domingo, 12 de octubre de 2014
Fotos para preservar la memoria
Lelia Bicocca integraba la Asociación Cristiana de Jóvenes de San Martín y militaba en el PRT-ERP. Se la llevaron de la casa de sus padres el 31 de mayo de 1977. Su hermano Jorge contó ante la Justicia detalles de su secuestro y acompañó su relato con fotos.
Dijo que había traído unas fotos. Uno de los jueces, como acostumbrado a esos tesoros que se van develando en los juicios, se apuró, para acompañarlo. “¿Las tiene ahí? –preguntó, animándolo– ¿Tiene las fotos? ¿Quiere mostrarlas?” En la sala, bien atrás, donde empieza la línea del público, una señora, Teté, de rodete muy bien peinado, dijo algo, como si el otro pudiese escuchar, como si fuese un tema del que cada uno de los que están ahí pudiera contar algo.”¡Lo que debe haber guardado esas fotos! –suspiró, encantada– ¡Pero mirá vos!” Y miró a uno y otro lado. Público casi no había. Miró atrás. Alguien escuchó. También los pocos de adelante. Una Madre de Plaza de Mayo, pañuelo blanco, uno de los integrantes de la iglesia Santa Cruz. Muchos de los de siempre, sentados, como en las celebraciones de una comunidad, en una misa. “¡Esos papeles!”, volvió a decir la mujer. “¡Seguro los ha guardado durante cuánto tiempo! Y mirá...”, dijo por fin, cuando las imágenes en blanco y negro de Lelia Margarita Bicocca, que su hermano Jorge llevó al juicio oral por los crímenes de la Escuela de Mecánica de la Armada, empezaron a proyectarse en la pantalla. “Mirá esa mantilla que tiene puesta, debe de estar en la misa”, agregó la mujer.
Lelia Bicocca tenía 42 años cuando la secuestraron. Militaba en el PRT-ERP y formaba parte de la Asociación Cristiana de Jóvenes de San Martín. Jorge Bicocca guardó esas fotos durante años y declaró el jueves frente a los jueces del Tribunal Oral Federal No 5 a cargo del juicio oral por las violaciones a los derechos humanos en la Escuela de Mecánica de la Armada.
Lelia en las fotos viste de blanco y negro. En la primera está con un chico del barrio, él de pantalones cortos. En la segunda, tiene la mantilla en el pelo; en la siguiente habla con el cura local.
“Yo soy el único que quedó para dirigenciar todo lo que se pudo hacer para llegar a este momento”, dijo Jorge, pelo blanco, entregado. Preguntaron qué hacía su hermana. “Aparte de hacerles bien a todos –dijo– tenía un pequeño negocio de librería.” Contó también que militaba políticamente como su padre, “que era demócrata progresista, no era ningún pecado trabajar para una idea”.
–¿Algún vínculo con la Iglesia? –preguntó uno de los abogados, sobre uno de los datos más importantes de la causa. Lelia, que era San Martín y del PRT-ERP, estuvo en la ESMA, cuando la mayor parte de los integrantes de esa organización pasó por Campo de Mayo. En la ESMA dos sobrevivientes hablaron de una “catequista de San Martín”. Se cree que en ese espacio de curas se haya vinculado con Montoneros o la JP.
Jorge habló de la filiación con la Asociación Cristiana de Jóvenes, de “la cual tengo fotos acá”, insistió. “Ella trabajaba en la Iglesia y daba catecismo en mi casa. Les enseñaba a los chicos qué era eso.”
El hermano, ahora grande, lloró. En la cuarta foto se ve un bautismo. “El bebé que está presente en esa foto –dijo–, está acá en la sala; es uno de mis hijos cuando fue bautizado.”
A Lelia se la llevaron el 31 de mayo de 1977 de la casa de sus padres. Jorge vivía a dos cuadras. Tomó aire cuando su relato llegó a ese momento. “No puedo evitar estar así cuando llegó a este punto, pero ya me voy a reponer”, dijo. “Entran a la una de la mañana. Entran a la casa, mi padre abre la puerta, suben y van diciendo que venían a detener a Lelia Bicocca, que no le iba a pasar nada. Que luego la iban a devolver a su domicilio. En esa época nadie sabía. No se sabía. No trascendía que estos señores se llevaban a las personas, las mataban y las desaparecían.”
Los padres de Jorge corrieron las dos cuadras hasta su casa. Luego a la Regional de San Martín. Esa noche había cola en la calle porque se habían llevado a “un montón de gente”. Al otro día buscaron en otros lugares: “Salimos a buscar el paradero de mi hermana porque ¡no creíamos lo que era el Estado, la Justicia, secuestraba a la gente!”
Mandaron cartas documento “con retorno” al Primer Cuerpo del Ejército; a Guillermo “Pajarito” Suárez Mason, a Albano Harguindeguy, a la Escuela de Caballería. “Yo tengo todas las constancias en una carpeta y volvían las cartas diciendo que no tenían conocimiento de nada.”
Jorge estuvo en Campo de Mayo convencido intuitivamente de que su hermana estaba ahí. Lo echaron. Pasado el tiempo, muchos de los sobrevivientes de la ESMA que vieron a Lelia en el centro clandestino dijeron que la catequista, “flaquita y nerviosa”, había estado antes en Campo de Mayo. La vio Ana María Martí, también Lila Pastoriza, entre otros, además de una pareja de sobrevivientes. Uno de ellos, Ricardo Camuña, dejó en la instrucción de la causa unas fotocopias de dibujos y escritos realizados por Lelia en servilletas de papel. Contó que la catequista, a quien conocían como Haydée, había ayudado a su compañera Beatriz Mercedes Luna. Les conseguía lápices, hilo y otros elementos.
Alejandra Dandan
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