En mayo de 1822 un nuevo levantamiento miliciano conmovió a Salta y uno de los lugartenientes de Güemes en el poder pudo controlar la situación en base a un acuerdo cuyos términos no se conocieron nunca pero pueden presumirse. Ninguno de los cabecillas fue reprimido, el conflicto de los arriendos quedó para ser resuelto más adelante y se organizó un gran homenaje a Güemes, con el pretexto de alojar sus restos en la Iglesia Mayor en la ciudad de Salta. Fue el inicio de la canonización del líder guerrillero, iniciada por el propio Bartolomé Mitre, aquel que saludó la pérdida del Alto Perú en la medida que evitaba comprometerse con la “guerra social”. Fue el propio Mitre el que saludó el armisticio de la traición en Salta luego del asesinato de Güemes y los autores de la historiografía oficial promovieron su figura como guardián de la frontera norte del actual territorio de la Argentina. Un título que el jefe guerrillero jamás habría aceptado desde el momento que se empeñó en preservar el Alto Perú como parte de las Provincias Unidas.
Lo que no se enseña
No es cierto que la guerra de guerrillas nace como una creación del ejército regular orientado por el Directorio. Nace lisa y llanamente de la rebelión popular. Son los oficiales que marchan hacia el norte con las tropas que han quedado luego de las derrotas de los ejércitos patriotas, carentes de toda orientación centralizada. Son las milicias rurales que surgen ante la ocupación realista en 1814, ocupación que parte en dos a la “sociedad decente” de Salta.
Existe una mutilación histórica que va cercenando de la historia argentina todos los escenarios de la guerra social – el Litoral, Alto Perú, Paraguay –al punto de crear un relato en torno a un cuerpo social al que se le han extirpado varios de sus miembros hasta hacerlo irreconocible.
El desenlace tanto en Salta, como en la Banda Oriental, como en Paraguay, tenía una importancia estratégica en los destinos de las Provincias Unidas porque ponía en debate la cuestión decisiva de la tierra y el tributo. En referencia a este proceso decir que “la montonera…era la población del litoral y del interior, privada del derecho de voltear vacas y reacia al conchabo en la estancia” (4) y que se refugió en el campamento “donde no faltó comida, ni se exigió trabajo y la ocupación de las primitivas montoneras, más que guerrear, consistió en cazar vacas” (5), es un desatino histórico.
Va de suyo que, a la luz de esta historia, los homenajes oficiales a Güemes de los Macri, de los Urtubey y de los “nacionales y populares” –con dictamen común a la hora de disponer el feriado- son una impostura.
Christian Rath
1 De La Gaceta…reproducido en Busaniche, José Luis, Historia Argentina, Hachette, Buenos Aires, 1976.
2 Orsi, René; Historia de la Disgregación Rioplatense…, Peña Lillo, Buenos Aires, 1969.
3 Solá, Guillermo; El gran bastión de la Patria, Maktub, Salta, 2005.
4 Peña, Milcíades, El Paraíso Terrateniente, Ediciones Fichas, Buenos Aires, 1969.
5 Álvarez, Juan; Las guerras civiles argentinas, La Facultad, Buenos Aires, 1936, citado por Peña, ídem anterior.
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