domingo, 6 de abril de 2014

Ajuste: cambió la dirección, pero no el sentido



La histórica huelga docente de la provincia de Buenos Aires culmina luego de 17 días. En la Argentina, los sindicatos de los trabajadores de la educación no definen su salario en una paritaria única, la “paritaria nacional docente”, es más simbólica que real. La clave pasa por los acuerdos en los distritos. Buenos Aires es, además de políticamente relevante por las razones obvias de su centralidad en el país, el distrito que concentra el 40% de los que laboran en todo el sistema educativo nacional. Esto le da un carácter que sobrepasa sus límites distritales y toma relevancia más allá de sus fronteras, no solo geográficas, sino también gremiales. Es “testigo”, no solo para la docencia, sino para todos los trabajadores.
Por todas estas razones, Cristina Fernández había “tercerizado” la imposición de un techo al salario en manos del gobierno de Daniel Scioli, para sostener una de las “patas” del plan de ajuste: la contención salarial. La primera señal que demostró que el objetivo era que los salarios se conviertan en un “ancla” para la inflación la había dado el gobierno con el aumento de 11% a los jubilados hasta septiembre, un porcentaje que ya fue devorado por la inflación de este primer trimestre. Todas las dirigencias sindicales nacionales cargan con la responsabilidad de permitir este manoseo indignante hacia los jubilados.
Un límite a este plan se encontró en el territorio de “Buenos Aires, la provincia”, como dice el lema del gobierno bonaerense. Una rebelión generalizada y profunda recorrió todas las localidades durante las más de dos semanas de huelga. El apoyo popular fue evidente, de lo contrario hubiese sido insostenible un conflicto de tan largo alcance. La conciencia colectiva llegó a la comprensión de que tras los docentes, venían por los salarios de todos y todas.
Y este apoyo empezaba a manifestarse en la calle, hacia los últimos días de la huelga. En La Plata y Ensenada, los obreros del Astilleros Río Santiago y otros trabajadores estatales marchaban junto a los docentes; y lo mismo sucedía en La Matanza, donde la emblemática Ruta 3, que al fin del ciclo de la Alianza fue eje de protestas de los desocupados; ahora era ocupada por organizaciones sindicales y populares en apoyo a la huelga.
Manifestaciones de antorchas, caminatas, concentraciones, asambleas públicas, ganaron el territorio bonaerense y para algunos las imágenes eran solo comparables con las vividas en 2001. Ese es el género próximo, la diferencia específica fue que el eje articulador esta vez fueron los trabajadores de la educación, acompañados por otras organizaciones sindicales. Parte de un conjunto social con fuerzas renovadas, en una escena muy diferente a la caracterizada por las debilidades estructurales (no del todo revertidas) con las que cargaba la clase trabajadora luego de la década “neoliberal”, con la desocupación como principal problema.
El gobierno de Scioli tuvo que ceder y entregar el 31% promedio para todos los escalafones. Una logro parcial desde el punto de vista estrictamente sindical, pero con una mayor significación política, porque el techo salarial, en el caso de los docentes bonaerenses, fue bochado. Los resultados cobran más valor cuando se tiene en cuenta que la dirección nacional docente (con la que está alineada la de Buenos Aires), aliada del gobierno nacional, no acompañó con alguna medida, como un paro nacional que le aporte contundencia y respaldo. En el juego tradicional de resistencia e integración de las conducciones sindicales argentinas, uno de los sindicatos más “participacionistas” de la “década ganada”, pagó caro su integracionismo. El año pasado perdió varias seccionales emblemáticas del sindicato en la provincia, hoy en manos de la izquierda, y este año comenzó con una rebelión que amenazaba con llevarse su cabeza. De ahí su reubicación durante este conflicto, luego de años de mansedumbre.

Por otros medios

En resultado del paro docente hizo cambiar los planes, los caminos y la dirección del ajuste, pero no su sentido.
En simultáneo con el fin de la huelga, que estaba rompiendo parcialmente y de hecho el intento de techo al salario, el gobierno nacional operó para cerrar la paritaria de la UOM. Para el oficialismo, el acuerdo fue el 26,75%, otras voces dicen que con las sumas no remunerativas sobrepasa levemente el 29%. Fracasado el intento de cerrar por abajo del 25%, el “premio consuelo” sería que por lo menos públicamente parezca que los acuerdos promedio no pasan del 30%.
Pero si la histórica huelga docente fue un aviso que puso cierto límite al ajuste vía “cepo” al salario, el gobierno aceleró la toma de decisiones para llevarlo adelante con otras medidas. Comenzó la quita de subsidios al gas y el agua corriente y es inminente también para la electricidad, lo que traerá como consecuencia los correspondientes tarifazos que se calculan entre un 200 y 400%. De esta quita están exentos los industriales y lo aclaró la propia presidenta en cadena nacional. El mensaje es claro: si hay que resignar algunos puntos más en paritarias, nosotros los compensamos desde el Estado. Los tarifazos son, parafraseando a Clausewitz, “la continuación de la guerra contra el salario, pero por otros medios”. Combinado con nuevo endeudamiento, inflación y enfriamiento de la economía.

El paro del 10 y las “conspiraciones”

El complemento político del ajuste es el relato del gobierno para identificar el paro general del 10-04, llamado por Moyano y Barrionuevo, con los intereses políticos de Sergio Massa. Si la medida tiene éxito, como lo tuvo el paro del 20-N del 2012, será producto de un gran complot. Cuando los gobiernos empiezan a hablar de conjurados y conspiraciones, en respuesta al conflicto social, solo hacen evidente sus propios límites. Las conspiraciones (que no existen como las brujas, pero que las hay, las hay), tienen “éxito” solo si hay un terreno fértil para que actúen tanto “operadores” como “operados”. Y con todas las medidas que está llevando adelante el gobierno, está trabajando para que la “conjura” del 10, se parezca mucho a un contundente paro general tradicional, más allá de las intenciones de sus dirigentes. Esta es la conclusión de estas dos semanas de “clases” y de “lecciones” que deja la huelga docente.

Fernando Rosso

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