Con poca nafta en el tanque
Parte de la naturaleza misma del capitalismo consiste en que por su propias contradicciones genera cíclicamente crisis económicas. En criollo esto se traduce a que dentro del capitalismo más temprano que tarde las crisis económicas se manifiestan independientemente de la política económica que uno lleve adelante. En un país atrasado en términos tecnológicos, débil en poder económico, periférico y dependiente de las economías centrales, alcanza con que el precio de sus principales exportaciones se desplome como para generar crisis económicas y que también tambalee su política interna. Hoy en día varios de los principales motores económicos de la Argentina están fallando a la vez. El precio de nuestra principal exportación, la soja, bajó cerca de 40% en un año, pasando de casi 550 dólares la tonelada a algo menos de 340 dólares. Las exportaciones de autos a Brasil -nuestro principal comprador- bajaron un 24% en comparación con el primer semestre de 2013. Esto es especialmente grave tratándose de nuestra principal producción industrial. En la primera mitad del año pasado se vendieron a Brasil 227.000 autos, mientras que durante el primer semestre de 2014 se vendieron 171.900. Se estima que a raíz de esto hay más de 10.000 suspensiones en la industria automotriz nacional. Esta situación obviamente se traslada y repite en varias ramas. La pérdida de empleos se ve reflejada en datos como el cierre de 311.000 cuentas sueldo entre diciembre de 2013 y marzo de 2014, aunque obviamente no todas las cuentas cerradas corresponden a empleos perdidos. Más allá de las estadísticas y de las intenciones políticas de los economistas que las miden, es innegable que va creciendo el número de trabajadores que quedan en la calle.
Agregamos otros valores que citamos de forma recurrente, pero que es necesario repetir para entender nuestras posiciones políticas. Vivimos en un país con más de 30% de inflación, una devaluación de 3% mensual del dólar oficial, 50% de los trabajadores ganan menos de 4500 pesos (menos de 500 dólares a dólar oficial), 50% de la población no tiene cloacas, y el 25% está por debajo de la línea de pobreza según la CTA oficialista. El 35% de los trabajadores está en negro y en paralelo el gobierno le está pagando 10 mil millones de dólares a Repsol por la estatización de YPF. Y cómo si no fuera poco Página 12 saca una nota titulada “Giro a París que demuestra capacidad de pago” explicando que Argentina tiene, puede y quiere pagar sus deudas. Pareciera que festejan nuestra dependencia. Hace más de cien años el rol que las potencias nos asignaron en el tablero mundial como país consiste en ser un mero exportador de materias primas y pagador serial de deuda. El gobierno, extremadamente fiel a esta visión, critica que los fondos buitres no le dejen pagar a los sectores con los que se negoció en 2005 y 2010 el pago de la deuda.
Curitas para una amputación
Ante este panorama el gobierno nacional está impulsando algunas medidas que podrían llegar a ser consideradas progresivas. Por ejemplo logró aprobar una reforma a la ley de abastecimiento que permitiría establecer niveles de ganancias máximos para las empresas, fijar precios máximos, forzar a las empresas a producir ciertos productos, y multar y clausurar a las empresas que violen esta ley. La ley original data de 1974, pero esta fue suspendida en 1991 por el decreto 2284 de Menem y por la ley de presupuesto de 1994. Sin embargo, esta medida que podría resultar progresiva no forma parte de una estrategia coherente para regular el funcionamiento de la economía en su conjunto. Es díficil compartir el razonamiento meramente coyuntural que lleva a impulsarla, como también del optimismo que el gobierno manifiesta frente su efectiva ejecución que dice poder darle.
Concretamente la mayor concentración y transnacionalización de la economía, que está en la raíz de este modelo, aumentó en los últimos once años más allá de los discursos oficiales. Nunca se atacó la raíz del problema y no se va a solucionar atacando superficialmente sus efectos, sin atacar las causas que este gobierno ayudó a fortalecer en un sentido opuesto a los intereses nacionales y populares. De hecho el gobierno consolidó este modelo económico claramente opositor a los intereses nacionales y populares.
Un excelente ejemplo donde se ve esto es en torno a la política hacia la deuda externa. El gobierno nacional no ha tenido la menor intención de cuestionar la deuda externa ilegítima generada por la dictadura y ampliada por todos los gobiernos posteriores. Ya pagó 642 millones al Club de París, comprometiéndose a pagarle 3633 millones de dólares de intereses punitorios. Depositó otros 539 millones de dólares en el Bank of New York para pagar a un grupo de acreedores que entraron en los canjes de 2005 y 2010. Estos fondos están congelados en el banco por orden del juez Griesa, quien quiere que primero se pague a los fondos buitre, y luego al resto de los acreedores. La consigna del gobierno es “queremos pagar pero no nos dejan”. Mientras tanto, la inversión anual en educación y salud sigue siendo inferior al pago de deuda externa. Para sortear esta traba del juez Griesa y poder pagar, el gobierno aprobó una nueva ley que permite a los acreedores que tenían bonos con jurisdicción de Nueva York canjearlos por bonos con jurisdicción de Buenos Aires o París. Nuevamente se abre la puerta a que aparezca un juez Griesa, pero esta vez francés. En dicha ley también se estipula la creación de una comisión que investigue la deuda externa. Crear una comisión investigadora luego de pagar y legitimar la deuda no resulta muy útil. Lo lógico es lo inverso. Primero se investiga, luego se paga.
Medidas como la Ley de Abastecimiento terminan siendo iniciativas aisladas que poco pueden hacer para cambiar el cuadro general regresivo. La realidad, para colmo, es que posiblemente ni siquiera se termine aplicando. La imprenta Donnelley, líder en el rubro gráfico, quebró hace unas semanas y dejó en la calle a 400 trabajadores. El gobierno había dicho que iba a aplicar la ley antiterrorista contra la empresa porque consideraba a la quiebra como fraudulenta y como un ataque político contra el gobierno, pero luego dio marcha atrás. Seguramente pase lo mismo con la ley de abastecimiento. Si realmente existiese la intención de cambiar el cuadro general, en vez de comprarles trenes a los chinos se estarían construyendo acá, y la presidenta no diría alegremente que se habla ya de la Argentina como la nueva Arabia Saudita, como si fuese un modelo de país, meses después de otorgarle la explotación de yacimientos a Chevron.
Siempre nos quedará Pekín
El actual gobierno Argentino sigue con la centenaria tradición de buscar un nuevo padre que le resuelva todos sus problemas. Las grandes potencias supieron cómo abrirles el camino a sus capitales en las regiones más desfavorecidas de todo el globo. Antiguamente, en la Argentina, esto sucedió primero con los capitales ingleses, luego con los yankis, y hoy estamos presenciando cómo surge un nuevo actor que pisa fuerte: el capitalismo Chino. Tras la visita del presidente Xi Jinping, Cristina Kirchner anunció que “el win win debe ser el nuevo modelo global”. Win win: ganamos todos. O al menos eso se supone. La Argentina ha acordado un swap o canje de divisas con China por 11.000 millones de dólares. De este modo se abre la posibilidad de que el comercio entre los dos países no tenga que hacerse en dólares, sino en yuanes y pesos. En concreto, se trata de una medida que facilita el comercio con el gran dragón. Otro dato que muestra esto es que China nos otorga un préstamo por 400 millones de dólares para comprar buques dragadores con el objetivo de mejorar el transporte marítimo.
Estamos ante el desembarco de esta nueva potencia en nuestro país. En 2013, las importaciones chinas representaron más del 15% de nuestras compras al extranjero. La Cámara Argentina de la Mediana Empresa (CAME) estima que casi el 80% de los productos no alimenticios que se venden en las cadenas más grandes de supermercados proviene de China. Los capitales chinos también aportarán como inversión directa 4714 millones de dólares para construir dos represas en Santa Cruz y 2099 millones de dólares para renovar el ferrocarril Belgrano Cargas. A esto le debemos sumar los 3000 millones de dólares de los trenes chinos que irán a parar a la región metropolitana de Buenos Aires, y los hasta 2000 millones de dólares por la construcción de la central nuclear Atucha III.
Los fondos chinos no son obsequios que se regalan como caramelos. Los términos del préstamo para las represas están en sintonía con la complicada situación de la Argentina en el mercado financiero internacional. El acuerdo firmado con China reconoce la jurisdicción de tribunales extranjeros en caso de conflicto, dejando nuevamente la puerta abierta para nuevos jueces Griesa. Además, la Argentina se compromete a tener una relación “en buenas condiciones” con el Fondo Monetario Internacional (FMI), organismo que en los años 90 planeó las privatizaciones, la destrucción del Estado, la anulación de derechos laborales y el crecimiento desenfrenado de la deuda externa. Finalmente, el acuerdo establece que nuestro país no podrá incumplir sus deudas, es decir entrar en default, y deberá informar en un plazo de cinco días hábiles si es demandado por el pago de deudas. Sobre este último punto el acuerdo cita los pagos al Club de París y a los holdouts o fondos buitre. En caso de default el préstamo podrá ser cancelado.
El ingreso de China en nuestras pampas plantea la pregunta de si un imperialismo en desarrollo es menos depredador que los imperialismos ya establecidos. Nos animamos a decir que no es mejor, que sólo es diferente aunque lo central no cambia. Lo que sí queda claro es la dependencia de nuestra economía, al ver cómo no pueden desarrollarse sus sectores básicos sin generar más endeudamiento.
No es difícil imaginarse que hay sectores del pueblo, del campo popular, que tienen la intención de construir otra realidad diferente donde el futuro de los trabajadores, del pueblo, del país no dependa ni de los ingleses, ni de los yankis, ni de los chinos, ni de su mediocre furgón de cola, la burguesía argentina.
Facundo Guillén
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