sábado, 7 de marzo de 2020

Sojeros, terratenientes y cerealeras: los Intocables del campo



Las patronales rurales convocan a un paro de cuatro días en respuesta a la suba de las retenciones. En las últimas décadas ningún Gobierno afectó las bases estructurales de su poder.

La historia se repite. La pregunta obligada es si será como farsa. El mal llamado campo resiste a una gestión peronista. Los ecos del pasado vuelven a sonar. Por ahora sin tractorazos o cortes de ruta. El Gobierno resopla, muestra malestar, habla de "una medida política”. Hay voces estridentes: Juan Grabois se permite criticar a “los parásitos que viven de la renta extraordinaria de la tierra de todos".
Los eternos ganadores de la historia argentina no se resignan a poner algo más de su bolsillo. Atendiendo a los problemas de la economía internacional y apelando al coronavirus, rechazan sumarse a los cánones de la falsa “solidaridad” que el fernandismo -apenas rozando las ganancias empresarias- propone ante cada micrófono.

De triunfo en triunfo

Las patronales del campo están entre las grandes ganadoras del ciclo neoliberal en la Argentina. En las últimas décadas nadie osó tocar sus intereses. El signo político de cada Gobierno no importó: radicales, peronistas, kirchneristas o macristas, todos fueron respetuosos de los dueños de la tierra.
La propiedad es el robo, sentenció Proudhon. Los herederos de aquel brutal latrocinio llamada Campaña del Desierto siguen hoy administrando lo saqueado. Unos 4.000 terratenientes poseen más de la mitad de las tierras cultivables en el país.
En la Argentina actual el poder del agro-power se extiende por un continuum que abarca terratenientes, pooles de siembra, cerealeras y grandes exportadores, entre otros. Con una frontera agrícola en permanente expansión, ese poder cruza el país con vías férreas, trenes y puertos. La oligarquía que se hizo rica mirando parir vacas ahora cuenta porotos. La acompañan los nuevos ricos, al estilo Grobocopatel. Aquellos que llegaron a la cumbre del poder económico de la mano de la mano del agro-business.
Desde el menemismo su poder no paró de crecer. La sojización tuvo un padre que hoy vaga por el mundo: Felipe Solá, un experto en “hacerse el boludo”, activo impulsor de la siembra directa, las semillas transgénicas y el glifosato.
Los precios siderales de los commodities y la devaluación duhaldista alentaron la sojización a niveles imperdonables. Los años kirchneristas, más allá de los relatos, perpetuaron esa dinámica productiva. La frontera agrícola corrió hacia el norte, hacia el sur y el oeste. Los Insfrán, los Urtubey o los Capitanich, verdaderos barones de la soja, mandaron la represión allí donde hubo resistencia.
En 2008, la épica kirchnerista acompañó una política puramente recaudatoria. Lejos del “combate” al monocultivo, se trató de aprovecharlo para llenar las arcas del Estado. Todo en aras subsidiar a las grandes patronales industriales y a los parasitarios gestores de las empresas privatizadas. También, como no podía ser de otra forma, para garantizar la serialidad de los pagos de la deuda.
Aquella épica fue enterrada por el voto no positivo de Julio Cobos. En los siete años posteriores, la gestión kirchnerista eligió no volver a confrontar con el agro-power.
La CEOcracia macrista le devolvió al “campo” un status privilegiado. Buscando construir el “supermercado del mundo”, volvió al centro del discurso oficial. Fue, junto a privatizadas y bancos, uno de los grandes ganadores de aquel ciclo.

Relaciones de fuerzas

La alarma sonó entre el progresismo. La famosa “relación de fuerzas” reapareció en el horizonte. “Tocas tres puntos de retenciones y tenés cuatro días de paro”, razonó -palabras más, palabras menos- el economista Emmanuel Álvarez Agis debatiendo con Myriam Bregman este viernes.
El argumento funciona como un somnífero: invita a la calma, adormece. Propone la mesura y llama a “evitar provocaciones”. Justifica lo tibio de las medidas tomadas contra el gran capital. Sirve, claro está, para ratificar el pago de una deuda odiosa e ilegítima. Avala, por supuesto, no tocar los intereses de la gran banca que colaboró a la fuga de capitales y forjó riqueza en base a Leliq y Lebac.
Pero la relación de fuerzas no es un pedazo de mármol. Incluso, si lo fuera, también se parte, se quiebra y se destroza. Las patronales del campo lo saben. Por eso salen y golpean. Intentan galvanizar sus intereses, dejarlos a salvo de la avaricia fiscal que mueve al oficialismo en pos de pagar la deuda pública.
Del otro lado, el peronismo opone docilidad. Apuesta al consenso con los dueños de la tierra. Negocia y vuelve a negociar, esperando calmar las aguas.
La relación de fuerzas no es un hecho dado sino un producto de la política, de la movilización de los intereses sociales, de la construcción de objetivos capaces de ganar la voluntad de millones. Pero esa voluntad solo puede construirse a base de grandes ambiciones.
¿Cómo podría construirse una relación de fuerzas contra las grandes patronales sin apelar a la más amplia movilización obrera y popular? Pero, ¿cómo podrían convocar a movilizarse quienes proponen apenas una suba impositiva con el miserable fin de garantizar los pagos de la deuda pública?
El peronismo elude el combate. Está obligado. Lo contrario supondría plantear objetivos más audaces. Para convocar la pasión activa de las mayorías debería atacar el poder estructural de terratenientes, pooles de siempre y cerealeras. Por ejemplo, llamando a terminar efectivamente con el trabajo semi-esclavo que habita el campo argentino.
El posibilismo fernandista tiene marca de clase. Expresa los límites de un proyecto burgués que solo propone administrar las sobras que caen de la mesa del gran capital. No puede convocar a torcer la relación de fuerzas. La razón es una. Y muy sencilla. Teme más a la movilización obrera y popular que a los piquetes de la abundancia.

Eduardo Castilla
@castillaeduardo
Viernes 6 de marzo | 23:44

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