viernes, 25 de agosto de 2017
Ni fecha ni paro: derrumbe de la CGT
Esta vez no tuvo lugar el “poné la fecha la p…”. No hubo fecha ni paro, sólo el anuncio de un confederal de crisis para el 25 de septiembre, a menos de un mes de las elecciones. Y que servirán de excusa para dilatar cualquier reacción a la ofensiva en curso contra los trabajadores.
Por eso, la combativa columna del clasismo y la izquierda, con Pepsico, el Sutna y todos los sindicatos clasistas, entró cantando “paro, paro, paro, paro nacional”. Llegó al corazón de la Plaza cuando empezaba el discurso de Schmid y se hizo oír durante todo su breve transcurso. Al final del discurso, minúsculo en su extensión y en su contenido, por los parlantes se escuchó la marcha peronista por dos veces a volumen infernal, para tapar el reclamo de paro y su posible contagio. La “marchita” fue usada contra la clase obrera. Eso sí, sólo en versión musical, porque el “todos unidos triunfaremos” y el “combatiendo al capital” habrían sonado inadecuados, un tanto ridículos, ante tanta fractura y ante tanta entrega.
Se trató de una movilización absolutamente raquítica. De unas 60 mil personas, incluyendo las gruesas columnas de las organizaciones sociales y la columna de la izquierda. Por lejos, menor que el 7 de marzo último y que el 29 de abril de 2016. No existe punto de comparación, por otra parte, con las movilizaciones de la huelga docente, el 8M y el paro de la mujer o la convocatoria contra el 2x1. Se vieron columnas que dieron vergüenza -como la de la UOM, que no llegaba a dos mil personas. Los “gordos” no sólo no subieron al palco: se limitaron a repartir sus fotos a partir de delegaciones de sus aparatos. La CTA Yasky, lejos de aquella marcha federal, tampoco movilizó masivamente -hay que recordar la tregua pedida por Cristina, cuando desalentó la marcha que había convocado el yasquismo para el 7 de agosto. Los camioneros, base del acto, no llegaron a la mitad de aquellas movilizaciones de 25 mil personas en su mejor momento. Los movimientos sociales y sus columnas de precarizados garantizaron el decoro de la Plaza. En resumen, la movilización presentó un fuerte contraste con las grandes movilizaciones populares del año y con las luchas obreras del período.
Se trata de un derrumbe de la CGT, nunca unificada, que marca un nuevo hito en la crisis de la burocracia sindical y del peronismo. La fractura de la burocracia sindical quedó expuesta, luego de una unificación -el “triunvirato”- que tuvo una función absolutamente reaccionaria, la de acompañar las leyes del ajuste de Macri. Están pagando ese precio y pagarán mucho más a la vista de las primeras reacciones del gobierno, que desplazó al viceministro de Trabajo, Ezequiel Sabor, y a Luis Scervino, ambos ligados a la burocracia y garantes del control estatal de los sindicatos, del manejo de la caja de las Obras Sociales y de las fabulosas deudas del Estado con ellas, acumuladas en la “década ganada”.
Vaciamiento
La movilización no fue canal, no ya de las bases obreras sino siquiera de un activismo sindical. Fue deliberadamente vaciada cuando la CGT amagó levantarla, por las hipótesis de enfrentamientos internos -lo que ocurrió entre los propios camioneros- y porque se trata de una burocracia que estuvo de espaldas a todas las luchas del período. La última de ellas, Pepsico. Recordemos que la movilización se anunció de inmediato a la represión a estos trabajadores, pero ocurrió dos meses después.
En las horas previas se conoció que el ministro del Interior, Rogelio Frigerio prefería una marcha que salvara la precaria unidad de la CGT a un levantamiento de la movilización que precipitara la ruptura. Algo parecido ocurrió con el 1º de Mayo “blindado” en Obras, después del palco en fuga del 7 de marzo. El confederal del 25 de septiembre, que supuestamente trataría la propuesta de un paro nacional, es otra dilación. Y un pulmotor a una CGT que oficia de “interlocutor válido” para la gobernabilidad de Macri.
Peronismo
La cuestión de la CGT se emparenta con la crisis del peronismo que emerge de la elección del 13 de agosto. La Nación pone en boca de Emilio Monzó, presidente de la Cámara de Diputados, que “los gobernadores del PJ y sus legisladores van a conformar el ‘bloque de la gobernabilidad’”. La CGT será otro garante de esa política que consiste en asegurar la segunda fase del ajuste macrista, como pretendida salida a un gobierno empantanado.
El resultado electoral y el fracaso de esta movilización refuerzan a un gobierno que apenas sacó el 35% de los votos, pero que recupera la iniciativa por la crisis de la oposición, y porque esa oposición se referencia también en la clase capitalista, que avala el rumbo oficial. Sus gobernadores ya están negociando el auxilio a sus exhaustas cajas provinciales a cambio de profundizar el ajuste en los distritos. Ni Cristina ni Massa, ni Randazzo pisaron el barro de la movilización obrera, en contraste con los referentes del Frente de Izquierda. Cristina Kirchner, que se pinta de “antiajuste” en la campaña electoral, ha rescatado en estos días el planteo de unidad peronista del randazzista Gabriel Katopodis. Es lo que también plantea Guillermo Moreno, de línea directa con el papa Francisco. Pueden ser sólo expresiones de deseo o recursos electorales, después de las derrotas de Schiaretti, Alicia K o Rodríguez Saá, entre otros, y de la pobre elección de la propia Cristina. Pero en todo caso, apuntan a ser los interlocutores del “consenso” por las reformas laboral, jubilatoria e impositiva que están en carpeta para después de octubre.
Lo que se viene
Aún cuando el formato de la reforma laboral no replique exactamente a Brasil, forma parte de una ofensiva continental. Apuntan a los convenios a la baja, a su versión por empresa, a la rebaja del financiamiento previsional y de la salud obrera, a un vasto sistema de empleo joven precarizado, a la “armonización” (a la baja) de las cajas jubilatorias provinciales y otros regímenes especiales, a la edad jubilatoria extendida y a retocar la movilidad, a liquidar toda insalubridad, a rebanar en los convenios conquistas como la antigüedad y las categorías para explotar la función descalificadora de la incorporación tecnológica. Y a extender la jornada laboral mediante acuerdos especiales por empresa o por gremios, como ya se ha hecho en el convenio de Vaca Muerta y otros.
Las reservas del movimiento obrero son enormes si echamos una mirada a las luchas desde principio de año. Se vio con AGR-Clarín, con la docencia, con obreros azucareros de Jujuy, con los choferes cordobeses, con la huelga de Ingredion, Pepsico y el pueblo santacruceño, y se ve hoy en la paritaria del Sutna. Pero la dirección sindical no está a la altura de las tareas que plantea el momento para la clase obrera, y que deberán ser parte de la lucha por una nueva dirección, una nueva orientación política y un programa de salida a la crisis desde el campo de los trabajadores.
Esa es la batalla del Partido Obrero en el Frente de Izquierda antes y después de octubre. En función de esa perspectiva le hemos planteado a la mesa del Frente de Izquierda la realización en común de un Congreso del Movimiento Obrero y la Izquierda.
Néstor Pitrola
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