martes, 6 de noviembre de 2007

Cuba es libre hace 48 años, 9 meses y 6 días.



Por Eugenio Suárez Pérez

Estuve esperando que pasara la ola de condenas y críticas que provocó el discur… digo, el panfleto que le pusieron en la mano al presidente de Estados Unidos, George W. Bush, para que, como una cotorra, lo repitiera.
Y hoy me propuse, al fin, dar las gracias a ese gran NO-estadista norteamericano por reiterar que Cuba es libre. Por supuesto, el pueblo de Cuba ya lo conocía desde el primero de enero de 1959. Pero, bueno, hoy escuchar de boca de un presidente estadounidense ¡VIVA CUBA LIBRE! es un reconocimiento, es un aval de la legitimidad de lo que somos: LIBRES.
Yo no voy a reproducir las gansadas, payasadas y estupideces leídas por Bush. No es necesario, son tan burdas, que estoy convencido que después de leídas y de haberse creído que estaba haciendo la cosa bien (a pesar de los escasos dedos de frente que tiene) se hubo de percatar la metedura de “pata”. Pero el pobre... ¿qué más puede hacer? No es fácil tratar de argumentar sin razones; acusar sin verdades, justificar con mentiras. Y al final, todos conocemos sus pretensiones.
Pretensiones que no son de hoy ni de ayer, sus antecesores las vienen arrastrando hace más de dos siglos. Baste solo recordar los primeros intentos por apoderarse de Cuba y también los segundos y los terceros. En 1767, diez años antes de que las trece colonias inglesas declararan su independencia, Benjamín Franklin escribe acerca de la necesidad de colonizar el valle de Mississipi “…para ser usado contra Cuba o México mismo”. Recién constituida esa nación, el propio Franklin insiste de nuevo en la conveniencia de apoderarse de las Sugar Island (Islas del Azúcar) con el propósito de organizar un monopolio de la industria azucarera.
Otra muestra de esas pretensiones se encuentra en una carta fechada el 23 de junio de 1783, que fuera enviada por John Adams --elegido posteriormente presidente de EE.UU. para el período 1797-1801--- a Robert R. Livingston, entonces uno de los principales colaboradores de Thomas Jefferson en la redacción de la Declaración de Independencia. Adams planteaba a Livingston que las islas del Caribe constituían “…apéndices naturales del continente americano (…) es casi imposible resistir la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra República Federal será indispensable para la continuación de la Unión”.
En 1787, Alexander Hamilton recomendó: “la creación de un imperio continental americano que incorpore a la unión los demás territorios de América, aún bajo el dominio colonial de potencias europeas o las coloque, al menos bajo su hegemonía”.
El presidente norteamericano Thomas Jefferson, en 1805, con carácter oficial, emite las primeras declaraciones de sus pretensiones en una nota enviada al embajador de Inglaterra en Washington: “En caso de guerra entre Inglaterra y España, los Estados Unidos se apoderarían de Cuba por necesidades estratégicas para la defensa de Louisiana y de la Florida”.
Cinco años después, el mandatario de turno en EE.UU. orienta a su embajador en Londres, poner en conocimiento del gobierno de ese país que: “La posición de Cuba da a Estados Unidos un interés tan profundo en el destino de esa Isla, que aunque pudieran permanecer inactivo, no podrían ser espectadores satisfechos de su caída en poder de cualquier gobierno europeo que pudiera hacer de esa posición un punto de apoyo contra el comercio y la seguridad de Estados Unidos”.
En 1823, John C Calhoun, con el apoyo del expresidente Jefferson, defendió el criterio de anexar a Cuba: “Confieso francamente haber sido siempre de la opinión que Cuba sería la adición más interesante que pudiera hacerse a nuestro sistema de Estados. El dominio que, con el promontorio de la Florida, nos diera esta isla sobre el golfo de México sobre los Estados y el istmo que lo rodean, y sobre los ríos que en él desembocan, llenaría por completo la medida de nuestro bienestar político”.
Ese mismo año, surge la teoría política conocida como “la fruta madura”. Así, en las instrucciones enviadas al embajador de EE UU en España, con fecha 28 de abril de 1823, John Quincy Adams, Secretario de Estado, especificaba: “El traspaso de Cuba a Gran Bretaña sería un acontecimiento muy desfavorable a los intereses de esta Unión (...) La cuestión, tanto de nuestro derecho y de nuestro poder para evitarlo, si es necesario por la fuerza, ya se plantea insistentemente en nuestros consejos, y el gobierno se ve obligado en el cumplimiento de sus deberes hacia la Nación, por lo menos a emplear todos los medios a su alcance para estar en guardia contra él e impedirlo”.
En la nota detallaba las motivaciones que despertaban el interés norteamericano por Cuba y la necesidad de preparar el camino para la anexión. Así quedó expuesto en el documento: “Estas islas (Cuba y Puerto Rico) por su posición local son apéndices naturales del continente norteamericano, y una de ellas, la isla de Cuba, casi a la vista de nuestras costas, ha venido a ser, por una multitud de razones, de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de nuestra Unión”.
John Quincy Adams afirmaba: “Cuando se echa una mirada hacia el curso que tomarán probablemente los acontecimiento en los próximos cincuenta años, casi es imposible resistir la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra República Federal será indispensable para la continuación de la Unión y el mantenimiento de su integridad”.
Más adelante, Adams intentando argumentar su teoría, expone: “Pero hay leyes de gravitación política como las hay de gravitación física, y así como una fruta separada de su árbol por la fuerza del viento no puede, aunque quiera, dejar de caer en el suelo, así Cuba, una vez separada de España y rota la conexión artificial que la liga con ella, e incapaz de sostenerse por sí sola, tiene que gravitar, necesariamente hacia la Unión Norteamericana, y hacia ella exclusivamente, mientras que a la Unión misma, en virtud de la propia ley, le será imposible dejar de admitirla en su seno”.
La estrategia de la “fruta madura” originó la tesis del “fatalismo geográfico” y representó en esencia de lo que ocho meses después de la nota de Adams, el 2 de diciembre de 1823. el presidente James Monroe, en su séptimo mensaje anual al Congreso, da a conocer la llamada DOCTRINA MONROE, cuya tesis esencial plantea que “América era para los americanos” y advierte a las potencias europeas que no intenten meter sus manos en el nuevo continente que ya Estados Unidos considera de su propiedad.
Los intentos por apoderarse de nuestra isla continuaron. Varios presidentes norteamericanos procuraron comprarla a los españoles: Polk en 1848; Pierce, en 1852; Buchanan, en 1857. A esto se suman los intentos anexionistas de Narciso López, quien a partir de 1846 se dedicó a trabajar por la anexión de Cuba a los Estados Unidos.
Buchanan, quien a partir de 1854 había desarrollado su campaña electoral con el argumento de la compra de Cuba como base fundamental de su plataforma, publicó el Manifiesto de Ostende, cuya esencia queda en este párrafo: “Los Estados Unidos deben comprar a Cuba por su proximidad a nuestras costas; porque pertenecía naturalmente a ese grupo de estados de los cuales la Unión era la providencial casa de maternidad; porque dominaba la boca del Mississipi cuyo inmenso y creciente comercio tiene que buscar esa ruta al océano y porque la Unión no podría nunca gozar de reposo, no podría nunca estar segura hasta que Cuba estuviese dentro de sus fronteras”.
Carlos Marx, al escribir en La Guerra Civil en los Estados Unidos, expresó que: “Buchanan, en realidad, había comprado el puesto de Presidente mediante la publicación del Manifiesto de Ostende, con el cual la adquisición de Cuba, sea mediante el hurto o la fuerza de las armas, se proclamó como la gran tarea de la política nacional”
En 1868, los patriotas cubanos inician la guerra de independencia contra el colonialismo español. Carlos Manuel de Céspedes, iniciador de esta epopeya, no tardó en comprender que nada se podría esperar del gobierno norteamericano. A fines de julio de 1870 —en carta a José Manuel Mestre, sucesor de Morales Lemus como representante diplomático de Cuba en los Estados Unidos— el Padre de la Patria cubana confesaba:
Por lo que respecta a los Estados Unidos tal vez esté equivocado, pero en mi concepto su gobierno a lo que aspira es a apoderarse de Cuba sin complicaciones peligrosas para su nación (...) ese es el secreto de su política y mucho me temo que cuanto haga o proponga, sea para entretenernos y que no acudamos en busca de otros amigos más eficaces y desinteresados.
No era posible que por más tiempo soportásemos el desprecio con que nos trata el gobierno de los Estados Unidos, desprecio que iba en aumento mientras más sufridos nos mostrábamos nosotros. Bastante tiempo hemos hecho el papel del pordiosero a quien se niega repetidamente la limosna y en cuyos hocicos por último se cierra con insolencia la puerta (...) no por débiles y desgraciados debemos dejar de tener dignidad.
Aquí, por razones de espacio, solo hemos expuesto las pretensiones de Estados Unidos hasta los inicios de nuestra primera guerra de independencia (1868-1878). Luego conoceríamos la herencia de José Martí, organizador de la guerra necesaria iniciada en 1895, quien el 18 de mayo, pocas horas antes de morir, escribiera en carta inconclusa a su amigo Manuel Mercado:
… ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber—puesto que lo entiendo y tengo ánimos con qué realizarlo—de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin.
Las mismas obligaciones menores y públicas de los pueblos —como ése de Ud. Y mío, —más vitalmente interesados en impedir que en Cuba se abra, por la anexión de los imperialistas de allá y los españoles, el camino que se ha de cegar, y con nuestra sangre estamos cegando, de la anexión de los pueblos de nuestra América, al Norte revuelto y brutal que los desprecia, —les habían impedido la adhesión ostensible y ayuda patente a este sacrificio, que se hace en bien inmediato y de ellos.
Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas: —y mi honda es la de David”
De aquí en adelante la historia es más conocida: la voladura del Maine que le sirvió de pretexto para declararle la guerra a España cuando los mambises tenían la contienda prácticamente ganada; su intervención en la guerra Hispano-Cubana; la firma del Tratado de París sin la presencia de los cubanos; el gobierno interventor impuesto a la Isla ocupada; la Enmienda Platt y la base naval en la bahía de Guantánamo; la castrada República neocolonial; la apropiación de las principales riquezas económicas del país; el apoyo a las dictaduras de Machado y de Batista; el intento de golpe de Estado para evitar la victoria del Ejército Rebelde y mil cosas más.
Con el triunfo de la Revolución, al nacer enero de 1959, los cubanos fuimos ¡al fin! dueños del destino de la nación, libres por primera vez. A partir de aquí el diferendo histórico entre EE.UU y Cuba entró en una nueva etapa, que perdura.
Y fíjese si somos libres desde entonces, que con usted Mr. Bush han pasado por el cargo que hoy usted, rateramente, ocupa, diez presidentes con la cruz pesada a cuesta, y aquí estamos… y estaremos porque nadie nos detendrá. Nuestra decisión se mantiene cada día más a pesar de las amenazas, las agresiones y el bloqueo.
Recuerde Mr. Bush que el 16 de marzo de 1960 se presentó en su país el Programa de Acción Encubierta contra el régimen de Castro, con el objetivo —según este programa— de provocar la sustitución del régimen de Castro por uno que responda mejor a los verdaderos intereses del pueblo cubano y sea más aceptable para los Estados Unidos. Acaso, no sabía el presidente Eisenhower, que en esa fecha se sustituía ya un régimen, el batistiano, por otro del pueblo, por el pueblo y para el pueblo.
Este Programa contempló cuatro procedimientos: 1) crear una oposición cubana, que se declare públicamente como tal; 2) desarrollar los medios de información necesarios hacia el pueblo cubano, con el fin de iniciar una poderosa ofensiva propagandística en nombre de la oposición declarada; 3) crear una organización secreta de inteligencia y acción dentro de Cuba; y 4) crear una fuerza paramilitar adecuada fuera de Cuba que recibirán entrenamiento fuera de EE.UU. y estén disponibles parea su despliegue en Cuba.
Al siguiente día, 17 de marzo, en una conferencia con Eisenhower en la Casa Blanca, donde se presentó el Programa de Acción dijo “nuestras manos no debían aparecer en nada de lo que se hiciera”. Pero, no lo pudieron evitar, siempre aparecieron.
Unos días después, el 6 de abril de 1960, Lester Dewitt Mallory, entonces subsecretario de Estado Adjunto para los Asuntos Interamericanos, escribió en un memorando discutido en una reunión encabezada por el presidente Eisenhower:
“No existe una oposición política efectiva en Cuba; por tanto, el único medio previsible que tenemos hoy para enajenar el apoyo interno a la Revolución, es a través del desencanto y el desaliento, basados en la insatisfacción y las dificultades económicas. Debe utilizarse prontamente cualquier medio concebible para debilitar la vida económica de Cuba, para disminuir los salarios reales y monetarios, a fin de causar hambre, desesperación y el derrocamiento del gobierno”.
Hoy, 47 años después de aquellos proyectos, a pesar de las amenazas, las agresiones directas e indirectas y el bloqueo económico más férreo y más extenso en la historia de la humanidad, acaso cuenta usted con los trasnochados y desprestigiados mercenarios a quienes ustedes pagan por mentir contra la Revolución.
Mr. Bush continúa soñando desesperadamente con hacernos regresar a la situación neocolonial del pasado y no cuenta con la dignidad y determinación del pueblo cubano:


CUBA SEGUIRÁ SIENDO LIBRE.

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