El cristinismo está buscando la fórmula mágica que evite que la coronación del sucesor de hoy no traiga consigo “mañana una traición”, como es natural en la política en general y una especialidad del peronismo en particular. En la mesa de saldos, a la desilusionada centroizquierda oficial se le suma la desilusionada socialdemocracia radical a quien dejaron con la única opción de desojar una triste Margarita.
La decisión de la convención radical de Gualeguaychú trastocó el tablero político e inmediatamente se convirtió en materia de operación mediático-política.
Aquellos que depositan sus esperanzas en la nueva alianza de Macri-Carrió-Sanz, para convertirla en una herramienta útil para la derrota del peronismo en general y del kirchnerismo en particular, ya dieron por sentado que la opción del radicalismo fue un golpe definitivo a la candidatura de Sergio Massa.
Sin embargo, a Macri y Sanz todavía le queda el trabajoso armado de las listas provinciales, tanto en término de gobernaciones, como de legisladores locales y nacionales. En ese marco, todavía es una incógnita quién llenará el casillero del distrito electoral más importante del país: la provincia de Buenos Aires.
Ese vacío fue el que impulsó a Massa, lejos por ahora de dar señales de bajar su candidatura, a salir a recorrer las calles de La Matanza para seguir con su campaña electoral.
El acuerdo Sanz-Macri no necesariamente tira por la borda los pactos provinciales entre el radicalismo y Massa en el NOA (Jujuy y Tucuman). En esas provincias, los candidatos radicales, Morales y Cano, saben que empeoran sus chances si van pegados a una alianza demasiado antiperonista como la que representa el flamante acuerdo.
Hay una confluencia implícita entre los intereses de la coalición oficial y las corporaciones mediáticas opositoras, en la celebración del nuevo pacto. Unos para fortalecer una alternativa “republicana” que habilite ilusionarse con sacar del poder al peronismo, otros para reafirmar un adversario a medida que le permita desplegar el juego de la polarización “contra la derecha”.
A la intemperie quedaron los adherentes del viejo alfonsinismo que apostaron a una resurrección socialdemócrata del desgastado partido centenario.
Hay lecturas que afirman que el acuerdo PRO-UCR es el renacimiento de un régimen político de equilibro, apoyado en un recuperación del radicalismo como partido.
La realidad es que queda poco y nada de la vieja UCR y en todo caso se está fundando con las viejas siglas un nuevo partido con más similitudes con el PMDB brasilero (que tiene gobernaciones e intendencias) y que es base de apoyo de otros proyectos nacionales.
El PRO que decía representar la “nueva política”, terminó apoyado en peronistas tradicionales como Carlos Reutemann y en los restos de la federación de aparatos provinciales de la UCR, que paga el precio de la transformación con la pérdida de toda identidad política.
La celebración del kirchnerismo también parece exagerada, porque si bien se fortalece una coalición opositora a medida, el candidato con más chances en las elecciones generales (Scioli) es el más conservador de la coalición oficial. En el marco de una interna indefinida por el cristinismo que se debate entre la resignación a Scioli o la aventura con sabor a derrota. La polarización “contra la derecha” puede hacer más dulce la resignación, pero no puede negar su naturaleza.
El cristinismo está buscando la fórmula mágica que evite que la coronación del sucesor de hoy no traiga consigo “mañana una traición”, como es natural en la política en general y una especialidad del peronismo en particular (Duhalde con Menem, Kirchner con Duhalde y siguen la firmas). Pero la fortaleza de su legado es directamente proporcional a la intensidad de su “restauración”, es decir, débil.
En la mesa de saldos, a la desilusionada centroizquierda oficial se le suma la desilusionada socialdemocracia radical a quien dejaron con la única opción de desojar una triste Margarita.
Fernando Rosso
No hay comentarios:
Publicar un comentario