sábado, 25 de octubre de 2014
Cristina, Putin y el destino del kirchnerismo
Los modelos de transición a los que aspira el kirchnerismo para dejar el gobierno y mantener el poder. La vía rusa para que Scioli se convierta en el Medvédev de Cristina y los límites que la realidad argentina impone a los sueños kirchneristas.
¿Partido hegemónico?, ¿partido dominante?, ¿partido de poder?; la academia ensaya explicaciones más o menos complejas para discutir la preponderancia del peronismo en la política burguesa argentina.
Los recientes estudios se inclinan por la tercera opción (“partido de poder”) y el último grito de la “ciencia” sería comparar al PJ-FPV con “Rusia Unida”, la formación que llevó por tercera vez a la presidencia a Vladímir Putin.
De allí se desprende que la estrategia del kirchnerismo no seguiría el modelo de Bachelet en Chile, es decir, la búsqueda de un período de alternancia con un “gobierno de la derecha” para la vuelta obligada y reclamada de Cristina, luego de un mal o modesto gobierno. El camino a seguir sería el de Putin y Medvédev.
Vladímir Putin encabezó el gobierno de Rusia en dos periodos consecutivos (2000-2004 y 2004-2008), luego eligió a Dmitri Medvédev quien presidió el gobierno hasta el 2012. En ese periodo Putin mantuvo el control del poder (presidió el partido), regresó al gobierno en 2012 y está ocupando la Primera Magistratura hasta el 2018.
El reciente anuncio del lanzamiento del canal Russia Today en la televisión abierta de la Argentina y las negociaciones con la petrolera estatal rusa Gazprom por una inversión superior a los 1.000 millones de dólares, estimularon las versiones del posible “calco y copia” del modelo ruso por parte de Cristina y la coalición PJ-FPV.
En este esquema, la ilusión es que Scioli se convierta en el Medvédev de Cristina, ya que la perspectiva chilena de un interregno de la derecha tiene el riesgo de que al “Piñera” criollo le vaya mejor de lo que los kirchneristas anhelan –con un arreglo con los buitres de un gobierno más "market friendly" y una apertura al capital financiero internacional-, donde Cristina y el cristinismo quedarían en el olvido de la historia.
De allí que los recientes gestos hacia Scioli se lean como parte de una estrategia “putinista” del kirchnerismo.
Entre paréntesis, lo paradójico es que, en otros tiempos, muchos de los que hoy apoyan por izquierda al kirchnerismo miraban a Rusia por la nostalgia de la Revolución de Octubre (especialmente aquellos estalinistas devenidos en nacionales y populares) o al Chile de los años en que Allende ocupaba el Palacio de la Moneda. Hoy los observan para elegir el mal menor en la búsqueda de alguna forma de continuidad a su desdibujado y poco glorioso fin de ciclo.
Un sueño ruso
Estudiosos liberales como Edward Gibson, afirman que los “partidos de poder” surgen en “democracias no consolidadas, en las que la heterogeneidad de intereses define una escena de competencia muy fluida. Pero la ocupación del Estado ofrece ventajas indescontables, dada la debilidad de la sociedad civil, de allí que las fuerzas que logran conquistarlo tienden a ocupar todo el espectro político”. El PRI mejicano hasta los años ’80, el Partido del Congreso indio y Rusia Unida de Vladímir Putin son algunos de los ejemplos, a los que los académicos locales agregan al peronismo.
Su horizonte político no supera las actuales democracias capitalistas, por lo tanto si tienen crisis, ésta no radica en su naturaleza (siempre cruzadas por los enfrentamientos de clases), sino en una presunta e ideal falta de consolidación.
Pero un vicio de la politología académica es la tendencia a independizar excesivamente la política del suelo sobre el que opera, es decir, de las relaciones sociales, la economía y la geopolítica.
La realidad es que existen inmensas diferencias entre Argentina y países como la Rusia actual, una potencia de peso en el escenario geopolítico internacional, que además viene de la catástrofe de la restauración capitalista y la reconversión primarizada de su economía; o el Chile de la transición pactada que está comenzando a vivir su despertar estudiantil y obrero. En el caso de Putin, su “bonapartismo”, además, no puede entenderse sin la necesidad que tiene Europa Occidental de los recursos estratégicos rusos.
La realidad argentina
Pese a su tendencia a unilateralizar la “autonomía de la política”, igualmente los politólogos no pueden dejar de reconocer que el colapso de proporciones homéricas que sufrió el radicalismo tiene sus raíces en dos crisis económicas: la crisis hiperinflacionaria que destruyó los sueños alfonsinistas de finales de la década del ’80 y la devastadora salida de la convertibilidad en el 2001, que terminó de hundir al centenario partido. Su derrumbe fue tal que hoy, casi 15 años después, busca recomponerse tratando de llegar a gobernaciones provinciales con la escasamente decorosa función de convertirse en “muleto” de otros proyectos políticos nacionales como los de Mauricio Macri o Sergio Massa. Si esto se debe a que la esencia de la “astucia peronista” se caracteriza esencialmente por esquivar las crisis y “tercerizar” el gobierno en esos momentos para volver como garante de la gobernabilidad, hoy es secundario. En el momento presente el peronismo enfrenta una crisis cuando habita la cima del poder.
Desde el 2012, la economía argentina sufre las consecuencias del agotamiento del modelo económico. Este año llegó a la necesidad de la devaluación, que no solucionó los problemas estructurales. La crisis con los fondos buitre agravó todos los indicadores: la inflación que no llega al nivel de una “hiper”, pero tampoco está contenida y deteriora las condiciones de vida, así como la recesión afecta la estabilidad del empleo. La fuerte caída del precio de la soja completa el combo descendiente (al que ahora se suma la más contradictoria depreciación del petróleo en sus efectos sobre la economía nacional). Los trabajadores, si bien no realizaron 13 paros generales a lo Ubaldini, impusieron tres para nada despreciables, condensados en dos años; y desarrollaron una tendencia combativa ligada a la izquierda que ante los primeros estertores de la crisis ofrece una resistencia indomable (Lear y Donnelley). Es decir, el sujeto fundamental de la “sociedad civil” recompuso sus fuerzas en vías de consolidación.
El kirchnerismo busca llegar a un acuerdo con los buitres y se ilusiona con un nuevo ciclo de hipoteca nacional y nuevas inversiones en el petróleo y gas no convencionales con generosos acuerdos para las multinacionales, pero, mientras tanto, enfrenta como “partido de gobierno” las primeras consecuencias económicas y sociales de una crisis.
Cristina se mira en el espejo y quiere ver a Putin o, como mínimo, a Bachelet, y la imagen no termina de borrar los fantasmas de un Alfonsín o un De la Rúa.
Además, si se impone la sucesión de Scioli con el apoyo del peronismo, solo en las ilusiones de los kirchneristas puede imaginarse su papel como “chirolita” de Cristina.
En los años en que se incorporaba al naciente menemismo, Adelina Dalesio de Viola (miembro de la liberal derechista UCeDé) afirmó: “O popularizamos a un partido liberal, o liberalizamos a un partido popular”. Gibson plantea la opción más probable en la dinámica histórica del peronismo ante el fin de ciclo: “…es igualmente probable que una facción posmenemista latente despierte dentro del PJ, y una vez más ofrezca a la derecha independiente una estructura electoral para habilitar el acceso de sus agendas políticas al gobierno nacional” (Edhasa, 2014). Parafraseando a la que fue llamada “la Evita de la UCeDé”, la opción que se impone parece que no es ni la vía chilena, ni menos la rusa; sino la más modesta de “sciolizar al partido kirchnerista”. Un producto cien por ciento argentino.
Fernando Rosso
@RossoFer
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