El nieto de Rosa Roisinblit contó que los compañeros de celda de su apropiador le hablaron de cómo habían torturado a su padre y que Gómez le reveló que sabía de otros casos de niños secuestrados.
Tras responder preguntas ante el Tribunal Oral Criminal número 5 de San Martín por horas, Guillermo Rodolfo Fernando Pérez Roisinblit tomó las últimas gotas de agua que le quedaban a un vasito plástico, entrecruzó los dedos de sus manos sobre la mesa en donde había colocado más temprano algunas fotos de su infancia, que “no fue feliz”, y cerró su testimonio: “Preciso no solo de la Justicia, sino también de Gómez, para que colabore en la identificación de los restos de mis padres. Estoy absolutamente seguro de que algún tipo de información tiene. Le pido que tenga un poco sensibilidad y declare. Me lo debe”. “Gómez” es Francisco Gómez, uno de los acusados en el juicio por la privación ilegítima de la libertad de Patricia Roisinblit y José Pérez Rojo, los padres de Guillermo y Mariana Pérez. La pareja y su beba de 15 meses fueron secuestradas en octubre de 1978. A Mariana la dejaron a las pocas horas con la familia paterna. José y Patricia, embarazada de ocho meses de Guillermo, fueron llevados a la Regional de Inteligencia de Buenos Aires (RIBA), un organismo de espionaje de la Fuerza Aérea. Guillermo nació en la Esma y fue apropiado por Gómez, quien junto a su pareja de entonces le ocultó su verdadera identidad durante 26 años. “Necesito saber dónde están mis padres para empezar a dejar de estar en duelo constante”, concluyó ayer el nieto de Rosa Roisinblit, la vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo.
Su versión fue la tercera pieza –las primeras las aportaron Mariana y Rosa– depositada en este juicio oral del trágico rompecabezas que es la historia de los Pérez Roisinblit, una fotografía de la ferocidad y el ensañamiento con que el genocidio arrasó a familias enteras y las siguió destruyendo durante décadas. La Justicia también avanza de a pedazos en el análisis de los hechos y la condena a los culpables: hace dos años, juzgó y condenó a Gómez y a Teodora Jofré, su ex esposa, por la apropiación de Guillermo. Desde principios de abril, Gómez afronta un nuevo proceso junto a dos “compañeros de armas”: Oscar Graffigna, exjefe de la Fuerza Aérea, y Luis Trillo, exjefe de la RIBA. Todo ellos están acusados de la privación ilegítima de la libertad de los padres de Guillermo y Mariana. Sus homicidios quedaron fuera de la acusación. “No somos la estampa de una familia feliz buscando justicia. Cada uno ha llegado acá como pudo”, resumió Mariana Pérez hace dos semanas, cuando también les reclamó a los jueces que analicen su propio secuestro y las secuelas que que sufre aún hoy. Ese mismo día testimonió también Rosa.
De adelante para atrás
Guillermo no empieza por el principio de la historia que es eje del juicio oral, sino por el hecho que cambió el eje de la suya: el día que Mariana Pérez lo fue a buscar a su trabajo y le entregó una carta en la que le contaba que estaba casi segura de que era el hermano que ella estaba buscando. Recordó que entonces él le dijo que estaba equivocada, pero la información le quedó rebotando. “Esa es tu hermana”, le devolvió su jefe cuando se asomó y descubrió el parecido que compartían Guillermo y Mariana. Se acercó a Abuelas esa misma tarde y, en los días subsiguientes le preguntó a Gómez al respecto.
Gómez le negó su origen tres veces. La cuarta, “se quebró”: “Entre balbuceos reconoció que esa chica, por Mariana, sí era mi hermana, que yo era hijo de una montonera judía estudiante de medicina y un montonero, que a ella no la habían lastimado, pero que a mi papá sí; que él se ocupó de mi mamá, que estaba embarazada, que le daba huevo duro los fines de semana, que la sacaba a pasear y que le decía que se tenía que portar bien porque si no iba a comprometerlo”, reprodujo Guillermo. También intentó consolarlo con que “no era el único caso”: “Él me dijo que sabía de otros tres o cinco”, alcanzó a incorporar Guillermo. Mientras duró su convivencia con Gómez y Jofré, compartió celebraciones con uno de ellos, Ezequiel Rochistein Tauro, cuando aún era Ezequiel Vázquez Sarmiento. El hijo de María Graciela Tauro y Jorge Rochistein, también militantes de montoneros, fue apropiado por el oficial de la Fuerza Aérea Juan Carlos Vázquez Sarmiento, miembro de la RIBA y a quien Guillermo conoció como el “Colo”. Aún permanece prófugo.
Entre otras cosas que recuerda de su niñez, figuran sus días en la RIBA, adónde lo llevó varias veces Gómez, el “judío” que le dedicaban sus apropiadores cuando “hacía berrinches” y la violencia de quien le ocultó su identidad.
A fines de la década del 80 “huimos de Gómez”, recordó ayer, y completó que el ex agente de inteligencia de la RIBA “le pegaba a Jofré de una forma brutal, le daba patadas, le daba trompadas, le ha revoleado objetos, una vez le pegó con el cuerpo de madera de una escopeta, la dejó de cama”.
La negación
La confirmación sobre su identidad llegó a los pocos días de su encuentro con Mariana. Sin embargo, la restitución legítima sucedió recién en 2004, cuando Guillermo decidió finalmente someterse a los análisis de la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi). Entre una cosa y otra, desarrolló una “absoluta negación” de su historia. Entonces, visitaba a sus apropiadores en donde estaban detenidos. En las dependencias del grupo de Guerra Electrónica, en Palermo, Gómez gozaba de las comodidades de “un cuarto grande, una cama de dos plazas, una heladera y teléfono en la puerta”, así como de “asados y vino” con “compañeros de armas” que lo custodiaban. En uno de esos asados, dos de ellos, a quienes recuerda como el “Patón” y el “Oso”, le confesaron que era muy parecido a José Pérez Rojo, de quien destacaron “el aguante que tenía en la tortura, que no gritaba ni hablaba siquiera”.
El 23 de diciembre de 2003 fue la última vez que visitó a Gómez. Lo encontró “borracho” y amenazante. “Me culpó por estar preso, me dijo que en algún momento iba a salir y que para entonces tenía reservadas para mí, mis abuelas y mi hermana un tiro en la frente”. Guillermo no solo no regresó, sino que reflexionó sobre “de qué lado estaba parado”.
El regreso
Pese al “miedo” que sentía, Guillermo decidió presentarse como querellante en la causa que transita el juicio oral. “Yo quería ser el último desaparecido de mi familia”, explicó. Sus primeras dos declaraciones fueron como testigo protegido, bajo identidad reservada.
Los ojos cerrados, el juego incesante de su boca envolviendo y desenvolviendo labio contra labio, el repiqueteo de sus piernas contra el piso y el refriego constante de sus manos en un lenguaje corporal que al unísono comenzó cuando tuvo que enfrentarse a “las preguntas de las defensas” reflejaron la persistencia de ese temor.
Gómez estuvo presente durante todo su testimonio, así que también escuchó cuando Guillermo le reclamó que “nunca hubo de su parte siquiera un pedido de disculpas por todo esto”.
Ailín Bullentini
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