Los perros callejeros cotizan alto por estos días en la ciudad capital de la Argentina.
Cuando la noche se traga la última claridad, en silencio, en pequeñas peregrinaciones, decenas y decenas de personas buscan cartones o se aferran a ellos mientras caminan hacia algún recoveco a los pies de los grandes edificios que se asoman en las postales de turismo.
Hay una especie de trilogía sagrada para los que viven en la calle: cartones, alguna frazada y un perro.
El calor del perro callejero tiene un plus que no poseen las raídas cobijas o los papeles de diarios o los cartones.
Y los perros son solidarios.
El visitante baja por la explanada de la terminal de ómnibus de Retiro y sobre los costados de la pasarela surgen esos montoncitos arracimados que envuelven cuerpos, vidas que intentan pasar el frío y aguantar la vida a como de lugar.
Por encima de ellos la suntuosidad del Sheraton y la Torre de los Ingleses, indiferentes a lo que sucede allí abajo.
Porque en las calles está la huella del país saqueado.
Los sin techo buscan algo más que una promesa, necesitan el calor del cuerpo de un perro callejero para enfrentar el invierno del sur del mundo.
Hablan poco entre ellos. Cuando amanece cuesta estirarse y ponerse de pie. Apenas aparece la sonrisa como único gesto de gratitud hacia el callejero que los bancó durante el sueño pesado.
En otras grandes ciudades de la Argentina, como Rosario -por ejemplo-, no hay lugar para darle un colchón a los que están en la calle.
Con suerte llegará la cocina de campaña de los veteranos de Malvinas que salen a repartir mate cocido y pan a los que están allí, ya sin lugar para promesas, solamente necesitados de algún perro callejero.
En Capital Federal, en tanto, las crónicas multiplican la realidad de familias enteras.
“Débora Hernández, de 18 años, le da la teta a su hijo de tres semanas de vida, mientras que Melody, su nena de un año y dos meses, busca algún objeto que pueda simular un juguete. Alejandro Heredia, de 21, come una hamburguesa que sacó de una bolsa. Hace diez meses que viven en la calle. La situación, que sucede a diario en la puerta del Instituto de la Vivienda de la Ciudad (IVC), Sarmiento 840, se hace insostenible cuando la helada azota. ‘Con el Operativo Frío nos llevaron al centro, pero la convivencia es terrible. Hay mucha gente adulta con los menores y hay también gente enferma que se orina y que debería estar en hospital’, dice la familia Heredia. De esta forma, ni con los paradores nocturnos, donde la familia debe separarse ya que no son mixtos, ni con el centro de evacuados ni con el subsidio habitacional de 450 pesos que les dieron y que les duró cuatro noches -‘cada noche con criaturas en un hotel de Constitución nos costó 100 pesos’, dicen- pudieron solucionar su problema domiciliario”, resumen los medios de comunicación.
Los últimos números sostienen que en la capital de la Argentina hay diez mil personas en situación de calle.
No hay lugar ni demasiada voluntad para protegerlos. De allí que en estos días la compañía de un perro callejero cotice tan alto en las principales ciudades de estos arrabales del mundo.
Carlos del Frade (APE)
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