En los tiempos finales de la dictadura hizo una visita a domicilio donde vio a un chico triste en una habitación pulcra como un quirófano. En democracia, reconoció el nombre de los apropiadores en las listas de oficiales de la ESMA y los denunció ante las Abuelas. Acaba de testificar en la causa que derivó de su testimonio.
Ya había pasado Malvinas. Jorge Hipólito Meijide era médico pediatra y hacía una guardia de 24 horas en la clínica Santa Ana, de San Isidro. Era un lugar de clase media, en ocasiones clase media alta. Atendían obras sociales, entre otras la de la Armada. Las guardias incluían visitas a domicilio de afiliados, y en ésta a Meijide le tocó atender a una familia de clase media “alta bastante alta”. Una casa de Acassuso que ya tenía vista porque él mismo era del barrio. En la casa revisó a un chico de cinco años, vio una situación rara e intuyó otras. Tanto, que hizo un dibujo con el que años después se presentó ante las Abuelas de Plaza de Mayo a denunciar la situación. La denuncia activó una causa, porque el chico era Javier Penino Viñas, apropiado por el marino Jorge Vildoza. El doctor Meijide ya era, desde los setenta, el dibujante y humorista Meiji, que publicaba en la revista Humor. La semana pasada, el médico humorista fue a declarar en el juicio por la apropiación que se sigue en los tribunales de Comodoro Py. “En un momento del juicio me dije: ¡Javier está ahí! ¡Es ése! ¡Lo reconocí enseguida!”, dice ahora. “Tiene el mismo corte de cabeza que le vi en aquel momento. Era él.”
–¿Cómo vivió esa declaración?
–Llegué a las diez en punto al juzgado. Me presenté. Ahí me dicen, sí, no, que tenía para esperar un rato. La señora que me atiende me dice, váyase al bar de arriba. Yo tengo su celular, cualquier cosa lo llamo. Me llama, era la misma doctora que me había llamado la semana anterior cuando yo estaba en Córdoba para decirme que tenía que declarar. Me dice: mire Meijide que tiene para largo, va a tener que esperar un poco. Y como yo tenía que hacer un trámite no muy lejos, le dije: si a usted le parece, voy y vuelvo. “A ver, espere”, me dice. “No, baje ahora.” Entonces, abro una puerta y me encuentro con la serie de Perry Mason: cuatro jueces, un estrado con vasitos con micrófonos el lugar lleno de gente. El fiscal. Y me sentí renervioso. ¿Te imaginás? Yo pensé que era una sala donde me iban a interrogar un par de abogados. Y me encontré con eso. Después se acerca una chica disculpándose. “Mi función es acompañar a los testigos para explicarles cómo es todo, para que estén tranquilos.” Así que nada, le dije, yo, ya está.
En la sala estaba Ana María Grimaldos, la esposa de Jorge Vildoza, que fue segundo jefe de la Escuela de Mecánica de la Armada y hoy aparentemente está muerto. El TOF 4 la juzga por la apropiación del niño que Meiji atendió en 1982. Ella huyó con Javier y con Vildoza cuando la Justicia comenzó a buscarlos ya en los ochenta.
–Los jueces parecían contenedores.
–Me sentí muy respetado. Yo tenía que decir la verdad. Cuando termino de hablar, vuelve la chica que me había recibido y me pregunta si quería ver la sesión. Entré, porque desde donde estás sentado al declarar no se ve nada. Le pregunté cuál era Grimaldos. Ella estaba adelante de todo, pero yo estaba un poco nervioso. Vi una serie de mujeres rubias que eran las defensoras. Y entre ellas estaba esta mujer. Y entonces, pregunté por el chico Javier. Y yo mismo dije: “¡Está! ¡Es ése!”. Lo reconocí porque tenía el mismo corte de cabeza que le vi en aquel momento.
–La abuela de Javier dice que Javier no cambió: que sigue teniendo motitas en el pelo como su padre, Hugo Penino, y los ojos redondos de su madre, Cecilia.
–Lo reconocí. Estuve un rato en la sala. Estaba declarando Carlos Viñas (el hermano de Cecilia), pero como me tenía que ir a hacer ese trámite, me fui. Ver a la mujer y al muchacho, que reconocí por el cuerpo, fue muy importante, uno tiene en la cabeza habilidad para ver los rostros.
–¿Reconoció también a Grimaldos?
–No. Ya era una mujer grande. Y mirá cómo son las cosas, porque a mí lo que me quedó es la cara del chico mucho más que la de la mujer. Me quedó mucho más la cara del chiquitito.
La visita del doctor
–¿Cómo fue la visita?
–Me llaman para hacer domicilios. Yo era pediatra. Trabajaba en la Clínica Santa Ana de San Isidro haciendo guardias. Era una clínica general, privada, que hacía domicilios. Una clínica de clase media, también había de clase media alta alta como este caso, bastante alta. Yo atendía las obras sociales. De pronto un paciente de IOMA, o de La Bancaria, por ejemplo. Tenía guardias de 24 horas. Me llaman de un domicilio e iba.
–¿Y en este caso qué obra social era?
–Era la obra social de la Armada. Llaman y es una casa que tenía registrada porque vivía en Acassuso. Había visto la casa. Si querés, era una casa menemista: demasiado, muy pretenciosa, con pasto artificial. Tenía terrazas como las pirámides de México, como oblicuas. Creo que era ladrillo a la vista. Y adentro estaba muy bien puesta, creo que tenía el piso lustrado. Obviamente, que te llamen de la Armada no era algo que a mí me hacía muy feliz. Creo que ya era el ’83.
–Javier tenía unos cinco años.
–Entro a la habitación del chiquito; la mamá me dice algo. Veo la habitación. Era una habitación absolutamente pulcra, no era la habitación de un chico de esa edad, con una pelota, medias tiradas, juguetes, la lógica que uno ve en un pibe de hacer domicilios. Yo veía y adivinaba muchas cosas de acuerdo al entorno. Dónde el chico dormía. Si estaba en la cama de los papás, en general cuando están mal pasa eso. La tele está en la habitación de los papás.
–¿Y en este caso?
–Estaba en su habitación. Me sorprendió que había una calcomanía de las Malvinas: “Las Malvinas son argentinas”, pegada en la pieza de él. Un pibe de cinco años no pega eso. Las paredes peladas. Nada. Imagen de pulcritud. De cosa de limpieza, como un quirófano. Un chiquito bastante triste, me pareció. Y esto lo percibo mucho antes de lo que pasó después, así que seguro que había algo. Con los chicos yo era muy hablador. “Campeón, qué hacés”, les decía, bla, bla, bla. Y él, muy parco. Triste. Lo atendí muy bien. Qué sé yo; le dije que te mejores. Le di un beso. Le dije a la mujer que tenía que llenar la boleta de la obra social para dejarle una copia. Y mientras la mujer fue a buscar el carné yo veo en una mesa fotos de un capitán de navío. Como hice la colimba en la Armada sabía reconocer las jinetas. En las fotos había un capitán de navío en una fiesta, en un casamiento, con una novia, que sería su hija. Siempre con el traje de marino.
–¿Eran fotos familiares?
–Eran portarretratos de familia. Portarretratos de plata, de lujo. De la Armada. Vino la mujer. Me preguntó si atendía en la clínica. Dije que sí, igual no me resultaba tan grato atenderlos, no al chico sino a ella.
–¿Usted mencionó en su testimonio un tema con la edad?
–Sí, ése fue otro dato importante: tampoco coincidía la edad. Normalmente un chiquito de esa edad tenía una mamá de 30 y pico de años, cuarenta como mucho. Pero en ese caso me pareció que la mujer era grande, una señora de edad. Además las fotos del marido de padrino de bodas de otra hija, se ve que éste era de otra generación.
–La defensora de Grimaldos le preguntó por su frase de los ojos tristes, que qué tenía que ver con el diagnóstico de la gripe.
–Sí, pero eso es una percepción. Es el ojo del pediatra que ve el entorno familiar. El manejo de la mujer, se ve que sobreprotectora. Una pieza tan limpia. Y me da el apellido: Vildoza. Y ese apellido me queda grabado. Supe dónde estaba. Supe los nombres, retuve todo, pero todavía no me había cerrado la historia, como se dice: no me había caído la ficha.
Las publicaciones
–¿Y qué paso después?
–Bueno. Me fui. Buenas tardes, doctor. Y tiempo después veo los nombres de los integrantes de los grupos de tareas. Leí en un diario los grupos de tarea y estaba Vildoza y ahí dije “ya está”. No tuve que pensar nada más. Me fui a la sede de Abuelas. Dije que tenía que hacer una denuncia por un caso. Me atendió la doctora Mirta Guarino. Lo tengo grabado. Expliqué todo, les dije: vengo porque tengo la presunción de que era un chico apropiado. Directamente así. No tuve dudas. Creo que hubiera puesto las manos en el fuego que el pibe era apropiado. Tenía esa certeza, era una certeza. Y les dije esto es así. Y la casa. Tal lugar, tal y tal. Y otra cosa, paralelamente o después de eso en la redacción de la revista Humor en la calle Salta, reciben un llamado. Eran los Viñas, para ver si podían juntarse conmigo. Convenimos una cita en la revista. Vino la abuela, Cecilia Pilar Fernández de Viñas, la mamá de Cecilia, y Carlos. Y la abuela me preguntó si podría recordar la cara, hacer un boceto. Le dije que sí. Le hice un boceto de la carita, que es la que salió. Creo que esto fue en Humor, no en Abuelas. En ese mismo momento. Y ella me mostró fotos de la mamá de Javier. Pero hice el dibujo y ella me dice: ¡Si es la misma cara de la madre! Eran ojos redondos negros. Pelito morochote. Rulos. Cabecita cuadrada, el mismo tipo que ahora. Hablamos un buen rato con ellos en la revista.
Humor
Meiji no supo nada más del caso hasta el gobierno de la Alianza, por la tapa de una revista en la que se da cuenta de la restitución de Javier. Lo llamaron de una radio. Jamás volvió a ver el dibujo. Ni a declarar en una causa hasta la semana pasada.
–¿Cómo empezó a hacer humor?
–Yo en la revista Humor empecé en 1978. Venía publicando en Tía Vicente, en el suplemento de la revista Siete Días, venía laburando, en dibujo. Y cuando aparece Humor, le llevo al director Andrés Cascioli mis dibujos y en el número 4 publiqué mi primer artículo. En 1980 comencé con La Clínica del Doctor Cureta. Veníamos de un juicio que nos hizo la Gorda Matosas, que era una de las jefas de la hinchada de River que al lado de los de ahora no era nada. Habíamos hecho una historia con Ceo y nos hizo un juicio, pero nos absolvieron. El fallo es gracioso porque termina la tira con la mujer en la cama con Labruna, que era el director técnico. Y el fallo dice que el hecho de estar en la cama con el señor Labruna no implicaba la consumación del acto sexual. Ese fue el fallo, así salió en la ley. Y ahí le dije a Cascioli que tenía ganas de hacer algo sobre la medicina, un poco en joda, satirizando la relación de la medicina, los laboratorios. Me dijo: “Traé una historia, un boceto”. Hice la fisonomía de cómo intuía a los personajes y empezamos con La Clínica del doctor Cureta. Hasta ese momento hacía chistes políticos. Convengamos que era una época en la que más que valientes éramos inconscientes. Ahora los veo, y me digo: ¡Pero mirá las cosas que hacíamos!
–¿Alguno más duro?
–Hubo uno durísimo. Había varios cuadros. Estaban los jugadores del Mundial, a cuatro cuadritos en la página. Con la copa y Videla les hace así: con el pulgar para arriba. En el tercer cuadro hay unos represores con los prisioneros vendados. Y Videla les hace con el pulgar para abajo. Más que humor, era bronca.
–¿Logró hacer humor con el caso Vildoza?
–Me había dado tan de cerca que no podía. Fue muy cercano como para poder.
–¿Hay alguna pregunta que le hubiera gustado escuchar, tal vez con el recorrido de los dibujos o esto?
–No. Quizá asociado a esto que pasó cuando vi el dibujo, sentí que el arte ahí sí, sirve. Cuando vos haces eso, ahí sirve. Yo hice y hago plástica. Cuando hacés eso, ahí sirve el arte. Cuando pude hacer el dibujito de Javier.
Meiji volvió a ver el dibujo que hizo de Javier hace unos días. Le pareció que era un Javier etéreo, un niño de nieve.
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