lunes, 30 de mayo de 2016
Carpani y el nacionalismo revolucionario
Carpani fue un artista muy comprometido políticamente en especial con la causa de los trabajadores y así lo expresó a través de sus obras.
Impulsó y fundó el grupo Espartaco, junto a un colectivo de artistas en 1959 (Sanchez y Mollari, a los que se les sumaron Juana Elena Diz, Raul Lara Torrez, joven pintor boliviano, Pascual Di Bianco, Carlos Sessano, Esperilio Bute y Franco Venturi, nacido en 1937 y desaparecido en 1976), influenciados sobre todo por el muralismo mexicano, y también por el artista ecuatoriano Guayasamín y el brasileño Portinari.
Planteaban la necesidad de un arte con raíces nacionales contra la cultura del coloniaje y la dependencia nacional, y dedicado a las necesidades y las luchas del pueblo trabajador. En el manifiesto del grupo Por un arte revolucionario se define al arte como “una insustituible arma de combate, el instrumento precioso por medio del cual el artista se integra con la sociedad y la refleja, no pasiva sino activamente, no como un espejo sino como un modelador”.
Carpani acompañó, junto a los trabajadores, el proceso de alzamiento del proletariado que tuvo un hito importante en el Cordobazo, y del cual tratamos su influencia en el arte en este suplemento.
Más orgánicamente estuvo relacionado con el sindicalismo, en particular con la CGT de los Argentinos de Raimundo Ongaro, donde colaboró entre otras cosas, diseñando carteles con ilustraciones relacionadas con la lucha de la clase obrera, entre ellos el que pedía la libertad de Tosco y del mismo Ongaro.
Sus trazos de fuerza indeleble y visión monumental dibujaron las imágenes de personajes y figuras célebres, tanto en afiches como en murales, que van desde Martín Fierro, el reclamo por Felipe Vallese hasta el Cámpora al gobierno, Perón al poder, desde los centauros gauchos hasta Desocupados y En huelga. En 1961 realizó un mural para el sindicato de la Alimentación que tituló: Trabajo. Solidaridad. Lucha.
Ilustró la tapa de una edición de la obra de León Trotsky Historia de la revolución rusa, como también la de La formación de la conciencia nacional, libro esencial del pensamiento de Hernández Arregui. Y las inolvidables figuras retratadas del Che, Perón, Evita, Cooke, e inclusive Julio Cortazar, Roberto Arlt y Atahualpa Yupanqui.
Unió en sus concepciones, de forma particular, el arte y la política a través de sus manifiestos, como vimos en el de Espartaco, ensayos y escritos tratando de indagar sobre la función social y política del arte que era lo que le interesaba.
En trabajos como El arte y la vanguardia obrera del año 1964 intentó asociar lo que llamó la emotividad revolucionaria con la conciencia revolucionaria en una búsqueda de los aportes posibles del arte para ayudar en la concientización política de la clase obrera.
En el ámbito político Carpani tuvo una proximidad con Abelardo Ramos, al igual que alguno de sus amigos intelectuales como Laclau, dentro de lo que fue en Argentina un nacionalismo de izquierda, una izquierda que tanto se vinculó a grupos trotskistas en los treinta como después al peronismo, haciendo una interpretación opuesta al marxismo del surgimiento de Perón y el peronismo en 1945. Aunque plantean correctamente que Argentina al igual que Latinoamérica son semicolonias del imperialismo, ven en el peronismo la política hacia la liberación nacional del imperialismo, se identifican con las bases obreras pero aceptan que la política y la cabeza conductora de ese movimiento fueran un militar de la burguesía.
Estas concepciones políticas, ilusionadas con un nacionalismo revolucionario que nunca existió de la mano del peronismo, Carpani las mantuvo siempre.
Entre sus últimas publicaciones está la titulada Nacionalismo burgués y nacionalismo revolucionario. Este trabajo dedicado solo a la política se editó por primera vez en 1972, plena ebullición política pos Cordobazo, en los Cuadernos de Socialismo Nacional, Latinoamericano y Revolucionario. En 1976, ya en el golpe y con Carpani exiliado, se publicó por la Editorial Zero en España. Y el artista lo republicó en 1986, es decir, manteniendo los postulados habiendo pasado inclusive la dictadura, y hace pocos años, en el 2014 fue reeditado por el kirchnerismo con prólogo de Horacio González.
En el último capítulo El nacionalismo revolucionario en Argentina intenta dar un fundamento histórico a su nacionalismo revolucionario identificándolo con la lucha obrera bajo la Resistencia Peronista, por la que estuvo siempre muy impactado, separándola y diferenciándola del peronismo burgués y burocrático. Toma la frase de Evita “Donde hay un obrero está la Patria” para decir que ese es “el peronismo de abajo, el de la Resistencia, las tomas de fábrica, los Cordobazos, la lucha armada…” enfrentado al “peronismo de los patronos burgueses, los burócratas sindicales y los políticos traidores, que nunca pelearon y siempre negociaron”.
Nunca llegó a la conclusión de que la clase obrera necesitaba -a partir de esa combatividad de la Resistencia, de ese enfrentamiento a la burocracia sindical que vimos en los 70, y de que el Cordobazo fue un punto de inflexión en la historia del movimiento obrero argentino- alcanzar la independencia política necesaria para poder encabezar la liberación nacional y, más aún, conformar un partido revolucionario para lograr la “patria socialista” que soñaba.
Elizabeth Yang
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