sábado, 8 de diciembre de 2007
Ernesto Guevara, una puesta al día
¿Qué de nuevo sabemos sobre Ernesto Guevara en los pasados dos o tres años? ¿Ha cambiado la percepción que existía sobre el revolucionario cubano-argentino? ¿Hay nuevos materiales que enriquecen su biografía?
Por: Paco Ignacio Taibo II
Me meto durante 15 horas en Internet para ponerme al día: descubro una fábrica cubana de níquel que lleva su nombre y va de líder en las espartaquiadas. Un ciclista argentino recorre su ruta latinoamericana en bicicleta. Regalan una estatua suya de cuatro metros para que sea colocada en La Higuera. El Senado boliviano le pide a la inteligencia militar que diga si están en su poder el protocolo de la autopsia y el acta de defunción del Che y exige que se desclasifiquen; ambos documentos fueron negados a periodistas en nombre del secreto de Estado. En Lima se vende una marca de cigarrillos llamada Che, con la eterna foto de Korda en el frente. Se anuncia un nuevo programa sobre el Che en The History Channel. En la República Dominicana una manifestación con banderas del Che reta a la policía que dice que no permitirá un paro nacional. Un concurso de alguna televisora panameña declara al Che el político más importante del siglo XX, con 60 por ciento de
los votos. Luis Figueroa, quien hace dibujos del Che en las cercanías de la casa en la que vivió en 1953, en Guayaquil, comenta: “Es la imagen que más se vende. Por cada retrato de Jesucristo vendo 30 del Che. Ya hasta puedo dibujarlo de memoria”. En una página de Internet llamada Sortorama se puede encontrar su carta astral.
¿Deberíamos angustiarnos ante la mayoría de estas historias? ¿En nombre de qué soberana pureza deberíamos espantarnos de los fenómenos comunes de la sociedad de consumo con los que convivimos diariamente? ¿Son más perversas las camisetas de Ronaldinho que las del Che? Yo, siendo un convicto y confeso ateo, ando muy feliz por ahí con mi camiseta del estandarte guadalupano del cura Hidalgo, bandera de la primera Independencia de México.
No habría que inquietarse –no mayormente–, ya que son los lamentables ecos periféricos de un culto de masas, que en muchos casos está provisto de más potentes contenidos. Se hizo viejo Marx, nadie oyó hablar del príncipe Kropotkin, Lenin se volvió sospechoso de haber inventado la dictadura del proletariado sin proletariado y haberle heredado el monstruo a Stalin, que lo corrompió a fondo con plácido delirio totalitario. En el gran espacio queda el Che. Y en la medida en que la izquierda pierde falsa y vera historia a pasos agigantados, queda solo. Así que
en soledad se construye un culto laico en torno a él, en cuya periferia aparece maligno el consumo pinche.
Su nieto Canek decía en una entrevista que por qué a nadie le preocupaba que hubiera camisetas con la imagen de alguien tan banal en nuestra historia contemporánea como Karol Wojtyla. ¿No ha vivido el catolicismo durante años vendiendo estampitas de santos que todo lo curan? (Por cierto que el Che, en uno de sus momentos de máxima miseria, y tuvo muchos, vendía estampitas de santos por las calles de Guatemala para sobrevivir.)
Lo que sí debería preocuparnos es que la periferia invada el corazón de la leyenda y lentamente la desplace. Que a fuerza de no contarlo, mal contarlo, volverlo dogma, esquema o santo bobo, el Che se desvanezca envuelto en seis carteles y una camiseta.
Nuevos testimonios
Desde que entregué a la editorial la última edición corregida y aumentada de la biografía del Che, he estado guardando en una caja los materiales nuevos que van cayendo en mis manos. Hay de todo. Entre otras cosas un justificado interés por Celia, su madre (Julia Constenla: Celia, la madre del Che, Editorial Sudamericana; Luciana Peker: La entrañable fortaleza, Página12, 3 marzo, 2005), “una de las mujeres argentinas nacidas a principios del siglo XX bajo el mandato de las trenzas escolares y del cuello planchado con cera, y que forjaron su rebeldía con cortes a la melena, cigarrillos en la mano e hijos sietemesinos”; y varios artículos sobre la discusión acerca de las aventuras extraconyugales de su padre.
Quizá lo más interesante es la aparición de las memorias de uno de sus compañeros de la infancia, Calica Ferrer (De Ernesto al Che, Marea Editorial), que rescata las memorias del compañero del Che durante su segundo viaje por Latinoamérica, en 1953. Resulta un libro amable, rico en anécdotas y despojado del culto guevarista, es la historia de un viaje y dos amigos. Sobre esa misma época, un reportaje de la Afp en Internet (“El Che Guevara en Ecuador, una historia fugaz y casi desconocida”) cuenta con abundantes testimonios el paso de Guevara por Guayaquil, donde vivía “en una casa del barrio Las Peñas, al final del malecón del puerto”; una casa de balcones rojos que el guardián “rentaba para citas amorosas a escondidas de los dueños” y que tenía muy poco “prestigio”. El Che salía de ahí siempre cargado de libros y no tuvo relación con los vecinos.
Ha salido (ya en Italia y supuestamente en español, aunque aún no he conseguido un ejemplar) el libro que sobre su marido escribió Aleida March, titulado Evocaciones, editado por Ocean Press. Por las entrevistas que acompañaron su lanzamiento, es de suponer que quizá lo más interesante, además de aportar historias sobre la vida familiar del Che, es la narración de los encuentros clandestinos de la pareja en Tanzania y Praga, poco después de la fracasada experiencia guerrillera del Congo, en 1966.
Dos materiales sobre la etapa mexicana del Che y la preparación de la expedición del Granma son la biografía del general Bayo, escrita por el periodista español Luis Díez (Bayo, el general que adiestró a la guerrilla de Castro y el Che, Editorial Debate), y el libro de El Cuate del Conde, Yate Granma.
Bayo, un general republicano español, fue conectado por Fidel en el exilio mexicano y se hizo cargo del entrenamiento del Movimiento 26 de Julio en el rancho de Chalco, cuando contaba con 58 años. Fidel finalmente no permitió que el general, quien se había presentado como voluntario reiteradas veces, los acompañara. El libro registra su queja: “Me dejan por viejo, no por cobarde”. El Cuate del Conde es uno de los más singulares personajes de la improvisada red que se creó en México para apoyar a los cubanos: armero, responsable de la compra del yate, de una fidelidad y entrega notables al movimiento.
Sobre la etapa revolucionaria cubana, Celia, ensayo para una biografía, (La Habana, 2004) del riguroso historiador cubano Pedro Álvarez Tabío, que lamentablemente no ofrece mayor espacio a la labor previa de Celia Sánchez en la sierra Maestra, construyendo la red que salvaría a los expedicionarios del Granma.
Quizá el más interesante de los libros editados recientemente es el texto de Ciro Bustos, El Che quiere verte (editorial Vergara), que además de aportar muchos elementos sobre los intentos previos del Che de organizar la lucha armada en Argentina, ofrece información sobre su paso por la guerrilla y reabre el debate sobre cómo el ejército boliviano supo de la presencia del Che en Bolivia.
También sobre la etapa boliviana, una nueva entrevista con Paco, el superviviente de la masacre de Vado del Yeso, donde murieron Tania y Vilo Acuña. La entrevista fue realizada por Vania Solares Maymura (“El antihéroe de la retaguardia del Che”, Econoticiasbolivia.com), la sobrina del otro superviviente, poco después torturado y asesinado. Paco (José Castillo), bajo presión, ofreció información al ejército y vivió bajo el estigma de ser uno de los traidores de la guerrilla.
La aparición en Italia de Che Guevara. Top Secret, de Vicenzo Vasile y Mario Cereghino (Bompiani, octubre de 2007), que recoge los nuevos documentos desclasificados en Estados Unidos, parece confirmar la tesis de que los gringos no tenían interés en la muerte del Che, a quien preferían humillar políticamente, y tal como ha sido contado, fue la decisión de la cúpula del ejército boliviano la que condujo al asesinato de La Higuera, el 9 de octubre.
Un último material: Arguedas confidencial, del periodista boliviano Roberto Cuevas Ramírez, es una biografía repleta de información sobre el contradictorio y extraño ministro del Interior boliviano responsable de haber sacado el diario y las manos del Che de Bolivia para entregarlas al gobierno cubano.
Materiales interesantes, pero que no cambian las informaciones del gran marco, ni siquiera las historias secundarias, aunque ofrecen una inmensa riqueza en los detalles. Pareciera que en lo esencial, la historia ya está contada, y ha sido bien contada. Pero algunas polémicas persisten e incluso se agudizan. No con fundamento.
Una de las polémicas abiertas es la que se origina por la construcción de una leyenda negra que dice que la argentina-alemana Tamara Bunke, quien colaboró en la preparación de la base en La Paz de la guerrilla boliviana del Che, era una operadora de los servicios secretos de la RDA y por extensión de los soviéticos, labor que siguió haciendo en Cuba y en Bolivia, espiando y saboteando la guerrilla del Che.
La rocambolesca historia se origina en el libro de Daniel James (Che Guevara, una biografía), que cuenta que un agente de los servicios de Alemania oriental que desertó, la reconoció y dijo que Tamara había trabajado para ellos en control de extranjeros. La historia ha sido recogida y reiterada en otros libros. Friedl (Tania, la mujer que amó al Che, un libro absolutamente especulativo y a ratos hasta grotesco), basado en información policiaca, precisa: Männel, el desertor, aporta tan sólo un dato, en los primeros meses de 1961 Tamara Bunke era “agente informal” de los servicios alemanes. Lo que puede significar algo tan simple como que en una sociedad autoritaria y policiaca, Tania ofrecía, de manera libre o coaccionada, información a los servicios durante sus tareas de traductora. No hay que olvidar que desde los 18 años pertenecía al Partido Comunista alemán.
Para apoyar esta tesis, Friedl dice que la CIA manejaba esta información, pero fuera de recoger versiones (de Rodríguez o de Marchetti), no ofrece ninguna prueba. Por extensión, se dice que trabajaba también para el KGB. Parece obvio, si uno sigue la historia atentamente, que a partir de su reclutamiento por los servicios cubanos, para Tania estaba clara la prioridad de sus fidelidades, y que cortó relaciones con los alemanes.
Además de esto, Friedl, Geyer y otros infieren que fue amante del Che, basados en una lógica formal muy discutible: “Si trabajaba para los servicios, si era mujer...” (Meyer: “No hay duda que el Che y Tania fueron amantes desde que se conocieron”.) Algunos historiadores son bastante potentes en esto de no dudar. La afirmación sustituye la información. El método de construir una tesis es irresponsablemente fascinante y se reduce al simplismo declarativo. ¿Las pruebas de sus afirmaciones? No, eso no tiene demasiada importancia. Declaran: tuvieron relaciones sexuales, porque el Che era mujeriego y Tania era agente de los rusos. Alarcón, en su último libro, es partidario de esta segunda tesis, la de los amores, no la de la espía rusa, después de haber dicho en volúmenes anteriores lo contrario. Pero en el tiempo que pasó con el Che en la guerrilla no vio una sola prueba de afecto entre ambos. Varios autores utilizan como comprobación (¡!) de la tesis la presencia de Tania en Praga, durante unos días. No hay mucha seriedad en todo esto. He revisado minuciosamente los textos y no producen un solo elemento, ninguna referencia que apoye sus conclusiones. Otro tanto sucede con la tesis de que era espía soviética. Los recientemente abiertos archivos del contraespionaje soviético y de la Alemania oriental no ofrecen ninguna prueba que sustente esta versión. Y ya puestos a construir la leyenda negra de Tania, dicen que en el momento de morir estaba embarazada. Curiosamente, el cadáver no fue sujeto de ninguna autopsia y el único superviviente de la masacre de la retaguardia, Paco, nunca ha hablado del asunto. ¿Cómo lo saben entonces? Pareciera que una nueva categoría, la de historiador ginecólogo se incorpora al gremio.
La aparición de dos nuevos libros, el de Ulises Estrada (Tania la guerrillera y la epopeya suramericana del Che, Ocean Press, 2005) y Mariano Rodríguez Herrera (Tania, la guerrillera del Che, Plaza Janés, 2006) y de los testimonios en entrevistas de su madre, Nadia Bunke (quien por cierto le ganó un juicio en Alemania a Friedl y a la Aufbau Verlag, obligando a la supresión de 14 pasajes del libro por considerarlos una difamación), parecen dejar claro los últimos resquicios de la historia de Tania, a más de aportar muchos detalles sobre la estancia del Che en Praga. Lo sorprendente es que las calumnias se siguen repitiendo aquí y allá.
Las obsesiones de la nueva derecha
A toda esta producción de libros de testimonio, ensayos, documentos, los cultos laicos, las nuevas biografías, se han sumado cuatro películas sobre el Che y otras cuatro están en camino, decenas de documentales, tres nuevas novelas: la del ex canciller boliviano Juan Ignacio Siles del Valle, Los últimos días del Che. Que el sueño era tan grande (editorial Debate), con una curiosa estructura de novela documental; Las andaduras del Che del novelista español Ramón Chao, que busca el paralelo narrativo entre el Che, y el Quijote, y El Misterio de las Tanias, del chileno Sebastián Edwards (Alfaguara, 2007.)
La respuesta del mercado al culto social del Che está llegando a límites de saturación. Y frente a estos comportamientos desatados, los intelectuales de la nueva derecha se ponen nerviosos. Ellos,
tan defensores del capitalismo salvaje, tan benévolos con el sistema, se tiran de los pelos ante sus aberraciones: los irrita hasta el delirio el vendedor de camisetas del Che en el submundo de la economía marginal, se exasperan por la inmoralidad del que muestra al turista la casa en la que el Che vivió en Guayaquil para ganarse dos pesos, se escandalizan hasta el rasgamiento de camisas por la impureza del chebisnes. ¿Son acaso ellos los guardianes del Che?
Dos personajes son buenos exponentes de la versión menos matizada de la nueva reacción (en su extremo más culto estarían Jorge Castañeda y el francés Pierre Kalfon) Humberto Fontova, autor de Exposing the Real Che Guevara: And the Useful Idiots Who Idolize Him (Exponiendo al Che Guevara real y a los útiles idiotas que lo idolatran), y Álvaro Vargas Llosa: The Che Guevara Myth and the Future of Liberty (El mito del Che Guevara y el futuro de la libertad) publicada por The Independent Institute; por cierto que si se compran juntos en Amazon, te dan descuento.
Varios son los caminos de las voces conservadoras para enfrentar al fantasma del Che: establecer que Fidel lo embarcó en la aventura boliviana y luego lo traicionó para deshacerse de él, mostrar lo políticamente incorrecto que Guevara era (“feroz exterminador de homosexuales en Cuba”, se dice en una página web, machista extremista, y se lee en otras tantas), ridiculizarlo en función de la mercadotecnia existente (como si el pobre Ernesto fuera accionista de las fábricas de camisetas que repiten su imagen) y convertir al Che en un sádico asesino.
El asesino de La Cabaña
En la red se han disparado las historias que hacen del Che un asesino. Se le atribuyen los fusilamientos en la fortaleza de La Cabaña durante los primeros días de la revolución cubana, con la consiguiente cuota de sadismo detrás de ellos. El disparador es un artículo de Alvarito Vargas Llosa en The New Republic, aparecido en julio de 2005 y difundido y ampliado por las comunidades cubanas en el exilio: “La máquina de matar: El Che Guevara, de agitador comunista a marca capitalista”. Pareciera, contada la historia fuera de todo contexto, que el Che por su propia iniciativa fusilaba a disidentes políticos de la revolución.
Los hechos, narrados con mayor precisión y detalle establecían que los tribunales de urgencia de La Cabaña habían sido creados por el nuevo gobierno para darle respuesta a un clamor popular: la ejecución de los torturadores y asesinos batistianos que habían sido capturados. El ambiente estaba particularmente recalentado por los medios de comunicación. La televisión, la radio, las revistas y diarios todos los días narraban, luego del triunfo de la revolución, historias terribles sobre fosas comunes ocultas, asesinatos de jóvenes desarmados, violaciones, torturas; sobre todo centradas en la represión a las guerrillas urbanas, y además de mostrar cementerios clandestinos, se hablaba de las matanzas de campesinos inermes durante las ofensivas contra la sierra Maestra. Una encuesta privada realizada en todo Cuba, mostraba que 93 por ciento de la población aprobaba los fusilamientos.
El Che fue nombrado auditor militar y tenía como misión revisar los juicios de los dos tribunales especiales. Durante el tiempo que ejerció el cargo, dos docenas de penas de muerte fueron pronunciadas y ratificadas, 55 en total, si se la hace caso a uno de los responsables de los tribunales, Duque de Estrada. Jules Dubois, en nada sospechoso de simpatizar con la revolución, reseñaba en la prensa estadunidense el caso de uno de los condenados, un policía que había confesado al menos el asesinato y tortura de 17 jóvenes durante la etapa de la lucha urbana.
Guevara no debe haber tenido dudas al ratificar las condenas, creía en su justicia y en los últimos años había sacado de sí mismo una tremenda dureza ante situaciones similares.
Las versiones actuales hacen crecer la lista de fusilados de 55 a 600 (en una página web llamada Che más mito que realidad) y destacan el caso de un joven, menor de edad, insisten en repetir, llamado Ariel Lima, que en las versiones más extrapoladas asientan que el Che se burló de su madre e incluso le dio el tiro de gracia.
En todas las versiones surgidas de la mixtura (por ejemplo el debate en la red con el título ¿Por qué dicen que el Che es un asesino?) poco se sabe de Ariel, más allá de que estaba detenido por que había sido miembro de las redes urbanas del 26 de Julio y bajo amenaza de tortura al ser capturado denunció a varios de sus compañeros. Investigando un poco uno puede descubrir a partir de la confesión de Caro, guardaespaldas del terrible jefe de policía Esteban Ventura, que Ariel terminó trabajando para él y que participó en detenciones y torturas de combatientes del 26 de Julio. Un testimonio cuenta que Ariel participó en las torturas de Lidia Doce, una mujer de más de 40 años, mensajera de la columna del Che, a la que éste dedica uno de los Pasajes de la Guerra Revolucionaria, apaleada y luego metida en un saco, aún viva, y arrojada al mar.
¿Fueron los tribunales excesivamente rigurosos? ¿Se fusiló inocentes? Sólo una revisión cuidadosa de la información y de los juicios permitiría sacar conclusiones. No abunda este tipo de investigación en los textos citados.
Fidel
Se ha publicado recientemente Cien horas con Fidel, conversaciones con Ignacio Ramonet (La Habana, 2006). Que siendo un texto que enriquece la versión de Fidel en torno al Che, no aporta nuevos elementos significativos que los que había proporcionado en una entrevista previa con Gianni Miná. Desde el otro lado del espectro político ha venido creciendo la propuesta de: “Si no te gusta Fidel, chíngatelo con el Che”.
Reiteradamente se ha propuesto la teoría de que el Che abandonó Cuba en el 65 por una confrontación con Fidel, que se había producido un “choque de trenes”; llevada a su extremo, la teoría dice que Fidel embarcó al Che en la operación de Bolivia, y ya en el límite, que no sólo lo abandonó sino que lo traicionó
Más allá de las filias o fobias de este historiador por Fidel, por más que se ha insistido en el asunto, no existe ningún tipo de elemento probatorio de tal cosa. El Che había decidido mucho antes su salida y no era fácil ponerse en su camino cuando tomaba una determinación
El último material de la leyenda negra es La autobiografía de Fidel Castro, de Norberto Fuentes, que exige una gran voluntad de parte del lector. Dos tomos de mil páginas cada uno. El narrador de esta nota tiene que reconocer que se limitó a leer el centenar de referencias que se hace del Che en el libro sin leerlo de corrido. Más allá de la gracia del chismorreo antifidelista y de las interioridades y más interioridades del proceso revolucionario que Norberto conoció con cierta extensión, el libro no discrimina entre la
información, la especulación, el chisme y la calumnia, y los mezcla generosamente, haciendo una labor de mago para que el lector no pueda distinguir entre uno y otro; reproduce documentos que no lo son, y sistemáticamente pone en boca de Fidel palabras cuya veracidad es imposible de establecer. Más cerca de la novela que del testimonio, induce peligrosamente a sus lectores a dar por bueno el rigor en lo narrado. El libro merecería una lectura más precisa, disriminando el
material y rescatando aquello que pudiera tener validez.
En la lógica de andarle tocando los cojones a Fidel, ha aparecido recientemente un artículo de los conocidos Maite Rico y Bertrand de la Grange (“Operación Che. Historia de una mentira de Estado”, Letras Libres, febrero de 2007). Que sostiene que el cadáver recientemente desenterrado en Vallegrande y llevado a Cuba no pertenece al Che. El artículo notablemente minucioso en la reconstrucción de la historia, tiene el corazón de palo.
Con argumentos como que entre los vecinos de Vallegrande “todo el mundo sabía” que el cadáver del Che había
sido incinerado; que un campesino, que en el momento de los hechos era un niño, declaraba que los cuerpos de otros guerrilleros habían sido enterrados previamente al del Che, porque él había visto el cadáver en el hospital después del entierro nocturno; el testimonio de un restaurantero alemán que dice que “el Che era demasiado importante para que lo enterraran con otros guerrilleros”; que la chamarra del Che no fue enterrada sino que fue
sustraída por uno de los médicos que hicieron la autopsia. Suma una visión de la actual política cubana, de las necesidades del sistema y concluye que el cadáver del Che no ha sido encontrado y que todo se trata de un fraude. Poco les han de importar los argumentos de peso: ¿cuántos cadáveres con manos cortadas creen que se podía haber encontrado en la tumba de los guerrilleros? A qué atribuyen la coincidencia de la estructura del cráneo de los restos numerados con
el número dos, con las singulares características del Che, o el reciente testimonio de las pruebas de ADN) A los apasionados en polémicas los remito.
En esta misma línea, el ex agente de la CIA Gustavo Villoldo declaró al diario Nuevo Herald que él se encontraba presente en el momento del entierro de Guevara, y que éste fue arrojado a una fosa común con otros dos guerrilleros, por lo que considera que los restos encontrados no le pertenecen. Villoldo también anda haciendo negocios con un mechón del pelo que dice que le cortaron al cadáver del Che y que pretende subastar provocando la justa indignación de Aleida March, quien calificó la operación como “repulsiva”.
Che administrador
Un periodista argentino me envía un cuestionario para una entrevista por Internet. En la pregunta cinco inquiere: “Cuando el Che estuvo al frente del Ministerio de Industria en la isla, los indicadores mostraron que su praxis era más valiosa en la selva que detrás de un escritorio. ¿Cómo evalúa usted su paso por la función pública?” La pregunta coincide con varias interpretaciones desde la derecha que parecen haber calado en ciertos sectores de la opinión pública más allá del análisis, como la de Juan F. Benemelis en Las guerras secretas de Fidel Castro, que habla de “su rotundo fracaso como administrador de la economía cubana”.
¿Es esto cierto? ¿Era el Che un mal administrador? Dediqué varios capítulos de mi libro a contar minuciosamente
el paso de Guevara por la dirección del Ministerio de Industria. Es una historia apasionante. Su entrada se da en momentos en los que la economía cubana está en el momento más dañino producido por el cerco estadunidense. Se estatizaron
fábricas improductivas, pero había que mantener el empleo. Se necesitaban 2 mil geólogos y había dos. De los siete ingredientes para hacer pasta de dientes
faltaban cuatro, no había clavos, de Miami se importaba todo; habían desaparecido los técnicos, los administradores. El país perdió en días 75 por ciento de su comercio exterior.
Y será la intervención del Che, su trabajo de base en las fábricas, su estilo de dirección, el que impidió el colapso. ¿Mal administrador? Al que haya seguido de cerca la historia, la idea le resulta risible.
La aparición reciente de los libros de Tirso W. Sáenz (El Che ministro), Angel Arcos (Evocando al Che) y Luis Buch (con Reinaldo Suárez, Gobierno revolucionario cubano), enriquecen la visión del día a día en este periodo, que sin duda confirma mi percepción.
¿Qué hay pues de nuevo sobre el Che en estos años recientes?
La consolidación de un mito popular, sin duda, un mito en el que abundan las visiones simplistas, los lugares comunes, pero también los mecanismos de identidad con el llamado a la rebelión. En paralelo, y afortunadamente, una mucho más rica oferta de información sobre el personaje. La reciente publicación de El cuaderno verde añade dimensiones al Che que muchos de sus admiradores no esperaban, y parece traer desde su estado fantasmal el mensaje de que no hay revolución sin poesía. Al lado, una extraña y graciosa periferia consumista que haría que al Che se le pararan los pelos de punta.
Los mitos
Los mitos son por naturaleza longevos, resisten el paso de un tiempo que no parece afectarlos; se mueven en el espacio de las medias verdades, tienen versiones simplificadas y complejas, pueden resumirse en dos palabras que no necesariamente serán iguales, o pueden contarse una y otra vez durante días.
Los mitos más potentes suelen ser policlasistas, van de la hoguera campesina a la mesa de café universitario y no siempre cuentan la misma historia. Más allá de su mensaje central, las versiones difieren, las moralejas varían.
Los mitos suelen adornarse en la memoria de los portavoces del mito, las horas que duró la operación crecen, la inexistente sonrisa aparece, la frase se vuelve más certera, el momento del choque más largo, el miedo más difuso. A su lado aparece la magia.
Los mitos tienen una historia detrás. Son propiedad de las sociedades. Están allí para ayudarlas a construir pedacitos de utopía, para crear santorales, imágenes, referencias, estilos de actuación, una moral que adoptar. A veces se tiende a olvidar dónde se cocina esta historia, se olvida que en América Latina 45 por ciento de la población, cerca de 190 millones, está por debajo de la línea de la pobreza. Y que no llegaron solos a ocupar ese espacio en la sociedad, alguien los ayudó a estar allí.
Pero hay que tener cuidado con los mitos, porque contienen una buena cantidad de falsedades. ¿Entre las muchas cosas que hay que rescatar de los naufragios hay que salvar a Ernesto Guevara, al que en vida muchos conocieron como el Che? Evidentemente. Y junto a él, al camarada Martov, acusado injustamente de leproso menchevique; a la mejor pluma de la revolución, el tal Trotski; al más simpático Federico Engels; al loco de Bakunin; al buen Gandhi y su brillante lógica de la resistencia civil; a Rosa Luxemburgo, no por fea menos encantadora; al soberbio feminismo de Simone de Beauvoir; a la obediencia ciega al canto de la revolución de Buenaventura Durruti; a Max Hölz, Robin Hood de la revolución alemana; al propio Robin Hood y a Sandokan, precursor armado del antimperialismo literario, y a Ho Chi Minh, poeta en la prisión y a tantos más que con sus vidas cuentan la historia de la entrega a la pasión por cambiar a un mundo esencialmente injusto. Y hay que rescatarlos sin religión ni dogma, nada más ajeno al pensamiento de la izquierda, sin adhesiones ciegas, contándolos sin censura.
En el caso del Che, sin duda su imagen está asociada a la idea de rebeldía; pero hay mucho más. En tiempos de travestismo político como los nuestros, en los que los principios políticos se diluyen, todo es posibilismo, compromiso y realpolitik, el Che es la perseverancia de las ideas, el reclamo de los principios, la terquedad, la idea simple y justa de que la política no puede ser otra cosa que ética concentrada.
El Che es también el estilo, la irreverencia y el desapego ante el poder, la continua batalla contra la burocracia, las formas desarrapadas; el Che es la burla de uno mismo y la autoexigencia brutal, el nunca pedirle a nadie que haga lo que no se está dispuesto a hacer. Es un mensaje portador del igualitarismo a ultranza, casi monacal, del respeto a los parias, la dignidad del sacrificio.
Lo menos que le debemos es contar bien sus historias.
Desmitificar
Crecí en una generación en la que el racionalismo intentaba montarse sobre
el romanticismo y le daba un barniz, pero por mucho que perseveraba, siempre brotaba bajo la frágil capa de pintura, nunca lo sustituía; en la que el marxismo neanderthal imponía su maldición a palabras como “aventurero” o “vagabundo”, y en la que el marxismo chic adoptaba como cantinela el verbo “desmitificar”.
Soy plenamente consciente de que desmitificar al Che, rehumanizar su mito por vía literaria, la única que conozco, la de contar minuciosamente sus historias, es colaborar a la remitificación, y no me preocupa. Creo en el derecho a los mitos. Soy también consciente que contar al Che significa ayudar a recuperar otros derechos
políticos, el derecho al romanticismo, a la aventura y al vagabundeo, y creo que ya era hora de que los recuperáramos, en su mejor sentido, en el sentido final en que todos ellos invitan a ver el mundo con los ojos de “los otros”, los que no tienen derechos pero sí viven en el paraíso perdido del abuso; a tomar el partido de los marginales, los desheredados, los leprosos, los pobres, los jodidos, los últimos del mundo.
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