Habló de la confesión que le hizo el represor Adolfo Scilingo, que luego reflejó en el libro El Vuelo, sobre el asesinato de los desaparecidos. También se refirió a la complicidad de la Iglesia con la última dictadura cívico-militar.
El periodista y presidente del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Horacio Verbitsky, ofreció ayer, ante el Tribunal Oral Federal Número 5, detalles sobre la confesión que recibió del represor Adolfo Scilingo respecto de los vuelos de la muerte. En el marco del tercer juicio que se desarrolla por los crímenes de lesa humanidad que tuvieron lugar en la ESMA durante la última dictadura, Verbitsky contextualizó cómo conoció a Scilingo y cómo éste le confesó haber “arrojado 30 personas al mar desde aviones de la Armada”. “Scilingo fue el único en confesar los vuelos. Luego se sumaron otras pruebas, como los cuerpos aparecidos en las costas. La existencia de estos hechos no está en discusión, ya es cosa juzgada en este país”, concluyó Verbitsky. Luego declaró Diego Martínez, también periodista de Página/12.
De los 68 imputados en este tramo de la megacausa ESMA, sólo los ya condenados Juan Carlos Rolón y Ricardo Cavallo escucharon los testimonios. Hacía mucho que Rolón no aparecía por la Sala AMIA de los tribunales de Comodoro Py, donde desde hace casi dos años se desarrolla el debate oral. Su nombre formó parte de la primera parte del relato de Verbitsky, “periodista desde 1960” y con “numerosos artículos y libros sobre lo ocurrido en Argentina entre 1976 y 1983” en su haber. Uno de ellos, El Vuelo, editado en 1995, tiene vinculación estrecha con el exterminio de prisioneros de la ESMA a través de los vuelos de la muerte. Cuando comenzó a hablar sobre su investigación relacionada con el rol político de la Iglesia argentina y la vinculación directa de la jerarquía eclesiástica con los crímenes de lesa humanidad, defensores de varios imputados intentaron impedirlo. “El testigo sólo fue citado por los vuelos de la muerte. Si habla sobre cualquier otra cosa, atenta contra el derecho a defensa”, se quejaron la defensora oficial de Francisco Rioja y la de Jorge Magnacco, jefe de la maternidad clandestina que funcionó en el predio, Julieta Mattone. Varios otros coincidieron con la advertencia, que el presidente del tribunal, Daniel Obligado, esquivó sensiblemente: “No es una cuestión simple (el tema de los juicios). Hay muchas cosas relacionadas”, respondió.
El contexto
El presidente del CELS ubicó el comienzo de su relato en 1993. El Senado se disponía a tratar el decreto de ascenso de Rolón y Antonio Pernías en la Armada, a salvo de la Justicia por las leyes de impunidad. Verbitsky, entonces, creyó oportuno publicar en un artículo periodístico “sus antecedentes, las denuncias que había en su contra sobre torturas y asesinatos de los que habían sido parte”. En octubre de 1994, ambos aún marinos en actividad, admitieron las torturas ante el Senado, que los había citado para defenderse de las acusaciones; el tema “había tomado notoriedad”, remarcó el periodista. Sus ascensos fueron rechazados. Algo se había revuelto.
Aún no había terminado ese año cuando “un hombre de 45 años aproximadamente”, cruzó a Verbitsky en el andén de la estación Pueyrredón de la línea D de subte. “Como presentación me dijo ‘yo estuve en la ESMA’. Yo pensé que como víctima, entonces le digo algo así como ‘sí, qué duro debió haber sido todo’ y me corrigió: ‘No, como compañero de Rolón y Pernías’”, recordó el periodista respecto de la primera vez que vio a Adolfo Scilingo. Según apuntó, el hombre, entonces capitán de corbeta retirado, “hizo una especie de planteo gremial en defensa de Rolón y Pernías” sobre su ascenso trunco, al decir que “todos habían hecho lo mismo, todos participamos” de lo ocurrido en el centro clandestino de detención más grande del terrorismo de Estado.
Empujado por la culpa
Verbitsky se encontró con Scilingo decenas de veces a lo largo de varios meses. En una de esas reuniones, “Scilingo cambió el discurso” y se quebró. “‘Ya no aguanto lo que hice, no me soporto a mí mismo’, me dijo. Yo le pregunté qué había hecho y me respondió: ‘Arrojé 30 personas al mar desde aviones de la Armada’”. En los encuentros subsiguientes, el entonces marino retirado detalló la mecánica de ese método de exterminio de los genocidas: que los prisioneros eran seleccionados por represores de la ESMA, que en la enfermería eran adormilados con una primera inyección de pentonaval, que eran llevados en camión hasta Aeroparque, en donde los cargaban en un avión y que, una vez en el aire, los pinchaban nuevamente con más sedante, los desnudaban y los arrojaban por la portezuela al vacío. Scilingo le confesó que él una vez casi cae también, se resbaló. “Me dijo que a partir de ahí tomó conciencia de lo que era matar a una persona de esa manera”, señaló Verbitsky como el posible punto de origen de la culpa en el ex capitán, preso desde hace diez años en España por esos delitos.
Ante Verbitsky, Scilingo involucró a sus superiores, como el entonces vicealmirante Luis María Mendía –lo acusó de ordenar los vuelos en Puerto Belgrano–, y le entregó documentación: cartas enviadas a Jorge Videla, a las autoridades de la Armada de entonces e incluso al ex presidente Carlos Menem. Todo eso integra El Vuelo, la primera confesión pública sobre los vuelos de la muerte, la complicidad de la Iglesia con el genocidio de la última dictadura cívico-militar y la intención de la Marina y del gobierno de entonces de querer mantener lo sucedido en silencio. “Me dijo que luego de participar en uno de los vuelos se sentía muy mal y que buscó consuelo en los capellanes, que le dijeron que estaba bien lo que había hecho porque había que separar la cizaña del trigo”, remarcó el testigo. Scilingo le dio nombres: Angel Zanchetta y Luis Mancenido.
La confesión pública de Scilingo trajo consecuencias. Años más tarde resultó condenado a 640 años de cárcel en España, pero no es la única: “Hasta el día en que Scilingo habló, los vuelos formaban parte de las versiones de las víctimas. Scilingo es el primer militar que coincide con lo que las víctimas plantean, con lo que comienza una nueva etapa en el proceso social de reflexión respecto de esos hechos: se dejó de negar lo sucedido y pasó a justificarse”, reflexionó el periodista.
Los otros
Tras la exposición de Verbitsky, el periodista Diego Martínez aportó más datos sobre los vuelos, provenientes de su labor periodística entre 2006 y 2012. Las confesiones que el enfermero Juan “Jeringa” Barrionuevo, Emir Sisul Hess y Rubén Ormello –estos últimos, dos de los seis imputados por los vuelos– hicieron frente a compañeros de trabajo respecto de su participación en diferentes vuelos, así como el relato exclusivo del suboficial Roberto Del Valle, quien le dijo al periodista haber visto sangre y restos de ropa en un avión en Ezeiza, se destacaron entre la información que sumó.
Ailín Bullentini
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