La fiscalía dio por probados los secuestros y los asesinatos, a través de los vuelos de la muerte, de trece personas entre el 25 de junio y el 30 de julio de 1976. Las víctimas integraban el área prensa de Montoneros y comisiones gremiales de medios gráficos.
Vera Jarach se levantó de la silla para correr del otro lado de las puertas. Se acercó a los fiscales como pudo, con su pañuelo blanco abrazado al cuerpo, eternamente marcado con el nombre de su hija Franca. Durante la audiencia, los alegatos acababan de dar por probado el secuestro de Franca Jarach, como parte de la caída colectiva del grupo de prensa de Montoneros. Dieron cuenta del testimonio “importantísimo” de Vera durante las audiencias de juicio. Y presentaron los datos de lo que ahora, finalmente, se da por probado: el trasladado de Franca en un vuelo de la muerte ocurrido entre julio y agosto de 1976. “El traslado consistió en aplicarles una inyección de pentotal para que personal que allí operaba los condujera al avión desde el cual fueron arrojados al mar, en los posteriormente denominados vuelos de la muerte –dijeron los fiscales–. Tales traslados culminaron con la muerte de las víctimas.” Entre ellas, Franca.
“De las sensaciones hablaría de las pequeñas y grandes victorias que vienen después de atravesada la tragedia, de haberse empeñado, primero más visceralmente porque queríamos saber y salvar”, dice Vera apenas terminada la audiencia. “Después fuimos a una resistencia, siempre estuvimos con esas metas de conocer la verdad, de justicia y memoria, y llegamos a una etapa nueva que se basa en todas las demás. La justicia contribuye a la verdad. Se entrelazan las cosas. La memoria nos da la garantía, la esperanza de que se reconozcan síntomas de eventuales repeticiones de los hechos porque la historia nos dice que se han repetido. Y hay una etapa nueva que se funda en cosas que están pasando. Los sueños de nuestros hijos los ves realizados, gradualmente, por etapas. Algunos se están realizando. Otros se han realizado. Otros faltan.”
En la sala terminaba otra jornada de alegatos de este abrumador, enorme tercer juicio oral de los crímenes de la ESMA. Concluía la reconstrucción del grupo de caídas nombrado aquí como “prensa Montoneros”. Un nombre que da cuenta del modo en que lo llamaron los sobrevivientes. El encadenamiento de los secuestros muestra la persecución y exterminio de trece personas, entre el 25 de junio y 30 de julio de 1976. Uno de los datos que sobresalen es el modo brutal de operar de la ESMA que iba a la caza de todo, levantando todo lo que estaba en el medio, y el saqueo. En esta caída van a toparse con una de las imprentas de Montoneros, ubicada en una galería comercial de la avenida Cerrito, donde se imprimía la revista El Montonero. Se robaron dos imprentas offset y una guillotina, entre otros equipos. Los artefactos iban a ser usados en la fabricación de documentos falsos de la ESMA. Otro de los datos que muestra esta caída son las primeras señales de secuestros de trabajadores de prensa organizados, dos de ellos integrantes de la comisión gremial interna del diario La Nación. Un colectivo que volverá a sufrir otras bajas poco después, con nuevas caídas.
La sucesión
Uno de los logros de este debate, según el fiscal Guillermo Friele, fue volver a ubicar a Franca Jarach en este espacio político. Anudar eso que los marinos desarmaron. Una resolución que hoy es posible por quienes la vieron y ya la conocían dentro del centro clandestino y por la desclasificación de archivos de la represión, en este caso de la ex Dipba. A Franca se la llevaron el 25 de junio de 1976 desde una pizzería ubicada sobre la avenida Patricios al 500. Tenía 18 años. Su historia es conocida. Había hecho casi todo el secundario en el Nacional de Buenos Aires, donde la dejaron libre por una toma de la escuela a pesar de que era abanderada con medalla de oro. Franca había militado en la UES. Trabajó en un taller gráfico y luego de los estudios militó en la JTP, vinculada con el grupo sindical de los gráficos. Cuando la secuestraron estaba con Hernán Daniel Fernández, de 21 años, muy recordado porque le decían Cassius Clay, por su parecido con el boxeador. Hernán estudiaba Historia, trabajaba para la Editorial Codex y militaba en Gráficos de la JTP. También quedó probado en este juicio, en el que están en juego las condenas a los pilotos de los vuelos de la muerte, que a él lo arrojaron al mar a mediados de diciembre de ese 1976.
Las actividades del grupo de tareas, aquel 25 de junio, habían empezado antes del secuestro de Franca. Cerca de las seis de la mañana, una parte de la patota secuestró a Alberto Luis Castro, en su departamento de Corrientes al 3800. Tenía 31 años, estudiaba Filosofía y militaba en Montoneros. Estaba casado con Antonia Moreira, con quien tenía una hija de 9 meses. La patota había pasado por la casa de su padre, Juan Alberto Castro, en la calle Arenales. Lo encapucharon y lo llevaron a la casa de su hijo mayor. A Alberto le preguntaron por su hermano, Carlos Enrique Castro. Carlos tenía 23 años, lo apodaban Patria y militaba en la Juventud Peronista y Montoneros. Estaba en pareja con María del Carmen Tortrino, que en ese momento estaba embarazada. Tras revisar el departamento de Alberto, los represores lo encaucharon y se lo llevaron al trabajo de Carlos, que era mozo en un buffet de la avenida Callao. Mientras tanto, su padre, su esposa y su hija quedaron a cargo de otra parte del grupo de tareas en su casa. En el bar, secuestraron a Carlos. Lo llevaron encapuchado y esposado a la ESMA. A eso de las ocho de la mañana, la patota volvió al departamento de Corrientes. Esta vez se llevaron a Antonia Moreira y dejaron a su hija al cuidado de su abuelo. Subieron a Antonia a un Ford Falcón verde, donde estaba su esposo. Y los llevaron a ambos hasta Palermo, como señuelo para secuestrar a Alfredo Juan Buzzalino. Alfredo tenía 30 años. Militaba en la rama sindical de la Organización Montoneros. Pertenecía al gremio de Prensa.
Todos ellos fueron trasladados a la ESMA. Alfredo fue sometido al proceso de recuperación de prisioneros, de donde salió con libertad vigilada en febrero de 1979, situación que se prolongó hasta la democracia. A Antonia Moreira la liberaron 48 horas después del secuestro. Alberto y Carlos Castro están desaparecidos.
Un día más tarde, el 26 de junio, el grupo de tareas secuestró a dos parejas: Marta Alvarez y Adolfo Kilman y a Rita Irene Mignaco y Javier Antonio Otero. Marta Alvarez había trabajado en el diario La Razón, Rita Mignaco era parte de la comisión interna del diario La Nación y ambas militaban en Montoneros. Marta estaba embarazada. Desde mediados de junio se hospedaba con su compañero en la casa de Rita y de Javier, que hacía el servicio militar en la ESMA. La patota se los llevó de la casa de ellos, ubicada en la Avenida General Paz al 7000 de la Ciudad de Buenos Aires. Marta dio a luz a su hijo el 1º de marzo de 1977 en el Hospital Naval Doctor Pedro Mallo, ámbito que colaboró con la ESMA, asistida por Jorge Luis Magnacco. Como no le retiraron completamente la placenta, sufrió hemorragias y volvió a ser internada más tarde. Estuvo con su hijo hasta el 16 de julio, cuando el bebé fue entregado a su abuela, luego de ser inscripto como Federico Emilio Francisco Mera. “Durante su cautiverio, ella fue obligada a realizar varios trabajos como parte del llamado proceso de recuperación”, dijo la fiscalía al comienzo de una enumeración agobiante sobre la enorme diversificación de negocios y operaciones de los marinos. Marta y su hijo son los únicos sobrevivientes de esa caída. Su esposo, Rita y Javier continúan desaparecidos.
Ese mismo día, el 26 de junio del 76, fueron secuestrados Carlos Pérez Jaquet, Juan Carlos Gualdoni y Pedro Oviedo. Los tres trabajaban en la imprenta que funcionaba en una galería comercial ubicada en Cerrito 256, Local 16, de la Ciudad de Buenos Aires. Todos militaban en Montoneros. Bernardo era el responsable de la imprenta. Juan Carlos era conocido como Waldo o Alejo, tenía 27 años y era estudiante de Sociología. Y era delegado gremial del Banco Nación. Pedro tenía 24 años, era estudiante de Sociología y afiliado gremial de Ctera. A las 10.30, un gran número de personas rodeó la galería para facilitar el ingreso del grupo de tareas. Saquearon la imprenta. Y a ellos los llevaron encapuchados y esposados al centro de exterminio de la ESMA. Juan Carlos Gualdoni Mazon, Carlos Alberto Pérez y Pedro Bernardo Oviedo están desaparecidos.
Meses después, en diciembre de 1977, el grupo de tareas secuestró a la hermana de Pedro, Patricia Oviedo Domínguez. Se había sumado al grupo de familiares que se reunía en la Iglesia Santa Cruz a buscar a sus detenidos-desaparecidos.
El 30 de julio de 1976 fue secuestrado Víctor Eduardo Seib. Tenía 27 años, también trabajaba en el diario La Nación y era miembro de la comisión interna junto a Francisco Marín y María Cristina Solís de Marín, también secuestrados más tarde. Después del secuestro de Marta y de Rita Mignaco, Víctor decidió ausentarse de su trabajo porque estaba atemorizado. Finalmente, lo secuestraron en la calle cuando se iba de su casa, ubicada en la calle Huergo al 100, de la localidad de Temperley, en el sur del conurbano. Víctor permaneció en el centro clandestino de detención hasta agosto de ese mismo año, cuando se decidió su traslado. Durante su desesperada búsqueda, la madre de Víctor fue a la redacción del diario La Nación para pedir ayuda. Ante su reclamo, le dijeron que escribiera en dos carillas todo lo que sabía. Ella lo hizo, con la letra más pequeña que pudo, para incluir la mayor cantidad de información posible. El diario nunca publicó su carta.
Alejandra Dandan
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