lunes, 7 de agosto de 2017

Concierto gratuito de Baremboin y Argerich: un acto de campaña



Este gobierno es una suerte de rey Midas al revés; si aquel podía convertir en oro lo que tocaba, éste ensucia cualquier cosa que pase por sus manos, hasta un concierto gratuito de dos grandes artistas, de dos eximios como Daniel Barenboim y Martha Argerich. Lo que podría y debería haber sido una manifestación artística popular quedó reducido a un acto de campaña restringido y caro, pagado además con el presupuesto de la Ciudad de Buenos Aires, cuyo jefe, Horacio Rodríguez Larreta, está empeñado en destruir el arte, la cultura, la educación y, en particular, al propio Teatro Colón, convertido en un salón de fiestas privadas para millonarios de mal gusto.
Por otra parte, hasta la organización del acontecimiento rozó el absurdo. El gobierno pagó 2,5 millones de pesos para instalar la técnica que necesitaba el concierto –además del lógico cachet pagado a los artistas− pero el montaje del enorme escenario redujo a tal punto la capacidad de la plaza que podría haberlo visto y escuchado más gente si se hacía gratuitamente adentro del teatro.
Esto se hace, como quedó dicho, mientras el Colón se ha convertido en una sala de fiestas privadas para la gran burguesía y las actividades artísticas suelen tener precios inaccesibles a las masas populares, cuando no se organizan espectáculos farsescos (el de Al Pacino, por ejemplo, a 5 mil pesos la platea). Al mismo tiempo, dentro del teatro se extienden la precarización laboral y la pérdida constante de conquistas por parte de los trabajadores, incluidos los músicos.
En primer lugar, una política cultural nacional no podría tolerar maestros con sueldos miserables y escuelas y colegios derruidos ni, mucho menos, la reforma que el gobierno se propone aplicar a los colegios secundarios para ponerlos al servicio de las multinacionales. Y en materia artística se tienen teatros, como el Colón, transformados en la práctica en grandes empresas privadas orientadas hacia una elite, mientras músicos y trabajadores del arte desenvuelven sus tareas en las peores condiciones. Todo eso quiere ocultarse con un concierto como el de Barenboim-Argerich cuando, además, están encima unas elecciones en las que el gobierno se las ve peor que mal.
En Europa los conciertos de grandes orquestas organizados al aire libre constituyen una tradición cultural que los ha convertido en patrimonio popular. Lo de la plaza del Colón ha intentado ser una mala copia de aquello, para dar –o intentarlo− la falsa imagen de que el gobierno promueve el interés popular por el arte y la cultura, pero uno y otra exigen, ante todo, una población trabajadora con necesidades básicas satisfechas, una política sistemática de acercamiento y difusión de actividades –en las plazas públicas, por supuesto− y con trabajadores del arte pagados como corresponde. Todo lo contrario de un concierto con funcionarios públicos en las primeras filas, en campaña electoral disfrazada, para mostrar un acontecimiento artístico que los trabajadores, en general, tienen vedado. El gobierno pone todo el problema patas arriba.
Por otra parte ¿se supone que acontecimientos como el concierto del sábado 29 promoverían un acercamiento popular al Colón? De ningún modo: el problema hunde sus raíces en un debate económico que es necesario llevar adelante, para que finalmente el conjunto de los trabajadores tengan acceso a lo que se entiende por cultura (en un sentido amplio, el nivel cultural de un país se mide por las posibilidades de la población trabajadora de satisfacer sus necesidades y crear necesidades nuevas de todo tipo). El problema es más de fondo: el capitalismo, lejos de poner el arte al servicio de la sociedad, tiende a destruirlo como tiende a destruir a la sociedad misma. Con superexplotación y miseria, el arte queda necesariamente relegado a un lugar secundario.
Es una necesidad imperiosa poner el arte al servicio de la población trabajadora, tarea que sólo puede llevar adelante una organización política independiente de los gobiernos y los empresarios, que modifique las contradicciones económicas de fondo y revierta, de una vez por todas, este creciente proceso de restricción popular al arte, que en este caso afecta al Teatro Colón pero que se extiende a todas las ramas de la actividad artística.

Pablo Doglioli y Alejandro Guerrero

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