jueves, 16 de octubre de 2014
La “cuestión del dólar”: causas y consecuencias de la escasez de divisas
La cuestión del dólar, que nueve meses después de la devaluación vuelve a estar sobre el tapete, es expresión del atraso y dependencia del capitalismo argentino.
A nueve meses del fuerte ajuste cambiario, la amenaza de una nueva devaluación planea en el horizonte. Esto es resultado de los traspiés para concretar la agenda definida de forma simultánea con dicha devaluación: vuelta a los mercados para resolver con endeudamiento externo la falta de dólares. “Resolver”, en sentido figurado, porque ya sabemos es un remedio peor que la enfermedad.
Desde que la decisión de la corte norteamericana de no revisar el fallo del juez Thomas Griesa dinamitó el camino hacia los mercados externos, volvió a crecer la brecha entre el dólar oficial y el paralelo. La tensión cambiaria se agravó por la reticencia de los sojeros a buena parte de la cosecha de granos. Con el estrés cambiario, volvieron en los últimos meses las restricciones para la compra de dólares: se cortó virtualmente la venta de dólares a importadores al cambio oficial, y desde que Alejandro Vanoli reemplazó a Juan Carlos Fábrega al frente del Banco Central (BCRA), el gobierno redobló la presión para frenar tanto el mercado ilegal como la compra de dólares a través de bonos y acciones. La experiencia reciente muestra que estas medidas, que tienen el costo de imponer un freno a la economía, no alcanzan contra la presión devaluatoria. La pérdida de por parte del BCRA continúa, y hoy están en u$s27.615 millones.
La “crisis del dólar”, último capítulo de un largo proceso de agotamiento del esquema económico que rige desde 2002, expresa la persistencia de los severos condicionantes con los que opera la economía argentina, que la década “ganada” no revirtió en lo más mínimo.
Capitalismo dependiente y tipo de cambio
La “cuestión” del dólar responde a las características de la economía argentina. Con excepción del agro y otros pocos sectores, las empresas radicadas en el espacio económico nacional –“nacionales” y extranjeros- tienen una productividad del trabajo menor a los promedios internacionales. Esto significa que producen a un costo comparativamente más alto que sus homólogas de otras latitudes. Por eso la reproducción del capital en vastos sectores de la economía se encuentra condicionada a una depreciación del tipo de cambio, es decir que la moneda nacional pierda poder de compra con relación al dólar. Esto permite que los sectores que producen con costos mayores que los imperantes a nivel internacional en su rama puedan funcionar sin ver erosionada su capacidad de valorización. El correlato es la reducción de la participación de la fuerza de trabajo en el valor generado, que significa además la pérdida de poder adquisitivo de los asalariados.
También presionan sobre la moneda la salida de capitales, crónica en la economía argentina de los últimos treinta años, y los pagos de la deuda externa.
El tan mentado “modelo” del que tanto se escribió en estos años, hunde sus raíces en la megadevaluación de 2002. Como resultado, el costo salarial que pagan los empresarios cayó un 60 % medido en dólares, mientras que el salario real cayó casi un 30 % ese año (por el encarecimiento de los precios). Esto, sumado a la persistencia de la precariedad laboral, fue clave en las altas tasas de ganancia de los años siguientes.
El dólar caro y sus contradicciones
Podría parecer que el tipo de cambio alta (peso depreciado en términos reales) es una varita mágica que compensa las desventajas de productividad. Pero no es tan sencillo. En primer lugar, porque la depreciación tiene un impacto contradictorio sobre la rentabilidad esperada de nuevas inversiones. Hace más competitiva la producción nacional, pero encarece los medios de producción importados medidos en moneda nacional. Al momento de invertir se debe utilizar una porción mayor de plusvalía; reaparece así la desventaja competitiva. Se puede ver en el caso de la Argentina actual, que tuvo uno de los períodos más altos de crecimiento de su historia pero que no tuvo correlato equivalente en la inversión productiva.
Pero la principal contradicción del tipo de cambio real alto surge por los efectos sobre el nivel de precios que produce la devaluación de la moneda. Con la devaluación, los capitalistas que producen bienes transables trasladan a los precios locales los efectos cambiarios. Ante esto, los demás sectores de empresarios (los productores de “no transables”) también buscarán ajustar sus márgenes elevando precios. Se crean efectos de retroalimentación. Esto ocurrió con posterioridad a 2002 en el país, pero con efecto retardado. La depresión económica obligó en 2002 a los sectores perjudicados a absorber los costos. En estas condiciones, la devaluación tuvo inicialmente un efecto limitado.
Pero a partir de 2005 las condiciones económicas motivaron ajustes de precios en muchos largamente postergados, que eran a la vez respondidos con otros aumentos. Esta es la base del proceso inflacionario en el país, alimentado también por cuellos de botella sectoriales, la crisis energética y otros elementos, que desde 2007 signa la entrada de una nueva etapa, donde aparecen los síntomas de agotamiento del “modelo”.
El problema estratégico de los dólares del BCRA
La inflación y la cuestión del dólar tienen múltiples vasos comunicantes. No sólo porque la inflación erosionó la competitividad cambiara (la suba de precios vuelve a revaluar, en términos reales, el peso depreciado), obligando a ajustes periódicos del tipo de cambio. También, porque es la política para controlar la inflación lo que volvió a la disponibilidad de dólares una cuestión central para la política económica.
Ante las señales de agotamiento del esquema económico, el kirchnerismo puso en juego ingentes recursos fiscales para contrarrestarlas. Con el objetivo de atenuar las dificultades, implementó subsidios que solventaban una parte de la masa total de ganancias del capital, con el fin –no conseguido– de atenuar la presión alcista de los precios. Con los subsidios el gobierno “internalizó” una presión imparable al aumento del gasto público. En 2007 los subsidios fueron de $14.600 millones, en 2014 superarán los $140.000 millones. Como consecuencia de esto, el superávit fiscal que se registraba desde 2002 se transformó en déficit. Sin financiamiento externo, el gobierno sostuvo el gasto endeudándose con la ANSES y de otros organismos.
En este esquema fue clave el saldo externo favorable que se observaba desde 2002, ya que permitía fortalecer las reservas del BCRA. Dólares que no sólo tienen importancia como “colchón” ante una crisis externa. El hecho de que el BCRA tuviera un nivel elevado de reservas, contribuyó durante los últimos años de diversas formas a sostener el esquema de financiamiento imprescindible para afrontar un gasto público en aumento. No sólo porque el Fondo del Desendeudamiento permitió que una parte de las mismas fuera usada para pagar deuda pública externa. Modificación de la Carta Orgánica del BCRA mediante, se amplió la posibilidad de adelantos transitorios al Tesoro. Para darse una idea de la importancia: nada menos que el 65% de los activos del BCRA están representados por títulos públicos y adelantos al tesoro.
Sin embargo, aún con superávit comercial, en 2011 reapareció el fantasma de la “restricción externa”. Es decir, del estrangulamiento de la economía por falta de dólares, problema que muchos consideraban que era cosa del pasado. Con esto peligraba un pivote central para la precaria administración de los desequilibrios del esquema económico.
El faltante de dólares no es un resultado azaroso ni circunstancial, sino el emergente de las condiciones de dependencia y atraso que caracterizan al capitalismo argentino, y se mantuvieron incambiadas. Basta con ver los capítulos que explican la salida de divisas: el déficit industrial, el déficit energético, los pagos de la deuda, las remesas de capitales y la lisa y llana fuga de dólares, que durante todo el ciclo kirchnerista agregó no menos de u$s90.000 millones de activos de residentes argentinos en el exterior. El kirchnerismo convivió alegremente con estas gangrenas durante los años de crecimiento, cuando el saldo comercial permitía mantener o acrecentar las reservas del BCRA. Cuando ya no había dólares para todo empezaron las restricciones, y finalmente el ajuste cambiario.
Dosis de enfriamiento hasta enero
La devaluación de enero, acompañada del objetivo de vuelta a los mercados, se hizo con miras a sostener esta base de maniobra central que son los dólares del BCRA. Ahora, sin poder endeudarse por el momento, esperan que los torniquetes permitan llegar hasta enero, aún al precio de un agravamiento de la recesión, que con medidas como Procreauto o Ahora 12 el gobierno intenta contener.
Enero es el momento cuando, según la expectativa general, el gobierno restablecerá tratativas para cerrar el capítulo de los holdouts, y reiniciar el camino del endeudamiento. También se espera que la apresurada aprobación de la ley de hidrocarburos, para acelerar nuevas concesiones en Vaca Muerta, traiga dólares en lo inmediato, al precio de hipotecar el petróleo a las multinacionales igual que en los ‘90, aunque ahora sea de la mano de una YPF “recomprada”. Podría conspirar contra esto la caída en el petróleo, que va junto con la de la soja que está empañando aún más las sombrías perspectivas para los próximos meses.
Después de años en los que se dieron condiciones extraordinariamente favorables, se pone sin embargo en evidencia lo falaz de las ilusiones de que un capitalismo “en serio” escape de la sucesión de crisis recurrentes de la economía nacional, con su correlato de privaciones que recaen sobre los trabajadores, que este año ya vieron caer sus salarios en términos reales nada menos que 7%. No puede salirse de este círculo vicioso si no es cortando los nudos gordianos de la dependencia y el atraso. Sólo la clase trabajadora, acaudillando al conjunto del pueblo pobre, puede avanzar en esta perspectiva.
Esteban Mercatante
La Izquierda Diario
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