domingo, 29 de marzo de 2020

La China de Xi Jinping: ¿emergiendo de las cenizas del coronavirus?



Con la curva de expansión aguda de la pandemia aparentemente controlada y sin registro de nuevos casos en la ciudad de Wuhan, el epicentro del Covid-19, el gigante asiático quiere acelerar los pasos para la recuperación económica y la revitalización de la golpeada imagen de la burocracia del Partido Comunista Chino en el mundo.

El gobierno de Xi Jinping busca consolidar una especie de “segunda fase” de la crisis del coronavirus en China. La prensa estatal china está salpicada de imágenes de producción de máscaras que son entregadas a otros países, de aviones chinos aterrizando en el Estado español con medicamentos, y equipos médicos chinos partiendo a otras zonas de infección para auxiliar en el combate al Covid-19. El Partido Comunista Chino y el presidente Xi-Jinping quieren dejar atrás la primera fase caótica del coronavirus, organizada por la propia burocracia en su obsesión por la estabilidad. Más que eso, quieren alentar un resurgimiento de las cenizas, aunque con métodos autoritarios, como un triunfo del régimen ante la catástrofe sanitaria en Occidente.
Con la curva de expansión aguda de la pandemia aparentemente controlada y sin registro de nuevos casos en la ciudad de Wuhan, el epicentro del Covid-19, el gigante asiático quiere acelerar los pasos para la recuperación de los históricos daños económicos sufridos, y para la revitalización de la golpeada imagen de la burocracia del Partido Comunista Chino en el mundo.
Ni el propio gobierno chino puede esconder el efecto devastador del coronavirus sobre su economía. Según el National Bureau of Statistics, órgano oficial del gobierno, la industria china se contrajo un 13,5 % en el período de enero y febrero, junto con una retracción del 24 % en las inversiones de capital. El desempleo urbano alcanzó un nuevo récord, de 6,2 %. Ese debilitamiento sugiere la posibilidad de que el PBI chino pueda haber caído casi el 15 % en el primer trimestre de 2020.
Sería la primera contracción del PBI desde 1976, cuando China fue golpeada por el devastador terremoto Tangshan. En ese mismo año moría Mao Tsé-Tung, cuya Revolución Cultural - un evento traumático para la burocracia stalinista que hizo pedazos el monolitismo del estado y puso en riesgo el dominio del Partido Comunista Chino - había erosionado la economía entre 1966 y 1975. A partir de Deng Xiaoping, los resultados económicos de China no vieron recesiones. Para Xi Jinping, que se alaba como el político chino más importante desde Mao, el golpe económico puede traer incontables problemas políticos.
Una caída económica que amenaza el corazón de las reformas “insignia” de Xi, que con la Nueva Ruta de la Seda y el Made in China 2025 dirige el tortuoso cambio de las bases de crecimiento de China, dejando de apoyarse exclusivamente en la recepción de capitales para competir por espacios mundiales de acumulación de capital. Es distinto realizar la tarea de esta magnitud en una economía en retracción que sobre una economía pujante.
Políticamente, a pesar de que vemos condiciones sanitarias muchas veces peores en los propios imperialismos occidentales, la imagen de superpotencia china fue severamente afectada. Se puso de manifiesto tanto su precaria infraestructura sanitaria como el autoritarismo rampante de la burocracia. Sin nada que envidiar al autoritarismo de los estados capitalistas occidentales como Italia, el Estado español y Francia, al comienzo de la crisis el gobierno de Xi impuso medidas policiacas para encerrar a la población de la provincia de Hubei, perseguir a la disidencia expuesta en las redes sociales (Weibo, entre otros) y dejar merced de la muerte a miles de personas, como relata el Foreign Policy, que olvidó mencionar la incompetencia de los gobiernos europeos. En negacionismo típico de la burocracia restauracionista china, resultó en el ahogamiento de las advertencias que podrían haber reducido las muertes (entre ellas la de Li Wenliang, el médico que advirtió sobre la epidemia y fue acusado por las autoridades de “propagar rumores” y luego falleció por el Covid-19).
Por más que esto moleste a los stalinistas de guardia, dotados de una ligereza intelectual siempre lista a apoyar de modo superficial todo lo que hace la burocracia china (especialmente sus “represiones correctivas” a otros burócratas), la verdad es que China fue el más extremo ejemplo de autoritarismo, con un férreo control burocrático que impedía noticias directas de Wuhan y demás zonas afectadas.
Ante estos problemas, la “segunda fase” de la crisis vivida por China trata de cubrir dos flancos de actuación, apoyados en el control temporal del Covid-19 dentro de su territorio.
La primera medida es reactivar la economía. Para evitar convulsiones internas con el retardo de la recuperación económica, Xi concentró la máquina de control del PCCh en garantizar el restablecimiento de las líneas de producción y la cooperación de los gobiernos regionales en el traslado terrestre de los trabajadores confinados en el interior del país. El periódico oficial Xinhua relató las principales directrices del gobierno en una rueda de prensa de emergencia, “en virtud de la presión descendente en la economía china”, donde Xi exigió “alentar empresas y provincias a reiniciar el trabajo y la producción de forma ordenada para disminuir el impacto negativo”. En un mensaje directo a los gobernadores provinciales, dijo que “más esfuerzos” son necesarios para destrabar el flujo normal de la producción en regiones de bajo riesgo.
Las mismas fuentes de Xinhua relatan que las grandes empresas en 19 provincias, incluyendo Shanghai, Zhejiang y Jiangsu, ya comenzaron la producción a larga escala, disminuyendo su capacidad ociosa. En Shanghai, ocho monopolios automotrices, como Tesla, y 600 fabricantes de autopartes ya trabajan con capacidad avanzada. En Wuhan, centro industrial que alberga a más de 300 monopolios extranjeros como Google, Microsoft, Apple o Amazon, Xi Jinping anunció el retorno gradual al trabajo, así como en toda la provincia de Hubei.
La segunda medida es recomponer el prestigio externo de China. Este punto es muy sensible para la burocracia china, especialmente ante los ataques racistas y xenófobos de Trump, en permanente campaña para estigmatizar a China como causante de la pandemia (bautizando al coronavirus como “Chinese Virus”). Xi Jinping fue pródigo esta semana al anunciar la solidaridad china con el mundo, exportando materiales sanitarios necesarios para el combate de la pandemia a Italia, a Serbia y a distintos países europeos. Diplomáticamente, Xi se acercó especialmente a Emmanuel Macron, presidente francés, y se mostró dispuesto a trabajar con Francia en el esfuerzo de coordinación internacional de combate a la pandemia.
El acercamiento entre China y Francia es importante para el Partido Comunista chino. Macron es el principal desafecto de Trump en la arena europea, y su imperialismo tiene una línea globalizadora opuesta al nacionalismo proteccionista de Estados Unidos. Estratégicamente, la relación entre China y Francia es una de las vías de entrada del capital chino al interior de la Unión Europea, después del enfriamiento de las relaciones con Berlín y la crisis de la gobernante Democracia Cristiana (CDU), partido de la canciller Angela Merkel, que adoptó una postura más agresiva contra la compra de activos industriales de China en Europa.

Emmanuel Macron y Xi Jinping

Estos esfuerzos de control y reactivación industrial de la economía china vienen colocando a China, de forma sorprendente, como la primera potencia en superar la crisis del coronavirus y dar los primeros pasos de normalización productiva. Según Alan Crawford y Peter Martin, de Bloomberg, el plan de Xi Jinping sería algo como una “Health Silk Road” (Ruta de la Seda de la Salud), una narrativa según la cual China habría triunfado sobre el vírus y ahora ejerce su influencia a través de la ayuda sanitaria internacional, como debería hacer cualquier potencia global. Se trata de una oportunidad de liderazgo deseado hace mucho, y que estaba temporalmente fuera del radar por los impactos iniciales del coronavirus.
Henny Sanders, de Financial Times, afirma que China puede tornarse uno de los destinos de capital más seguros en el mundo en medio de la propagación del Covid-19 hacia el Occidente. Al contrario de la Reserva Federal estadounidense y la mayor parte de los bancos centrales europeos, que redujeron sus tasas de interés a cero (o por debajo de cero), “China todavía preserva relativamente intactas sus herramientas monetarias. El banco central de China (PBoC) se resistió a inyectar miles de millones de dólares en la economía china, y todavía no redujo sus tasas de interés de referencia, lo que le permite hacerlo en situaciones más críticas”. Según Taimur Baig, jefe de la división Singapur del Banco DBS, “China podría haber inundado los mercados de liquidez para evitar cualquier tipo de problema financiero, pero eso no sería consistente con el imperativo económico chino, es decir, hacer que las empresas sean menos dependientes de préstamos para financiar su crecimiento”. Se trata de “mantener la pólvora seca” para usarla en momentos de emergencia.
El precio de los activos financieros chinos se sostuvo con mayor estabilidad que el de los mercados extranjeros. El índice de referencia chino CSI 300, como todos los índices de las principales bolsas mundiales, cayó desde el cambio de año. Sin embargo, la caída de 12 % es la mitad del valor perdido por el índice de referencia de Estados Unidos, el S&P 500. La moneda china se mantuvo estable frente al dólar y la Inversión Extranjera Directa (IED) para China volvió a ganar estímulo a principios de marzo.
Sin embargo, la integración de las cadenas globales de valor y la dependencia del comercio mundial desautoriza celebraciones precipitadas. Li Xingqian, director departamental del Ministerio de Comercio de China confesó que “En el corto plazo, el impacto del Covid-19 sobre la economía global y la cadena de producción y aprovisionamiento es inevitable, y China tendrá que trabajar para minimizar el impacto en el comercio extranjero y en el crecimiento global”.
El gran riesgo para China es ver su recuperación retrasada por los efectos devastadores que las principales economías mundiales, en primer lugar Estados Unidos, puedan sufrir. Si la crisis del Covid-19 ocupa el proscenio en el drama mundial, en los bastidores una nueva recesión mundial aun más poderosa que la de 2007-2008 parece inevitable (a tal punto que la OCDE pidió un “Plan Marshall” contra el coronavirus), y esto lo certifican pensadores tan dispares como Nouriel Roubini y Paul Krugman, Michael Roberts y David Harvey. Una nueva recesión o incluso depresión mundial puede deshacer en route todos los esfuerzos iniciales de reactivación industrial en China.

Un conflicto comercial-tecnológico en “stand-by”

Las operaciones económicas de recuperación en China son esenciales, como dijimos, para que la compleja conversión de la economía se haga en terreno favorable. En sí mismo, ya es titánico el desafío de transformar una economía exportadora de manufacturas de bajo valor agregado de la magnitud de China, en una economía basada en el mercado interno y productora de alta tecnología. La tareas es de Sísifo, y si debe ser realizada en medio de convulsiones económicas internas y externas, tiene menores posibilidades de éxito.
Pero los obstáculos no vienen solo de la economía o de la crisis sanitaria del Covid-19. La llamada guerra comercial entre Estados Unidos y China, aunque dormida, tiene motores estructurales que pueden emerger durante la crisis, y no se descarta que pueda tomar nuevas formas.
El conflicto entre Estados Unidos y China es producto de la crisis económica mundial. Cuando China empezó a ser afectada en sus exportaciones por la retracción del comercio mundial, fruto de la crisis de 2008, fue obligada a concluir que el “esquema exportador” iniciado por Deng Xiaoping a fines de la década de 1970 y perfeccionado por las reformas procapitalistas de la década de 1990 ya no podría sostener su evolución futura. Esa caída económica china, explicada por la debilidad de la economía mundial (y de Estados Unidos en particular), llevó a que China opere un complejo cambio en su padrón de acumulación.
La operación consiste en reducir drásticamente su dependencia de la exportación de bienes de bajo valor agregado y acelerar el cambio de contenido de su producción hacia bienes de alta tecnología, en una economía basada en la expansión del mercado interno. Al cambio de contenido, se combinó un cambio de postura en la arena internacional: China empezó a transformarse progresivamente en competidora por espacios mundiales de inversión y por el liderazgo en tecnología de punta, con una producción cada vez más competitiva con la estadounidense. Eso acarreó una verdadera corrida por el desarrollo de nuevas tecnologías y su aplicación en la producción, con proyectos como el Made in China 2025 (según el cual China se transformaría en líder en las ramas de robótica, semiconductores, vehículos eléctricos, etc.) y la Nueva Ruta de la Seda, que ligaría a tres continentes (Asia, Europa y África) por rutas, puertos y ferrovías. Este expansionismo económico y cultural a través de la exportación de capitales trajo consigo la acentuación de la propaganda nacionalista del Partido Comunista Chino. Un resultado de este proceso en mutación en la economía mundial consistió en una especie de “ruptura” del motor simbiótico entre Estados Unidos y China, que impulsó la economía mundial en los últimos 30 años. Naturalmente, las dos economías dependen una de a otra para prosperar. Sin embargo, no pueden reeditar la complementariedad relativamente “armónica” de las décadas neoliberales, donde Washington compraba lo que China exportaba mientras que las reservas en dólares del gobierno chino auxiliaban el sostenimiento de los crecientes déficits estadounidenses.
Esta competencia de China por espacios de acumulación de capitales se transformó en un problema estructural para Estados Unidos. Aquí nos vamos acercando a los fundamentos reales y no ilusorios de la guerra comercial movida por Trump. Esto es así porque, para Estados Unidos, la expansión del capital chino sobre sus tradicionales zonas de influencia globales es básicamente inaceptable. China no tiene poderío económico y militar suficiente para cuestionar la hegemonía capitalista de Estados Unidos sobre el mundo. Sin embargo, la preocupación de Washington viene del hecho que los avances tecnológicos de China le permiten algunos desafíos parciales pero importantes en nichos industriales y sobre vastas regiones, especialmente Asia-Pacífico. Ante este escenario, Estados Unidos se pone como objetivo a partir de 2017 frenar la corrida de China en el desarrollo de nuevas tecnologías y en la expansión de sus propias empresas y capitales que la posicionan com un competidor global cada vez más peligroso, y mejorar las condiciones de entrada de las transnacionales estadounidenses en China.
Este es el real fundamento que explica el actual conflicto sino-estadounidense, que es comercial en su fachada e industrial-tecnológico en su esencia. El objetivo de la “guerra comercial” movida por Estados Unidos contra China es el de frenar la velocidad del desarrollo tecnológico-industrial de China y la expansión de sus capitales. El aspecto comercial del conflicto oculta el verdadero fundamento de una política que unifica a la burguesía imperialista estadounidense: preservar la preeminencia tecnológica industrial (y por lo tanto militar) de Estados Unidos.
Desde un punto de vista estratégico, para esta corrida por la primacía tecnológica la crisis del coronavirus es una tregua relativa, pero de ninguna manera la elimina. La relación tensa entre Washington y Pekín se hace notar a todo momento. El Gobierno estadounidense está en campaña xenófoba permanente contra China, responsabilizándola por el Covid-19. Mike Pompeo, secretario de Estado estadounidense, suele llamarlo “vírus de Wuhan”, mientras Trump prefiere decirle directamente “vírus chino”. Por su lado, China afirma que el coronavirus fue instalado por el Ejército de Estados Unidos, y expulsó de su territorio a 13 periodistas de los diarios The New York Times, The Wall Street Journal y The Washington Post. Tal vez sea el peor momento de las relaciones bilaterales desde el acercamiento entre Nixon y Mao en 1972.
La altivez contra Estados Unidos también salpica a los vasallos de Trump, como Bolsonaro y su trupe en Brasil. Cuando el hijo del presidente Eduardo Bolsonaro reprodujo las críticas de Trump y acusó a China de “esparcir su virus”, tuvo una contundente respuesta de la embajada china. Yang Wanming, embajador de China en Brasil, atribuyó a Bolsonaro un “virus mental” en su “insulto maléfico contra China y el pueblo chino”. A pesar del trumpismo de los Bolsonaro y del canciller Ernesto Araújo, fueron rápidamente disciplinados por los militares encabezados por el vicepresidente Hamilton Mourão, que saben el carácter innegociable de la dependencia económica brasileña ante China. En este punto, las “dos cabezas” del gobierno son evidentes en el trato con el socio asiático.
Los roces entre China, Alemania y Estados Unidos están en la base de la falta de coordinación internacional para hacer frente a la combinada crisis económico-sanitaria, coordinación que estuvo presente de forma relativa durante los momentos más dramáticos de la Gran Recesión tras la caída de Lehman Brothers. Nada indica que en un momento de ascenso de los nacionalismos este escenario vaya a cambiar.

El proletariado chino y el verdadero dolor de cabeza de Xi

El infierno de la burocracia del PCCh es su inmenso proletariado. Rebeliones de trabajadores en las grandes ciudades contra el desempleo y los despidos, o incluso las protestas contra las medidas bonapartistas del régimen frente al coronavirus, pueden agravar el cuadro de caída económica y transformarlo en una tormenta perfecta.
En comparación al momento anterior al brote de Covid-19, la cantidad de huelgas obreras registradas en China es inicial. Sigue los pasos iniciales de la propia reactivación económica. Según el China labour Bulletin, la razón de las protestas obreras más recientes concierne justamente a las reducciones salariales y despidos. Obreros de la construcción que armaron en tiempo récord los hospitales de internación contra el Covid-199 en Zhoukou, provincia de Henan, protestaron contra el gobierno chino y fueron brutalmente golpeados por la policía. Trabajadores de una empresa de alimentos en Shanghai protestaron el 10 de marzo contra el atraso salarial de más de tres meses, por el valor total de 400.000 yuanes. En Pekín, varios sectores obreros protestaron en marzo contra la imposición de licencia no remunerada por las empresas de plataforma y aplicaciones de delivery, parte de los sectores más precarios de los trabajadores. Pequeños propietarios de tiendas y restaurantes, que ven sus negocios arruinados, le exigen al Estado un corte en el precio de los arriendos, un sector que emplea a 230 millones de empleados en toda China.
Las condiciones de trabajo en medio del coronavirus también movilizaron a los trabajadores de la Salud, en un hospital de la ciudad de Zibo en Shandong, contra el uso de instrumentos y utensilios hospitalarios vencidos. Las trabajadoras de la Salud están en la línea de frente en el combate al coronavirus en China, y son las primeras alcanzadas por la desidia gubernamental. Siendo más del 90 % de las enfermeras y 50 % de las médicas que están atendiendo, son las mujeres las heroínas de clase que tienen la peor protección sanitaria en los hospitales, como lo denuncia Shanghai Women’s Federation, que señala las miles de infecciones de trabajadoras hospitalarias en el tratamiento de la enfermedad.
Otra fuente de disturbios es el campo chino. Las dificultades en la siembra y la interrupción en los flujos de transporte que resultan en un retraso en el envío de la cosecha a las ciudades y en la llegada de insumos agrícolas preocupa a los trabajadores rurales, que ya viven en situación de penuria. Los conflictos laborales pueden conectarse con la lucha por las libertades democráticas de la población urbana. Cientos de activistas y usuarios comunes de las redes sociales fueron detenidos por la policía estatal por expresar el rechazo a la conducción burocrática de Xi ante el Covid-19. En la provincia de Shandong, Ren Ziyuan fue preso por criticar la actuación del PCCh ante la crisis sanitaria, mismo destino de Tan Zuoren, de la provincia de Sichuan. El profesor Guo Quan, en Nanjing, fue preso por “incitar a la subversión contra el Estado” después de publicar artículos en los que relataba estudios científicos sobre el coronavirus. Las organizaciones de derechos humanos de China calculan en miles la cantidad de perseguidos y detenidos por criticar al gobierno o divulgar estudios científicos. Ese tipo de persecución fue lo que resultó en la muerte del médico Li Wenliang, que se transformó en un símbolo de la lucha por las libertades democráticas en China. La utilización de los servicios de reconocimiento facial y dispositivos de tecnología para identificación remota también son criticados por la población. Hay incontables denuncias, reveladas por The New York Times de que los QR Codes compilarían “información de salud” de los usuarios de celulares comparten también esas informaciones con la policía.
Esas protestas iniciales revientan el discurso de éxito de Xi, y se suman a las protestas anti autoritarias que desafían su dominio, tanto en Hong Kong como en la región de Xinjiang, donde la población musulmana es históricamente perseguida por Pekín. Al contrario de lo que esperaba el Gobierno, las calles chinas siguen silenciosas y descontentas. Un ejemplo sintomático de la desconfianza de la población, víctima del autoritarismo estatal, fue que ante la presión del alcalde de Wuhan para que la población “aplaudiese la actuación de Xi Jinping en el control del virus”, tuvo como respuesta un repudio masivo en las redes sociales, obligando al gobierno central a retroceder de ese trofeo simbólico. Ejemplos como ese, anteriores a los resultados aterradores de la economía, no proyectan un camino suave para la burocracia china, y antes que nadie para Xi Jinping. ¿Podría el descontento popular y los problemas económicos dar origen a disputas internas en la burocracia? Cuestionamientos a Xi probablemente llevarían a una nueva oleada de persecuciones, en los moldes de las “grandes purgas” realizadas por Xi Jinping durante su “campaña anticorrupción” en 2017, en la que 170 ministros fueron expulsados del Gobierno y presos. El precio alto a pagar no elimina la posibilidad de fisuras internas en la burocracia, que sabe que necesita mantener altos los índices de crecimiento para hacer frente al desafío de mantener los objetivos económicos más importantes del Gobierno.
No hay dudas que la superación temporaria de la crisis del Covid-19 en China representa un alivio frente a la desaceleración económica. Pero hay que ver si la máquina de propaganda del Partido Comunista chino logra sus objetivos en medio de la mayor crisis económica de China en 80 años.

André Acier
Lunes 23 de marzo | 15:35

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