jueves, 5 de marzo de 2020

Supermartes: el Imperio contraataca



Qué conclusiones deja el resurgir del establishment demócrata para los socialistas

En el Partido Demócrata, se ha polarizado la elección entre el movimiento centroizquierdista alrededor de Sanders y el aparato demócrata alrededor de Biden.
Luego de una prolongada confusión y dispersión en el establishment del Partido Demócrata que dominó las primeras primarias, éste ha logrado hacer levantar a un candidato tras el cual reagruparse, Joe Biden, el exvicepresidente de Barack Obama. Biden se impuso en las primarias de Carolina del Sur la semana pasada, donde jugó un rol clave, que luego se repitió en otros Estados sureños, el apoyo a su candidatura de un sector de la comunidad negra largamente cooptado al Estado y representativo de los intereses de su sector más acomodado. Biden logró, luego, que demitieran tres de sus rivales que competían por el voto moderado y pegó un golpe sorprendente en este “supermartes” que lo proyecta hoy por delante del autodenominado socialista, Bernie Sanders, que había quedado al frente de la pelea sin un rival claro en las tres primeras elecciones.
Sanders cumplió la largamente pronosticada victoria en California, el Estado más numeroso y que más delegados aporta, pero por un margen mucho más chico del esperado, 34% contra el 25% de Biden. Sanders ganó también en Colorado, Utah y su pago chico de Vermont. Biden se está imponiendo en otros diez Estados, incluido el segundo mayor, Texas, donde se pronosticaba que ganaría Sanders (fue una victoria ajustada de Biden, 34% a 30%) y dos estados que Sanders había ganado contra Hillary Clinton en 2016, Oklahoma y Minnesota. Las proyecciones mientras se realizabann los últimos conteos daban 467 delegados de Biden contra 392 de Sanders. Biden podría sumar en una convención los 70 delegados de los candidatos moderados que se han retirado, que sumaron hoy al multimillonario Michael Bloomberg, quien luego de invertir 500 millones de dólares sólo pudo triunfar en el caucus de Samoa Americana, donde votaron 350 personas (y para donde el magnate tenía destinados a 7 militantes rentados).
Si bien la pelea por la nominación sigue abierta, ya que falta votar en más de la mitad de los Estados, incluyendo algunos muy importantes como Nueva York, si se mantuviese esta tendencia, Sanders quedará nuevamente excluido de la candidatura, como en el 2016. Lo que es seguro es que se ha polarizado la elección entre el movimiento centroizquierdista alrededor de Sanders y el aparato demócrata alrededor de Biden. Biden remarcó en su festejo exultante ayer en Los Ángeles que “No por nada lo llaman el supermartes”.

El Supermartes y la cancha inclinada

La legislación electoral yanqui da, para un observador no iniciado en sus vericuetos, la impresión de ser profundamente arbitraria y asimétrica. Esto la hace difícil para seguir, no sólo para observadores extranjeros, sino para gran parte de su propia población, en un país que tiene niveles altísimos de ausentismo electoral. Las primarias en los distintos Estados se realizan con distintas reglas y métodos de votación.
Sin embargo, detrás de todas estas particularidades no hay excentricidad, sino un interés social muy definido. Expresan la experiencia acumulada de una clase dominante que viene ejerciendo el poder hace más de 200 años en su país, y hace más de un siglo como potencia dominante a escala global. Luego de 5 Estados donde se realizan primarias de a una por vez, en el “supermartes” se vota en 14 estados a la vez; es una de esas irregularidades del mecanismo electoral yanqui. Desde 1988 quedó establecido el voto en bloque de la mayoría de los Estados del sur donde el ala conservadora (y racista) del Partido Demócrata tenía mayor peso, para poder imponer un candidato moderado luego de considerar que venían de cosechar una serie de derrotas por ostentar candidatos excesivamente liberales, como McGovern contra Nixon en 1972 o Walter Mondale contra Reagan en 1984.
En las redes estallaban denuncias de que la espera para votar en las primarias era de hasta 7 horas en zonas obreras, mientras que las zonas ricas estaban bien atendidas y las condiciones favorecían la participación. El proceso electoral ha sido diseñado para incidir en los resultados hasta en los detalles. Pasadas todas las primarias está la trampa mayor, la convención nacional demócrata. Allí siguen pesando, en la segunda vuelta para lograr una mayoría, los 770 superdelegados que nadie vota y le dieron la nominación a Hillary Clinton en 2016.
La nominación de un candidato del establishment como Biden parece enfrentar los mismos problemas que la candidatura de Hillary Clinton en 2016, frente a un Trump que ha superado el impeachment e incontables crisis de gobierno para llegar a tener hoy sus mejores números de aprobación hasta el momento. Resta ver cómo el agravamiento de la situación económica, a la que se suma ahora el impacto del coronavirus y su extensión en los propios Estados Unidos, impactará sobre Trump en los últimos meses de su mandato.

La pelea por un polo revolucionario

El masivo activismo que se ha agrupado alrededor de la campaña de Sanders se acerca a una nueva encrucijada. Esta campaña ha sido objetivamente un canal para agrupar a activistas obreros, jóvenes, de los movimientos de lucha de las mujeres, contra la opresión racial y el saqueo ambiental. Contradictoriamente, su discurso sobre una “revolución política” no les ha ofrecido una práctica política de ruptura con el régimen que denuncian sino el armado de un aparato electoral, dedicado a la disputa al interior del Partido Demócrata, un baluarte del Estado imperialista y la opresión.
Cuando las expectativas de un ascenso político de la izquierda han entusiasmado a decenas de miles de norteamericanos, se prepara un golpe de mano de parte del régimen político para cerrarles el paso. Aun cuando este régimen político está fracturado y desprestigiado quienes lo dominan siguen manejando su funcionamiento interno. Las ilusiones de los demócratas izquierdistas en la posibilidad de capturar o reformar uno de los partidos del régimen, o en aprovechar sus características para montar una “guerrilla electoral” según los editores de la sanderista revista Jacobin, preparan una gran frustración.
Estos mismos “guerrilleros electorales”, los intelectuales del movimiento de Sanders y Democratic Socialists of America, la principal organización militante de ese movimiento, ya han adelantado su oposición a una ruptura con los demócratas, incluso si se consumara un fraude en la convención frente a una mayoría de Sanders. Si finalmente no impusiese la fórmula presidencial, el movimiento sanderista ha desplegado un potencial importante para una integración dentro del Estado, capturando posiciones importantes, a condición de no romper con el mismo partido político que moviliza todo su aparato para suprimirlo y macartearlo. Sólo la victoria en California, la octava economía del mundo, deja planteado un enorme capital para quienes quieren construir un aparato político a la sombra de Sanders.
La tendencia de Sanders muestra entonces una enorme contradicción, como canal de radicalización de los trabajadores, jóvenes y mujeres y como vía de cooptación y contención a mediante uno de los principales partidos del régimen.
En las crisis que se producirán en estos meses entre los miles que se han sumado a la consigna de una revolución política conducida por los trabajadores y la imposibilidad de que el Partido Demócrata sea un vehículo para esto, es clave introducir la conclusión de impulsar un partido independiente de la clase obrera en Estados Unidos.

Guillermo Kane

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