Por Claudia Korol. Coordinadora del Equipo de educación popular Pañuelos en Rebeldía.
Hablar del pensamiento del Che, es hablar también de su obra, de sus actos, de su vida, de sus intentos, de sus fracasos, de sus sueños. Uno de los aspectos tal vez más significativos que explican la trascendencia del Che, la perdurabilidad de su ejemplo en el imaginario popular en distintos rincones del mundo, su especial manera de volverse universal, su “entrañabla transparencia”, es la imposibilidad de distinguir en su vida entre palabras y actos. Es la íntima relación entre teoría y práctica, en la unidad de su ejemplo. Porque el Che fue un hombre que intentó permanentemente hacer teoría desde las prácticas colectivas, y desde su propio ejemplo.
Hablar de la actualidad del pensamiento del Che, nos coloca en primer lugar frente a la vigencia en América Latina de la Revolución Cubana, donde -como él escribió en su carta de despedida a Fidel-Che dejó lo principal de su obra de constructor, y lo más querido entre sus seres queridos. Y la Revolución Cubana, luego de cometer la osadía de abrir un nuevo tiempo de rebeldías en América Latina -inspiradas en su herejía-, luego de realizar la segunda osadía de enfrentar al imperialismo durante casi cincuenta años desbaratando sus acciones de sabotaje, de guerra, de contrarrevolución, de bloqueo, de agresiones; después de atreverse a proclamar el carácter socialista de su revolución en el mismo momento en que marchaba a enfrentarse con los mercenarios que pretendían derrotarla militarmente en Playa Girón; después de declararse libre de analfabetismo, después de integrarse solidariamente en batallas de liberación o en acciones de ayuda generosa a otros pueblos del mundo en campos tan fundamentales como la salud, la educación y otros, realizó todavía la proeza descomunal de desafiar las leyes de la gravedad, de burlarse de los pronósticos que le auguraban um pronto final luego de la caída de la Unión Soviética y del campo de los países llamados socialistas.
Cuba resistió. Defendió las conquistas del socialismo, y sobre todo el proyecto socialista, el ideal socialista, en el mismo tiempo en que se anunciaba en el planeta, con grandes flashes que alumbraban los escombros del Muro de Berlín, el fin de la historia y el triunfo definitivo del capitalismo.
Pero además de resistir, sobre la base del sacrificio conciente colectivo de un pueblo, organizado como poder popular, sosteniendo las conquistas del socialismo; después de resistir sustentándose en valores como los del igualitarismo y la solidaridad, opuestos a los valores que fundan el capitalismo; después de impedir aún en los momentos más duros impuestos por el bloqueo y por la caída del intercambio comercial con el Este Europeo, que se sacrificaran en su proyecto social los derechos a la salud, a la alimentación, a la educación de los niños y niñas, de los ancianos y ancianas, del pueblo cubano, caminando a contramano de las recetas neoliberales imperantes en el resto del mundo, hoy Cuba es parte pujante de los nuevos tiempos en que América Latina sueña su Segunda Independencia, y proyecta abrir senderos para el socialismo en el siglo 21.
Si Cuba resistió, si hoy sigue dando ejemplo para los pueblos del mundo que no acepten la condena a muerte dictada por el imperialismo para franjas completas de la población consideradas para ellos como “descartables”, o para regiones consideradas como “inviables” por el capital, es porque en Cuba se sostuvieron algunos de los principios fundamentales planteados por el Che, junto a Fidel, Camilo Cienfuegos, Raúl Castro, Haydée Santamaría, Celia Sánchez, Vilma Espín, y otros compañeros y compañeras que se hicieron dirigentes de la Revolución cubana, interpretando y dialogando con los anhelos y la decisión de ser libres de su pueblo. Estos aspectos, sobre los que quiero centrar mi comentario, analizando su actualidad son:
1. La opción por el socialismo.
2. El internacionalismo revolucionario.
3. La creación del hombre nuevo.
4. La unidad de los revolucionarios y la unidad popular
1.La opción por el socialismo
“Revolución socialista o caricatura de revolución” escribió el Che en el “Mensaje a los Pueblos del Mundo a través de la Tricontinental”; y esta disyuntiva vuelve a cobrar actualidad en nuestros proyectos políticos, cuando en América Latina la revolución bolivariana en Venezuela promueve un debate mundial sobre el socialismo del siglo 21.
Después de los genocidios, que establecieron las políticas neoliberales en América Latina, y después de la instalación de las democracias restringidas -que dieron continuidad a esos modelos políticos, económicos y culturales de recolonización del continente-, se han abierto tiempos de rebeldías en toda América Latina. Los finales del siglo 20 fueron sacudidos por diferentes levantamientos de los pueblos frente al hambre, la miseria, la explotación, y distintas formas de opresión y dominación capitalista, patriarcal, imperialista, colonial.
El “¡ya basta!” se extendió en nuestras tierras, y tomó diferentes maneras de expresarse. Los estallidos sociales que anunció previsoramente Fidel Castro -cuando en los años 80 alertaba a los pueblos y gobiernos del mundo sobre la amenaza y el chantaje que significa para nuestras economías la deuda externa-, se multiplicaron como reguero de pólvora, y tuvieron una fuerza demoledora.
Muchos gobiernos cayeron como consecuencia del cansancio popular. En algunos casos los gobiernos fueron derrumbados por fuerzas políticas y sociales que tenían una estrategia de poder popular alternativa. En otros casos, el desmoronamiento de la legitimidad de los proyectos neoliberales, se expresaron en el rechazo a las fuerzas que los sostuvieron, pero al no existir alternativas sólidas, algunas fracciones del poder reciclaron su capacidad de gobernabilidad, renovando el discurso y promoviendo políticas de contención del malestar popular, a través del clientelismo y la cooptación de los movimientos populares por un lado, y la criminalización de la pobreza y judicialización de la protesta (como contra cara de la misma moneda).
Sin embargo, lo nuevo en el escenario político latinoamericano no es precisamente la manipulación de las esperanzas populares de cambio, hecho que ha sido una constante de las fuerzas políticas populistas, sino el surgimiento de algunas experiencias que intentan, incluso desde los gobiernos, promover activamente alternativas a la dominación imperialista. Junto a Cuba, hoy expresa con más claridad esta posibilidad, la fuerza boliviariana que encabeza Hugo Chávez en Venezuela. La propuesta del ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas), es una realidad que va ganando posibilidades de ampliación en el continente.
La opción socialista se plantea entonces, no como una consigna propagandística, sino como un debate teórico y práctico para aquellos pueblos que quieran superar las políticas de opresión del capitalismo. Si la historia ha demostrado que no es posible “humanizar al capitalismo”, o “suavizar al imperialismo”, porque la esencia del capitalismo y del imperialismo es su salvaje despojo de los pueblos para lograr las súper ganancias del capital, entonces lo que se plantea es qué tipo de sistema político, social, económico, cultural es el que puede atender a las urgencias populares de una vida digna.
En esta dirección, las reflexiones del Che sobre el período de transición al socialismo, y sus advertencias sobre el riesgo de querer construir el socialismo con las armas melladas del capitalismo, su sugerencia sobre la necesidad de pensar al socialismo no sólo como un hecho de distribución sino fundamentalmente como un hecho de conciencia, pasan a ser puntos de partida posibles para nuevos debates entre las fuerzas políticas y los movimientos sociales que intentan promover experiencias de poder popular en América Latina. Y esto significa al menos dos desafíos:
1. Estudiar las experiencias realizadas en nombre del socialismo durante el siglo 20, y analizar críticamente sus límites, sus alcances, sus aportes. Porque no es posible realizar una vuelta de página sobre la historia de la humanidad. Estudiar también las experiencias que han venido realizando los movimientos populares en las últimas décadas del siglo 20, y en los comienzos del siglo 21, en las que en los límites planteados de la lucha por la sobrevivencia, se han sabido crear proyectos colectivos en los que se han forjado lazos sociales que anticipan nuevas posibilidades de vivir y relacionarnos en el mundo.
2. Pensar en la dimensión civilizatoria del proyecto socialista, de manera que éste no reproduzca acríticamente los modelos de desarrollo depredatorios de la naturaleza y asesino de los pueblos característicos del capitalismo.
Al estudiar críticamente estas experiencias, surgirán muchos temas que nos enseñan y pueden interpelarnos de cara a los procesos actuales. Quisiera destacar al menos dos, que me parecen fundamentales.
1. La necesidad, como planteaba el Che, de considerar al socialismo no sólo ni principalmente como un sistema de mejor distribución económica, sino fundamentalmente como un hecho de creación de una nueva conciencia colectiva.
2. El lugar del poder popular en la creación de una nueva sociedad. La convicción de que no es posible que los órganos del gobierno o del Estado enajenen el poder del pueblo en la formación de un nuevo proyecto de país, en el que este mismo pueblo sea sujeto histórico.
Escribió el Che en “El socialismo y el hombre en Cuba”: “Se corre el peligro de que los árboles impidan ver el bosque. Persiguiendo la quimera de realizar el socialismo con la ayuda de las armas melladas que nos legara el capitalismo (la mercancía como célula económica, la rentabilidad, el interés material individual como palanca, etc.), se puede llegar a un callejón sin salida. Y se arriba allí, tras recorrer una larga distancia en la que los caminos se entrecruzan muchas veces, y donde es difícil percibir el momento en que se equivocó la ruta. Entre tanto, la base económica adaptada ha hecho su trabajo de zapa sobre el desarrollo de la conciencia. Para construir el comunismo, simultáneamente con la base material, hay que hacer al hombre nuevo. De allí que sea tan importante elegir correctamente el instrumento de movilización de las masas. Ese instrumendo debe ser de índole moral, fundamentalmente, sin olvidar una correcta utilización del estímulo mataerial, sobre todo de naturaleza social. Como ya dije, en momentos de peligro extremo, es fácil potenciar los estímulos morales. Para mantener su vigencia, es necesario el desarrollo de una conciencia, en la que los valores adquieren categorías nuevs. La sociedad en su conjunto, debe convertirse en una gigantesca escuela”.
Y proponiendo tareas al pueblo cubano, en plena revolución, que avanzaban hacia la constitución del poder popular, dijo el Che: “Debemos ir rápidamente a la constitución de Asociaciones Campesinas, que sean primero por barrios, como hicimos alguna vez en Gavilanes, y que después se vayan aumentando en Federaciones regionales hasta constituir una gran Federación Nacional Campesina, que sea la encargada de distribuir toda la tierra, pero que sea controlada directamente por el pueblo, es decir, la constitución de estas federaciones debe nacer de la voluntad popular y no de la voluntad de ningún gobierno por bueno que sea”. (Discurso en El Pedrero. 1959. Obras Escogidas).
Leídas estas reflexiones en el contexto de los debates latinoamericanos sobre la posibilidad y necesidad de crear en este siglo un proyecto socialista, entendemos que se plantean algunos desafíos como son:
1. La necesidad de pensar en proyectos socialistas fundados en un poder popular, que nace, se construye antes, durante y después de la conquista del poder político. Un poder popular que hoy va amasándose en los movimientos populares que asumen el desafío de luchar no sólo por demandas sectoriales o corporativas, sino por la transformación del mundo.
2. La necesidad de pensar en proyectos socialistas que apuesten a que el poder popular, el pueblo organizado, no sea burocráticamente administrado desde los gobiernos -por mejores que estos sean-, sino que sean pilares en que se sustenten, con autonomía, todas las batallas emancipatorias, lo que permitirá que el socialismo sea la manera de nombrar un enfrentamiento simultáneo al conjunto de formas de dominación, explotación y opresión.
3. La necesidad de pensar en proyectos socialistas que no sean sólo mejores maneras de distribuir la renta, sino también mejores maneras de producir, de relacionarnos con la naturaleza, entre hombres y mujeres, asumiendo también la diversidad de opciones sexuales, y eliminando cualquier modalidad de opresión cultural de unos pueblos a otros. Frente a un capitalismo que se mundializa y pretende homogeneizar la cultura alrededor de un patrón blanco, burgués, imperialista, patriarcal, racista, homofóbico, xenófobo, el socialismo debe ir siendo reinventado como el mundo en el que quepan todos los mundos que batallan por una auténtica emancipación humana. Esto ampliará no sólo el horizonte político socialista, sino también nuestra comprensión del mismo, para aproximarlo como lo soñara Marx, al “reino de la libertad”.
4. La necesidad de pensar en los modelos “de desarrollo”, o los modelos “civilizatorios” en los que se sustenta la creación socialista, encontrando en diálogo con los pueblos, con los diversos sujetos que crean el proyecto, las maneras de no reproducir los criterios depredadores, destructores de la naturaleza y de los pueblos con los que se ha levantado históricamente el capitalismo en América Latina -sistema que se ha fundado en el genocidio de los pueblos originarios y de los pueblos afrodescendientes, para establecer una cultura capitalista y androcéntrica, conjugando distintas opresiones que hoy se prolongan en tiempos de recolonización imperialista-.
2.La creación del hombre nuevo y de la nueva mujer
El Che teorizó en numerosas oportunidades sobre la creación del hombre nuevo. A este objetivo consagró su vida, volviéndose él mismo hombre nuevo. (No pensó -es cierto- en la nueva mujer. En el tiempo en que vivió, no se había construido suficientemente esa crítica del lenguaje. Fue un desafío para las mujeres, ganarse un lugar en las revoluciones, en las organizaciones que las promovían, y en el lenguaje que las nombraba).
En la creación del hombre nuevo el Che promovió dos tipos de experiencias, que hasta el día de hoy tienen valor como búsqueda teórica y práctica.
1)El trabajo voluntario.
2)El internacionalismo revolucionario.
El trabajo voluntario era pensado por el Che no sólo como una actitud solidaria que expresa valores opuestos a los del capitalismo, sino también como búsqueda teórica. Como la manera para romper con el trabajo-mercancía que caracteriza al capitalismo; para ir terminando con la enajenación producida en el momento en que el hombre o la mujer venden su fuerza de trabajo, que impide que se reconozcan en los productos del mismo, que como mercancías son apropiadas por el capitalista.
En el socialismo, el trabajo debería adquirir una nueva categoría. ¿Cómo hacerlo? No había respuestas. Tendrían que inventarse. Para ello, decía el Che, no podría recurrirse a las “armas melladas del capitalismo”, ni a sus palancas para estimular la producción reforzando la explotación.
En el socialismo, tendría que ir desapareciendo el trabajo-mercancía del capitalismo -el mecanismo de alienación de los hombres y mujeres-, e ir creándose como una forma de realización de sus deseos y necesidades, en el marco de un esfuerzo colectivo que a la vez que construía identidad entre el trabajador o trabajadora y el producto de su trabajo, iba forjando también la identidad colectiva de los grupos sociales que construían los objetivos y las modalidades de su actividad solidaria.
Escribía el Che en El socialismo y el Hombre en Cuba: “En este período de contrucción del socialismo, podemos ver el hombre nuevo que va naciendo. Su imagen no está todavía acabada, no podría estarlo nunca ya que el proceso marcha paralelo al desarrollo de formas económicas nuevas. Descontando aquellos cuya falta de educación los hace tender al camino solitario, a la autosatisfacción de sus ambiciones, los hay que aún dentro de este nuevo panorama de marcha conjunta, tienen tendencia a caminar aislados de la masa que acompañan... Todavía es preciso acentuar su participación conciente, individual y colectiva, en todos los mecanismos de dirección y de producción y ligarla a la idea de la necesidad de la educación técnica e ideológica de manera que sienta cómo estos procesos son estrechamente interdependientes, y sus avances son paralelos. Así logrará la total conciencia de su ser social, lo que equivale a su realización plena como criatura humana, rotas las cadenas de la enajenación. Esto se traducirá concretamente en la reapropiación de su naturaleza, a través del trabajo liberado, y la expresión de su propia condición humana a través de la cultura y el arte. Para que se desarrolle en la primera, el trabajo debe adquirir una condición nueva, la mercancía hombre cesa de existir, y se instala un sistema que otorga una cuota por el cumplimiento del deber social. Los medios de producción pertenecen a la sociedad, y la máquina es sólo la trinchera donde se cumple el deber. El hombre comienza a liberar su pensamiento del hecho enojoso que suponóia la necesidad de satisfacer sus necesidades animales mediante el trabajo. Empieza a verse retratado en su obra, y a comprender su magnitud humana a través del trabajo creado, del trabajo realizado. Esto ya no entraña dejar una parte de su ser en forma de fuerza de trabajo vendida, que no le pertenece más, sino que significa una emanación de sí mismo, un aporte a la vida común en que se refleja el cumplimiento de su deber social.
Hacemos todo lo posible por darle al trabajo esta nueva categoría de deber social y unirlo al desarrollo de la técnica, por un lado, lo que dará condiciones para una mayor libertad, y al trabajo voluntario por otro, basados en la apreciación marxista de que el hombre realmente alcanza su plena condición humana, cuando produce sin la compulsión de la necesidad física de venderse como mercancía”.
La búsqueda del Che de creación del hombre nuevo, daba cuenta de la necesidad de que una nueva sociedad fuera formada por seres humanos cuyas motivaciones no reprodujeran los valores que modelaron la subjetividad de los hombres y mujeres en el capitalismo: la competencia, la búsqueda de máxima ganancia, la naturalización de la explotación y de distintas formas de opresión, el egoísmo, el consumismo, el individualismo, el “sálvese quien pueda”.
El Che intentó teorizar sobre la necesidad de forjar esos hombres nuevos. Pero además de teorizar, practicó con su propia vida, con su cuerpo castigado por el asma; al que le pidió tanto en la guerra revolucionaria, como en el momento del triunfo, el máximo esfuerzo, la mayor donación para el bien colectivo.
La lucha por generar una conciencia socialista, se volvió así en el Che una batalla cotidiana. No se trataba solamente del heroísmo de los grandes momentos, sino de la capacidad de entregar lo mejor de cada cual, para hacer posible la felicidad, no sólo del pueblo en el que pudo realizarse como creador, sino la felicidad de todos los pueblos del mundo. El altruismo, tantas veces exaltado por quienes lucharon junto al Che, era un factor orgánico de esta búsqueda.
Para los movimientos populares creados en los bordes de la exclusión, el desafío se encuentra precisamente en la posibilidad de formar militantes que no sean capturados por las redes clientelares encargadas de la compra venta de conciencias, de la degradación del concepto de militante y su sustitución por una carrera hacia el lugar en el que se cree que se encuentra el poder, porque allí se reparten las migajas del banquete del gran capital.
Diversas experiencias vuelven a recrear en los contextos actuales de las resistencias, las modalidades de trabajo que intentan forjarse en la misma dirección que buscaba teórica y prácticamente el Che. Así, en los asentamientos del Movimiento Sin Tierra de Brasil, en los proyectos productivos de algunos movimientos piqueteros y de las empresas recuperadas -fábricas sin patrones- de Argentina, en las modalidades de producción y de organización de la vida comunitaria de los pueblos zapatistas, o de otras comunidades de pueblos originarios, los esfuerzos de sobrevivencia se realizan simultáneamente con la búsqueda de nuevas modalidades de organizar la producción, que no se funden en las estructuras jerárquicas, domesticadoras y alienantes de la producción capitalista. En muchos de estos esfuerzos, la creación del valor comienza a ser discutido en nuevas claves, así como también las maneras de distribución y de intercambio. El trabajo voluntario, suele ser parte de las nuevas indagaciones de estos movimientos, y éste se realiza no para multiplicar el sacrificio, -que ya es demasiado grande en las poblaciones excluidas por el capital-, sino para intensificar la creatividad, la mística de lo colectivo y de lo solidario.
Hombres nuevos, nuevas mujeres, se van formando con los perfiles de militantes no domesticados, lo contrario de aquellos militantes reconvertidos que para “hacer carrera”, una y otra vez bajan la cabeza, repiten la orden, transforman los roles de dirección en funciones de disciplinamiento jerárquico, y finalmente renuncian a toda rebeldía.
“No debemos crear asalariados dóciles al pensamiento oficial ni «becarios» que vivan al amparo del presupuesto, ejerciendo una libertad entre comillas. Ya vendrán los revolucionarios que entonen el canto del hombre nuevo con la auténtica voz del pueblo.”, escribía el Che en 1965 en su carta a Aníbal Quijano conocida como “El socialismo y el hombre en Cuba”. Y agregaba más adelante: “El revolucionario, motor ideológico de la revolución dentro de su partido, se consume en esa actividad ininterrumpida que no tiene más fin que la muerte, a menos que la construcción se logre en escala mundial. Si su afán de revolucionario se embota cuando las tareas más apremiantes se ven realizadas a escala local, y se olvida el internacionalismo proletario, la revolución que dirige deja de ser una fuerza impulsora y se sume en una cómoda modorra, aprovechada por nuestros enemigos irreconciliables, el imperialismo, que gana terreno. El internacionalismo es un deber, pero también es una necesidad revolucionaria. Así educamos a nuestro pueblo”.
El Che se refería así a una de las dimensiones del internacionalismo: la que se relaciona con una nueva conciencia humana. Una dimensión que la Revolución Cubana ha cultivado, y que tal vez sea una de las fuerzas principales que le permitió sobrevivir. Miles de cubanos y cubanas han sido parte de misiones internacionalistas en distintos rincones del mundo, repitiendo el gesto del Che, cuando partiera para el Congo primero y después para Bolivia. De esta manera, jóvenes que no han pasado por la experiencia educadora de la lucha revolucionaria por derribar al poder opresor, han forjado su conciencia combativa, y se han enfrentado con las políticas de muerte del capitalismo, en acciones internacionalistas, como médic@s, alfabetizador@s, técnic@s, o en distintas formas de cooperación, de acuerdo a lo requerido por los pueblos en lucha por su liberación. Así se han vuelto combatientes, han sabido a qué fuerzas mundiales se enfrenta su revolución, y han encontrado las maneras de defenderla y de hacerla un baluarte de dignidad.
Participando en otras experiencias internacionalistas, los movimientos populares también forman en algunos casos a sus militantes, integrando como una de las dimensiones, aquella capacidad de unirse a cualquier lucha de liberación en cualquier rincón del mundo.
La batalla por la libertad, en tiempos en que el capitalismo mundial intenta subordinar al conjunto de la humanidad bajo su mando, pasa a ser una forma de ejercicio de la vida cotidiana en las experiencias de poder popular, en las que se van creando vínculos nuevos entre los hombres y mujeres que revolucionan sus vidas, para revolucionar las sociedades y el mundo. Pero la creación de la nueva conciencia, de estos hombres y mujeres nuevos que se disponen a entregar lo mejor de sí mismos para enfrentar las duras condiciones de sobrevivencia en las que se encuentra la mayor parte de la humanidad, y para crear condiciones para que nazca una nueva sociedad, requiere de un trabajo sistemático de formación política, de educación popular, de un proyecto político pedagógico revolucionario que trabaje simultáneamente en la crítica y la recreación de los aspectos que parten de la vida cotidiana –esfera en que se hace más fuerte la dominación-, hasta alcanzar la elaboración colectiva de teorías y prácticas subversivas frente al orden mundial.
3.El antimperialismo y el internacionalismo revolucionario como proyecto político
Si Cuba fue el lugar donde el Che dejó sus mayores esfuerzos de creador, Bolívia es el territorio regado por sus sueños. 40 años después de su caída y de su asesinato en Bolívia, un hecho informa sorprendentemente de algunos de los cambios producidos em este mundo y em este rincón de América Latina.
Mario Terán, el “soldadito boliviano” asesino del Che, recuperó la vista en una operación realizada por médicos cubanos en una clínica de Santa Cruz de la Sierra. La clínica fue donada por la Revolución Cubana al pueblo de Bolivia, en los marcos de los acuerdos del ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas). Los médicos cubanos, en su ejercicio de vida, curaron al asesino del Che. De la misma manera que el Che, como médico, curaba a los soldados enemigos capturados en Sierra Maestra. Un proyecto de vida, frente al proyecto de muerte del capitalismo.
También podemos analizar este suceso, desde la perspectiva de que en él se revela una nueva manera de internacionalismo, que recupera el pensamiento del Che, sobre las características que deberían asumir las formas de intercambio entre los países que pretenden relacionarse desde una cultura que tienda al socialismo. Éste fue precisamente, uno de los debates planteados por el Che en su controvertido Discurso de Argel (1965): “El desarrollo de los países que empiezan ahora el camino de la liberación, debe costar a los países socialistas. No puede existir socialismo, si en las conciencias no se opera um cambio que provoque una actitud fraternal frente a la humanidad, tanto de índole individual, en la sociedad en que se construye o está construído el socialismo, como de índole mundial, en relación a todos los pueblos que sufren la opresión imperialista”.
En las formas de intercambio entre Bolivia y Cuba que aquí comentamos, realizadas en los marcos del ALBA, o entre Venezuela y Cuba, donde cada país va ofreciendo lo que tiene no desde una perspectiva de mercado, sino en función de una integración solidaria, van apuntando algunos rasgos de esa dimensión internacionalista propuesta por el Che como proyecto político antimperialista, de los pueblos que luchan por su liberación. Cada cual ofrece lo que tiene y lo que puede, en los marcos de una integración solidaria, antimperialista, que fortalece tanto el proyecto político de quienes reciben la solidaridad, como de quienes la entregan.
En un momento en que los movimientos populares avanzan en la creación de redes continentales y mundiales de desafío a la dominación imperialista, a la mundialización del capitalismo y de las trasnacionales, toma más encarnadura concreta la prédica guevariana sobre la necesidad de unir las batallas parciales, locales, sectoriales, no subordinándolas a un mandato único del movimiento internacional, sino enredándolas en una trama de rebeldías que pueda multiplicar la capacidad de desafío de todas las opresiones.
No se trata solamente de coordinar agendas, sino de dialogar entre las diversas experiencias de resistencia, de manera de lograr identificaciones comunes en las batallas de otros y otras, para construir un “nosotros y nosotras” colectivo, diverso, rebelde, de carácter internacionalista y antimperialista, en el que no se resumen las diversidades en el consenso de un pliego de demandas comunes, sino que se interpela nuestra capacidad de sentir el dolor en cualquier rincón del mundo como propio, y de sentirnos felices cuando en cualquier rincón del mundo se alza una bandera de libertad. Ser capaces, sobre todo, de compartir la suerte de los agredidos y de las agredidas por las diversas formas de opresión, dominación y explotación
La lucha internacionalista tiene dimensiones y temáticas variadas, pero resultan especiamente significativas aquellas que están dando batalla contra la recolonización de América Latina, que se continúa realizando por medio del saqueo de los bienes de la naturaleza por las trasnacionales, de la destrucción de poblaciones, del avasallamiento cultural.
El internacionalismo -en tiempos de mundialización del capitalismo- implica enfrentar centralmente al baluarte principal del imperialismo: el bloque de poder de los EEUU, pero también combatir al bloque común imperialista integrado por el poder burgués de Europa y Jápon y sus instrumentos de gestión colectiva del dominio mundial, como el G8, el FMI, el Banco Mundial, la OMC, etc.
Forman parte del internacionalismo y del antimperialismo de los pueblos, detener la invasión y destrucción a Irak, la posible agresión e invasión a Irán, el Plan Colombia, el Plan Paraguay, la intervención militar en Haití, los ejercicios militares conjuntos de las FFAA latinoamericanas, bajo el mando norteamericano (como los Operativos Unitas y otros).
Y es parte de los esfuerzos internacionalistas, proyectar al ALBA no sólo como un acuerdo de gobiernos, sino como un auténtico esfuerzo de integración de los pueblos, en la construcción de un proceso popular que confronte com el ALCA y los TLC (también con los que comienzan a firmarse con Europa), con los canjes de deuda externa por naturaleza o por educación, con las iniciativas de creación de infraestructura al servicio de las políticas de las trasnacionales (como el IIRSA), con las políticas de expropación de nuestros saberes a través de las patentes, etc.
4) La unidad de los movimientos revolucionarios, y la unidad de los pueblos
“Si todos fuéramos capaces de unirnos para que nuestros golpes fueran más sólidos y certeros, para que la ayuda de todo tipo a los pueblos en lucha fuera aún más efectivo, qué grande sería el futuro y qué cercano”.
Así escribía al Che en su Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental. El valor de la unidad de las fuerzas revolucionarias, y el valor de la unidad del pueblo en un proceso de luchas, así como de la unidad de los pueblos en el enfrentamiento al imperialismo, fue una de las prédicas centrales del Che, en la que aprendió muchísimo de Fidel, como líder de la Revolución Cubana, y como promotor permanente de distintos esfuerzos de unidad antimperialista de los pueblos.
No hay poder popular sin unidad. No hay creación del pueblo como sujeto histórico, en la lucha, si el mismo queda atravesado por estériles batallas entre organizaciones que se pretenden de izquierda, que en nombre de “verdades puras” hacen juegos de esgrima plagadas de sectarismo y de dogmatismo. En pos de proyectos clasistas, muchas veces se promueve la fragmentación de la clase obrera y su aislamiento respecto de sus posibles aliados. El sectarismo de izquierda, el hegemonismo, el obrerismo (una variante del economicismo), el vanguardismo, son absolutamente funcionales a las políticas de fragmentación del sujeto histórico.
La unidad, en tiempos en que puede vislumbrarse un nuevo reascenso del movimiento popular, se vuelve no sólo un imperativo ético sino también un imperativo político para quienes pretenden desafiar con éxito al poder del capitalismo.
“Sin perder la ternura jamás”
En “El socialismo y el hombre en Cuba” escribió el Che: “Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor.”
El Che creía que podía parecer ridículo, asumir que “los revolucionarios verdaderos están guiados por grandes sentimientos de amor”. Sin embargo, en un tiempo en que el amor resulta cada vez más ajeno a la mercantilización de la política, e incluso a su corrupción, esta idea puede ser fuente de inspiración de nuevas rebeldías.
La revolución, que se piensa no en las coordenadas de un día D, sino como una sucesión de batallas que teniendo momentos más álgidos de definiciones, como el de la conquista del poder político, se libran sin embargo en el día a día de nuestra existencia, requiere de altas dosis de amor.
En estos duros años aprendimos que no sólo se da la vida en el momento en que enfrentamos cara a cara a los asesinos, sino que damos la vida en todos los intentos cotidianos de cambiar nuestras propias formas de estar en el mundo, de crear nuestras organizaciones, de entender a quienes caminan hacia objetivos similares por otros caminos, y también a quienes caminan hacia otros objetivos, pero no necesariamente desde el campo enemigo.
“Endurecernos, sin perder la ternura jamás” aconsejaba el Che, y ésta puede ser una buena pista para conservar la firmeza frente a un poder que prefiere emplear discrecionalmente los mecanismos de cooptación de voluntades, y de disolución de principios. Firmeza frente al poder, frente a la dominación, frente a las intenciones de homogeneizar la voluntad popular alrededor de una cultura burguesa, blanca, machista, xenófoba, guerrerista. Y ternura para seguir inventando posibilidades a la revolución, para mirarnos en los ojos de los oprimidos y oprimidas, de los condenados de la tierra, y reconocernos. Para multiplicar el trabajo voluntario, los gestos solidarios, el pensamiento crítico, el diálogo fecundo. Firmeza y ternura para guevariar al mundo, y para que la revolución siga siendo la forma en que se nombra la fiesta del pueblo, la de la creación, la de la victoria cotidiana.
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