lunes, 14 de septiembre de 2015
Claves de la crisis económica mundial y su refracción nacional
Tres factores decisivos entrelazados y combinados, gravitan sobre la situación económica internacional. Sumatoriamente se trata de las políticas monetarias de la Reserva Federal norteamericana (Fed), del menor crecimiento y las señales convulsivas que emite la economía china y de la caída de los precios internacionales de las materias primas.
Jerárquicamente, la incógnita sobre las acciones futuras de la Fed y la conflictiva fase que atraviesa la economía china, se conjugan y emergen como limitantes del rol contratendencial que ambos elementos jugaron frente a la crisis de 2008. La caída del precio de las materias primas –independientemente de factores específicos- resulta una consecuencia derivada de la conjunción de los dos primeros elementos. Los tres factores afectan, en algunos casos de manera directa y otras de forma laberíntica –esencialmente a través de la recesión en Brasil-, a la economía argentina. Veamos.
Estados Unidos y la Fed
Desde los inicios de la crisis económica mundial de fines de 2008 y mediante los denominados programas de expansión cuantitativa, la Reserva Federal norteamericana inyectó en la economía aproximadamente 5 billones de dólares (esto es casi un tercio de toda la riqueza que Estados Unidos produce en un año entero). Dichos programas –finalizados en octubre de 2014- tuvieron por objeto la recompra de bonos emitidos previamente por el Tesoro Norteamericano.
Cuando la Fed recompra masivamente estos instrumentos de deuda pública, su precio se incrementa y el interés que rinden –que reacciona de forma automáticamente inversa a su precio- disminuye. Como el interés de los bonos se toma como referencia para los préstamos a largo plazo, su disminución implica el abaratamiento del crédito y se utiliza como medida tendiente a reactivar la economía. A la vez, también desde el momento del estallido de la crisis y desde hace 7 años, la Fed mantiene las tasas de interés de corto plazo en un rango de entre 0 y 0,25%, el nivel más bajo de toda su historia. Este factor también contribuye a bajar el costo del crédito de largo plazo y representa otro mecanismo reactivador de la economía.
Dichas medidas (combinadas con otros elementos como la destrucción operada por la crisis y los bajos salarios resultantes, los salvatajes a los bancos en situación terminal y la explotación del petróleo y gas de esquisto que abarataron notablemente los precios energéticos) representaron hasta el momento, los pilares de la recuperación norteamericana pos 2008. Recuperación cuya fortaleza sólo puede considerarse en términos relativos a los flacos índices de crecimiento de países centrales como Europa o Japón. Corriendo el séptimo año después de la crisis, teniendo en cuenta que una caída de magnitud presupone aceleración y considerando los ingentes estímulos inyectados, la economía norteamericana promedia un crecimiento anual mediocre, cercano al 2,2%. Bastante alejado del casi 3% promediado durante los años de ascenso posteriores a la crisis de 2001 e identificado incluso por los más importantes economistas burgueses, como un nivel de crecimiento “moderado”.
Si la desocupación se redujo desde una tasa cercana al 10% en 2009 a alrededor del 5% en la actualidad, ello resultó en gran parte consecuencia de la creación de empleos basura y de la desaparición de los registros de aquellos trabajadores desmoralizados en cuanto a la posibilidad de conseguir un empleo. Según la OIT entre 1999 y 2013 en Estados Unidos, se produjo una constante disminución de la participación de los salarios en el PBI como consecuencia de su incremento inferior al ritmo de crecimiento de la productividad. Además y también según la OIT Estados Unidos es junto a España, uno de los países en los que más aumentó la desigualdad si se mide comparando hogares del decil superior con hogares del decil inferior.
Las variaciones de la distribución salarial (en cuya masa total se incluye a los gerentes) y las pérdidas de empleo, determinaron un incremento de la desigualdad del 140% (OIT). El crecimiento de los salarios por debajo de la productividad que determina un parámetro del bajo nivel de consumo resulta aún más sorprendente si se tiene en cuenta la mala performance de la productividad durante los últimos años. Como señala Laurence Summers en Financial Times “los hogares americanos, las compañías y los mercados, están procesando una rápida desaceleración del crecimiento de la productividad en lo que parece una especie de momento ‘en reversa’ con respecto a 1990” (Financial Times, 10-9).
El bajo crecimiento de la productividad no puede disociarse del débil nivel de inversión cuestión que se verifica en el hecho de que mientras el PBI real se ubicó en 8,7% por encima de su nivel en 2007, la inversión interna privada bruta creció apenas un 3,9% en el mismo período (Financial Times). La combinación de un crecimiento débil de la inversión y del consumo es lo que determina que en gran parte los estímulos monetarios no se destinen a una recomposición estructural de la economía, sino que deriven en incrementos acelerados de los activos bursátiles abonando una burbuja que es fuente permanente de inestabilidad financiera.
Este factor combinando con el hecho de que una tasa de interés del 0% ya no puede disminuirse y por tanto no podría volver a funcionar como contratendencia, abonan la intención de la Fed –que ya lleva más de dos años- de incrementar la tasa de interés. El dilema es que la ausencia de fundamentos sólidos para el crecimiento norteamericano, la débil performance de la economía mundial así como las persistentes e incrementadas inestabilidades, amenazan con que un incremento de las tasas devenga tanto un freno para la economía de Estados Unidos como un disparador de mayores turbulencias en la arena internacional.
Riesgos del interludio chino
Las sucesivas y agudas caídas de las bolsas de Shanghai y Shenzhen, las devaluaciones del yuan operadas durante el mes de agosto y el menor crecimiento de la economía china, representan tres engranajes de un mismo movimiento. Son fundamentalmente emergentes de que China no puede seguir sosteniendo el “modelo” exportador –ni permanecer como fuente por excelencia de atracción mundial de capitales- que sustentó su crecimiento otorgándole renovado impulso a partir de 2010 y convirtiéndola en una contratendencia esencial a la Gran Recesión mundial iniciada en 2008. Pero la necesidad china de transformar su economía hacia un “modelo” de tipo mercado internista no es poca cosa ni tarea sencilla.
Entrelazada a su dificultosa y contradictoria necesidad de incorporarse al mercado financiero internacional –cuestión a la que está íntimamente ligada tanto la devaluación del yuan como los intentos fluctuantes de convertir a la bolsa en un mercado más influenciado por las “fuerzas del mercado”- constituyen determinaciones asociadas en última instancia a la tortuosa tentativa china en pos de transformarse en un país imperialista. Necesariamente se trata de una transición convulsiva con final incierto, interludio en el cual no sólo China ve amenazado su propio destino sino que se transforma ella misma en fuente de debilidad para la economía mundial. El crecimiento oficial declarado de China no es bajo –roza el 7%- pero es el más reducido de los últimos 24 años. El gigante asiático devino durante la actual coyuntura económica mundial, caja de resonancia de debilidades propias e internacionales.
Materias primas: efecto reversa
Los precios de las materias primas –tanto las de origen agrícola, como las de origen mineral o industrial- mostraron una trayectoria aceleradamente ascendente desde el año 2010, estimuladas tanto por las bajas tasas de interés norteamericanas y mundiales como por la tracción del crecimiento chino y la relativa recuperación económica mundial.
Si el primer factor influye fundamentalmente en el crecimiento del componente especulativo del precio –mercados a futuro-, el segundo factor está vinculado a las determinaciones del incremento de la demanda. Si bien, en la actual tendencia descendente de los precios de las materias primas se deben observar múltiples elementos, las dos causas señaladas más arriba –en la medida en que operan en sentido contrario a 2010- se están transformado en movimientos roncos que con distinta jerarquía y generalidad, horadan los precios otrora ascendentes.
La tendencia más sólida y general que viene influyendo negativamente los precios de las materias primas, es la revaluación del dólar asociada a la recuperación de la economía norteamericana, al fin de los programas de inyección monetaria y al temor –intensificado durante los últimos meses- a que la Reserva Federal determine un incremento de las tasas de interés. Este elemento delinea una tendencia a la reversión del flujo de capitales hacia Estados Unidos que va degradando el precio a futuro de los commodities.
En segundo lugar, el menor crecimiento de China afecta -por la vía de la reducción de la demanda- el precio de las materias primas pero no de todas, sino de aquellas asociadas a la producción industrial como el cobre, el mineral de hierro, el acero o el petróleo -aunque en este último caso resulta fundamental atender las causas particulares-. De modo que hasta cierto punto y tomando la precaución de no generalizar exageradamente, puede decirse que los dos factores esenciales que impulsaron el ascenso vertiginoso de los precios desde 2010, están operando actualmente en sentido inverso.
Repercusión brasileña y efectos nacionales
La economía argentina sufre la derivación de los tres factores señalados a través de tres canales diferenciados. En orden jerárquico, el primero de esos canales es Brasil. La recesión brasileña tiene como mínimo cuatro afluentes. Entre ellos, la fuga de capitales desatada por la revaluación del dólar y la amenaza de aumento de las tasas de interés por parte de la Fed. La combinación entre apertura de la cuenta de capitales brasileña y bajas tasas de interés en Estados Unidos y los países centrales, constituyó el factor explicativo fundamental de la entrada masiva de divisas en Brasil durante los últimos años.
El ingreso de capitales que gozaba de un extraordinario diferencial de tasas de interés, fue un factor clave que apuntaló la demanda y las importaciones. La entrada de capitales se aceleró cuando las calificadoras de riesgo le otorgaron el investment grade que, vale aclarar, le acaba de ser retirado. Actualmente la inversión del flujo de capitales hacia el centro es lo que está abonando la devaluación del real y el incremento de la inflación.
El segundo afluente de la crisis brasileña se centra en la caída del precio de las materias primas –que junto a sus derivados representan el 60% de las exportaciones-, fundamentalmente de mineral de hierro del cual Brasil es el tercer productor del mundo.
El tercer afluente lo constituye una merma en las cantidades exportadas debido al menor crecimiento de China, principal destino de sus exportaciones y principal comprador, por ejemplo, de mineral de hierro.
Por último todos estos factores se combinan con el estallido de los escándalos de corrupción y la crisis política asociada. Naturalmente la recesión brasileña es un factor clave que afecta a la economía argentina ya que representa su principal socio comercial al que se dirigen cerca del 20% de las exportaciones totales y el 50% de las industriales.
Las exportaciones automotrices argentinas –con suspensiones en Volkswagen, Ford, Lear y la amenaza de cierre de Paraná Metal- así como las de productos regionales, ya recibieron el impacto. El segundo canal de transmisión de los factores claves de la crisis internacional hacia Argentina está asociado a la revaluación del peso -derivada del fortalecimiento del dólar- combinada con la inflación que detrás de la de Venezuela es la más alta de América Latina y una de las más elevadas del mundo. Estos dos factores hacen menos competitivas en términos de precios a las exportaciones argentinas en relación con otros países cuyas monedas se devaluaron recientemente.
Por último, el tercer canal de transmisión de la crisis hacia Argentina está determinado por la caída del precio de la soja –de la que es tercer exportador mundial- cuyo valor es uno de los más bajos de los últimos años, aunque todavía duplica su precio promedio histórico. Este trípode constituye la fuente causal de lo que suele denominarse “vientos de frente” que afectan a la economía argentina por oposición al denominado “viento de cola” que con el crecimiento de China, los altos precios de las materias primas y el crecimiento de Brasil constituyó, desde el plano externo, un impulso clave del crecimiento económico de los últimos años. Abordamos aquí sólo el efecto nacional de los factores de orden internacional que por supuesto se entrelazan con los elementos críticos propios de la economía argentina en un contexto de fin de ciclo.
Paula Bach
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