jueves, 12 de junio de 2014

La persecución a las Ligas Agrarias durante la dictadura



Llegó a tener incidencia en el 60 por ciento del mercado algodonero

“La dimensión descomunal que tuvo la represión sobre las Ligas Agrarias se corresponde al interés económico en juego”, analizó ante Infojus Noticias el fiscal Diego Vigay. Días atrás reconstruyó los últimos días de dos dirigentes desaparecidos, Hugo Vocouber y Luis Fleitas.

A Carlos Orianski lo atraparon en el monte y lo subieron a un helicóptero. Nunca más lo vieron. Al día siguiente mataron a Juan Sokol, se les quedó en la mesa de tortura. El Ejército los había rodeado, con más de cien hombres, pero se les escaparon varias presas. Cuatro años después emboscaron a dos de esos fugados en el aeropuerto de Mendoza: Hugo Vocouber y Luis Fleitas. Habían vuelto para participar de la contraofensiva montonera, en 1980. Todos ellos eran dirigentes de las Ligas Agrarias del Chaco, la organización económica y política que aglutinó a pequeños y medianos productores, contó con el respaldo de un sector de la Iglesia y llegó a poner en cuestión el modo de producción rural: tenía incidencia en el 60 por ciento del mercado algodonero argentino y disputaba terreno con Bunge y Born.
“La dimensión descomunal que tuvo la represión sobre las Ligas Agrarias se corresponde al interés económico en juego. Las Ligas habían desarrollado un nivel de organización en cuanto a lo gremial y político pero fundamentalmente en lo que hacía a la producción, el acopio, el traslado, la venta del algodón y la producción de hilados por parte de los pequeños productores que pusieron en crisis los intereses de determinadas corporaciones”, analizó ante Infojus Noticias el fiscal Diego Vigay, que participó de la reconstrucción del derrotero de Vocouber y Fleitas.
El peso de esos pequeños y medianos productores podía medirse en la articulación que las Ligas Agrarias habían logrado dentro de la Unión de Cooperativas Agrícolas Limitada (UCAL) para 1974: 20 cooperativas en Chaco, otras 10 en Formosa y 7 en Santiago del Estero. A eso había que sumarle dos hilanderías, dos desmontadoras, una fábrica de algodón hidrófilo, un frigorífico para almacenar frutas, 3 mil obreros y doce mil quinientas familias de productores.
“UCAL manejaba 30 o 40 mil toneladas de fibra de algodón, que era el 60 por ciento del algodón de la argentina. Surtíamos la demanda interna de hilanderías y nos sobraba para exportar”, describió Oscar Braceras, que fue gerente general de UCAL entre 1970 y 1976. Ese crecimiento no fue casual ni espontáneo y tenía una base de sustentación en la juventud de las Ligas Agrarias: “Podían movilizar 15 mi tipos en Resistencia, Chaco”, calculó.
Ese movimiento comenzó con Italo Distéfano, que participó en la II Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, que se hizo en Medellín, en 1968, y volvió a Chaco con las ideas de Juan XXIII, que se había propuesto ser “la Iglesia de todos, y particularmente la Iglesia de los pobres”. Esos jóvenes católicos iniciaron las Ligas. “No fueron ni comunistas, ni marxistas ni nada. Hijos de nuestros agricultores, chicos cooperativistas. ¿Pero porque entonces fueron declarados enemigos y diabolizados? Porque el triunfo del complejo UCAL significó el único caso en la Argentina de elaborar el 80 por ciento del producto bruto de una provincia. El 80 por ciento de la riqueza del Chaco era hecha por este conjunto, mejorando la renta de los productores que antes se llevaban los monopolios”, dijo Braceras al participar de un acto de relanzamiento de la UCAL en 2006.
“Era una cosa que preocupaba mucho porque el resto del algodón de la argentina era Bunge y Born, y nosotros los liquidamos en algodón. ¿Por qué? Porque Bunge y Born y los grandes monopolios no cultivan nada. El algodón lo cultiva la gente y entonces, los tipos no tenían producción. Pusieron fábricas propias y no consiguieron más algodón. Tuvieron que cerrar sus fábricas. Entonces, ese fue el motivo principal de que vinieron los militares acá, todos representantes, funcionarios y ministros de las multinacionales, de los directorios. Cada directorio tenía un general y esos vinieron a destruir todo esto no por cuestiones políticas. Por cuestiones económicas”, aseguró Braceras al repasar la historia de las Ligas Agrarias y encontrarle una explicación a la represión sobre ellas.
Voucouber había vivió en Villa Berthet, en el sudoeste chaqueño, y fue abogado y asesor legal de hacheros y pequeños productores. Fleitas encabezó la Juventud Peronista de esa provincia y participó de la creación de UATRE. Los dos eran activos militantes de las Ligas Agrarias. “Hubo una serie de detenciones a fines de 1974, donde detienen a varios dirigentes. Los soltaron al poco tiempo pero vuelven a intentar detenerlos en 1975. Ellos analizaban que en esas nuevas detenciones no iban a tener la suerte de quedar en libertad”, detalló el fiscal Vigay.
Tras el golpe de Estado, la presión se fortaleció. Junto con la represión a las distintas organizaciones políticas, ya sean de tipo armado o no, la dictadura avanzó sobre modificaciones medulares del funcionamiento de la economía: arrasó el sistema de bancos cooperativos y regionales, liquidó la legislación laboral, facilitó las inversiones extranjeras mediante una legislación que prácticamente no exigía obligaciones a los inversores y contrajo deuda con el FMI. En ese escenario, el crecimiento organizado de los pequeños y medianos productores era intolerable al proyecto de encarnaba el ministro de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz.
“La profundización de la represión de 1975 creo que tiene que ver con la planificación nacional. Y el trasfondo es la fuerza que tenían las Ligas Agrarias en Chaco. Y esto lo digo porque en los documentos del Plan Condor, que se encontraron en Paraguay, los militares evaluaban que las Ligas Agrarias podían ser la retaguardia de la guerrilla urbana. Y en la zona nuestra se da la particularidad de que Montoneros se repliega hacia Chaco”, analizó Vigay.
Para septiembre de 1976, varios dirigentes se escondieron en el monte: Remo Vénica, Irmina Kleiner, Enrique “Quique” Lovey, Orianski (administrador de la UCAL) y Carlos Picoli (presidente de la UCAL), y otros. Entre ellos iban Voucouber y Fleitas. Allí estuvieron casi seis meses y en febrero del año siguiente se fueron hacia el norte de Santa Fe. Todos ellos hicieron el tramo a pie y recorrieron unos 200 kilómetros durante más de un mes. Poco después, salieron del país aprovechando la excitación pre mundial que dejó las fronteras más permeables y se instalaron en España. “Fue una operatoria muy complicada. Había algunas parejas con hijos y sin documentos. Eso fue muy problemático de resolver pero la organización se los resolvió”, Vigay.
Como ocurrió con otros militantes montoneros, ellos se sumaron a la contraofensiva, que tuvo dos etapas, 1979 y 1980. Entre una y otra hubo discusiones y rupturas. Ellos se mantuvieron dentro de la organización y volvieron la Argentina en un vuelo que partió del aeropuerto de Santiago de Chile y aterrizó en Mendoza, el 22 de septiembre de 1980.
“Pato y Ernesto fueron sus nuevos nombres de guerra. Con esos nombres ingresaron al país y el Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) nos dio uno de los documentos que fotografió Víctor Basterra en la ESMA. Tiene unos 30 nombres de detenidos desaparecidos y detalla nombre de guerra y grado en la organización, ambos eran oficiales. Además, está el destino que para ellos era el nordeste y el lugar donde cayeron. Dice que fue con un ‘marcador’ y sus documentos. Esos nos indica que llegó el avión al aeropuerto de Mendoza, bajaron todos los documentos de los pasajero y alguien los marcó en la fotos del documento”, describió Vigay y señaló que esa información será sumada a la causa sobre la contraofensiva montonera que lleva adelante el Juzgado Federal de San Martín.

Pablo Waisberg

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