domingo, 26 de octubre de 2014

“Ha muerto un revolucionario… Viva la revolución”



Un viaje hacia las utopías revolucionarias (CLXVI)

Con esta consigna, acuñada por los campesinos mexicanos durante la Revolución en ese país azteca cuándo fue asesinado Emiliano Zapata, cerró su mensaje de despedida de los restos de su hermano y compañero Rodolfo Ortega Peña, Eduardo Luis Duhalde.
Más allá de los familiares, éramos muy pocos los que habíamos burlado la brutal represión policial ordenada por la inquilina de la Casa Rosada María Estela Martínez de Perón, dirigida a impedir el homenaje a quién había dado su vida en defensa de los trabajadores y el pueblo; brutalmente asesinado en la noche del 31 de julio de 1974.
En mi caso lo había logrado gracias a mi hermana Susana con la que me encontré cuándo trataba de evitar el ataque de los motociclistas de la Policía Federal que disparaban balas de goma y golpeaban con palos a los que tratábamos de acompañar el féretro con los restos de nuestro amigo y compañero.
La orden, impartida por el Jefe de la Policía Federal Alberto Villar era terminante. En la inhumación sólo podría estar su compañera Helena y algún otro familiar, sin discursos de ningún tipo.
Este había sido designado por el General como subjefe de la Policía Federal, el 29 de enero de ese año, mientras se mantenía en un cargo formal al General Iñiguez, desplazando al subcomisario Vittani que intentaba, sin éxito, depurar a esta institución, de funcionarios denunciados por torturadores y corruptos.
Además participó de la conformación del “Somatén”, que se estructuró el año anterior por sugerencia del “Viejo”, para aniquilar la “infiltración marxista” a la que se le declarara la “guerra” en el encuentro del Consejo Superior Justicialista llevado a cabo, en los primeros días de octubre, en la ciudad de Buenos Aires.
El antecedente más inmediato de este represor era el ataque a la capilla ardiente levantada en el local del Frente Justicialista de Liberación, en agosto de 1972, donde eran velados algunos de los militantes revolucionarios asesinados en Trelew, en la Base naval “Almirante Zar”, el día 22.
En esa oportunidad encabezó un destacamento del Cuerpo de Infantería que, con tanquetas y disparos de armas de fuego, destruyó la sede del FREJULI e impidió el homenaje a los caídos.
En realidad el crimen del que fue víctima Rodolfo era “una muerte anunciada”.
En una editorial firmada por el influyente economista Juan Ernesto Alemann, estrechamente vinculado al capital financiero nacional e internacional, del 17 de marzo de ese año, publicado en el diario en alemán editado en Buenos Aires “Argentinisches Tageblatt “, este sugería aplicar a la guerrilla y a sus “colaboradores” el concepto nazi de “noche y niebla”; para la desaparición sin rastro de los “oponentes políticos”.
Terminaba su artículo consignando “…Si Firmenich, Quieto, Ortega Peña, etc desaparecieran de escena, esto implicaría un golpe extremadamente duro para el terrorismo”. “Esta guerra sucia es imprescindible para evitar que la Argentina se convierta en una nueva Cuba…”.
Siguiendo estas “recomendaciones” resulta evidente que la zona donde se produjo el brutal atentado se había “liberado” y que los ejecutores, encabezados por otro funcionario de la Federal de apellido Almirón, gozaban de absoluta impunidad.
El 1° de agosto, en horas de la mañana comenzó el velatorio en la Federación Grafica Bonaerense, histórica sede de la CGT de los Argentinos; cedida generosamente por Raymundo Ongaro.
Ferdinando Pedrini, un diputado nacional representante del Chaco, que presidía el bloque oficialista, ofreció que este se realizara en el Salón Azul del Congreso Nacional.
Eduardo y Helena Villagra, rechazaron el ofrecimiento, ya que entendían que estaba clara la responsabilidad del gobierno en el asesinato.
Llegué temprano a la sede sindical ubicada en la calle Paseo Colón casi Independencia con una gran congoja y absolutamente convencido que se abría un período, complicado y difícil.
Por sugerencia de los compañeros del FAS, habíamos tomado algunas precauciones entre las que estaba tratar de que no se conociera el departamento en el que vivía con Alba y los chicos.
Al mismo tiempo, Susana, me había entregado una pistola calibre 45 para la defensa de la vivienda en caso de un ataque para estatal la que fue, semanas más tarde, participe de un episodio jocoso; que narraré en una nota próxima.
Me acompañaba mi hijo Mauricio, de sólo 5 años de edad.
Me recibió en la entrada Jorge Di Pasquale, con el que nos estrechamos en un fuerte abrazo, con una emoción incontenible y lágrimas en los ojos; imposibles de ocultar.
Jorge, para entrar en conversación con Mauri, le preguntó dónde vivía.
Este, al que le habíamos dicho que no revelara la dirección a nadie, le contestó “en Avellaneda”.
Carlos María y Marcelo, hermanos de Eduardo, junto a militantes del gremio, vigilaban la entrada y arrojaron a la calle una corona de flores enviada por la presidente.
Asimismo impidieron que el decano de la Facultad de Derecho, que no le había renovado el contrato a Rodolfo, respondiendo a las instrucciones del Ministro de Educación, el connotado fascista Oscar Ivanissevich, Mario Kestelboim ingresara al velatorio y expulsaron del mismo al presidente provisional del Senado, José Antonio Allende.
Una bandera argentina, con un crespón negro, cubría el féretro con la leyenda “la sangre derramada no será negociada” junto a una bandera del ERP y a estandartes de diferentes organizaciones revolucionarias y populares.
Un estandarte de más de diez metros estaba apoyado en una pared reproduciendo el juramento que hiciera el asesinado, cuándo asumiera como diputado nacional.
Durante el día miles de compañeros de diferentes corrientes políticas desfilaron por el lugar para rendir homenaje a quien había ofrendado su vida en la lucha por la Liberación y el Socialismo.
Helena permaneció al lado del féretro durante toda la jornada y parte de la noche, recibiendo las condolencias de quienes, más allá de diferencias o coincidencias, simpatizaban con el “Pelado”.
El diario “Noticias” publicó en tapa la foto emblemática de ella junto al cadáver de su compañero que recorrió el mundo, como una prueba más de la fascistización del régimen.
Al día siguiente, con un cielo encapotado que anunciaba una inminente lluvia, se puso en marcha el cortejo rumbo al cementerio de la Chacarita.
Estudiantes, trabajadores, profesionales, militantes de las diferentes corrientes y organizaciones revolucionarias y populares, integraban este.
Al frente de la columna marchaban, junto a Eduardo y Helena, entre otros, Vicente Zito Lema, Gustavo Manilow, Carlos Gonzalez Gartland, Roberto Sinisgaglia y Mario Hernández.
Desde que comenzó la marcha se iniciaron las provocaciones de la policía que cumplía las órdenes emanadas de la Casa Rosada, de impedir el funeral.
Al pasar frente a esta las consignas arreciaron “La sangre de Ortega es lucha y es bandera”.
“Vea. Vea, vea, que cosa mas bonita, Ortega dio su vida por la Patria Socialista “. “Se va a acabar, se va a acabar, la burocracia sindical “.
Al empezar la lluvia se decidió, que parte de los que participaban de la multitudinaria marcha, se trasladaran hasta el cementerio en diferentes buses, otros en subte, que fue mi caso, o en vehículos particulares.
Los primeros, en su mayoría, fueron detenidos por la policía y alojados en diferentes comisarias.
Al llegar a la Chacarita un cerco policial con órdenes de disparar impedía el acceso a la necrópolis, al mismo tiempo que un comisario de apellido Torres detuvo el vehículo que trasladaba el féretro e intentó apoderarse del mismo.
Los compañeros diputados Mario Abel Amaya y Rafael Marino, se sentaron sobre este para impedir que se consumara el intento policíaco.
Comenzaron tensas negociaciones al mismo tiempo que, con una brutalidad inusitada, éramos dispersados los que tratábamos de acompañar, hasta su última morada, a nuestro compañero.
En las corridas me encontré en la estación, donde el clima era irrespirable por los gases lacrimógenos disparados por los represores, con mi hermana Susana quién me señaló un camino para ingresar al lugar en donde serían sepultados los restos de Rodolfo.
Luego supe, por el “Negro “Amaya, representante de la UCR en la Cámara de Diputados, lo que fue el maltrato policial y las difíciles negociaciones que llevaron varias horas, mientras una pertinaz llovizna y una tarde gris, le daban el marco a este impedido tributo a un luchador.
Finalmente con un puñado de compañeros pudimos acompañar a Helena y escuchar el mensaje de despedida de Eduardo Luis que, con una emoción inocultable, saludaba a la persona con quien había compartido un intenso período de la vida profesional y política.
¿Qué pasó en aquél agosto de “Noche y Niebla”? ¿De qué forma se empezaba a instrumentar la decisión de frenar el desarrollo del movimiento popular y revolucionario? ¿Cuál fue la respuesta de los trabajadores y el pueblo frente a esta escalada? Estos y otros temas abordaremos en nuestra próxima nota.

Manuel Justo Gaggero. Ex Director del diario “El Mundo” y de las revistas “Nuevo Hombre” y “Diciembre 20”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario