Por Joaquín Suárez González
La propiedad privada nunca podrá generar solidaridad, equidad y mucho menos justicia social. Es imposible. Por mucho que lo disfracen los propagandistas capitalistas, los hechos, los tozudos hechos, demuestran lo contrario.
Basta con repasar la historia de la humanidad para comprenderlo. La comunidad primitiva sucumbió ante la división de la sociedad en clases. Esclavos y esclavistas se distinguían por la posesión o no de bienes materiales. El proceso ha sido contado de diversas maneras, pero nadie se atreve a negar que el esclavo fue fruto de su indigencia, bien por ser conquistado su territorio o por las deudas que tuvo que pagar con su persona.
Esclavistas, señores feudales o burgueses sobre la base de la propiedad privada construyeron sus imperios, distinguiéndose por el modo de organizar y distribuir el fruto del trabajo. La explotación fue evolucionando, enmascarándose, al punto de parecer que finalmente todos los hombres eran iguales; pero los propietarios de las maquinarias, herramientas, materias primas, y el dinero suficiente para pagar la mano de obra siguieron siendo los más beneficiados del patrimonio social, “se quedaban con la parte del león”.
No se puede negar que cada época significó un avance para la humanidad, pero la verdadera justicia social solo llegó cuando la riqueza de la sociedad volvió a pertenecer a todos. La diferencia, entre muchas otras, fue que en esta ocasión la sociedad contaba con el Estado -que había sido inventado por las minorías poderosas con el fin de imponer sus intereses sobre la mayoría desposeída- para garantizar que el tesoro social se distribuyera con equidad y favoreciera en primer lugar a sus creadores, los trabajadores.
Los cubanos conocemos bien el capitalismo. Esto no quiere decir que algunos, confundidos por la fortuna que miran en vitrina ajena, crean que la propiedad privada -base del modo de producción capitalista- puede ser la solución mágica para generar abundancia. Otros enganchados por los poderosos medios de comunicación y sus matrices, principalmente en novelas y seriales, donde la miseria está ausente o apenas se hace notar, sueñan con tener la vida materialmente acomodada como algunos de los protagonistas.
Soñar no cuesta nada. No es malo disfrutar una historia sobre todo si está bien contada; pero es mejor tener los pies en la tierra cuando se trata de la vida real: la producción capitalista genera de manera natural una feroz competencia donde todo vale. Se trata de vivir o morir; te impones con el negocio o lo hace otro. No importa quien caiga; esos son los valores que genera.
Incluso filántropos capitalistas, que hacen importantes contribuciones para obras sociales y programas de ayuda a países pobres, no escapan a esta ley: cada ciclo productivo debe generar mayor fortuna con la que pueda vencer o mantener a raya a la competencia. No pocas veces esas obras altruistas esconden una manera de ganar más dinero, pues así se libran de pagar impuestos.
La mayoría de nuestros compatriotas conocen desde la cuna la historia de la Cuba neocolonial, cuando la propiedad privada garantizaba que la riqueza del país fuera de las trasnacionales yanquis o de un puñado de criollos ricos, por cierto, la mayoría dependientes de la industria foránea.
Esas historias de familia, contadas por abuelos y padres, no están motivadas políticamente, son la leyenda de sus vidas. Saber que tu mamá, tus tíos y abuelos tuvieron una época donde comían dos mangas blancas en el almuerzo y dos mangas blancas en la cena porque no tenían dinero, y la deuda con el bodeguero era tal que les cerró el crédito, sin dudas, te revela que la Revolución, al devolver al pueblo el patrimonio de la nación, al imponer la propiedad social, creó las condiciones que permiten tener mucho de lo que hoy carece buena parte de la humanidad.
Corren tiempos difíciles, tenemos carencias materiales, pero una sociedad justa y solidaria como la nuestra es difícil de identificar en el mundo actual.
Las dificultades no provienen de la falta de competencia que, según dicen los imperialistas, genera la propiedad social, ni una economía capitalista las va a resolver, como no las tienen resueltas la mayoría de los países subdesarrollados. Todo lo contrario, la supuesta “mágica” competencia entre empresas privadas los hunde cada vez más en la pobreza, pues es la clásica pelea de “león pa` mono y el mono amarrado”, y las poderosas transnacionales imperialistas arruinan a las empresas nacionales.
De justicia social y equidad ni hablar, cada vez son más ricos los ricos y más pobres los desposeídos, hasta la clase media termina proletarizándose y la base para hacerlo es el reino de la propiedad privada. Esa es la realidad y los cubanos la conocemos bien.
Alguien pudiera interpretar que negamos el aporte a la construcción socialista de campesinos, artesanos, artistas independientes y de los trabajadores por cuenta propia. Alerto: ese razonamiento es errado, hay que considerar las diferencias entre la pequeña producción mercantil y la capitalista, pero eso requiere un segundo comentario.
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