viernes, 25 de septiembre de 2015
El Clan Puccio: las sombras de la SIDE y la Triple A
La película de Trapero y la serie de Telefe nos traen al presente a uno de los personajes más siniestros de la historia policial argentina. Digamos mejor: de la historia política. La oscura trayectoria de Arquímedes Puccio y su clan como parte de las patotas de la derecha peronista y los servicios de inteligencia.
En una de las primeras escenas de la película El Clan, un militar habla ante hombres de uniforme. Hay también algunos de traje. Parece un ritual de despedida.
-Ustedes fueron testigos de las circunstancias más duras del combate. En este acto expreso mi agradecimiento por su actitud valorosa y heroica en el cumplimiento del deber. ¡Viva la Patria!
-¡Vivaa!
Luego “el Comodoro” se acerca a dos hombres que charlan en la intimidad. Esos hombres son dos de los criminales más famosos de la historia argentina: Aníbal Gordon y Arquímedes Puccio. Ellos le devuelven el afecto. “Gracias Comodoro”.
A la pantalla grande
En estas semanas se estrenaron dos obras que retratan la historia de Puccio y su familia. Una película de Pablo Trapero protagonizada por Guillermo Francella, y una serie de Luis Ortega con Alejandro Awada. La opinión sobre ambas producciones merece una nota aparte, sin dudas.
Lo cierto es que entre el año 1982 y 1985, el Clan Puccio secuestró y asesinó a 3 empresarios; “perdió” cuando cobraba el rescate de la cuarta víctima. Como familia “bien” de San Isidro, aprovechó sus círculos y relaciones para perpetrar cada uno de los hechos.
El grado de complicidad de su mujer y sus hijos, la psicología criminal del padre y el contexto histórico de la “transición democrática” son algunas de las facetas de ambas ficciones. Pero el retorno de los Puccio también nos puede acercar a una faceta de aquella historia para muchos desconocida, insinuada en la película de Trapero, hasta ahora ausente en la tira de Telefé.
La derecha peronista de San Isidro
En la película, pero sobre todo en la serie, Puccio hace gala de una confusa ideología. Con sus encendidas proclamas contra los “ricachones”, justifica las acciones de una banda protegida desde el poder.
Uno de los periodistas que se encargó de investigar la ola de secuestros a principios de los 80, Carlos Juvenal, hace un resumen revelador de quién era Arquímedes: “peronista de la primera hora, amigo del coronel Osinde, desde 1973 estuvo al lado de José López Rega, participó de la represión en Ezeiza, tenía amigos en el Comando de Organización”. Y es solo un adelanto.
El primer paso que permite reconstruir la “historia política” del Clan Puccio se sitúa en 1947. Por relaciones familiares, ingresa al Ministerio de Relaciones Exteriores de Perón. Su carrera se detendría abruptamente en 1963. Mientras cumplía funciones como correo diplomático, es detenido en el Aeropuerto de Ezeiza con un cargamento de 250 pistolas Beretta calibre 22.
Por esos años, Puccio ya había pasado por Tacuara, una organización católica de ultraderecha que actuaba de fuerza de choque contra comunistas, estudiantes combativos y judíos.
En 1973 se formaría en la Escuela Superior de Conducción Política del Partido Justicialista. Allí conoce a uno de sus futuros secuaces, Guillermo Fernández Laborda. Así lo documenta el periodista Vicente Muleiro en su libro “1976 - El golpe civil”.
Ese año sería un año bisagra en la trayectoria de Puccio. Con el regreso de Perón, crecía el enfrentamiento entre la izquierda y la derecha peronista.
José López Reja recluta su personal. El teniente coronel Jorge Osinde, uno de los organizadores de la masacre de Ezeiza, se convertía en Secretario de Deportes y Turismo, dependiente del Ministerio de Bienestar Social. Osinde apenas diferenciaba el fútbol y el waterpolo, pero estaba ahí para otra cosa. Arquímedes Puccio, otro inútil en materia deportiva, se convertía en subsecretario.
Pero los muchachos también tenían otros “trabajitos”. En octubre de 1973 es secuestrado el gerente de Bonafide Enrique Pels. Los investigadores terminan dando con los responsables, entre ellos Arquímedes Rafael Puccio. Gracias a sus contactos, a las pocas semanas es liberado. La causa había quedado a cargo del comisario Miguel Angel Etchecolatz y sería “investigada” por Pablo Peralta Calvo, el mismo juez que no pudo hallar responsables en la masacre de Ezeiza.
En su declaración Puccio da un mensaje claro, un salvoconducto. Ante sus interrogadores, señala su relación “con el comodoro Arca, actualmente Jefe de Contraespionaje de la SIDE”.
Según las investigaciones periodísticas, “lo que se saca en limpio de este caso es que Puccio trabajaba cerquita de López Rega, cobraba sueldo en la SIDE, y conocía bien al Comodoro Arca que cumplía tareas codo a codo con Aníbal Gordon”.
Ya hablaremos de Gordon.
Al “servicio” del secuestro
Arquímedes Puccio formaría, desde sus inicios en los años 70, en uno de los rostros visibles de lo que podríamos llamar el “Estado Mayor” del secuestro en la Argentina. Un círculo oscuro, donde se supieron entralazar, no sin traiciones y vendettas, delincuentes comunes, policías y soldados, junto a miembros de los servicios de inteligencia. Los Gordon, los Guglieminetti, los Puccio, los Ruffo, a pesar de sus frondosos prontuarios, no eran más que una segunda línea de un aparato siniestro que emanaba de altos mandos militares.
Como cuenta Juvenal, “esos grupos armados seleccionados entre el hampa por el Batallón 601 y afines, más la patota sindical y la Triple A, caído el gobierno de Isabel Perón fueron asimilados por el aparato represor del proceso militar, que no tuvo reparo en reclutar delincuentes de libro”.
El mismo modus operandi está muy bien retratado en el excelente documental ’Parapolicial negro’.
“Esos hombres que en un gobierno elegido por el pueblo, o por cinco militares, se dedican a amenazar, golpear, secuestrar, torturar, colocar bombas, extorsionar y matar, llegada la democracia, algo tenían que hacer. La ’mano de obra desocupada’ dijo Troccoli. Pero en realidad tan desocupada no estaba, porque siguió con los atentados,las amenazas, los secuestros extorsivos”.
Puccio era parte de esos hombres. No tuvo tanto peso como Aníbal Gordon, que comandó la represión contra los obreros clasistas de Villa Constitución en 1975 y luego fue responsable del centro clandestino de detención conocido como Automotores Orletti. Pero fue parte de los mismos engranajes. Como sentencia Juvenal, “la mayoría de los secuestradores, implicados en los casos más resonantes no sólo perteneció a la inteligencia criminal o policial, sino que formó parte del más violento aparato represor que conoció la Argentina”.
Aquellos de esos hombres podían cobrar en distintas “ventanillas”. Se conoce que además de su trabajo para la SIDE, Puccio fue integrante del Servicio de Informaciones de la Aeronáutica. Así figura en distintas investigaciones y en presentaciones de la Causa Triple A (“PUCCIO ARQUIMIDES, personal civil del SIA, AAA”).
Vicente Muleiro asegura que “hubo personal civil que hizo ruido ayudando a demostrar hasta qué punto la más pura y brutal delincuencia había sido coptada por el Estado videlista. Nombres como Guglielminetti, Gordon y Puccio señalan la índole moral de este personal de servicio”.
Los principales “objetivos” de ese aparato represor eran, en realidad, la militancia de izquierda y los sectores combativos del movimiento obrero.
“El Clan” de los fachos
Como señala Juvenal, “llegada la democracia, algo tenían que hacer”. Algunos “pierden”, pero otros empiezan a armar nuevas bandas, a montar “su propio negocio”. Aprovechaban la impunidad que Alfonsín les daba a miles de coroneles, comodoros y servicios.
Arquímedes Puccio organizaba su “clan” a fines de la dictadura. Los principales integrantes serían personajes de su misma calaña. Rodolfo Palacios resume sus prontuarios en su libro “El clan Puccio, la historia definitiva”.
El “coronel”, como lo llaman en la serie aunque en la película sólo aparece como una voz en el teléfono, es Rodolfo Victoriano Franco. “Los unía su militancia en Tacuara y la Triple A” cuenta Palacios. Franco sería luego quien reconoce ante la justicia que Puccio había actuado bajo las órdenes de Osinde en Ezeiza y cobraba de la SIDE.
Guillermo Fernández Laborda, lugarteniente de Puccio, “llegó a ser miembro del Servicio de Inteligencia de la Fuerza Aérea y estuvo en el Movimiento Nueva Argentina”. El MNA era una organización nacionalista de derecha fundada en 1961, cuyos hombres terminaron luego en distintas fracciones del peronismo.
Roberto Oscar Díaz era el chofer de la banda; no se le conocen antecedentes en los servicios.
Sin embargo, dice Palacios, “todos estos hombres coincidieron en un mismo lugar y una misma fecha. El 20 de junio de 1973, el día histórico del regreso de Perón, Puccio, Laborda, Díaz y Franco estaban en Ezeiza. Los enfrentamientos empezaron cuando sectores de la derecha peronista, bajo el mando del coronel retirado Osinde, atacaron a las columnas de FAR y Montoneros. Hubo 13 muertos y 365 heridos”.
En la banda colaboraban, en distintos grados, los familiares de Puccio. Sus hijos, los rugbiers del CASI Alejandro y ’Maguila’, fueron los más activos.
La escoba, la hostia y el fusil
A Puccio los vecinos lo sorprendían siempre barriendo. “El loco de la escoba” le decían. Después entendieron que en realidad estaba vigilando.
Cada cual jugaba su rol en el Clan. No sólo sus compañeros de armas. También su sangre. “Éramos una familia muy normal, muy unida. Nadie nos vio haciendo algo malo” decía Arquímedes. Todos los días con la escoba, los domingos a misa. Rezar y planificar el próximo golpe. “Quiero estar en la guía azul” dice en la serie su mujer Estefanía. Todo una pintura de una clase social que había golpeado la puerta de los cuarteles, y cuyos hombres habían sido soldados de la cruzada en defensa de la moral occidental y cristiana.
Puccio y sus hijos varones fueron condenados por los secuestros de Manoukian, Aulet, Naum y Bollini. Las mujeres de la familia quedaron libres.
Esa es una parte de la historia. “El Clan” la trae al presente en una atractiva ficción.
La otra parte, la más importante, la pantalla no la termina de desnudar. La realidad es que las fuerzas de seguridad, los militares, los servicios, las bandas paraestatales, fueron las verdaderas organizadoras de aquellos secuestros y del gran delito en general. Ahí hay que buscar a los jefes de los Puccio, de los Gordon.
La realidad es que después de tres décadas, la inmensa mayoría de aquellos asesinos sigue impune.
Lucho Aguilar
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