Intervención de Herman Schiller en la Mesa REdonda llevada a cabo en la legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos aires
Han pasado casi 21 años de la masacre de la AMIA , que se llevó a 85 de nuestros compañeros, que en su mayoría eran trabajadores, jubilados, estudiantes, profesionales, comerciantes, amas de casa, transeúntes.
Toneladas de palabras se han vertido desde entonces, pero sigue la confusión en torno a lo que podría ser uno de los interrogantes centrales de esta causa: ¿Cuál fue la “ideología” de esta masacre? “Ideología”, por supuesto, entre comillas.
Con lenguaje escatológico y coloquial podríamos formular la pregunta de otra manera: ¿Qué mierda tenían en la cabeza los que lo hicieron y qué los motivó?
O dicho de otro modo para plantear esta incógnita que aún sigue vigente:
La masacre de la AMIA , ¿tuvo que ver con el malhadado conflicto de Medio Oriente o fue continuidad del terrorismo de Estado que asoló a Argentina y, entre los 30.000 detenidos-desaparecidos, se llevó también a 2.000 judíos?
O dicho más sencillamente todavía: ¿Fueron los de allá? ¿Fueron los de acá? ¿O fue una combinación de los dos?
Aquello que suelo denominar como “judaísmo oficial”, es decir la DAIA , las autoridades de la AMIA y los distintos gobiernos de turno del Estado de Israel, se apresuraron a culpar a los esotéricos fundamentalistas de las lejanías.
Había entonces un periodista llamado Mario Wainstein, que había colaborado en el semanario Nueva Presencia y que años antes había escandalizado a la derecha judía realizándole un reportaje al embajador de la Organización de Liberación Palestina, OLP, en Brasil. Además, como ciudadano israelí, cuando le tocó el servicio militar, fue preso por negarse a servir en los territorios ocupados. Y bien, este periodista, Mario Wainstein, se encontraba en Tel Aviv aquel 18 de julio de 1994 y, pocas horas después, lo entrevistó desde aquí Nelson Castro que le preguntó al aire por qué tan rápidamente el gobierno israelí apuntaba al mundo árabe, sin ninguna prueba, sin ninguna investigación. Y Wainstein le contestó: “Esta es la respuesta fácil de los políticos de acá”.
Han pasado más de 20 años y casi no hay evidencias de que el llamado fundamentalismo islámico haya estado involucrado en esta masacre y, en cambio, hay centenares de pruebas que apuntan al aparato represivo y al terrorismo de Estado argentinos, tanto por participación como por encubrimiento, desde la policía hasta los servicios de inteligencia.
Desde hace muchos años venimos denunciando que la ex SIDE, ex Servicio de Inteligencia y, desde hace pocas horas, el nuevo engendro que es más de lo mismo; la ex SIDE, decía, que fue creada por Perón a fines de los cuarenta con el nombre de “Control de Estado” para neutralizar a la izquierda que seguía actuando en el movimiento obrero, especialmente en las filas de los trabajadores ferroviarios; la ex SIDE, decía, no es solo el instrumento del buchonerío, el espionaje y la delación, sino un resorte clave de la criminalidad estatal. Y sus manos están manchadas con la sangre de miles de compañeros asesinados bajo su responsabilidad.
Podríamos hablar horas enteras enumerando los crímenes de la SIDE. Una SIDE que no ha sido ajena a los hechos represivos, aberrantes y de terrorismo de Estado ocurridos en los últimos 60 años, por ejemplo, la masacre de la AMIA.
El 30 de agosto de 1994, apenas 42 días después de la matanza de la calle Pasteur, publiqué en Página 12 una nota titulada “La SIDE y la AMIA”. Allí, luego de recordar sus nefastos antecedentes (por ejemplo, que en sus covachas fueron fundadas muchas de las bandas paraestatales como la Guardia Restauradora Nacionalista, GRN, y la Concentración Nacionalista Universitaeria, CNU, que asolaron el campo popular en las últimas décadas), denuncié también que, desde la masacre de la AMIA, la SIDE estaba haciendo lo imposible por convertir a las víctimas en victimarios.
Entre sus denominados “operativos de inteligencia” figuró la aparición de un “informe” (por supuesto que “secreto”) escrito por un asesor de Aldo Rico llamado Norberto Ceresole. Ese “informe”, concebido con un lenguaje marcadamente fascista, apareció en una revista que financiaba la SIDE y se llamaba Punto crítico. Estaba dirigida por Miguel Ángel Pérez, conocido carapintada de Seineldín, que estuvo con él en Panamá y en ese momento trabajaba para el “servicio” de referencia.
Algunas semanas después, a fines de noviembre del 94, los periodistas Sergio Moreno y Laura Términe, en un breve interregno progresista que tuvo el diario La Prensa, publicaron una nota excepcional titulada “El zorro en el gallinero”. Allí ambos jóvenes periodistas se preguntaban cómo era posible que una repartición nazi por excelencia estuviera investigando un atentado antisemita.
Esos dos valientes colegas, obviamente, fueron amenazados de muerte y el propio jefe de la SIDE de entonces, el ultramenemista Hugo Anzorreguy, nerviosamente se vio obligado a salir a defender a la inmaculada institución.
En tanto, otro buchón (confidente) del organismo, el coronel de infantería Jorge Solís (de inequívoca ideología nazi, que en 1990 había sido acusado de intentos extorsivos a empresarios y el día de la masacre trabajaba en la SIDE) querelló a los compañeros por aquella incisiva nota.
Nota que incluía también otros nombres, como Enrique Giorello, ex jefe del Departamento de Medios de Comunicación durante la dictadura militar, que se convirtió durante la “democracia” en director de Reunión Interior de la SIDE. Y Enrique Gobeé, subsecretario de Agricultura y Ganadería de Martínez de Hoz, que en los días de la masacre de la AMIA se había transformado en director de la Sala de Situación de la SIDE.
Con sintético sarcasmo, el recordado poeta Juan Gelman llegaría a definirlo así: “Si la SIDE investigara realmente a fondo la masacre de la AMIA se encontraría consigo misma”.
Un abogado, que era secretario del juez Galeano antes de abandonarlo para denunciar los enjuagues de la investigación, llegó a decir en una de las concentraciones de Memoria Activa que la SIDE, en vez de aparecer como investigadora o testigo, debería ser puesta en el banquillo de los acusados en calidad de imputada.
La SIDE, además de cobijar a delincuentes y asesinos de la peor especie como lo acaba de denunciar el ex diputado nacional Miguel Bonasso, maneja cifras siderales prácticamente sin control alguno.
En la época de Menem se supo que su presupuesto era de por lo menos un millón de dólares diarios. Hoy los secretos y recontrasecretos hacen difícil conocer con exactitud cuál es su presupuesto verdadero, pero, sin duda, sigue siendo sideral.
El ex ministro de Néstor Kirchner, Gustavo Béliz, hace 10 años, largó un solo nombre. El de Antonio Stiusso, pero este es apenas una gota en el océano. De todos modos, Stiusso no era un pez chico sino un referente insoslayable de esta madeja criminal.
Stiusso estuvo ahí desde la época de Lanusse, en 1972, cuando la SIDE era un eje central para desarticular el avance de la izquierda dentro de las masas peronistas, y fue un hombre de decisiones en los días de la dictadura militar. Y perduró hasta nuestros días, incluso con el apoyo incondicional del kirchnerismo. Hasta que entraron en colisión.
Él formó parte del famoso Grupo Alem, junto con Guglielminetti, de clara orientación fascista y represiva, que apareció en la revista Gente ostentando cruces svásticas y otros elementos de la parafernalia del Tercer Reich. Y, además, fue compinche de Aníbal Gordon, uno de los tantos asesinos que operaban para la SIDE y otros “servicios”.
Todos los gobiernos, incluso el kirchnerista, negaron que la SIDE repartiera sobres a periodistas o que hiciera inteligencia interna.
En todos los casos mintieron, porque la especialidad de la SIDE es el control del periodismo mediante sobornos y surtir de datos al denominado periodismo de investigación, además de la inteligencia interna, el espionaje y la infiltración, que es la quintaesencia que ha justificado hasta ahora su existir.
En el último año del siglo XX, cuando en las puertas de la Escuela de Inteligencia, dependiente de la SIDE, en la calle Libertad entre Arenales y Juncal, fue asesinada una señora que alimentaba a unos gatos, organizamos allí un acto público de repudio a este organismo terrorista e inútil. Hablaron, entre otros, David Viñas, Ricardo Monner Sans y Eduardo Barcesat, siendo quizás la única vez que a alguien se le ocurrió salirle al cruce a esta institución repulsiva casi olvidada por el campo popular.
Su destino histórico, como los demás servicios de inteligencia, la policía y todas las otras fuerzas represivas, es ser disueltos para que no queden ni rastros.
Dicho sintéticamente: ni la SIDE de antes, ni los nuevos engendros, con o sin Milani.
Pero el debate social será en definitiva el que deba decidir qué hacer con estos organismos que han teñido de sangre y luto al pueblo argentino y sobreviven en democracia.
Condenamos la judeofobia, que desde el poder y desde distintos sectores de la sociedad se ha expandido como reguero de pólvora, y también condenamos la islamofobia y la utilización de chivos expiatorios árabes que, en el peor estilo racista, aparecen desde las fuerzas hegemónicas y desde los medios.
A propósito de esto, quiero decir que permanentemente soy un crítico de La Nación. Pero añado que también en un diario oligárquico como este hay contradicciones y a veces se le escapan verdades no previstas por ellos.
Como sucedió, por ejemplo, el 10 de diciembre del 2006. En esos días habían estallado con enorme fuerza las denuncias contra Irán basadas en datos endebles suministrados por la CIA y la Mossad, que no fueron hechos públicos oficialmente.
Bueno, ese día, en La Nación, Jorge Urien Berri publicó una nota que no tenía desperdicios. Se tituló “Una cuestión de fe, no de pruebas”. En esa nota Berri no solo subrayaba que no había pruebas serias contra Teherán, sino que se preguntaba también por qué, por ejemplo, no se hablaba más de los policías que debían custodiar la AMIA y en el momento de la voladura estaban ausentes.
Y Berri finalizaba con estas palabras categóricas: “Un crimen de lesa humanidad no justifica el todo vale, ni justifica reemplazar la verdad real con la verdad revelada”.
Por supuesto que a Berri se le vino el mundo encima en medio de presiones y escándalos, tal como me lo contó él mismo en un reportaje que le hice algunos años después.
El judaísmo oficial ha sido cómplice por acción y omisión de todas estas distorsiones. En una nota publicada hace ya algún tiempo dije que eran cornudos conscientes de los verdaderos asesinos. Y, más recientemente, el 27 de enero último, nada menos que en Haaretz de Tel Aviv (un diario que la ultraderecha sionista suele calificar de izquierdista, aunque en realidad se trata de una publicación progre y pluralista) apareció un comentario que le puso los pelos de punta a los dirigentes de la DAIA y la AMIA.
Esa nota, firmada por Meir Margalit, que es un luchador por la paz y contra las violaciones de los derechos humanos de los palestinos, acusó a los dirigentes de la comunidad judía argentina de estar sirviendo a los intereses de la peor derecha.
Y, con respecto al acuerdo con Irán, señaló: “El memorandum firmado con Teherán es, sin duda, discutible y problemático, pero no a la altura de los negocios de armas de Israel con la junta militar de Argentina durante la dictadura iniciada en 1976”.
Esto, reitero, lo dijo un columnista de un diario israelí, quien, por si fuera poco, agregó: “Nisman estaba infectado por la obsesión contra Irán que infectó a la comunidad entera. Se lo proveyó de materiales que Israel le dio y fue usado por el ala derecha para promover un hecho político que probablemente él nunca quiso”.
Nisman, agrego yo, era un vocero del judaísmo oficial y no sé si se suicidó o lo suicidaron. Pero, cuallesquiera que hayan sido los hechos reales, lo cierto es que fue víctima de las durísimas confrontaciones entre las mafias represivas. Confrontaciones que se cobraron otras vidas, como la del apodado Lauchón Viale hace algún tiempo.
Y volviendo a Stiusso, este personaje fue entrevistado hace poco por la revista Noticias. Y en un párrafo realmente sabrosísimo, se le preguntó quién había volado la AMIA. Y Stiusso no respondió con la sanata de siempre de que “estamos investigando hasta las últimas consecuencias”, sino que dijo nada más y nada menos que la voladura de la AMIA “era un secreto de Estado”.
Para mí ha sido una de las más claras confesiones de alguien ligado al poder y, tengo entendido, que APEMIA comentó el hecho a través de un comunicado.
Aunque en realidad se registraron otras confesiones formuladas desde arriba. El propio ministro del Interior del presidente De la Rúa , Federico Storani, el mismo personaje que tiene las manos manchadas de sangre por su responsabilidad en el asesinato en 1999 de dos compañeros a la entrada del puente Corrientes-Resistencia, llegó a declarar a manera de confesión: “No es fácil avanzar en la investigación del caso AMIA, porque hay un bloqueo de las fuerzas de seguridad”.
“Esto significa en concreto –agregó Storani– que en las fuerzas de seguridad existe una negativa a investigar a sus propios hombres vinculados con el ataque”.
Estas palabras de Storani, esta verdadera confesión, fueron dichas al presidente de la AMIA y reveladas por Página 12 el 12 de julio de 2000.
* * *
Pero no he venido esta noche a hablar únicamente de la viga en el ojo ajeno.
También el denominado campo popular integra esta sociedad y no está exento de cargar sobre sus espaldas algunas de sus taras.
Por eso no fueron pocos los partidos de izquierda que, al principio, tiraron la pelota afuera, dijeron muchas sandeces, no ocultaron sus prejuicios y se mostraron indiferentes ante la masacre, como si los muertos hubieran sido todos vendedores de bombachas de la calle Azcuénaga y no compañeros.
Y APEMIA llegó a denunciar a algún pequeño sector de la izquierda que incluso podría decirse que apoyó el atentado con el argumento de que era parte de la lucha del pueblo palestino contra el sionismo invasor.
En una sociedad profundamente colonizada por instituciones reaccionarias, la judeofobia o el prejuicio encubierto subyacen muy arraigados incluso en ciertos estratos de la izquierda revolucionaria a la que pertenezco.
Siempre suelo citar una frase muy feliz de August Bebel, el pensador marxista que actuó en Alemania hacia fines del siglo XIX y principios del XX al lado de esa gran revolucionaria que fue Rosa Luxemburgo. La frase de Bebel era: “El antisemitismo es el socialismo de los imbéciles”. O sea, el antisemitismo es la falsificación de la lucha de clases.
También en Argentina hay demasiados imbéciles que confunden los términos reales de la antinomia entre explotadores y explotados.
No fueron pocos los que hace algún tiempo nos hicieron recordar que el señor Jacobo Brukman es judío. Pero muy pocos se fijaron que decenas de judíos, entre ellas Laura Ginsberg y quien habla, fueron corridos por los gases y la represión durante la gigantesca movilización de solidaridad con los trabajadores de Brukman.
(Entre paréntesis, toda nuestra adhesión a la lucha actual de los trabajadores de Brukman para impedir el desalojo y la nueva ofensiva patronal).
Muchos deberían repasar sus conocimientos sobre la lucha de clases. Entonces se darían cuenta que también en el campo judío hay lucha de clases. Y que también en el campo judío hay explotadores y explotados. Y hay asesinos de palestinos y defensores de palestinos.
En muchos sectores del campo popular el judío es aceptado siempre y cuando logre demostrar que es muy poco judío. Ciertos judíos de izquierda suelen aceptar esta tácita exigencia. Yo soy distinto y trato de nadar contra la corriente. Yo estoy muy orgulloso de mis raíces que tanto aportaron a las luchas revolucionarias en el mundo, desde la Revolución de Octubre, desde el Ejército Rojo creado por León Trotski, desde las Brigadas Internacionales que en España contaron con una masiva participación judía para pelear contra el fascismo, hasta la lucha armada en América latina. Y sin olvidarme de Simón Radowitzky, que hizo justicia, justicia popular, ejecutando a un feroz represor como el coronel Ramón L. Falcón, cuyo nombre, para vergüenza de los porteños, todavía lleva una calle del barrio de Flores.
* * *
Y concluyo con una breve reflexión sobre APEMIA.
Mis palabras, las que vengo pronunciando desde el 94 o las que esbocé hoy, puede que sean valiosas y certeras o no, pero, en definitiva, son palabras que hasta ahora se las ha llevado el viento.
APEMIA tiene el mérito de que su firmeza y terquedad no han caído en saco roto. Por eso subrayaría que su logro fundamental es haber sacado la causa AMIA del oscuro túnel del Medio Oriente para instalarla en la agenda del campo popular argentino.
Ahora, en nuestro país, hay infinidad de problemas que nos preocupan y son parte cotidiana de nuestra lucha, como el avance de la miseria y la desigualdad, la desocupación, la indigencia, el gatillo fácil de la policía, la contaminación ambiental, el saqueo de nuestras riquezas naturales que efectúan las multinacionales como Chevron y Monsanto, la injusticia con los pueblos originarios despojados de sus tierras y de su identidad cultural, la corrupción, la entrega del país. Y, en este contexto, APEMIA ha logrado incluir también la causa de la AMIA, que ahora se comprende un poco mejor que no es un tema de la burguesía judía, sino un tema que atañe al conjunto de los trabajadores.
Cierto es que no soy de APEMIA, tengo diferencias y algunas heridas sin cicatrizar que vienen de la época de Memoria Activa. Pero eso, en este momento, es absolutamente secundario.
Continúo denunciando la responsabilidad del aparato estatal en la masacre de la AMIA y por ello saludo la lucha de APEMIA (Agrupación por el Esclarecimiento de la Masacre Impune de la AMIA). Y, con mucha cautela, porque con razón o sin razón sigo siendo un descreído, me sumo a los reclamos de una comisión independiente de investigación y que se abran los archivos.
Muchos oportunistas que antes eran indiferentes al tema, hoy piden lo mismo. Esa es la señal que avanzamos.
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