Los invasores, los genocidas, los mafiosos que viven en confrontación permanente, saben que no pueden perder la iniciativa. Para ellos, la mejor defensa es el ataque.
Uno de ellos, el presidente Álvaro Uribe, a la par que ha aceptado en principio el establecimiento de bases militares en territorio colombiano, ha lanzado un doble ataque simultáneo contra los gobiernos de Venezuela y Ecuador, bajo la reiterativa acusación de su apoyo a las FARC.
El centro del acuerdo sería la base aérea de Palanquero, en Puerto Salgar, en el río Magdalena, a unos 100 kilómetros al noroeste de Bogotá. Además, tres bases aéreas y dos bases navales, en la Bahía de Málaga, en el Pacífico; y en Cartagena, en el Caribe, recibirían “visitas” más frecuentes de aviones y barcos norteamericanos.
Ha continuado, asimismo, lo que algunos llaman la “israelización” de Colombia. El año pasado, el entonces ministro de Defensa Santos fue recibido con honores por el Gobierno israelí para la compra de 24 aviones del tipo K-FIR. Pero las relaciones no se limitan a la compra de armas ni al entrenamiento de militares colombianos –y paramilitares- sino a la efectiva “israelización” de Colombia. El arrasamiento de muchas regiones y la expulsión continua de los campesinos cocaleros por las acciones de militares y paramilitares, es una copia de la acción del Irgún y los grupos terroristas israelitas para expulsar a los palestinos en los años 40 y 50 del siglo pasado. El bombardeo a Angostura está calcado de los bombardeos de Israel a campamentos de HAMAS en Palestina, e incluso en Siria. Y lo más grave: Israel, una gigantesca base militar para desestabilizar y controlar a los países árabes, quiere ayudar al Pentágono a convertir a Colombia en otra gran base militar para enfrentar la creciente autonomía de América del Sur.
En Colombia, un amplio sector de la opinión pública sabe que las acusaciones contra Chávez y Correa son una cortina de humo para legitimar las relaciones militares con EE.UU. por encima incluso de Obama y los demócratas. “Ya estamos hartos de estos jueguitos con las computadores y los diarios de Reyes”, dijo un alto dirigente liberal.
Ya nadie le cree a Uribe: en recientes declaraciones, Virginia Vallejo, bella mujer, antigua novia o amante de Pablo Escobar, ha reiterado acusaciones contra Uribe y su estrecha vinculación con el Cartel de Medellín en los 90, constantes en su libro Amando a Pablo, odiando a Escobar. “Pablo quería mucho a Alvarito”, señala.
No; ya nadie le cree a Uribe. El Presidente de Venezuela ha desconocido las acusaciones, retirado al embajador y ha advertido a Uribe con tomar medidas drásticas. Con Chávez, que sabe pelear la iniciativa, Uribe ha encontrado la horma de su zapato.
No, Chávez no se ha puesto a explicar las estúpidas acusaciones de Uribe. ¿Cómo entender que el presidente del Ecuador acepte las maniobras de Uribe, y se ponga, nervioso, a justificar su actitud entre dimes y diretes?
El problema central son las bases militares norteamericanas y no aclaraciones de viejo/as chismosas. En la próxima reunión de Unasur, en Quito, el 10 de agosto, hay que obligar a Uribe a retroceder. Tal es la única actitud soberana.
ALEJANDRO MOREANO
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