Hace algunos pocos años, el ya fallecido economista y sociólogo italiano Arrighi, publicaba su célebre trabajo, Adam Smith en Pekin. Tras una reinterpretación explícita de la teoría de Adam Smith, suponía que el economista escosés no habría teorizado en realidad sobre el capitalismo sino sobre un supuesto sistema de mercado “no capitalista”.
El modelo de esta entelequia es China. En principio es la China previa a la Revolución Industrial. Una China floreciente –como efectivamente lo era- que habría sido vencida no por la potencia de la productividad del trabajo de que gozaron Inglaterra y Europa –como señala Marx en El Capital- sino debido fundamentalmente a la potencia de las armas. En todo caso no estaría de más preguntarse por qué se habrá ganado Europa el derecho a las armas, aunque no es este el lugar para discutir el asunto. Mejor recordemos que el mismo Arrighi cita muy pertinentemente a Marx quien también en El Capital define a las guerras como fuerza militar partera de la transformación capitalista de la sociedad mundial. Pero dejemos esto para más adelante. La cuestión es que China invadida, oprimida y sojuzgada, como lo estuvo desde las Guerras del Opio, fue víctima de la decadencia durante un siglo. De la visión de Arrighi parece desprenderse que China sólo se habría “redimido” muy parcialmente con la revolución del ’49 porque la verdadera redención, en realidad, llegó después.
Créase o no, según Arrighi la “redención” habría comenzado con Deng y la restauración que habría abierto nuevamente el camino a la China “de mercado, no capitalista”. Una extraña redención que adquirió fuerza con Tiananmen y con la conversión de China en la principal fuente de trabajo barato y superexplotado del mundo, o dicho con mayor precisión, en la principal fuente de plusvalor absoluto. La afirmación tiene sentido, porque el objetivo de Arrighi en Adam Smith en Pekin, es oponer a una teoría de clases, la marxista, una teoría de “La Riqueza de las Naciones” o sea, una teoría –literalmente- de otra clase. En conclusión, el actual crecimiento extraordinario de China asociado al período más agudo de la decadencia norteamericana, sería algo así como la venganza de Oriente. De resultas que la China que habría vuelto a ser “de mercado no capitalista” –cuestión que el mismo Arrighi termina reconociendo, al menos implícitamente, como una vana ilusión-, sería portadora de un nuevo tipo de ascenso pacífico. Agregando Arrighi que la comparación histórica más pertinente entre una potencia en declinación y otra en ascenso como China, sería la relación de “cooperación” entre Gran Bretaña y Estados Unidos durante los años ’20.
El General Clark
Hace algunos pocos días, el general retirado del Ejército de Estados Unidos y ex Comandante Supremo de la OTAN en la guerra de Kosovo, Wesley Clark, retomaba en The New York Times una pregunta ya formulada por Kissinger: ¿Es posible que China acuerde con Estados Unidos a fin de crear una estructura internacional en la que, por primera vez en la historia, un estado naciente sea incorporado a un sistema internacional y al fortalecimiento de la paz y el progreso? Un interrogante similar a la afirmación de Arrighi. El alerta de Clark, es que China estaría viendo cada vez más a Estados Unidos como un adversario y rival potencial. El ex general afirma que si desde fines de 1970 Beijíng buscó una asociación estratégica con Estados Unidos para disuadir una amenaza soviética y se disponía a escuchar y aprender de los militares norteamericanos, el punto de inflexión se produjo con la crisis de 2008 y sus secuelas. A partir de aquel momento China habría comenzado a ver a Estados Unidos como un sistema que falla, como una economía atrapada en la deuda y un gobierno disfuncional, vulnerable a ser reemplazado en su lugar de líder del mundo. En el análisis de Clark Estados Unidos debería mirar a China más allá de los paralelismos históricos. El crecimiento económico de China y el desafío que presenta es mucho mayor que el de Japón en la década del ’80. Hace un siglo Alemania era una potencia ascendente dispuesta a hacer la guerra pero nunca tuvo la población o la capacidad industrial de los Estados Unidos, o hasta la década del ’30, el liderazgo de un solo partido político por encima del estado de derecho. Tampoco está China como la Unión Soviética, económicamente aislada del mundo. No hay ningún precedente histórico. Siempre según Clark, si durante más de dos décadas la política de Estados Unidos hacia China fue de equilibrio entre el “compromiso” y la “contención”, una versión de la política estadounidense hacia la Unión Soviética durante la guerra fría, el “pivote” hacia Asia que la administración Obama anunció en 2011, fue percibida como un cambio hacia la contención, es decir, como dirigida contra China. Y resulta que el problema estratégico más profundo de Estados Unidos es el desafío más fundamental de China a la arquitectura global del comercio, el derecho y la “solución pacífica” de las controversias que los Estados Unidos crearon después de la Segunda Guerra Mundial. De modo tal que Estados Unidos tendría que ser muy “claro” convenciendo a China de que sus intereses no están en la expansión territorial sino en asumir la responsabilidad de compartir el liderazgo global. Le deberían “explicar” también que una alineación más estrecha con Rusia sólo puede provocar a Estados Unidos y sus aliados así como que sus fuerzas militares en expansión, tienen “consecuencias”. Después de toda esta alharaca “democrática” reafirma que Estados Unidos necesita una visión estratégica propia de largo plazo incluyendo entre otras cosas, una economía fuerte sobre la base de la independencia energética, una democracia fuerte y la capacidad militar para pararse frente a China en caso de crisis. Con estas piezas, dice Clark, Estados Unidos podría tener éxito en ayudar a China a asumir su legítimo lugar de líder mundial y quizás uno al mismo nivel que Estados Unidos de una manera que promueva la prosperidad y la estabilidad global. Quizás entonces los líderes chinos se sentirán lo suficientemente seguros para conceder la “democracia real” para su pueblo. Pero va a ser un largo viaje.
No siempre hay una primera vez
Las posiciones de Arrighi, de Clark y de Kissinger, tienen un exótico punto de contacto. La idea de la posibilidad de reemplazo de la decadente hegemonía imperialista mediante una alianza cooperativa que por supuesto, cada uno interpreta a su modo. La discusión sobre la caracterización de China no consiste en si China es capitalista, como se preguntaba Arrighi ya tardíamente en 2007, sino, en todo caso, en qué medida podría estar China adquiriendo rasgos imperialistas en el sentido leninista del término. Planteamos la semana pasada en El destino de China y la economía mundial, algunos elementos en lo referente a la exportación de capitales. Otro elemento clave consiste en investigar su capacidad militar. Si bien el incremento en el gasto de armamentos de China durante los último años es notorio, hay que tener en cuenta que su punto de partida es muy bajo y por ahora, en cuanto a los resultados, la distancia con Estados Unidos, o incluso con Rusia en términos de ojivas nucleares, es sideral. China representa aproximadamente el 8% del gasto militar mundial frente al abrumador 41% de Estados Unidos. Tampoco está para nada claro que una disputa por la hegemonía mundial se planteará entre China y Estados Unidos. Amén de que existen muchos otros jugadores, entre ellos Alemania, tampoco es claro si China logrará evitar el destino de Japón, aunque fundamentalmente por la debilidad norteamericana, ello parecería menos probable. En todo caso, resulta complejo aún definir si China avanzará o no en adquirir en mayor cuantía rasgos imperialistas. Sin embargo es clave poner de relieve tres aspectos. El primero de ellos es que si bien existen puntos de contacto entre la relación chino-norteamericana y la relación anglo-norteamericana en los años ’20, las diferencias son tales que pensar un escenario semejante resulta por decir lo mínimo, una abstracción. Las similitudes se producen en el terreno de la relación comercial y su declinación, a partir de 2008 y en el terreno de la dependencia monetaria. Pero si en los años ’20, cuando Estados Unidos era ya primer productor mundial de muchas mercancías fundamentales, su productividad equivalía al 150% de la británica, la situación de China hoy, es muy distinta. Aún siendo la segunda economía mundial por PBI, su productividad, medida en términos de producto por persona empleada y según datos del informe de The Conference Board de 2014, representa apenas el 17,1% de la de Estados Unidos. El segundo aspecto es que la cooperación durante los años ’20 entre Estados Unidos e Inglaterra –que se puso en práctica cuando Estados Unidos mostró su superioridad- estuvo muy lejos de resolver la crisis de hegemonía imperialista que abrió la decadencia británica. Por el contrario, la falta de una hegemonía clara es parte (aunque sólo parte) indisoluble de la inestabilidad de los años ’20. La cuestión de la hegemonía y la estabilización del capitalismo mundial, recién se resolvió luego de la Segunda Guerra y con el indiscutible establecimiento de la hegemonía norteamericana. El tercer aspecto es la discusión más importante a la que por ahora sólo dedicaremos unas líneas. En una situación de estancamiento secular capitalista no se puede descartar al menos teóricamente, en el mediano o largo plazo, algún tipo de “cooperación” entre estados imperialistas. Pero una situación tal, lejos de actuar como punto de partida de un nuevo período pujante de la economía global, sería en todo caso, el acompañamiento de su decadencia y autodestrucción con un altamente probable recrudecimiento de la lucha de clases. No hay por qué olvidar agudas palabras de Marx, sobre todo cuando pasaron la prueba una y mil veces: las guerras son la fuerza militar partera de la transformación de la sociedad mundial capitalista.
Paula Bach
No hay comentarios:
Publicar un comentario