martes, 29 de agosto de 2017

A propósito de mi nota en Clarín sobre estados aborígenes



¿Cómo debe definirse la organización social, política y militar de las tribus aborígenes que habitaban la Pampa y la Patagonia en el siglo XIX? Hay un debate en curso.

¿Solo “pueblos preexistentes”?(1)

A veces, las polémicas historiográficas tardan en desarrollarse. Una idea lanzada, una hipótesis de investigación, aunque despierte momentánea curiosidad, puede tardar años en ser recogida como tema de polémica. Pasa a veces que ese planteo, de pronto, adquiere actualidad por un hecho político, o sea, porque el presente obligue a mirar el pasado en búsqueda de caracterizaciones precisas. Si algunos hechos de violencia hicieron de pronto visible los reclamos postergados de la comunidad mapuche, la posterior desaparición de Santiago Maldonado –hasta el día de hoy “misteriosa”, como si el muchacho se hubiera evaporado por los aires mientras huía de la persecución de la Gendarmería− puso la cuestión en la “agenda diaria”, como se dice ahora.
Decidí entonces desempolvar un planteo que, reiteradamente, había publicado en diversos medios en la última década, reflexión que presenté por primera vez hace casi diez años en mi libro La joya más preciada. Una historia general de la Argentina.(2) Aquel texto despertó algún interés en medios especializados y motivó que se me invitara a desarrollar el tema en diversos ámbitos sociales como bibliotecas populares −e institutos terciarios y académicos. Tomando parte de mi visión, un profesor desarrolló estas ideas en un folleto sobre el cacique Calfucurá.(3)
Años después la revista Todo es Historia recogió la propuesta y en el año 2014 publicó un suplemento educativo titulado “Los imperios del desierto (1835-1885)”.(4)
Recientemente, la revista Legado que publica en formato digital el Archivo General de la Nación, en una edición especialmente dedicada a los pueblos originarios, insertó un nuevo y extenso escrito mío muy bien ilustrado con valioso material fotográfico: “Calfucurá y Sayhueque, los emperadores del desierto”.(5)
“Los ‘chilenos’ se apoderan de las pampas” fue el título de una nota que publiqué en 2016 en el suplemento dominical de La Nueva Provincia, diario del sur bonaerense donde tengo una columna quincenal.(6)
Finalmente, el 22 de agosto el diario Clarín, en su sección “Tribuna” que va en la página editorial, publicó una nota mía: “¿Estados aborígenes en nuestro territorio?”. El mismo Clarín ya había dado lugar a esta posición con motivo de la polémica –otra vez, el presente irrumpiendo en la historia− sobre la cuestión de si la estatua de Roca debía reemplazarse por una que rindiera homenaje a la “mujer india”.(7)
Por eso, ajenos de algún modo a estas discusiones sus principales protagonistas, la lucha del pueblo mapuche y de las otras etnias y naciones precolombinas, volvió a poner el tema sobre el tapete.
Es sabido que aquello que la historia intenta “invisibilizar” solo sale a la luz como consecuencia de la lucha de los desposeídos y despojados: así sucede con varios otros temas de la historia nacional o americana como el papel de Artigas en el período de la independencia, la oprobiosa guerra del Paraguay o la Semana Trágica de enero de 1919. Algunas voces de historiadores −profesionales o aficionados buceadores como Augusto Roa Bastos en la guerra de la Triple Alianza, el Eduardo Galeano de Las venas abiertas… que desnudó la oprobiosa explotación de los nativos en la minas del Potosí o las revelaciones de Osvaldo Bayer con su libro y película conocidos como La Patagonia rebelde− ayudaron a que procesos soterrados ganaran la luz.
Bien, mi última referencia al tema ha motivado una airada contestación desde el correo de lectores de La Nación periódico que abre sus páginas al presbítero que me refuta sin demasiado fundamento, de modo errático en su argumentación pero de modo enfático, alarmándose ante la idea propuesta por mí de que ya reconocidos como “naciones”, los conglomerados aborígenes del siglo XIX debía también discutirse si no configuraron “estados”. Lo bueno es que los dos principales diarios argentinos han instalado ya el debate sobre la posible existencia de estados aborígenes. Y pido disculpas por anticipado: si me extendí sobre la variedad de ponencias que hice sobre la cuestión es porque intento refrendar que no se trata de una idea peregrina y provocadora lanzada de modo irresponsable o aprovechando el momento político: es una batalla que −dentro de mis posibilidades− vengo dando de modo sistemático y en diversos ámbitos desde hace una década y me da gusto que, al fin, adquiera la vigencia de una polémica que permita analizar qué otros temas encierra. Agradezco por lo tanto esta nueva ventana que me abren los editores de La izquierda Diario para que sus lectores se adentren en la cuestión y sumen sus voces. Vamos entonces a lo nuestro.(8)

Lo que escribí en 2008(9)

Transcribo: “Mientras tanto, araucanos, ranqueles y vorogas, los tres grandes pueblos que, de Oeste a Este ocupan el ‘desierto’, lograron entre ellos cierta delimitación de territorios y una convivencia sin mayores altercados. Cada tanto se realizaban reuniones de caciques y ‘capitanejos’ en las que se buscaba solucionar pacíficamente los problemas. Rosas, al culminar su primer período como gobernador provincial en 1832, se abocó nuevamente al tema y, en forma personal, organizó una nueva campaña punitiva, en las que siempre, según su estilo, combinaba los ‘castigos’ con negociaciones e intentos por atraer a grupos de ‘indios amigos’. […] La expedición se organizó con tres columnas, [la de Rosas] alcanzó Bahía Blanca, llegó al río Colorado y permaneció allí cuarenta días en el fin de año de 1833. Con tropas de vanguardia, acorralaron a varios grupos de aborígenes al pie de la cordillera. La expedición terminó con la vida de unos 3.200 indios, tomó prisioneros a más de 1.200 –de “lanza” y de “chusma”–(10), rescató cerca de un millar de cautivos y recuperó numerosas cabezas de ganado que, a juicio de los criollos, era robados, aseveración siempre dudosa tratándose de ganado cimarrón sobre el que cualquiera, en aquellas épocas, podía adjudicarse derechos o supuesta propiedad. Durante los quince años siguientes la frontera quedó establecida por una línea que, de norte a sur, unía Cruz de Guerra (25 de Mayo), Melincué, Fuerte del Arroyo Azul, Federación (Tandil), Laguna Blanca Grande, Bahía Blanca y Carmen de Patagones, es decir no más de la mitad del actual territorio provincial.
”Pero los avances realizados no se consolidaron con poblaciones estables y, de a poco, los aborígenes recuperaron ese gran territorio. Una confederación de tribus reconoció el liderazgo de Calfucurá,(11) que se convirtió en amo y señor de las pampas, sumando contingentes venidos desde Chile. Con “cinco mil lanzas”, Calfucurá dirigió un malón –entre muchos otros incidentes que lo posicionaron como dueño de las Salinas– contra la zona de Bahía Blanca horas después de producido el combate de Caseros en 1852, en el que ocasionó enormes pérdidas y cosechó un valioso botín. Inteligente, astuto y valiente, Calfucurá, nacido en Llaima (Chile), fundó la llamada “dinastía de los Piedra”, que dirigió un Estado casi independiente conocido como la Confederación de Salinas Grandes, con “capital” en las tolderías cercanas al lago Epecuén. Esa poderosa confederación de comunidades libres reunió a cerca de 20.000 aborígenes y mantuvo un ejército regular de 3000 guerreros llamados “de lanza”, pero dotados también de armas de fuego. Su eje de poder geográfico abarcaba un triángulo con vértices en las Salinas Grandes, Carhué y Choele-Choel, el gran centro comercial del sur, con líneas hacia la Patagonia –donde habitaban, diseminados, los tehuelches– y la Cordillera, donde moraba el grupo –también mapuche– dirigido por el cacique Sayhueque, [región] conocida también como “el país de las manzanas”. Desde 1844, las posiciones de Calfucurá se consolidaron progresivamente, y en 1852 su ‘imperio’ no sólo dominaba los territorios confederados, también influía poderosamente sobre todas las culturas vecinas.
”En 1852 Calfucurá sirvió a las órdenes de Urquiza y participó del sitio a la ciudad de Buenos Aires. La Constitución votada en 1853 estableció, en su artículo 67, inciso 15, la necesidad de ‘proveer a la seguridad de las fronte­ras; conservar el trato pacífico con los indios, y promover la conversión de ellos al catolicismo’. La política hacia los aborígenes era un aspecto central de la etapa de organización nacional que se abría. El problema, sin embargo, se centró en los terratenientes y colonos bonaerenses que, intentando ganar terreno, provocaban la reacción violenta, incluso, de las tribus hostiles a Calfucurá y consideradas ‘amigas’, como las de los caciques Catriel y Cachul, que se sublevaron aduciendo que no se les entregan las raciones comprometidas por las autoridades.(12) Manteniendo un permanente hostigamiento sobre la frontera, en 1855 Calfucurá atacó Azul y derrotó al ejército de Mitre en Sierra Chica, aunque dos años después sufrió dos severas derrotas y, en 1858, perdió muchos hombres en Pigüé, en un combate que se prolongó durante dos días. Al año siguiente, nuevamente, unió sus hombres con los de Urquiza y combatió en la batalla de Cepeda, en la que participaron también, en el mismo bando, los ranqueles acaudillados por Manuel Baigorria. Después de la batalla de Pavón de 1861 Calfucurá buscó un acuerdo con Mitre, su anterior enemigo y, durante bastante tiempo, intercambiaron misivas y misiones mutuas. Los diplomáticos indios varias veces visitaron Buenos Aires para sostener reuniones con las autoridades o renovar acuerdos, sobre todo, referidos a los compromisos de abastecimiento, sueldos y ‘raciones’.
”En esos años, el poder de los araucanos y sus pueblos amigos en la inmensa pampa era absoluto. Habían construido un gran circuito mercantil que, de océano a océano, comerciaba con alimentos elaborados (azúcar, harina, licores), telas, cueros, plumas y pieles, ganado en pie, sal, metales preciosos (en particular, plata y piedras), adornos, ropas europeas y armas. El negocio más lucrativo lo constituía la venta de ganado en el mercado chileno. El poderío aborigen llegó a ser tan dominante que, más de una vez, vendían a los ‘huincas’ –el hombre blanco– lo mismo que le habían ‘robado’ en el último malón. El contacto entre ambas culturas era permanente y, por lo general, de mutuo interés. Las tolderías solían recibir visitas de comerciantes y militares de las ciudades. […]
El 8 de marzo de 1872, Calfucurá sufrió su peor derrota en Pichi-Carhué, cerca de la actual ciudad de [San Carlos de] Bolívar.(13) Fue su último gran combate: perdió allí 200 hombres. El jefe porteño, general Ignacio Rivas, contó en esa oportunidad con el respaldo de los caciques Catriel y Coliqueo. Calfucurá, viejo y derrotado, murió en sus toldos ubicados cerca de General Acha, en La Pampa, el 3 de junio de 1873. Tenía 16 hijos y 5 sobrinos ‘príncipes’ que prestaron servicios como oficiales del cacique, pero quien heredó el mando fue su hijo Manuel Namuncurá, de 62 años, un indio cristianado y bautizado bajo el padrinazgo de Urquiza.
En 1875 la ciudad de Azul, que alcanzaba ya los 16.000 habitantes –en 1842 tenía sólo 1600– y que, al decir del explorador Francisco P. Moreno, era “todo dinero y carísimo” –una curiosa observación tratándose de una población de frontera– sufrió una gran irrupción de aborígenes. El 26 de diciembre de ese año se desencadenó la llamada “Invasión Grande”, en la que confluyeron las lanzas de Juan José Catriel aliado con los ranqueles de Baigorrita y las tribus de Namuncurá, Pincén, Purrán y el chileno Renque-Cura. Pese a esa resistencia feroz la ofensiva ‘civilizadora’ tenia las de ganar. Namuncurá fue el último jefe voroga-araucano en rendirse a las tropas de Julio Roca, en 1884. Cuando juró lealtad a la República Argentina se le otorgó una concesión de tierras y fue elevado a la categoría de coronel del ejército en reconocimiento a su trayectoria y poder.

TOTAL ESTIMADO DE ABORÍGENES MUERTOS EN 78 AÑOS DE CAMPAÑAS (1821-1899) EN COMUNIDADES INDÍGENAS LIBRES (CHACO-PAMPA Y PATAGONIA)

Araucanos 4879
Ranqueles 2052
Vorogas 2038
Tehuelches-mapuches 1237
Tobas 780
Mocovíes 549
Pehuenches 450
Abipones 350
−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−−
Pampa y Patagonia 10.656
Chaco 1.679
Total 12.335(14)

Y tras este breve relato, nuestra primera enunciación de la conclusión principal: “Desde nuestro punto de vista, entre 1845 y, por lo menos, 1880, la Confederación aborigen constituyó un Estado de hecho. ¿Qué es, si no, un grupo organizado de miles de personas que reconoce un gobierno, que celebra reuniones de “parlamento”, que defiende un territorio bastante bien definido, que comparte “leyes” –aunque no estén codificadas– y valores, que comercia con otras naciones y consume y transporta productos “importados”, que firma acuerdos diplomáticos y se cartea “de igual a igual” con otros jefes de Estado, y que, por fin, integra un ejército regular y bien armado que participa de las luchas civiles que se desarrollan en sus fronteras? Bajo la jefatura de Calfucurá y Namuncurá, durante esos 25 años nada podía hacerse en ese inmenso territorio sin su expresa autorización. Ese Estado tenía, además, una peculiaridad: no existía la propiedad privada, por lo menos, en el sentido moderno del término.
Continué entonces bajo el subtítulo “Los nuevos dueños de la tierra”, señalando: “Destruir ese Estado –esos estados, diría ahora− y disolver esas naciones fue la propuesta de la ‘solución drástica’, expresión acuñada por Estanislao Zeballos en su libro La conquista de quince mil leguas, y concretada por el joven Julio A. Roca, que se convertiría en héroe como consecuencia de esas campañas y heredaría buena parte del apoyo que lo llevaría a la presidencia en 1880 primero, y en 1898 por segunda vez. La construcción de un único Estado nacional, con los mismos regímenes de propiedad –con escrituras expedidas–, con la misma legislación, con autoridades delegadas del Poder Ejecutivo –por eso no serán provincias sino territorios nacionales–(15) y con una similar cultura era la uniformidad que, más allá de los matices, impulsarán las autoridades político-militares de la nueva República Argentina”.
Tras la derrota de la nación aborigen, las enormes extensiones patagónicas no tardaron mucho en tener nuevos propietarios. La mayoría del territorio se concentró en muy pocas manos, y el boom de las ovejas y la lana nutrió a una nueva oligarquía.
El objetivo de la campaña al desierto no fue solo matar a los indios “de pelea” sino, en particular, destruir su organización en los diversos órdenes –tribal, popular, estadual− haciendo desaparecer los toldos que los agrupaban y los fortalecía como grupo social y cultural. Se trataba pues de “aniquilar” el vestigio social y por eso no solo la muerte física, sino la disgregación, el reparto, el encarcelamiento, el destierro.
Porque, de algún modo, como señala la antropóloga Orita Carrasco, “la pelea de los indígenas por la tierra es una demanda de identidad”.(16) Pero para evitar que nos desviemos acá del tema principal recomiendo la lectura de esa nota que explicita muy bien ideas sobre la tierra y la identidad en relación con la constitución vigente.

Entre pueblos, naciones y estados

Pero la discusión debe ser más cercana en el tiempo. Hablar de pueblos preexistentes nos remite… a 1500, a cinco siglos atrás borrando de un plumazo –ignorando de hecho− lo sucedido entre el siglo XVI y el presente, esto es, que la ocupación del Chaco y la Patagonia –la mitad del territorio actual, más o menos− se produjo luego de que el Estado argentino adquiriera su forma actual, entre 1853 y 1861. De allí que hay un “reparación” especial que debe asumir la continuidad del estado nacional argentino si es que se supone que produjo una ruptura política y social con la época en que estas tierras fueron colonia española.
Entonces… ¿en qué estadio de organización estaban los pueblos cuando fueron invadidos y sometidos por el Estado nacional argentino? Definitivamente no se trataba de “tribus” dispersas, sin entidad, errantes, desperdigadas, sino –al revés− culturas y naciones que avanzaban en la conformación de “instituciones” que le otorgaban, a mi entender, un carácter de estados.
Claro, esta definición será resistida por todos quienes creen que “estado” es solo el estado capitalista que tiene normas escritas y el derecho de propiedad como su derecho básico.
Según la definición clásica de Lenin, el estado es un órgano de opresión de una clase social en el poder sobre las otras, poder que se ejerce sobre la base del monopolio de la fuerza armada. Esta definición implica que esa clase social –esclavista, señorial o burguesa−es la propietaria de los medios de producción y de cambio. Adoptando esa definición, sería erróneo usar la categoría de “estado” para los pueblos que no reconocían –ni reconocen− la propiedad privada de la tierra y los medios de producción aunque lo hagan con sus bienes de consumo. Pero esto nos plantea un problema: ¿las sociedades asiáticas como las de la Mesopotamia y las primeras del Egipto antiguo, con castas gobernantes, ¿no conformaron estados? Y más cerca en el tiempo… ¿acaso el estado formado por la Unión Soviética, tanto en su época revolucionaria como en su época “burocrática” –la era estalinista y después− no fueron estados sin propiedad privada aunque su economía centralizada era “de transición”, no capitalista y sin “dueños privados” de los medios de producción y de cambio?
La hipótesis entonces es si durante los cincuenta años de existencia de la Confederación de las Salinas Grandes “gobernados” por Calfucurá y Namuncurá (1835-1879) y los casi veinticinco años del “País de las Manzanas” bajo la tutela de Sayhueque (1860-1884) no deben ser considerados organizaciones estales o protoestatales. Si fuera así el reclamo de esos pueblos –como el mapuche− adquiere otras resonancias más cercanas al del pueblo palestino y otros casos similares y más cercanos en el tiempo. El tema es sacar esta discusión de sus vestigios ancestrales –que tiene importancia pero es aplicable a los derechos de las naciones aborígenes más desperdigadas y transculturalizadas durante siglos− y traer la cuestión a lo que sucedió en el silgo XIX. ¿Hubo entonces estados “paralelos” –el de las provincias unidas, el de la confederación de las salinas y el país de las manzanas−, con entidades similares y uno de ellos ocupó las tierras de los otros provocando un etnocidio para hacer desaparecer a esos pueblos y sus derechos? La Nación Argentina, al convertir a esas regiones en “territorios nacionales” – o sea, gobernados desde Buenos Aires de modo centralista y negándoles el carácter de provincias hasta bien entrado el siglo XX− brinda una evidente pista de que no estoy tan errado en mi consideración. Pero, como digo en la nota de Clarín, lanzo la piedra para aceptar el debate y, desde ya, quienes deben tomar la palabra, son en primer lugar los propios interesados.

Ricardo de Titto
Historiador y ensayista

Notas:

1. Clarín, 22 de agosto de 2017, disponible en https://www.clarin.com/opinion/aborigenes-territorio_0_BkLfEHL_W.html.
2. La joya más preciada. Una historia general de la Argentina, El Ateneo, Buenos Aires, 2008.
3. Barrera, Sergio Alberto, Calfucurá y la Confederación Indígena de las Salinas Grandes, Ed. del Autor, Buenos Aires, marzo de 2012.
4. Todo es Historia Nº 562, mayo de 2014.
5. Legado 5, julio de 2017, en https://issuu.com/legadolarevista/docs/legado_n_5.
6. La Nueva Provincia, Suplemento Domingo, 17 de abril de 2016, en http://www.lanueva.com/domingo-impresa/861007/los-chilenos-se-apoderan-de-las-pampas.html.
7. Clarín, 17 de noviembre de 2012, disponible en https://www.clarin.com/opinion/estatua-Roca-junto-mujer-india_0_Synf9pjwQl.html.
8. http://www.lanacion.com.ar/2056733-de-los-lectores-cartas-e-mails.
9. La joya más preciada, op. cit., pp. 315-319.
10. “Indios de lanza” era la denominación que se usaba para designar a los varones mayores de 15 años, aproximadamente, que participaban de los malones y los combates; la “chusma” era la forma de llamar a los niños, las mujeres y los ancianos.
11. El nombre admite diversas grafías. También se lo llamó Callvucurá y Calloucurá. En araucano significa “Piedra Azul” por callou –azul– y curá –piedra–.
12. El cacique Cipriano Catriel vivía en las inmediaciones de Azul, donde tenía varias propiedades y una de las mejores cuentas bancarias de la región. Se consideraba “indio y argentino” y luchó contra Namuncurá. Acusado de traidor a su pueblo, fue asesinado en 1874 y lo sucedió en el mando su hermano Juan José Catriel.
13. En la “historia oficial” ese combate se conoce como “Batalla de San Carlos”.
14. Fuente: C. Martínez Sarasola, Nuestros paisanos los indios, Buenos Aires, Emecé, 1992.
15. Las provincias argentinas eran catorce. Misiones, Chaco, Formosa, La Pampa, Río Negro, Neuquén, Chubut, Santa Cruz y Tierra del Fuego eran “territorios nacionales”, por lo cual sus habitantes no elegían gobernantes provinciales sino que éstos eran designados por el presidente de la Nación. La mayoría adquirió estatus de Estado federal durante el primer gobierno de Juan Perón. Tierra del Fuego, Islas Malvinas, islas del Atlántico Sur y porción antártica son provincia desde 1990.
16. Clarín, 15 de mayo de 2011, disponible en https://www.clarin.com/zona/pelea-indigenas-tierra-demanda-identidad_0_S1hZIvfpDQe.html.

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