Este 10 de abril se produjo el segundo paro general bajo el gobierno de Cristina Fernández, convocado por las centrales que agrupan a los sindicatos que dirigen Hugo Moyano, Luis Barrionuevo y Pablo Micheli.
Como se preveía la medida fue masiva y contundente. Al igual que durante el paro general anterior -producido 20 de noviembre de 2012 (20N)-, esta vez también pararon amplios sectores de trabajadores enrolados en los sindicatos que apoyan al gobierno y que, en consecuencia, no convocaban a la huelga. Es más, los más conocidos dirigentes sindicales oficialistas (como Antonio Caló de la UOM o Hugo Yasky de la CTERA), se encargaron de desprestigiar al paro en los días previos, identificando la medida con los intereses políticos de los dirigentes sindicales convocantes (esencialmente con Sergio Massa del Frente Renovador).
Como definición sintética puede afirmarse que fue un “20N”, pero cualitativamente más contundente y más consciente en los trabajadores en general, y con mayor preparación de las fracciones de vanguardia antiburocrática y clasista, en particular.
Volvió a hacerse evidente que el proceso de ruptura o escisión, aún no radicalizado pero persistente de amplios sectores del movimiento obrero con el gobierno continúa su curso, pese a que por momentos se torne latente en el devenir constante de cambios de coyunturas características de la Argentina.
Los piquetes organizados por la izquierda clasista y sectores de vanguardia tuvieron un componente obrero superior al paro anterior. El más representativo fue el realizado en la Panamericana en la zona industrial norte de la provincia de Buenos Aires. Pero también en el Puente Pueyrredón, en el límite de la CABA con en el conurbano sur, una zona con mayor presencia histórica de distintas variantes de organizaciones sociales y políticas “populistas”, también se notó la presencia de delegaciones de obreros industriales, de servicios y estatales. Y la escena se repite en varias provincias del interior con sus correspondientes desigualdades, pero con el denominador común de la mayor presencia vanguardia obrera junto a la izquierda. No es novedad para nadie que el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) y las agrupaciones que influencia aportaron contingentes obreros, cualitativa y cuantitativamente superiores a cualquier otra organización de la izquierda, debido a su histórico trabajo en sindicatos clave de la industria y los servicios. La apuesta estratégica al trabajo en el movimiento obrero ocupado desde hace más de una década, cuando la mayoría de la izquierda caía en la tentación facilista del atajo, mediante la organización semi-clientelar de movimientos de desocupados dependiente del estado, hoy comienza a mostrar su verdad.
Al margen de la guerra de interpretaciones mediáticas, contaminada por los intereses de los distintos monopolios de la “industria comunicacional” (opositores u oficialistas), se desprenden algunas lecciones estratégicas de esta nueva jornada protagonizada por la clase trabajadora de nuestro país.
Uno. Por si todavía quedaban dudas, se volvió a ratificar el peso de los sindicatos en la realidad social y política nacional. Incluso, pese a sus divisiones y los límites impuestos por la burocracia sindical, mostraron su relevancia innegable para cualquiera que pretenda desarrollar una estrategia de transformación revolucionaria.
Dos. La jornada también demostró que los piquetes no son un “capricho” de la izquierda para ganar visibilidad propia, sino que, además de ser un instrumento histórico de contrapeso a las cientos de formas de coacción patronal y estatal contra los trabajadores en huelga, son una necesidad específica que se desprende de la historia reciente de la lucha de clases y de la reestructuración de la clase obrera en el pos-neoliberalismo. Un bloguero peronista (Abel Fernández), que no puede ser calificado justamente de ”izquierdista” (más bien es un hombre “orgánico” a la burocracia sindical), afirma: “Hoy los de abajo son – como en la mayoría de las sociedades modernas – los precarizados, los tercerizados, los que están “en negro”, los desempleados, los marginados. Que les resulta mucho más difícil hacer huelga; lo suyo son los piquetes”. Efectivamente, “huelga y piquetes” es la combinación necesaria para hacer pesar con toda su potencialidad la fuerza del conjunto de la clase trabajadora.
Tres. El protagonismo de los sindicatos y la contundencia del paro muestran los límites de la llamada “derechización” que vienen editorializando distintos analistas y que está muchas veces sobrecargada de expresión de deseos, antes que de realidad. A. Fernández también dice: “Y los votantes pueden ser distraídos pero no son idiotas. Mi opinión, falible, por supuesto, es que la mentada “derechización” de la sociedad no llega al bolsillo. Y los que aspiran a que los voten el año próximo deberían tenerlo claro y esforzarse en convencer que ellos no ajustarían más. O rezar para que sea este gobierno el que se vea forzado a hacerlo.” En temas sensibles, controvertidos y contradictorios, como la llamada “inseguridad”, las posiciones del promedio de la sociedad orillan en general la franja derecha (en parte porque su “solución” es imposible sin una transformación radical de la sociedad, si el reformismo en general históricamente no funciona, en este caso mucho menos). Pero confundir esto con el aval a “giros” a la derecha de conjunto, sería un grave error. Hombres como Miguel Peirano (entrevistado en el último número de la Revista Crisis), expresan un sector dentro del Frente Renovador de Sergio Massa, que alerta contra esta lectura facilista: “Si vos mirás los millones de votos que tuvo el Frente Renovador en las últimas elecciones, es gente que ha creído que no se trataba de una visión de ajuste ortodoxo sino de una concepción de desarrollo. Si yo mismo no lo creyera, no estaría colaborando con Massa”. Desconocemos cuánta ascendencia tiene Peirano en el FR, pero su lectura expresa el reconocimiento de una relación de fuerzas real.
Cuatro. Y esto lleva necesariamente a pensar la dinámica del proceso de decadencia y el fin de ciclo kirchnerista y su relación con la izquierda. Basado en el crecimiento económico e impulsado por la necesidad del “desvío” o de la “gran política” de recomponer el régimen gravemente herido en 2001 y sacar a las masas de las calles, el kirchnerismo fogoneó aspiraciones sociales (políticas e incluso culturales) a las que hoy enfrenta abiertamente con el ajuste. El salario y el consumo estuvieron entre las centrales. El salto electoral del Frente de Izquierda y los Trabajadores está ligado a esta experiencia de los sectores más conscientes de la clase obrera que están dispuestos a la pelea por un efectivo “nunca menos” y hasta con aspiraciones de ir por más. Vieron en los referentes del FIT (que basaron su campaña electoral con el eje puesto "contra el ajuste que preparan”), a los más decididos para esta pelea, cuando el relato tomaba cada vez mayor distancia de la realidad hasta ubicarse 180° en el polo opuesto. La combinación de emergencia electoral y conquista de posiciones en la izquierda sindical revelan la falsedad de la existencia de un componente homogéneo de clase media (o perteneciente exclusivo al histórico “espacio representación radical”), entre los votantes del FIT y reafirma la existencia de un componente obrero de calidad, en el universo de los un millón doscientos mil votantes.
Cinco. De la lectura de este escenario de desarrollo político del FIT, relevancia y peso estratégico de los sindicatos en el escenario político y social y emergencia de una vanguardia sindical de izquierda, se desprenden algunas conclusiones y una combinación de tareas para el desarrollo de la izquierda revolucionaria. Por un lado demuestra la falsedad y deja en ridículo a aquellos que decretaban la “superación” y el derrumbe de la burocracia sindical, mediante los votos que había obtenido el FIT (y los traspiés que sufrieron ciertas fracciones de la burocracia en sus apuestas políticas), una especie de bastardeo de la “ilusión de lo político”, que es más bien una “ilusión de lo electoral”. Las elecciones permiten el recuento globular de fuerzas, incluso pueden lograr la conquista de tribunas parlamentarias muy importantes, pero dicho en criollo, “no hacen milagros”. Si la lucha política-electoral no está íntimamente unida a la batalla por recuperar los sindicatos, lo que presupone distintas variantes (y “cambiantes”) de frente único, “la agitación política o parlamentaria de un programa socialista”, no encuentra la fuerza material para hacerlo efectivo. La coalición electoral del FIT en el terreno político y el encuentro sindical combativo de Atlanta, así como la participación en el paro general, con piquetes y una clara delimitación de la dirección, son manifestaciones hoy de esta estrategia de conjunto. Esto es lo que está haciendo emerger al PTS como una izquierda obrera (e internacionalista) en el escenario nacional y que empieza a ser reconocido por la gran prensa burguesa. La ausencia de esta perspectiva está en la base de la desubicación de otros a los que les quedan solo los intentos un poco desesperados de sobreproducción de aparición mediática.
Una “táctica” efímera e insostenible en el tiempo, porque como dijo un general famoso, a éste solo lo vence la organización.
Fernando Rosso
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