sábado, 14 de junio de 2014

La estatización del discurso y la política real

El acompañamiento y aval del gobierno a estos sindicalistas (como Ricardo Pignanelli del SMATA), pusieron en bancarrota a lo poco de “progresismo” que podía sostener el relato, luego del giro hacia una política de ajuste con medidas neoliberales que se coronaron con el reciente acuerdo con el Club de París, para el generoso pago de una deuda fraudulenta.
p10-1“Hay una altísima infiltración de la política de izquierda en los lugares de trabajo”.
Alberto Roberti. Dirigente petrolero y diputado nacional. Clarín, junio 2014

“(La CTA es)´la zurda loca manejada desde afuera´”.
Juan Belén. Unión Obrera Metalúrgica. El Cronista, noviembre 2009.

Pero al suceder actuaron todos o casi todos los factores que configuran el vandorismo: la organización gangsteril; el macartismo (“Son trotskistas”) (…) El asesinato de Blajaquis y Zalazar adquiere entonces una singular coherencia con los despidos de activistas de las fábricas concertados entre la Unión Obrera Metalúrgica y las cámaras empresarias;(…) con el cierre de empresas pactado mediante la compra de comisiones internas; con las elecciones fraguadas o suspendidas en complicidad con la secretaría de trabajo”.
Rodolfo Walsh, ¿Quién Mató a Rosendo? 1968. Ediciones de la Flor

El reciente conflicto de la autopartista Gestamp, en el partido de Escobar de la provincia Buenos Aires, derivó en un renacido protagonismo de dirigentes sindicales que salieron a la escena pública con discursos macartistas y amenazas, propios de métodos gansteriles que caracterizaron históricamente a los sindicatos argentinos controlados por el peronismo. El acompañamiento y aval del gobierno a estos sindicalistas (como Ricardo Pignanelli del SMATA), pusieron en bancarrota a lo poco de “progresismo” que podía sostener el relato, luego del giro hacia una política de ajuste con medidas neoliberales que se coronaron con el reciente acuerdo con el Club de París, para el generoso pago de una deuda fraudulenta.
Que en medio de esta vuelta,-de la mano del gobierno y por la puerta grande- de la gerontocracia sindical, se haya nombrado al filósofo “de izquierdas”, Ricardo Forster como “Secretario de Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional” dependiente del Ministerio de Cultura; es verdaderamente cómico, si no fuera en cierta medida trágico. Parece que este curso reaccionario en la política real no impide el fantaseo “nacional-popular” más insólito en la política simbólica, la designación de Forster parece una involuntaria y póstuma dignificación del título (real o inventado) que el peronismo le hiciera ostentar a Borges: Inspector de Mercados de Aves de Corral. La actual flamante Secretaría promete tener la misma utilidad y no mucho mayor envergadura. Es la institucionalización de la “crítica” improductiva de Carta Abierta, el relato llevado hasta el paroxismo de la estatización, mientras que la práctica real se lleva adelante de la mano de los herederos Rucci, Vandor o Lorenzo Miguel.
Los sindicatos y sus dirigentes fueron las organizaciones que menos cambiaron luego de la crisis orgánica que terminó en las jornadas de diciembre del 2001. En su función restauradora del estado y del régimen político, el kirchnerismo llevó adelante políticas más o menos gatopardistas, para maquillar instituciones deslegitimadas (como la Corte Suprema o los mismos partidos políticos tradicionales), a las que se identificaba, y con razón, como responsables del desastre económico y social al que había llegado el país.
El dirigente comunista italiano, Antonio Gramsci afirmaba que “La estructura maciza de las democracias modernas tanto como organizaciones estatales o como complejo de asociaciones en la vida civil, constituyen para el arte político lo que las ‘trincheras’ y las fortificaciones permanentes del frente en la guerra de posiciones”. De allí derivaba una cuestionable estrategia política, que no niega la virtud de la caracterización del entramado de fortificaciones que tienen las democracias estatales modernas. Pero yendo más allá en la función y el sentido de esas organizaciones, Gramsci afirmaba “[…] las transformaciones producidas en la organización de la policía en sentido amplio, o sea, no sólo del servicio estatal destinado a la represión de la delincuencia, sino también del conjunto de las fuerzas organizadas del Estado y de los particulares para tutelar el dominio político y económico de las clases dirigentes. En este sentido, partidos “políticos” enteros y otras organizaciones económicas o de otro tipo deben ser considerados organismos de policía política, de carácter preventivo y de investigación” (Cuadernos de la cárcel).
En la Argentina, como en muchos países de Latinoamérica, el peso del capital imperialista sobre las economías nacionales, la debilidad de las clases dominantes locales, y la fortaleza de los movimientos obreros; empujaron la estatización de las organizaciones sindicales y a su necesaria burocratización. El control totalitario de los sindicatos, y más aún en las empresas o ramas de alta concentración de capital internacional, se manifiesta como una necesidad para que puedan hacer efectiva su función de “organismos de policía política, preventiva o de investigación”.
El ataque con lenguaje violento y macartista de esta burocracia contra la izquierda sindical, no se reduce a una cuestión ideológica; tiene un sustrato de intereses materiales. La verborragia que pretende usufructuar cierto “chovinismo” y corporativismo; esconde la inquietud y el miedo a perder sus privilegios.
Junto a la estatización de las organizaciones sindicales como forma de control; e íntimamente relacionado con ella, necesitan evitar de todas las maneras posibles la democracia sindical, sobre todo en la industria. Tras el manto revulsivo del cuestionamiento ideológico a la izquierda, lo que se ataca es la práctica de los delegados o dirigentes relacionados con ella: la asamblea como método y la independencia del estado como exigencia, para no atar de pies y manos a los sindicatos a las normas de los ministerios. Estos métodos, cuando son aplicados por los dirigentes sindicales de izquierda, neutralizan la coacción y la coerción de la son víctimas cotidianamente los trabajadores y libera fuerzas “impensadas” y efectivas para defensa de sus intereses. Claro, que si esto se generaliza, también corren serio riesgo los privilegios de una casta sostenida generosamente justamente para evitar esta situación.
De ahí el odio desatado y los calificativos tales como “infiltrados” o “zurda loca”, por una burocracia que tiene muchísimo más que perder que “solo sus cadenas”.
Pero la historia no pasa en vano, la ideología del peronismo en la que se apoyan estos dirigentes se ha debilitado por la experiencia histórica, el kirchnerismo se vio obligado al uso (y abuso) de un discurso contrario al que hoy manifiesta en esta cruda política real. Y la izquierda ganó legitimidad no solo sindical, sino también política, como la expresada en el FIT y sus conquistas parlamentarias. En el conflicto de Gestamp se dio un capítulo de una disputa que recién está en sus inicios y en la que se juegan mucho más que intereses “ideológicos”, sino las bases materiales del poder real, aquel que es encubierto por el relato flamantemente estatizado.

Fernando Rosso

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