sábado, 21 de marzo de 2015

Preténdeme bella



“Ya no seas más fea”, fue el asunto de un mail que disparó estas líneas, escritas a borbotones. La primera reacción fue una mueca similar a una sonrisa. Y, al instante, la minita que todas llevamos adentro me susurró: “¿Cómo saben que sos fea?”.

Siempre detesté el tono imperativo del marketing: comprá, no fumes, cuidá, querete, vení, andá… Esa postura mandona de pretender darle orden a una vida orgullosamente desordenada.
A la publicidad le fascina dar órdenes a las mujeres, eso no es novedad. El mensaje a veces es subliminal y entonces para el mundo paralelo publicitario, la mujer es madre, se ocupa de ir al supermercado y de hacer las tareas del hogar y la desvela no saber cómo sacar una mancha de barro de los pantaloncitos del nene. Y todo eso, siempre, vestida de punta en blanco y peinada como recién salida de la peluquería. Otras, la flecha es directa: “Bajá de peso”, “Ponete linda”, “Empezá el gimnasio”… uf, cuánto.
No importa que hayamos logrado votar, que podamos estudiar en la universidad ni que trabajemos a la par de los hombres. Las mujeres estaremos siempre en el ojo de una sociedad patriarcal, machista y retrógrada que nos castiga por ponernos una pollera corta, nos culpa cuando nos violan y nos prenden fuego y, finalmente, decide religiosamente sobre nuestro propio útero.
Esa (esta) es la misma sociedad que se burla de un culo que considera más grande que el permitido y una celulitis que arruina la perfección virtual photoshopeada.
Pero la esencia patriarcal de la sociedad se manifiesta, paradójicamente, no sólo desde el dedo acusador de un hombre. Las propias mujeres, a veces, podemos ser más machistas que el macho. La crítica constante a cómo se mueven las otras, cómo caminan, cómo se muestran, cómo se visten y las supuestas consecuencias en que ese cúmulo de comportamientos derivan salen, muchísimas veces, de bocas femeninas.
La convivencia diaria con los estereotipos de esa super chica que pintan los medios masivos y que arengan los comentaristas compulsivos de sitios web deriva en la naturalización: nos acostumbramos al maltrato y a la imposición de esos modelos que, sabemos, sólo existen en una realidad paralela.
Pero el lineal mensaje bombardeado una y otra vez, un día, en un instante, traspasa la media, rebalsa los límites. “Ya no seas más fea”, decía el asunto de un mail que aún conservo en mi bandeja de entrada (con la única obsesión de descubrir cómo, quién, en qué momento, tuvo la espantosa idea de escribir esas cinco palabras creyendo que serían efectivas... ¿lo fueron?).
Aún sin poder desligarme de la sorpresa, hice click (sí, funcionó), dispuesta a leer lo imposible. En las milésimas de segundos que tardó en abrirse el mail, distintas preguntas me revolvieron el estómago: “¿Cómo saben que soy fea?”, fue la primera, fémina, visceral, tan minita. El raciocinio vino después y mi desvelo comenzó a girar en torno de “¿Fea para quién?” “¿Fea comparada con quién?” y mutó, después, en “¿Está mal ser fea?” y “¿Por qué tendría que dejar de serlo”?.
Para estos genios del marketing, la fórmula de la congraciada belleza es más accesible de lo que una pudiera soñar (¡!): si cuidamos nuestra piel e incorporamos un poco de verdura a nuestra dieta dejaremos de ser feas. ¿Es inmediato? ¿Cuesta muy caro? Qué dilema...
La mujer bella –aprendí- tiene la piel tersa, el pelo suave y brillante y la panza chata. Es apta para la reproducción (y necesita, para realizarse, ponerla en práctica) y sabe qué producto saca más manchas del pantaloncito del nene. La mujer bella aprovecha los descuentos del super, adonde siempre va con tacos. Come sano (mucha verdura) y, así y todo, sufre de tránsito lento. La mujer bella es básica y últimamente colabora con su sueldito en la economía familiar, por lo que su marido (a veces) se digna a colaborar con alguna tarea de la casa.
Tienen razón. Soy fea. Pero no me terminan de convencer los beneficios de dejar de serlo en esta vidriera hipócrita. ¿Y si me trago la verdura, me encremo hasta el ombligo, me calzo los tacos aguja y después me piden que deje de provocar? ¿Y si me culpan? ¿Y si me dicen puta?
Eliminé el mail. Es un comienzo.

Natalia Arenas, licenciada en Periodismo de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Actualmente, se desempeña como subeditora en el sitio web de Diario Popular y colabora con otros medios de comunicación gráficos y digitales. Escribe historias en su blog nataliamenosdelomismo.blogspot.com.ar. Es integrante del grupo “Entrepalabras”, de narración oral.

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