sábado, 28 de marzo de 2020

Naturaleza, marxismo y pandemias



La pandemia ha sido pronosticada por especialistas de todo el mundo, para el cual los gobiernos no se prepararon – al revés, desinvirtieron en sistemas de prevención, de investigación científica y de salud. Las pandemias actúan en contextos sociales y económicos concretos. El virus detrás de la pandemia actual (SARS-CoV-2), al igual que su predecesor de 2003 (SARS-CoV), así como la gripe aviar y la gripe porcina antes, se gestaron en el nexo de la economía capitalista y la epidemiología. Por lo tanto, esta pandemia debe analizarse en la fase en la que se encuentra el actual modo de producción. Lo que conocemos como epidemias se generalizaron desde el neolítico a esta parte, debido a cambios históricos de la organización del trabajo social: la cría de ganado, la agricultura y el sedentarismo. El contacto directo con el ganado hizo cada vez más frecuente el esparcimiento de virus y bacterias, que comenzaron a viajar de continente a continente con el comercio de larga distancia. La pobreza y el hacinamiento de las poblaciones contribuyó a su propagación. La lista es interminable. Es la mayor causa de muertes humanas, más que todas las guerras juntas.
(...) “la ciencia no es una función de los hombres de ciencia individuales; es una función social. La valorización social de la ciencia, su valoración histórica, queda determinada por su capacidad para incrementar el poder del hombre y para armarlo con el poder de prever los acontecimientos” (Trotsky, “El materialismo dialéctico y la ciencia”, 1925).
La enfermedades y su relación con la condición social ya fue analizada por Engels hace más de 150 años: “cuando la epidemia (de cólera) amenazó, un pavor general se apoderó de la burguesía de la ciudad (Manchester); de pronto se acordó de las viviendas insalubres de los pobres y tembló ante la certidumbre de que cada uno de esos malos barrios iba a constituir un foco de epidemia, desde los cuales extendería sus estragos en todo sentido a las residencias de la clase poseedora” (La situación de la clase obrera en Inglaterra, p. 96).

Restauración, crisis, pandemias

La expansión de la mayoría de los últimos virus proviene de China. La restauración capitalista en China determinó una expansión enorme de las ciudades y por lo tanto la separación del campo y la ciudad. Este nuevo desarrollo de la división del trabajo escindió a formidables concentraciones humanas del terreno donde se producen los alimentos. El desplazamiento de la fuerza de trabajo hacia las grandes urbes implicó una movilización impresionante de personas del campo hacia la ciudad y problemas de alojamientos adecuados. Eliminación de las comunas agrarias mediante, la relación campo-ciudad adoptó un carácter mercantil donde antes era planificada. Creció en forma exponencial el hacinamiento, por un lado, debido al alojamiento de los obreros en las mismas empresas, por el otro como consecuencia de las expropiaciones de viviendas para instalar grandes proyectos inmobiliarios. La expansión de la demanda de alimentos, que antes no salían del marco campesino, por parte de urbes desorganizadas, propiciaron la trasmisión de la enfermedad, como la del SARS en 2002.
Wuhan es una ciudad manufacturera por excelencia. Reproduce las condiciones laborales de la Gran Bretaña que analizó Engels. Es una ciudad industrial que se dedica a la producción de acero en altos hornos y a la construcción. La población creció un 20% en los últimos 10 años, la mayoría por la llegada de trabajadores del interior.
El consumo de ganado y la expansión de la producción implican –bajo el capitalismo– un mayor uso de antibióticos y del sistema de feedlot. Esto no solamente es agresivo para el ecosistema, sino que es un medio de propagación de todo tipo de enfermedades. Éstas pueden pasar de animales a otros animales y de éstos a los seres humanos. La mutación de este virus sólo puede entenderse comprendiendo la forma en que el mundo capitalista produce sus alimentos y la forma en que vive la clase obrera.
“La propagación de nuevas enfermedades a la población humana es casi siempre el producto de lo que se denomina transferencia zoonótica, que es una forma técnica de decir que tales infecciones saltan de animales a humanos. Este salto de una especie a otra está condicionado por cosas como la proximidad y la regularidad del contacto, todo lo cual construye el entorno en el que la enfermedad se ve obligada a evolucionar (…) La olla a presión evolutiva (es) la agricultura capitalista y la urbanización. Esto proporciona el medio ideal a través del cual las plagas cada vez más devastadoras nacen, se transforman, se inducen a saltos zoonóticos y luego se vectorizan agresivamente a través de la población humana. A esto se agregan procesos igualmente intensivos que ocurren en los márgenes de la economía, donde las cepas ‘salvajes’ se encuentran por personas empujadas a incursiones agroeconómicas cada vez más extensas en los ecosistemas locales. El coronavirus más reciente, en sus orígenes ‘salvajes’ y su repentina propagación a través de un núcleo altamente industrializado y urbanizado de la economía global, representa ambas dimensiones de nuestra nueva era de plagas político-económicas” (http://chuangcn.org/2020/02/social-contagion/)
La idea básica está desarrollada por el biólogo Robert G. Wallace, en su libro de 2016, “Big Farms Make Big Flu” (“Las grandes granjas crean grandes gripes”). Allí, la idea general es que la “lógica del capitalismo” se identifica con la “lógica de los virus”, lo que facilita su expansión y virulencia: “la lógica básica del capital ayuda a tomar cepas virales previamente aisladas o inofensivas y colocarlas en entornos hipercompetitivos que favorecen los rasgos específicos que causan epidemias, como ciclos de vida virales rápidos, la capacidad de salto zoonótico entre especies portadoras y la capacidad de evolucionar rápidamente nuevos vectores de transmisión. Estas cepas tienden a destacarse precisamente por su virulencia. En términos absolutos, parece que desarrollar cepas más virulentas tendría el efecto contrario, ya que matar al huésped antes proporciona menos tiempo para que el virus se propague. El resfriado común es un buen ejemplo de este principio, que generalmente mantiene bajos niveles de intensidad que facilitan su distribución generalizada a través de la población. Pero en ciertos entornos, la lógica opuesta tiene mucho más sentido: cuando un virus tiene numerosos huéspedes de la misma especie muy cerca, y especialmente cuando estos huéspedes pueden tener ciclos de vida más cortos, el aumento de la virulencia se convierte en una ventaja evolutiva” (ídem).
El antagonismo entre el desarrollo capitalista y la naturaleza ya fue analizado por Marx hace más de 150 años. Marx describe el capitalismo como una ruptura con las ‘leyes naturales’ de la vida: “Por otro lado, la gran propiedad de la tierra reduce la población agrícola a un mínimo en constante caída y la confronta con una población industrial en constante crecimiento, aglomerada en grandes ciudades. Crea condiciones que causan una ruptura irreparable en la coherencia del intercambio social prescrito por las leyes naturales de la vida. Como resultado, la vitalidad del suelo se desperdicia, y esta prodigalidad es llevada por el comercio mucho más allá de las fronteras de un estado en particular” (Marx, El Capital, Vol. 3, VI, 47).
La producción mercantil es el ambiente propicio para que nuevas epidemias y pandemias (cada vez más explosivas) se generen y propaguen. La producción agrícola y ganadera capitalista es el fermento de estos virus por la cantidad de patógenos volcados a la producción y el contacto estrecho entre animales y seres humanos. Y la mayor causa de deforestación y cambio climático.

Propiedad privada, naturaleza y pandemias

Desde joven Marx entendió la relación que existía entre la naturaleza y la propiedad privada, y así lo expresó en los debates del parlamento renano, donde discutía el derecho consuetudinario de los campesinos que “robaban” leña, cuando en realidad apoyándose en la propiedad privada, los terratenientes se apropiaban de algo tan “natural” y “comunal” como las ramas secas de los árboles. Allí Marx descubrió que el “interés general” y el “bien común”, chocan con la propiedad privada y el estado capitalista.
La razón última de la explosión de las pandemias la encontramos en el funcionamiento de la sociedad capitalista: “La razón última de todas las crisis reales sigue siendo la pobreza y el consumo restringido de las masas en oposición al impulso de la producción capitalista para desarrollar las fuerzas productivas como si solo el poder absoluto de consumo de la sociedad constituyera su límite” (Marx, El Capital, Vol. 3, Parte V, 30). Las consecuencias de la producción capitalista son las devastadoras crisis de los sistemas de salud y de la destrucción de la fuerza de trabajo, porque esto es el funcionamiento “normal” de la acumulación del capital: “Por lo tanto, la producción capitalista solo desarrolla la tecnología y la combinación del proceso de producción social, al tiempo que socava las fuentes de toda riqueza: la tierra y el trabajador” (íbid). Hegel había marcado que la naturaleza no es pura y simple exterioridad, sino que conforma una unidad dialéctica con el hombre y su “esencia” social: “En su acción, el ser humano se comporta con la naturaleza como algo inmediato y exterior” (Enciclopedia de las ciencias filosóficas, p. 303). Marx y Engels tomaron esta lección y la generalizaron a todos los ámbitos sociales, incluida la producción. Y rápidamente entendieron que el capital plantea una situación de exterioridad con la clase obrera (alienación) y con la naturaleza.
"Por lo tanto, en cada paso se nos recuerda que de ninguna manera gobernamos la naturaleza como un vencedor sobre un pueblo extranjero, como alguien que está fuera de la naturaleza, sino que nosotros, con carne, sangre y cerebro, pertenecemos a la naturaleza y existimos en medio de ella, y que todo nuestro dominio del mismo consiste en el hecho de que tenemos la ventaja sobre todas las demás criaturas de poder aprender sus leyes y aplicarlas correctamente”. (Engels, “El papel desempeñado por el trabajo en la transición del mono en hombre”, 1876).

Ley del valor-trabajo y alienación

En las guerras convencionales se movilizan los ejércitos a partir del reclutamiento forzoso o voluntario, y se orienta la producción a las industrias esenciales para alimentar y proveer a la población, y hacia la industria armamentística. En esta “guerra” lo que vemos es la escasez de mano de obra industrial y la necesidad de movilizar a la clase obrera hacia las industrias que proveen servicios de salud, construcción e insumos. La falta de fuerza de trabajo por motivos de salud pública hace imposible la explotación de la clase obrera, generando la alarma de todos los empresarios y sus gobiernos. Los capitalistas pueden tomarse todas las cuarentenas que quieran, pero no se puede prescindir de los trabajadores.
EEUU anuncia un rescate del 10% de su PBI, Europa flexibiliza los regímenes fiscales y los préstamos. Pero ninguno de estos rescates puede reemplazar la producción de plusvalor real de la economía, la extracción de trabajo excedente. El capitalismo consiste en aumentar la proporción de plustrabajo frente al trabajo necesario. No existe masa de capital ficticio que pueda sostenerse si no existe una relación con la explotación de la fuerza de trabajo.
La clase dominante sabe que ningún rescate financiero o crediticio puede reemplazar la generación de plusvalor. El año pasado se registró la mayor cantidad de deuda global, llegando al 322% del PBI mundial, o 253 billones de dólares. Pero el crédito barato se acabó y la ausencia de rentabilidad y de inversiones muestra la caída de la tasa de ganancia y el peso inexorable de la ley del valor.
De lo que se trata es de revertir este proceso analizado por Marx: “La barrera del capital consiste en que todo este desarrollo se efectúa antitéticamente y en que la elaboración de las fuerzas productivas, de la riqueza general, etc., del saber, se presenta de tal suerte que el propio individuo laborioso se enajena; se comporta con las condiciones elaboradas a partir de él no como las condiciones de su propia riqueza, sino de la riqueza ajena, y de su propia pobreza” (Grundrisse, II, p. 33). Lo que defienden los capitalistas en la situación de crisis que atravesamos es la riqueza apropiada, y los recursos que reclaman los trabajadores para salir de la catástrofe son producto de su propio esfuerzo. La clase obrera debe entender su rol dirigente dentro de la sociedad.

Emiliano Monge
26/03/2020

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