Desde los inicios del gobierno de Mauricio Macri muy rápidamente se ha enrarecido el aire que respiramos en Argentina, tanto que podemos afirmar sin temer equivocarnos que, parangonando a Shakespeare, “algo huele a podrido en Argentina”. Por razones de espacio sólo me limitaré a recrear algunos acontecimientos que nos afirman en esta sensación.
Aunque tal vez lo desconozcan u olviden muchos argentinos es harto conocido que la fortuna del grupo familiar encabezado por Francisco Macri y heredada por Mauricio Macri se forjó, principalmente como importante contratista de obras públicas y que, a partir de su asociación con la dictadura cívico-militar-eclesiástica (planificada por José A. Martínez de Hoz, ejecutada por Jorge Rafael Videla y tutelada por Monseñor Aramburu) pudo incrementarse y diversificarse fabulosamente. Sería sumamente tedioso describir el desempeño empresario del grupo Macri, pero siempre lo rodeó un apacible manto de sospechas de corrupción, muy frecuentes en el ámbito de las contrataciones públicas. Sólo mencionaré dos casos paradigmáticos. Uno es la probada responsabilidad de Mauricio Macri al frente de SOCMA (SOciedades MAcri) con su empresa subsidiaria OPALSEN en el contrabando de automóviles triangulando desde Uruguay la importación de autos de lujo para beneficiarse de reintegros impositivos. El caso judicial fue concluyente, pero la tradicional (in)justicia argentina hizo que el juicio prescribiera y por tal motivo no cumpliera la condena que merecía y que ya se había dictado. El otro caso fue la privatización del Correo Argentino bajo el gobierno de Carlos Menem. Aquí el grupo Macri, a quién se le adjudicó la empresa, no sólo jamás pagó las regalías que fijaba la concesión sino que además se dedicó a vaciarla hasta el momento en que el presidente Néstor Kirchner dispuso su retorno a la propiedad del Estado Nacional. No es por casualidad que, el ahora Presidente Macri, haya puesto en la dirección actual del Correo Argentino a ex–empleados suyos. Una obsesión de Mauricio es poder llegar a controlar el mecanismo democrático de elección de autoridades nacionales, pues sabe muy bien de la volatilidad del favor público que pesa sobre la derecha argentina. Esto ha quedado muy a la vista en las recientes elecciones (PASO-2017) donde el Correo Argentino fue responsable, no sólo de la manipulación intencionada del flujo del sufragio para “encubrir”, aunque sea por algunas horas, el triunfo de Unidad Ciudadana en Buenos Aires y en Santa Fe, con el propósito de hacer “creer” una victoria avasallante del oficialismo. Tal vez, lo más grave es que, inmediatamente después de esta vergüenza nacional y a partir de firmes sospechas, se han descubierto innumerables casos de adulteración de los telegramas que las autoridades de mesa enviaron al Correo para el escrutinio provisorio. Casualmente las irregularidades consistieron en borrar votos asignados a Unidad Ciudadana (Cristina Kirchner) y a partidos de izquierda.
Como si esto fuese poco, no hubo ningún alto funcionario público que dejase de adjudicar las irregularidades denunciadas a la no utilización del voto electrónico propuesta por el oficialismo y rechazada en el Congreso Nacional. Llama poderosamente la atención la insistencia de Macri por que adoptemos el voto electrónico. Es sabido que ese sistema fue adoptado en muchos de los países centrales y que luego fue abandonado para volver al sistema tradicional por haberse comprobado la alta inseguridad del mismo, por ser fácil víctima de alteración del cómputo por vía de “hackers”, cuando no por parte del propio administrador del proceso eleccionario. También debemos recordar que en esta última elección Macri decidió retirar la administración del proceso eleccionario a la Cámara Nacional Electoral para adjudicársela directamente al Correo Argentino dirigido por sus amigos (¿otra casualidad?).
A los hechos mencionados, podríamos agregar que Macri tiene el “raro” privilegio de ser el único dirigente político de alto rango en todo el mundo que, habiendo sido “descubierto” como propietario de muchas empresas fantasmas (off-shore) denunciadas por los “Panamá Papers”, conocidos instrumentos creados para la evasión impositiva y el lavado de dinero sucio, en nuestro país sigue impoluto y nadie se atreve a denunciarlo. Los mandatarios extranjeros que pasaron por estas denuncias, todos tuvieron que renunciar a sus cargos. Tan grave se considera en el mundo este tipo de comportamiento.
Decíamos que algo huele a podrido en Argentina porque, como podemos ver, a pesar de la cantidad abrumadora de elementos que aportan para sostener que el Presidente Mauricio Macri puede y debe ser sólidamente acusado de comportamiento delictivo, fundamentalmente en perjuicio del Estado Argentino y de nuestra ya débil democracia, no se escuchan voces políticas que se atrevan a denunciarlo, con la única excepción, en lo que a mí me consta, que fue el dirigente social y político Luis D´Elía que, como pre-candidato a diputado nacional, dijo estar dispuesto a proponer el juicio político de Mauricio Macri.
Y, para colmo, el propio Macri y toda su camarilla del equipo de gobierno han hecho de la persecución judicial a cuanto ex miembro del gobierno anterior tuviese alguna intención de perdurar en la vida política nacional, con Cristina Fernández de Kirchner a la cabeza, sin importar que hayan o no sido responsables de actos de corrupción.
¿Es que hay solidaridad corporativa política para no llevar hasta sus últimas consecuencias las serias denuncias que correspondería realizar contra esta camarilla?
¿Es que hay temores a posibles “carpetazos” judiciales (inicio de causas reales o inventadas por jueces adictos) por parte del gobierno contra aquellos que se atrevan a hacerlo?
Bueno…, por todo lo dicho es que siento que realmente “algo huele a podrido en Argentina”.
(Aniversario de la partida del libertador General José de San Martín)
Hugo Manuel Rodríguez
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