lunes, 19 de noviembre de 2007
FINALIZÓ EL CICLO "TELEVISIÓN POR LA IDENTIDAD"
Gran Abuela por TV
En un contexto atravesado por los juicios contra los represores, por la desaparición hace ya más de un año de Julio López - uno de los principales testigos- y de una impronta política eminentemente partidaria y oficialista de las referentes de los organismos de derechos humanos -Hebe de Bonafini y Estela de Carlotto - la miniserie "Televisión por la memoria" en el canal de mayor nivel de audiencia, dejó sabores agridulces: por un lado, abriendo,la posibilidad de instalar el debate de manera novedosa; por el otro, solidificando la marginalidad de quienes impulsan actualmente una revisión y reactualización de las políticas en la materia.
El discurso respecto de la historia social y política reciente, lejos de ser unívoco, resiste variadas perspectivas, muchas de ellas en pugna. En la actualidad, tras el equívoco concepto general de los "Derechos Humanos" se ventilan y a la vez se cajonean numerosas reivindicaciones. La novedosa aparición, tres décadas atrás, de los organismos de derechos humanos que lucharon contra la sistematicidad de la tortura, desaparición y muerte durante la dictadura militar, ha tocado una visagra con la revisión hegemónica impulsada por el gobierno saliente de Néstor Kirchner.
La miniserie produjo, entonces,lo esperable: una producción impecable en términos estéticos, un éxito medible en rating, y un relato basado en la visión y la acción que caracterizó la trayectoria de Abuelas de Plaza de Mayo, una versión sesgada y algo anecdótica. La primera nieta recuperada -Tatiana Ruarte- cuya familia adoptiva fue clave en el reencuentro con su familia biológica, un nieto – Juan Cabandie - víctima del maltrato que le proporcionó el policía que lo tomó como “botín de guerra”, cuya familia termina por odiarlo -al menos en la serie- y una recreación ficcional de la historia de Abuelas, marcaron cada uno de los tres capítulos del ciclo, tras los cuales la Asociación se conviertió en la verdadera protagonista de la serie.
Con la telenovela “Montecristo” –donde desde la ficción se relataba la historia de un médico con actuación en Centros Clandestinos de Detención -como antecedente inmediato, TELEFÉ, una usina de impactos mediáticos con Gran Hermano como ejemplo, posó sus ojos sobre la temática y en sociedad con Abuelas, recreó en su pantalla la experiencia de “Teatro por la Identidad”. El horario central le aseguró a la experiencia millones de espectadores, lo que en el contexto actual de los medios masivos de comunicación, no es nada desdeñable. Sin embargo con suficiente elegancia y adrede, el libreto mostró poco y nada de las historias de los padres –detenidos desaparecidos– y se concentró en los nietos recuperados y en la identidades. Las condiciones en el que ocurrieron las apropiaciones fue tocado de manera tangencial y con ausencia de compromiso en la puesta en escena.
La autorreferencialidad respecto del trabajo de las Abuelas – en verdad encomiable en cuanto a la recuperación de la identidad de los chicos expropiados- atentó contra un valoración integral de los coordenadas históricas y políticas que rodearon y determinaron su búsqueda. El énfasis puesto en un solo aspecto del proceso militar, no por eso menos importante, deja aún vacante el repaso crítico de numerosas aristas de la política estatal instaurada durante los `70, igualmente determinante y no siempre analizada con acierto por la Asociación. Todavía machaca, como triste recuerdo, la amigable escena entre Carlotto y Hillary Clinton, esposa del presidente de EEUU en tiempos de “relaciones carnales” durante los menemistas años ´90.
Innegable es el rol político partidario que han adquirido las Abuelas y la propia Carlotto, poniendo su capital de referencia al servicio pingüino; vocera e imagen de Abuelas en los spots publicitarios en favor de Cristina durante la reciente campaña electoral, principal operadora del gobierno kirchnerista frente al resto de los organismos durante el acto del 24 de Marzo, pública defensora del Jefe de Gobierno destituido, Aníbal Ibarra, frente a los familiares de Cromagnon. Esa trayectoria basada en coherencia y bajo nivel de confrontación con el poder permitieron esta miniserie, que supone más el final de un derrotero asimilado por el Estado que el comienzo de un debate respecto de la última dictadura.
Desde su discurso “setentista” y su diatriba sobre los “Derechos Humanos”, la anulación de la leyes de impunidad, desde el impulso al museo en la ESMA, Kirchner marcó a fuego la interna de los organismos y los sumergió en una crisis, donde la mayoría tuvo que replantearse su rol. Algunos, que no acotan hasta 1983 sus reclamos, vienen impulsando los juicios a los torturadores y reclamando por el avasallamiento actual de Derechos Humanos elementales. Otros organismos, lamentablemente, lo miran únicamente por TV.
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