sábado, 13 de agosto de 2016

Se cumplen 200 años de una de las mayores gestas militares de Argentina y una de las grandes hazañas de la historia: la creación del ejército de Los Andes.



Parte I

Guerra y Revolución

Guerras y revoluciones fraguaron la vida de San Martín desde temprana edad y a lo largo de una biografía militar presente en la primera línea de batalla. Su capacidad para condensar lo más avanzado del genio militar de su época, permitieron que la empantanada guerra de la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata retomara la ofensiva con la creación del ejército de Los Andes.
París, 14 de Julio de 1789, el pueblo respalda en las calles a sus representantes de la Asamblea Constituyente contra el intento de golpe de la monarquía. La fortaleza de la Bastilla, símbolo del absolutismo monárquico y punto estratégico del plan de represión, desde donde los cañones de Luis XVI apuntaban a los barrios obreros. Tras cuatro horas de combate, los parisinos toman esta prisión y ejecutan a su gobernador. La revolución social y política más grande que la humanidad había conocido hasta el momento, se encontraba en plena ebullición.
España, una semana después, 21 de Julio. Con sólo 11 años de edad San Martín se alista como cadete en el regimiento de Murcia iniciando una carrera militar que lo batiría en combates a los largo de tres continentes. Sus hermanos mayores, Manuel y Juan se incorporan al regimiento de Soria. Justo, su tercer hermano ha hecho lo propio en la Guardia de Corps. José pasaría sus primeros años alejado de Europa, combatiendo a los moros en Melilla y Orán (en el norte de África). Pero al igual que la monarquía española, el joven San Martín no tardaría mucho en conocer frente a frente la fuerza de esa revolución que estaba haciendo volar por los aires todo el statu quo europeo.
Surge una nueva fuerza moral que sustituye la de los ejércitos formados por mercenarios, por la de combatientes campesinos que pelean por su tierra, soldados que marchan bajo las ideas de libertad, igualdad y defensa de la patria.
El mismo día en el que se reunió la nueva Convención (20 de septiembre de 1792), tropas formadas por tenderos, artesanos y campesinos de toda Francia derrotaron por primera vez a un ejército prusiano en la batalla de Valmy, marcando el inicio de las llamadas Guerras Revolucionarias Francesas. Surge una nueva fuerza moral que sustituye la de los ejércitos formados por mercenarios, por la de combatientes campesinos que pelean por su tierra, soldados que marchan bajo las ideas de libertad, igualdad y defensa de la patria.
San Martín se encuentra nuevamente en la península ibérica, cuando la monarquía española se une a la ofensiva contrarrevolucionaria de la Primera Coalición. Las monarquías absolutistas iniciaron una serie de invasiones a Francia tanto por tierra como por mar. Prusia y Austria atacan desde los Países Bajos austriacos y el Rin, Gran Bretaña apoyando las revueltas en las provincias francesas de la Vendeé y poniendo asedio a Tolón, España lo hará invadiendo el Rosellón por tres frentes a través de los Pirineos.
En esos combates de montaña, defendiendo la frontera y desplegando maniobras de distracción para apoyar la campaña principal del frente oriental desde la zona central aragonesa, el 19 de junio de 1793, San Martín es ascendido a subteniente con quince años de edad. En 1794, la invasión de España a través los Pirineos logró conquistar San Sebastián. Pero estos éxitos tácticos no serían suficientes para hacer frente a las fuerzas revolucionarias de la república. Durante las campañas de 1794 y 1795 las tropas francesas, al mando del general Dugommier, expulsan a los españoles del Rosellón y penetran en Cataluña, las Vascongadas y Navarra, llegando a ocupar Miranda de Ebro. Viendo que Francia era más fuerte de lo que parecía, Godoy firmó por separado la Paz de Basilea con la República (1795). El joven teniente correntino se topó así las desconocidas fuerzas militares de la revolución, cuyo genio militar posteriormente se redoblaría con Napoleón.

El sello napoleónico marcaría a fondo el pensamiento militar de San Martín.

La derrota de la ofensiva de la Primera Coalición deja como herencia en Francia la “leva en masa”, que sería el sustrato fundamental de las tropas napoleónicas, en las que la nación entera cumplía alguna función en la guerra, sea como voluntarios en el frente o en el desarrollo de una enorme retaguardia de campaña en la que ancianos, mujeres y niños trabajarían día y noche para la salvación nacional y la expansión de la revolución. El sello napoleónico marcaría a fondo el pensamiento militar de San Martín. Con España aliada al Imperio Francés, San Martín participó de la ocupación de Olivenza durante las Guerras Naranjas donde los aliados enfrentaron a Inglaterra y Portugal, así como de distintas acciones navales contra Inglaterra aprendiendo la guerra en el mar. Se dice que pudo ver personalmente al gran emperador en Tolón, cuando formaba parte de una delegación de bienvenida del Dorotea.
Pero la decadencia de la monarquía española iba más allá de sus colaboraciones militares con el emperador francés, y una nueva fuerza social emergía de forma explosiva. Ya en 1807 el levantamiento contra los franceses se respiraba en el aire y era empujado desde las clases populares y algunos de los “notables”. La presión de las tropas de ocupación sobre la población civil y la obligación de mantener a un ejército con alimentos y bienes de consumo básico, cuando el país atravesaba por un ciclo de hambrunas y malas cosechas, es señalada como un detonante. Carlos IV no sólo ya no era un aliado sólido para Napoleón, sino para su propia nación que con el amotinamiento de Aranjuez lo obliga a abdicar en su hijo, el príncipe Fernando. Acelerando la intervención de La Gran Armée, y el posterior encarcelamiento de Fernando VII.
San Martín también participa como protagonista de la Guerra de la Independencia Española en una de sus principales batallas, la de Bailén el 19 de julio de 1808.
José de San Martín ya tenía el título de Capitán y estaba adjunto al servicio del Estado Mayor del gobierno militar de Francisco Solano Ortiz, también nacido en América y que comparte con él sus críticas a la decadencia del realismo español. Los levantamientos de Aranjuez y El Escorial aceleran la resistencia nacional contra el colaboracionismo del antiguo régimen y la ocupación francesa. Se encontraba en Cádiz al momento de desatarse un furioso levantamiento popular que termina con la vida del gobernador militar, Francisco Solano, al que acusan de convivencia contra los franceses por permitir la permanencia de una escuadra de La Grande Armée en el puerto de la ciudad. Debe huir hacia Sevilla, ya que sabían que era su amigo e iban en su búsqueda. Luego de esta trágica experiencia, San Martín también participa como protagonista de la Guerra de la Independencia Española en una de sus principales batallas, la de Bailén el 19 de julio de 1808. Esta victoria heroica de la resistencia española fue la primera derrota importante de las tropas de Napoleón y permitió al ejército de Andalucía recuperar Madrid.
Esta guerra nacional sostenida por España también va a conmover el arte moderno de la guerra, donde los esfuerzos del debilitado ejército regular se van a combinar con insurrecciones populares y el fenómeno de la guerra de «guerrillas» o la petite guerre. El efecto de esto para la suerte de Napoleón y Europa es conocido. San Martín conoció de cerca tanto las nuevas características de la guerra de abatimiento de las tropas napoleónicas, como las novísimas formas que había tomado la resistencia de la Guerra de la Independencia Española. Y ambas le servirán en su futura campaña sudamericana.
Así también es como San Martín pudo conocer tanto las enormes fuerzas morales que Víctor Hugo inmortalizó en El Noventaytres, como las que Goya consagraría en “La carga de los mamelucos”. Las guerras revolucionarias francesas y el devenir de imperio napoleónico, así como la guerra por la independencia española y su grito “que vivan las cadenas”, forjarán un jefe militar experimentado tanto en el arte de la guerra como en la política.
El bando de San Martín era claro: “Todo dependiente del Ejército emigrado de Chile que quiera continuar sus servicios en el de estas provincias, se presentará al Comandante General de Armas(...)".
Su nueva patria serían los pueblos sudamericanos que querían emanciparse de la corona española. Aunque su campaña, partió de comprender los límites de una formación social infinitamente más atrasada que las del viejo continente, una revolución de mayo infinitamente más limitada que las europeas sin una burguesía que quisiera desarrollar realmente una nueva sociedad como la surgida con la Revolución francesa, y una nación que a diferencia del imperio español recién comenzaba a formarse.
Tras la derrota de Napoleón, Fernando VII ha recuperado el Trono de España, y la restauración disuelve la Corte de Cádiz y persigue a los liberales. En 1814, las Provincias Unidas del Río de la Plata, han transcurrido cuatro años desde la primera Junta de Gobierno. Los ejércitos realistas intentan recuperar el control de las colonias americanas. Luego de la derrota de Rancagua y las sucesivas derrotas del ejército del norte en el Alto Perú, San Martín que se encontraba al frente del Ejército del Norte, desde que había sido designado por el Directorio, dejará a Güemes y sus “infernales” en Salta defendiendo la frontera con una guerra de guerrillas que impida el avance realista, y se abocará de lleno a su nuevo plan continental: cruzar Los Andes para liberar Chile y desde allí Perú: centro del poder realista en el continente.
Como Gobernador Intendente de la provincia Cuyo, comenzará el reclutamiento de tropas. Intentando seguir el reclutamiento napoleónico, la constitución de los primeros batallones se formaron con aquellos exiliados del ejército de auxiliares chilenos exiliados tras la derrota de Rancagua que quisieran sumarse en forma voluntaria. El bando de San Martín era claro: “Todo dependiente del Ejército emigrado de Chile que quiera continuar sus servicios en el de estas provincias, se presentará al Comandante General de Armas. Así mismo, todo aquel que no quiera servir, queda expedito desde la publicación de este bando para establecerse libremente en el territorio de estas provincias y ejercer tranquilamente sus oficios…”
Además de los regimiento de Auxiliares de Chile, San Martín contó con el apoyo de un millar de milicianos de Mendoza y otros cientos de San Juan y San Luis, que aunque no contaban con armamento apropiado ni instrucción militar, fueron fundamentales para apostar las primeras fuerzas en Uspallata y el Manzano histórico para proteger la provincia de posibles incursiones realistas y comenzar a formar los primeros batallones. También se alistaron numerosos esclavos libertos en los batallones “de castas”.
Se ha señalado incluso que de los 2.500 soldados negros que iniciaron el cruce de Los Andes, sólo volvieron 143.
Sin embargo, este reclutamiento estaba lejos de alcanzar las exigencias de la campaña y San Martín no dudó en acudir al reclutamiento forzado. El gobernador debió acudir tanto a levas obligatorias de ciudadanos, como a la entrega de dos tercios de los esclavos con los que contaban los propietarios de Cuyo. También solicitó la liberación de presos de Malvinas y Carmen de Patagones.
El rol de los negros en el ejército libertador ha sido destacado por diversos historiadores. Mientras que unos insisten en destacar la fuerza moral de los libertos, que habrían conformado la gran mayoría de los reclutas. Otros, destacan la discriminación de las leyes argentinas que prohibían su participación en la oficialidad y los mandos; así como la presencia de esclavos. Se ha señalado incluso que de los 2.500 soldados negros que iniciaron el cruce de Los Andes, sólo volvieron 143.
Si por un lado, se puede identificar en los libertos el sustrato de mayor valía y fuerza moral de este ejército en el que estaban destinados casi exclusivamente a la infantería y el combate cuerpo a cuerpo. En la visión extremadamente conservadora y militarista de San Martín hacia los soldados negros, libertos y esclavos, se pueden ver uno de los mayores errores en la conformación del ejército libertados. Mutilando en gran medida las fuerzas morales de quienes habían ya probado su enorme valía y genio militar en la guerra de la independencia haitiana los ejércitos de Toussaint Louverture y Jean-Jacques Dessalines.
Finalmente, el 1 de Agosto de 1816, Juan Martín de Pueyrredón, primer director supremo del nuevo estado independiente surgido el 9 de julio, decretó que el nombre de la fuerza fuera "Ejército de los Andes", designando oficialmente a San Martín como su "general en jefe". Tiempo después logra que se envíen a su ejército dos compañías de batallón de infantería, varias piezas de artillería y cuatro escuadrones de su regimiento de Granaderos a Caballo con experiencia de combate en el Alto Perú y la Banda Oriental.
El ejército de San Martín tenía sólo cuatro meses para completar su entrenamiento y cruzar Los Andes. Al momento de partir estaba ya formado por más de 5.000 hombres. Con 3 generales, 28 jefes, 207 oficiales, 15 empleados civiles y 3778 soldados de tropa. El ejército era acompañado por 1.200 milicianos montados para conducción de víveres y artillería, 120 barreteros de minas que facilitarían el tránsito por los pasos, 25 baquianos, y 47 miembros de sanidad para conformar el hospital de campaña creado por Paroissien. Y llevarían consigo 16 piezas de artillería, 1.600 caballos extras y 9.281 mulas. Había llegado el momento de demostrar su genio militar en la guerra de montaña.

Parte II

La planificación del cruce de Los Andes y la batalla de Chacabuco, hace pensar que San Martín no sólo supo sintetizar muy bien las lecciones de batallas en las que fue protagonista, sino también sus contemporáneas. Allí donde se batían los ejércitos europeos que había conocido desde adentro en su larga carrera militar como adversario y aliado de Francia. Es importante retomar la experiencia previa de San Martín en los Pirineos, así como los cambios que estaba desarrollando la guerra moderna en Europa.
Sabemos que los historiadores locales divulgan ampliamente el genio militar, mostrado el cruce de Los Andes y la propia batalla de Chacabuco, pero al momento de señalar sus inspiraciones tácticas aún hay quienes señalan como único antecedente -salvando las grandes diferencias geográficas y de campaña- el impensado cruce de Anibal Barca a través de los Alpes para marchar sobre Roma. No faltan quienes quieren mostrar la táctica sanmartiniana como “un invento”, quizás creyendo engrandecer así el genio militar del General. Otros, más instruidos, destacan similitudes con las tácticas napoleónicas en su incursión sobre Italia a través de Los Alpes, partiendo de que en ese caso Napoleón se encontraba en persecución de las derrotadas tropas austríacas y no buscaba un combate inmediato al salir de los Alpes, ni mucho menos en las mismas montañas.
En su Historia del arte de la guerra, Hans Delbrück describió como las guerras revolucionarias francesas produjeron enormes cambios en la táctica militar. Como vimos, las nuevas fuerzas morales y la leva en masa disminuyeron drásticamente las deserciones a partir de la convicción combatiente. Pero esto provocó también una verdadera revolución en la logística, permitiendo el aprovisionamiento en terreno y sacándose de encima la pesada carga de los privilegios nobiliarios. Al mismo tiempo la artillería se militariza y los cañones comienzan a llevarse a caballo lo que permite una mayor movilidad. Las líneas que caracterizaban a los ejércitos de la edad media, son reemplazadas por columnas. Y aunque se mantienen las “formaciones” para la batalla, se recupera la bravura individual que caracterizaba de los combates de la antigüedad. Con Napoleón también cambiarán las formas de dirección de las batallas donde, entre otras cosas, los jefes intermedios de cuerpos y divisiones no sólo reciben órdenes sino que deben tener criterio propio para asegurar objetivos parciales que le son asignados.
En el plan de guerra de San Martín, naturalmente, los esfuerzos de la logística eran inconmensurablemente mayores a los de una marcha convencional, acordes a la inclemencia de la geografía de su empresa. Y, probablemente, haya requerido un esfuerzo en cierta medida mayor al del entrenamiento de las tropas, en las condiciones que imponía la premura del tiempo y propia fragilidad militar de las Provincias Unidas. Así es como el nuevo Gobernador Intendente de la provincia de Cuyo, frente al nuevo teatro de operaciones planteado tras la derrota de Rancagua debió abocarse durante algunos años a desarrollar la economía de guerra que le permitiría desarrollar la logística que requería la marcha y el encuentro con los realistas en Chile. Así también, en 1816 los nombres de Álvarez Condarco y Diego Paroissien -creadores de una fabulosa industria armamentística, sanitaria y logística capaz de llevar un ejército de 5000 hombres a través de las montañas más altas de occidente- se encontraron a la altura del Estado Mayor del ejército formado con los experimentados Cramer, Cabot, O’Higgins, Soler y Las Heras.
Pero la campaña no permitía ningún tipo de improvisación. La disciplina del Plumerillo era estricta al igual que lo habían sido las levas. Y la experiencia de las divisiones fogueadas en Rancagua, el Alto Perú y la Banda Oriental, reclutadas por el propio San Martín o destinadas luego por Pueyrredón, fueron claves para compensar la inexperiencia de las milicias. También hay historiadores que destacan el rol de los batallones de libertos que se batieron como nadie contra las embestidas de la caballería realista, que sabían que de derrotarles los venderían nuevamente como esclavos o incluso les podrían cambiar por azúcar. Así como también el gran trabajo de convencimiento y apelación en San Carlos a los pueblos Pehuenches para ayudar a aprovisionar a sus columnas, que sólo un estratega con escasa pericia como Bartolomé Mitre pudo reducir a una mera estratagema. Lo que de conjunto demostró que San Martín no desconocía para nada la necesidad de superar también en fuerzas morales al ejército.
En el plan de guerra de San Martín, naturalmente, los esfuerzos de la logística eran inconmensurablemente mayores a los de una marcha convencional, acordes a la inclemencia de la geografía de su empresa
En el cruce, cada una de las seis columnas tenía un objetivo y ruta propia, las dos columnas principales trasladarían al grueso del ejército que debía tomar Santiago, al igual que las cuatro columnas secundarias. Muy lejos estuvieron de realizar sólo maniobras de distracción como las que el capitán de 15 años, San Martín, había librado en la frontera de los Pirineos para apoyar el avance del frente oriental del General Ricardos sobre el Rosellón. Las columnas secundarias del ejército de Los Andes, aún aquellas con unas pocas decenas de hombres, debían incursionar en el territorio controlado por los realistas y tomar importantes posiciones militares en el sur y norte chileno expandiendo el frente de ataque a lo largo de más de 2000 kilómetros de cordillera.
La Columna de Cabot debía tomar Coquimbo luego de desatar una insurrección contra los realistas en la región y la de Zelada, del Ejército del Norte, hacerse de Copiapó. La columna de Freire debía hacerse de Talca y dividir las fuerzas del ejército realista con el apoyo de los guerrilleros de Manuel Rodríguez. Mientras que Lemos, debía llegar hasta el fuerte de San Gabriel, en el cajón del Maipo, simulando ser la vanguardia del grueso del ejército.
Mientras que las dos columnas principales del centro debieron batirse en combates previos o escaramusas, antes de reagruparse en Curimón. La de Las Heras hizo lo propio en Picheuta, Potrerillos y Guardia Vieja, y la de San Martín en Achupallas y Las Coimas. La propia conducción de O’Higgins en el centro de la columna de San Martín, tomó con criterio propio la definición de retrasar un día la marcha, luego de tener que cruzar por el alto cordón del Espinacito a 5000 metros de altura dejando a las tropas terriblemente agotadas, informándole al General en Jefe por escrito. Demostrando en todos los casos, la amplia capacidad de dirección de los mandos intermedios en la campaña.
Otro aspecto fundamental de la capacidad de dirección napoleónica de San Martín en batalla va a ser la de no ajustarse estrictamente al plan preconcebido, definiendo acortar los tiempos de la batalla en Chacabuco a pesar de que la columna de armamentos de Fray Luis Beltrán se encontraba retrasada. Buscando aprovechar la ventaja numérica de sus tropas presentada en ese momento para destruir a los realistas, incluso cuando esto implicaba resignar la artillería que venía en camino con Beltrán.
Siguiendo la lógica de Delbrück, podemos decir que San Martín tomó mucho más de las tácticas napoleónicas y las guerras revolucionarias francesas, que la vista en Chacabuco para embestir al ejército realista con un ataque frontal que lo “aferrase” al terreno mientras las otras dos columnas atacaban por los flancos. Sin embargo, vemos repetidamente en la historiografía oficial como se resalta la división del Ejército de Los Andes como una maniobra de distracción.
San Martín buscaba que fueran a su encuentro en la cuesta de Chacabuco, y lograr encerrar y aniquilar allí a un grueso del ejército
Esta lógica puede distorsionar bastante el plan de ataque del General y su Estado Mayor. Ya que San Martín no podía esperar generar una sorpresa tan grande como la de los cartagineses apareciendo desde las montañas en elefantes, en lugar de asolar las costas con su reconocida flota. Tampoco podía esperar encontrarse con un ejército completamente desordenado como el que encontró Napoleón detrás de los Pirineos tras la abdicación de Carlos IV, o en retirada, como el ejército austríaco detrás de los Alpes. San Martín buscaba que fueran a su encuentro en la cuesta de Chacabuco, y lograr encerrar y aniquilar allí a un grueso del ejército (aunque por supuesto no a todo), batiendo en retirada y persecución el resto del poder realista en Chile, algo que -como sabemos- no se logró sino después de un costo mucho mayor y el triunfo definitivo de Maipú. Por ello, podemos entender que el cruce de Los Andes buscaba explotar fundamentalmente las ventajas de la guerra de montaña para el ataque a gran escala.
¿Será San Martín el primero en comprender que el ataque a gran escala es -al contrario de lo ocurre que cuando se trata de pelear por objetivos limitados- altamente favorecido en la guerra de montaña tal como generalizará teóricamente varios años después Karl Von Clausewitz? Puede ser. Sobre todo si en lugar de apelar a la recurrente idea de la “invención”, volvemos a las últimas experiencias militares de San Martín en la península ibérica. Ya vimos que San Martín fue un contemporáneo de los ejércitos napoleónicos y tuvo que desarrollar su genio militar en el fragor mismo de los acontecimientos.
Volvamos a la Guerra de la Independencia Española de 1808. Cuando en Somosierra, Napoleón logró sobrepasar las defensas españolas de los pirineos, demostró que la guerra de montaña no era una barrera absoluta para el avance de sus ejércitos. Tras dos desastrosos intentos de avance de la infantería que fueron martillados duramente por la artillería española acantonada en los pirineos, el tercer avance frontal del ejército imperial lo hizo con la embestida de su virtuosa caballería polaca, que formaba parte del enorme arsenal táctico disponible para el combate que caracterizó siempre al gran emperador. Esta vez fueron los franceses los que cruzaron los Pirineos con sus ejércitos de 32 mil hombres, logrando revertir el avance de las filas españolas tras el antológico triunfo que habían logrado en la batalla de Bailén, en la que sí había combatido San Martín, asestando la primera derrota en campo abierto de la historia del ejército napoleónico, cuando el apoyo de la población civil había sido decisiva para ayudar al ejército a derrotar al agresor. San Martín logrará sintetizar en su genio militar las lecciones centrales de estos encuentros, para la campaña del Ejército de Los Andes.
En De la Guerra, escrito muchos años después, Clausewitz generalizará las ventajas del agresor en la ofensiva a través de las montañas cuando se trata de una batalla importante, a diferencia de lo que ocurre cuando se trata de un encuentro secundario. En las montañas la escasez de movilidad hace que cada parte del ejército defensor se fortalezca, mientras que el ejército de conjunto se debilita. La cadena de montañas se divide en diferentes puestos de mayor altura que constituyen las ventajas de la defensa. Pero para Clausewitz en las montañas hay una gran diferencia entre una defensa parcial de tal o cual paso, del intento de establecer una defensa absoluta. Mientras que en el primer caso una fracción muy pequeña del ejército que defiende una posición puede demorar la conquista del ejército ofensor. Cuando la defensa en montaña se transforma en absoluta, es decir, cuando el objetivo no es demorar el avance del enemigo tal como habían logrado los españoles en Somosierra, sino impedirle el paso absolutamente, las cosas cambian. Ya que el ejército defensor debe dividirse de por sí, entre los múltiples puntos clave de la cadena de montañas, defendiendo cada uno con igual fuerza, ya que de ser derrotado uno de estos puestos, el objetivo de detener al enemigo fracasará, quedando el defensor a merced de una maniobra envolvente del ejército atacante que le permitirá conquistar todas las demás posiciones.
Clausewitz, también explicará varios años después, a partir de las lecciones de la guerra de independencia española, cómo “la montaña es el verdadero elemento de la insurrección popular”, dando cobijo e impunidad a pequeños grupos de partisanos, como los que Güemes organizará para hostigar a los realistas asentados en Jujuy. Pero al estar concentrado en el pensamiento sobre la guerra entre estados y no en una guerra civil como la que se libraba en América del Sur, Clausewitz no verá la importancia de la insurrección popular del lado de la ofensiva, sino acotada a ser parte de la defensa.
El genio militar de San Martín, demuestra estar en la vanguardia mundial del arte de la guerra. Comprendiendo tanto las ventajas de la guerra de montaña para un ataque a gran escala, así como la importancia de la insurrección civil, tanto para la defensa como para la ofensiva
En tanto, en el plan de guerra de San Martín, las insurrecciones populares en Chile formaban parte fundamental del plan de ofensiva de sus columnas. Supo convertir las ventajas de Los Andes en el teatro de operaciones de “la guerra de zapa” (1815-1817) con la que las guerrillas patriotas de Manuel Rodríguez precederían el avance del ejército de Los Andes, desorganizando y promoviendo la deserción en las fijas realistas, reclutando nuevos revolucionarios y entreteniendo al gobierno de Marcó del Pont en su propio territorio mientras preparaba su ejército en Cuyo. Por lo que el genio militar de San Martín, demuestra estar sin lugar a dudas en la vanguardia mundial del arte de la guerra. Comprendiendo tanto las ventajas de la guerra de montaña para un ataque a gran escala, así como la importancia de la insurrección civil, tanto para la defensa como para la ofensiva.
Así las cosas, tras 200 años, para cualquiera que quiera pensar en estrategia, guerra de montaña o insurrección aún resulta imprescindible pensar y repensar la hazaña militar de la cruzada libertadora de San Martín y su Ejército de Los Andes.

Lautaro Jiménez
Diputado Provincial

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