martes, 10 de marzo de 2015

Kicillof y el inesperado encanto de la ortodoxia económica



La receta económica hasta final de mandato de CFK se apoya en mantener la moneda estable y emitir deuda para calmar la ansiedad especulativa. Una apuesta a la estabilidad al precio de sacrificar crecimiento.

En los últimos días, el ministro de Economía Axel Kicillof volvió a negar que el gobierno vaya a realizar una devaluación del peso. Lo hizo en momentos en que en Brasil se está profundizando la caída del real frente al dólar, frente a lo cual se multiplican los reclamos desde distintos sectores empresarios para replicar también acá el tipo de cambio.
La prevención del ministro se explica por los resultados que acarreó la decisión de devaluar en enero del año pasado. Aunque esta medida, acompañada de otras, permitió durante un tiempo planchar la corrida cambiaria y desinflar la cotización del dólar paralelo (blue), lo hizo al precio de acelerar la inflación, que según estimaciones privadas y de organismos de estadísticas provinciales no alineados con el Indec, terminó rondando el 38%. Y esto a pesar del programa Precios Cuidados, que frenaron los aumentos de algunos bienes en los locales donde tienen llegada (cubren apenas el 20% de las bocas de venta minorista aunque son las que concentran la mayor parte de la facturación). Y de que la caída de la demanda por la recesión de la economía fue también una presión a la baja de la inflación. Peores podrían haber sido sino los resultados. No volver a devaluar, es entonces una decisión para evitar nuevamente un escenario de inflación acelerada. Pero mientras tanto, con una inflación que no cede, el ministro deja correr las condiciones para que sea el próximo quien lleve adelante el ajuste. Sólo que es mejor dejarle el lastre al que venga para no pagar los costos.

El re-endeudamiento, fase superior del “modelo”

La decisión respecto del tipo de cambio no viene sola. Para sostenerla, el Gobierno está obligado a conseguir los dólares que le permitan mantener las reservas en manos del Banco Central (BCRA). Para esto tendrá seguirá ampliando hasta el máximo que le resulte posible las alternativas de financiamiento externo que mantiene: habrá más swaps con China (el gobierno tomó hasta ahora USD 3.100 millones de los USD 11.000 millones que prevé el acuerdo); seguramente habrá también un nuevo intento de colocación de deuda en moneda extranjera en el mercado local, de manera de amortiguar la carga de vencimientos de deuda pateándola hacia adelante. La probable cosecha récord de soja es para el gobierno si se concreta la mejor noticia en lo que va del año, ya que podría oxigenar desde abril la entrada de divisas y permitir al BCRA cubrir la demanda sin mayores turbulencias en el mercado de cambios. El lock out agropecuario podría aguar la fiesta, aunque viene rengo por la decisión de la Federación Agraria de no sumarse a la partida.
Kicillof también festeja las novedades que vienen de Wall Street. La frase del periodista de Financial Times Joseph Cotterill, que citara la presidenta en su discurso del primero de marzo para festejar que “los bonos reestructurados argentinos a 2033 se negocian arriba de la par”, también da expectativas al ministro. Poco importa que en realidad, según aclaró el mismo periodista “el precio de los bonos sube a medida que se reduce el tiempo que le queda de mandato” a Cristina, si mientras tanto esto da alguna chance al gobierno para volver a los mercados, aún sin cerrar el conflicto con los buitres en el juzgado de Thomas Griesa ni renunciar a la retórica “Patria o Buitres”.

Ortodoxia salarial

A la estabilidad cambiaria, y el endeudamiento interno y externo se sumará otro año de presión sobre los salarios. El anuncio de la CGT Balcarce de que pretende aumentos en línea con el 30%, aunque ya provocó comentarios de rechazo entre sectores del empresariado, significaría otro año de pérdida salarial. Como observamos en esta columna, 2014 terminó con una considerable pérdida salarial para todos los sectores de trabajadores. Los resultados serían aún peores si las cifras del Indec no mostraran un curioso aumento por encima del promedio para los trabajadores más precarios, es decir los no registrados.
Curiosamente, sin paritarias ni cobertura legal, y en un año donde el crecimiento del desempleo tuvo a este sector como el más perjudicado, lograron según el organismo de estadísticas una de las mayores mejoras en sus ingresos de los últimos años. Otro resultado para el absurdo de las cifras oficiales, que hace pensar que la caída del poder adquisitivo para el conjunto de los asalariados fue aún más severa.
Como vemos, el ministro que muchos incautos se apuraron a bautizar como soviético cuando asumió su cargo, a fines de 2013, descubrió las virtudes de la ortodoxia como vía para llegar a diciembre. Aunque el gobierno presenta su política como opuesta a la del ajuste, en realidad el gobierno ya lo está aplicando, mientras prepara las condiciones para que lo profundice quien lo suceda.
Aunque varios sectores del oficialismo advierten contra lo que vendrá con un futuro gobierno en materia económica, ese futuro ya se está produciendo hoy, con el combo explosivo que deja este gobierno. El descalabro no es consecuencia de medidas “populistas”, como pretenden sectores de la oposición que buscan preparar terreno para duras medidas de ajuste contra los trabajadores y el pueblo en 2016.
Por el contrario, es resultado de haber pagado “serialmente” la deuda pública, de haber dejado alegremente que se fugaran 100 mil millones de dólares durante los últimos diez años, mientras las empresas extranjeras giraban divisas con impunidad, de haber mantenido el descalabro energético y la desarticulación industrial (mientras batían el parche de la reindustrialización), y de haber multiplicado los subsidios a las empresas como vía para solventar desde el Estado una parte de la ganancia capitalista, al mismo tiempo que se preservó una estructura impositiva sumamente regresiva gracias a la cual los ricos pagan muy poco para solventar al fisco que los enriquece. Las contradicciones que condujeron a la situación actual, de escasez de dólares y perspectiva de mayor ajuste -temporalmente pospuesto gracias a la reconversión ortodoxa de Kicillof- son una dura desmentida a las ilusiones de que el estatalismo podría conjurar los demonios del capitalismo dependiente. Por eso, sólo un conjunto de medidas tendientes a cortar verdaderamente los nudos de la dependencia (no pagar la deuda, nacionalizar la banca bajo control de los trabajadores, un verdadero monopolio estatal del comercio exterior), que sólo pueden surgir de la iniciativa políticamente independiente de la clase trabajadora, son las que pueden evitar que los costos de la crisis vuelvan a caer nuevamente sobre el pueblo trabajador, y que esta vez la paguen los empresarios y los buitres financieros.

Esteban Mercatante
@estebanm1870

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